Reconciliación

By zelHerreraP

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Anahí había tratado de olvidar que seguía casada con Alfonso Herrera. De recién casados, los había consumido... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12

Capítulo 5

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By zelHerreraP

Anahí se arregló con esmero. Eligió un vestido muy elegante de color crema que era una autentica obra de arte. El cuerpo estaba exquisitamente bordado con pedrería hasta las caderas. A partir de ahí, los adornos caían en flecos hasta el borde del vestido que se mecía suavemente con cada paso que daba.

Esa noche, quería tener una imagen sofisticada por lo que se recogió el pelo en un moño y se maquilló con cuidado. Después, se puso un brazalete de diamantes y unos pendientes a juego. Los zapatos tenían tacones de aguja.

 

Anahí había cenado en muchas ocasiones con gente perteneciente a la elite social del país y no tenía ningún problema para conversar sobre cualquier tema.

 

Sin embargo, esa cena con los asociados de Alfonso le ponía nerviosa; después de lo que la prensa del corazón había publicado, Alfonso y Anahí Herrera habrían estado en boca de todos. Sin ninguna duda, esa noche, serían el centro de atención.

 

—¿Lista?

 

Se volvió hacia él y admiró su esmoquin. ¿Sería de Armani? ¿de Cerruti? Él siempre elegía el impecable corte de esos dos diseñadores. La camisa blanca era del algodón más fino y la corbata de pura seda virgen.

 

Sin embargo, era el hombre el que lograba agitar todo su ser. Las facciones grandes, los ojos oscuros y una boca... solo con mirarla le venía a la mente el sabor de los besos que habían compartido.

 

Alfonso poseía una sensualidad peligrosa que atraía a las mujeres como la miel a las abejas. Un encanto innato y un toque primitivo, bajo la fachada sofisticada, que eran irresistibles. Si a todo eso le añadíamos la riqueza y el poder que Alfonso tenía, el resultado era letal.

 

Entendía perfectamente que cualquier mujer luchara por él. ¿Sería eso lo que había hecho Georgia?

 

¿Habría sido capaz de tener un hijo suyo y arruinar un matrimonio para conseguirlo?

 

Anahí movió la cabeza mentalmente. Una lucha justa era una cosa, pero utilizar métodos engañosos y artes sibilinas era otra cosa.

 

—¿Tengo monos en la cara?

 

La pregunta de Alfonso la pilló desprevenida, pero intentó responderle con gracia.

 

—No que yo me haya dado cuenta.

 

—¿Nos vamos, entonces?

 

Los anfitriones vivían en Woollahra, en una casa antigua espléndida alejada de la carretera y con unas magníficas vistas.

 

Había coches aparcados en el camino de acceso y, dentro, los invitados conversaban en un amplio salón. Los altavoces emitían una suave melodía de fondo cuando Alfonso y Anahí entraron.

 

La mano de Alfonso descansaba sobre la espalda de ella.

 

¿Se trataría de un gesto posesivo o para darle seguridad?

 

Anahí aceptó una copa de champán y dio un sorbo al líquido burbujeante.

 

—Me imagino que debemos dar la impresión de que nos llevamos muy bien.

 

—Sería lo aconsejable, ¿no crees?

 

—Simplemente, no esperes que muestre adoración por ti. La boca de él se curvó en una sonrisa cálida.

 

—¡Qué desilusión! Eso representaría un cambio muy agradable.

 

—Dejaré las hostilidades para cuando estemos solos.

 

—Lo cual te agradezco de corazón.

 

—¿Que deje las hostilidades o el estar solos?

 

—Las dos cosas. Me gusta cuando muestras tus sentimientos.

 

Él se había convertido en un experto en distinguir cada uno de ellos. En ese mismo instante, estaba nerviosa, pero dispuesta a adoptar una fachada que solo él podría penetrar. Lo notaba en el pulso ligeramente acelerado, la sonrisa siempre dispuesta, la profundidad de aquellos preciosos ojos verdes como esmeraldas...

 

Alfonso le acarició la espalda y ella abrió mucho los ojos, sorprendida por el  gesto.

 

—Pienso que deberíamos conversar con los demás invitados, ¿no crees? — murmuró Anahí, mientras alzaba la copa para dar un trago.

 

Era una locura. Un simple gesto y tenía que controlar el instinto natural de apoyarse contra él.

 

—Thea y Rafe Richardson acaban de llegar. ¿Nos unimos a ellos? La noche discurrió de manera agradable.

 

La comida estuvo soberbia y la distribución de los comensales fue interesante. Mientras la conversación fluía, acompañada de risas, Anahí se percató de las miradas circunspectas de algunas señoras cuya curiosidad velada buscaba el mínimo signo de enfrentamiento entre ellos.

 

Alfonso parecía inclinado a mostrarse tierno, para su propio desagrado. Era evidente en la manera en que ponía su mano sobre la de Anahí, en la forma de dirigirse a ella; sus atenciones eran constantes.

 

Cuando llegó el postre, ella ya no aguantaba más. Si se trataba de un juego, lo justo era que ella empezara a jugar.

 

Sin pararse a pensarlo tomó una cucharada de su flan y se lo ofreció a Alfonso.

 

—Prueba esto, cariño.

 

Él le clavó la mirada, el ébano negro en el verde esmeralda, y la firme curva de sus labios se abrió para aceptar el bocado.

 

Ella se contuvo de repetir el gesto; pero, unos minutos más tarde, apoyó su mano sobre el muslo de él. La musculatura masculina se tensó de inmediato. Eso la animó aún más y le clavó las uñas arañándole la pierna.

 

—¿Me estás pagando con la misma moneda, Anahí?

 

—Sí.

 

—No te pases de la raya.

 

—No sabía que tuviéramos límites.

 

—El juego tiene un precio.

 

—¿Es una amenaza o un reto? Sus ojos se oscurecieron.

 

—Te toca jugar a ti.

 

Quizá lo más aconsejable sería una retirada, pensó ella, porque todavía no estaba preparada.

 

Con descaro, se volvió hacia el invitado que tenía al otro lado y comenzó a conversar con él. A los pocos minutos, ya no recordaba de qué habían hablado.

 

—Tengo entendido que mañana vas a Melbourne para examinar unas propiedades de Kevin —dijo Alfonso.

 

Anahí se volvió hacia él y contuvo la sorpresa. Su abogado sabía sus intenciones y, probablemente, había considerado su deber avisarlo a él.

 

—Sí.

 

—Iré contigo.

 

—¿Por qué?

 

—También me interesa; como heredero de Kevin y miembro del consejo de dirección.

 

—Me quedaré a pasar la noche —dijo ella sabiendo que no dejaría tanto tiempo el trabajo.

 

—No importa. ¿Me imagino que has comprado el billete para el primer avión de la mañana?

 

Quería que la tierra se la tragara. ¡Con qué facilidad la había manipulado! El viaje de negocios no le importaba mucho, lo que realmente la molestaba era tener que pasar la noche con él. Sobre todo, cuando se trataba de un ardid que había inventado para que él no fuera; pero que, al final, se había vuelto contra ella.

 

El café se sirvió en un salón adyacente y ella se sentó agradecida en un sillón cómodo. Allí, al menos, se sentía segura.

 

Pero estaba equivocada.

 

Unos minutos más tarde, Alfonso se acercó a ella y permaneció a escasos centímetros. Su cercanía afectó a su respiración y, también, a otras partes más íntimas de su cuerpo.

 

¿Qué era lo que le estaba pasando? Los dos estaban actuando y, en cuanto volvieran al coche, volverían a su actitud de siempre: habitaciones separadas y vidas separadas, reuniéndose solo para guardar las apariencias.

 

Entonces, ¿por qué sentía que su cuerpo estaba anhelando el de él? Cada nervio estaba a punto, cada fibra sensible dispuesta para el placer.

 

Si la tocara, ardería de pasión.

 

¿Lo sabría él? ¡Esperaba que no! Sería una humillación total.

 

Quería que acabara la noche para poder irse a casa, quitarse la ropa y el maquillaje y meterse en la cama. Sola.

 

«Mentirosa. Quieres estar con él, volver a experimentar lo que ya compartisteis».

 

Pero la relación entre ellos había sido algo más; el sexo había sido la expresión física del amor entre dos personas que encajaban a todos los niveles.

 

Todos sus instintos le avisaron de que dejara esos pensamientos para no destrozarse más. Ella era una superviviente.

 

Eran más de las once cuando Alfonso le dijo que ya podían marcharse. Ella expresó su gratitud a los anfitriones, se despidió de algunas personas y caminó al lado de su marido hacia el coche.

 

—¿Ya no dices nada? —le preguntó él mientras iban camino a casa.

 

Anahí se giró al oír la suavidad de aquella voz de terciopelo pero, en su expresión, no distinguió nada especial.

 

—Estoy intentando ser yo misma otra vez después de hacer el payaso —declaró y escuchó su risita.

 

—¿Tan mal lo has pasado, eh?

 

En la casa de sus anfitriones se había sentido muy segura. Pero, de nuevo estaban solos y los efectos del juego todavía permanecían. Con todo, era consciente de un peligro elemental, consciente de que si no actuaba con cautela podía provocar una situación para la que no estaba preparada. Ni ahora ni en el futuro.

 

¿Habrían sido las atenciones de Alfonso totalmente fingidas? Se respondió a sí misma que no quería saberlo. Pero había una parte de ella que reaccionaba a sus caricias y le resultaba insoportable no tener un control absoluto sobre sus emociones.

 

No les llevó mucho tiempo recorrer la distancia entre Woollahra y Point Piper. Anahí se bajó del coche con un movimiento rápido y entró en casa unos cuantos pasos por delante.

 

El sonido de sus tacones sobre las baldosas de mármol retumbaba en el silencio de la noche. Sus pasos se dirigían rápidos hacia las elegantes escaleras.

 

Sabía que Alfonso estaba conectando el sistema de seguridad y apagando las  luces y luchó contra la necesidad de salir corriendo.

 

«¿Para huir de qué?», le preguntó una vocecita interior. «¿De ti misma?» Decidió no responder, ni siquiera quiso darle importancia.

 

Alfonso no intentó detenerla.

 

¿Por qué tendría el presentimiento de que él tenía una estratagema y un plan oculto?

 

¿Para seducirla?

 

¿Por qué? ¿Para probarse que podía hacerlo?

 

Tenía las mismas oportunidades de conseguirlo que un copo de nieve de sobrevivir en el infierno, se juró mientras se desnudaba.

 

Se quitó el maquillaje y se metió en la cama. Pero estaba demasiado alterada para dormir.

 

Después de una hora dando vueltas, agarró una bata y se dirigió hacia la piscina cubierta.

 

Allí, dejó a un lado la bata y se zambulló en el agua cristalina.

 

Nadó unos cuantos largos a braza y después cambió de estilo, disfrutando de la agradable sensación del agua fresca sobre la piel.

 

El único objetivo de tanto ejercicio era acabar tan fatigada que pudiera dormir plácidamente. Quizá, entonces, la imagen de Alfonso dejaría de perturbar sus sueños.

 

Cuando empezó a sentir los músculos cansados y la respiración agitada, decidió que ya era suficiente. Se dirigió hacia un extremo de la piscina y descansó allí unos segundos para recuperar el aliento.

 

—¿Ya has acabado?

 

El sobresalto del sonido de aquella voz masculina hizo que se soltara del borde y se hundiera.

 

Unos segundos más tarde, apareció en la superficie hirviendo de indignación.

 

—¡Me has dado un susto de muerte! ¿Cómo sabías que estaba aquí?

 

—El sensor de seguridad —informó Alfonso—. Un aparato suena al lado de mi cama si alguien enciende una luz mientras la alarma está funcionando.

 

—¿Así que decidiste investigar?

 

Allí de pie, parecía un ángel oscuro. Su albornoz azul marino la hacía  consciente de que ella no llevaba puesto nada.

 

El armario de las toallas estaba cerca, pero tendría que salir de la piscina y dar unos cuantos pasos para alcanzarlo.

 

—¿Estas intentando agotarte?

 

—Sí —contestó mientras rogaba que no adivinara la verdadera razón. Él se inclinó y le ofreció una mano.

 

—Te ayudaré a salir.

 

—Una manera de ayudarme sería trayéndome una toalla.

 

—¿Dándote un baño desnuda? La sospecha oscureció sus ojos.

 

—¿Cuánto tiempo llevas ahí?

 

—Unos cuantos minutos. Ella lo salpicó con agua.

 

—¡Pervertido!

 

Alfonso se incorporó, se quitó el albornoz y se zambulló en la piscina para aparecer a su lado.

 

—Ahora estamos en igualdad de condiciones.

 

Anahí levantó una mano, pero él se la agarró antes de que lo tocara.

 

—Suéltame.

 

Su sonrisa tenía un rictus peligroso que la hacía ponerse alerta.

 

—Por favor —añadió con suavidad, desesperada por la necesidad de poner distancia entre los dos. Estaba demasiado cerca... demasiado.

 

Ella se tragó el nudo que se le había hecho en la garganta.

 

—No pienso jugar al ratón y al gato.

 

—¿Es eso lo que piensas que estoy haciendo? ¿Jugando? Su mirada era intensa.

 

—Parece que te lo estás pasando bastante bien con la situación.

 

—¿Y a ti te gustaría escapar?

 

—Me gustaría salir del agua —le corrigió ella.

 

—Entonces, pedhi mou, sal —la animó él—. Yo no voy a impedírtelo. Ella lo vio alejarse nadando hacia el otro extremo.

 

Con movimientos rápidos, salió de la piscina y se puso la bata.

 

Tendría que sentir frío porque el agua estaba fresca, pero por sus venas corría fuego. El corazón le latía a toda velocidad mientras tomaba una toalla y se la enrollaba en la cabeza.

 

Aunque, esa no era la primera vez que compartía la piscina con Alfonso estando desnuda. Pero entonces...

 

«No», se dijo con resolución. No tenía que pensar en el pasado.

Sin mirar atrás, se dirigió con rapidez hacia su habitación, se dio una ducha y se secó el pelo. Después se metió en la cama.

De sus labios escapó un gruñido cuando vio lo tarde que era. En pocas horas su despertador sonaría y tendría que levantarse, cambiarse, preparar una pequeña maleta con cosas para un día y marcharse hacia el aeropuerto.|

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