Capítulo 2

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Hacía una noche muy agradable. La suave brisa proveniente del mar acarició a Anahí cuando salió del coche y se dirigió hacia la entrada del hotel.

Se había vestido para matar, aunque solo ella sabía el tiempo que había pasado seleccionando y descartando ropa, eligiendo un traje para salir victoriosa.

Alfonso la vio entrar.

«Negocios», se dijo en silencio al ver el estiloso traje de chaqueta negro. El corte del traje, el largo de la falda a media pierna, las medias negras que mostraban unas piernas bien torneadas de tobillos finos acentuados por los zapatos de tacón de aguja. Las únicas joyas que llevaba eran: un diamante colgando de una cadena fina de oro y un sencillo diamante en cada oreja.

¿Se daba cuenta Anahí de lo bien que él la conocía? Sabía las pequeñas señales que indicaban su talante: la forma en que se había recogido el pelo, el maquillaje perfecto, la altivez de su barbilla...

Era una fachada, solo una fachada que él había sido capaz de derrumbar con facilidad. Recordaba a la perfección, la sencillez con la que ella se derretía ante sus caricias.

Recordaba la suavidad de su pelo al introducir los dedos, su boca evocadora esperando la de él... La pasión salvaje que habían compartido, elaborando un camino de satisfacción mutua, era mucho más de lo que había tenido jamás con ninguna otra mujer.

Notó el momento en que lo vio y observó el leve enderezamiento, la manera en la que sus manos aferraron con fuerza el bolso. Su paso no vaciló al avanzar hacia él.

—Alfonso —saludó con educación, casi frialdad. «Toma el control», le advirtió una vocecita—. ¿Vamos dentro?

«Hielo y fuego», pensó él. Una combinación que nunca dejaba de intrigarlo.

—¿Estás deseando acabar rápido, Anahí?

Su mirada se encontró con la de él y la sostuvo.

—Preferiría que esto durara poco —afirmó ella de manera civilizada.

—¡Qué sinceridad! —exclamó él con sorna.

No hizo el más leve intento de tocarla, pero su cercanía ya era suficiente para notar el calor de su cuerpo y el aroma sutil de su colonia. Eso por no mencionar el aura de poder que portaba como una característica innata.

Estaba esperando el momento oportuno, decidió ella con un toque de amargura. Esa noche era solo una indulgencia. Una formalidad social para intentar crear un ambiente de mutuo acuerdo en el que poder convivir durante el próximo año.

Él no tenía nada que perder; sin embargo, ella...

«No pienses en eso», se apremió en silencio mientras entraban en el restaurante.

Ella le dejó elegir el vino mientras recorría con la mirada el menú, pidiendo, después de una cierta deliberación, una ensalada.

ReconciliaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora