Andrés parecía haber sido hecho meramente para divertir al destino, nunca sin una verdadera oportunidad de recibir su ayuda. Es decir, ¿por qué, si no, la vida seguía insistiendo en causarle más y más dolor?
Éramos una causa perdida. Lo fuimos desde que nos conocimos, pero estábamos tan asustados para reconocerlo; en su lugar, sólo pudimos aferrarnos al otro apenas encontrarnos de casualidad, descubriendo consuelo en los brazos contrarios, esa calma que ningún otro lugar o persona pudo ni podrá otorgarnos.
Lo abracé, y él me abrazó. Y dentro de nuestra pequeña y frágil burbuja, olvidamos que hasta la más perfecta de las ilusiones, en algún momento llega a su fin.
Y la playa, sería el preciado testigo del nuestro. De la ruptura de la más perfecta quimebra inimaginada.
Nuestra historia comenzó liberándonos de la oscuridad, y terminó entre el suave eco de un estallido fugaz.