Cazador de Santos

By RadioDrawings

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Diez años han transcurrido desde el atentado efectuado en la iglesia de Los Santos, pero los peligros en la c... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Confesiones
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21

Capítulo 9

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By RadioDrawings

- Aquí agente Hache del FBI para la LSSD. Eh... ¿Miller y Collins están en frecuencia?- habló por radio.

Con un rápido movimiento acomodó sus lentes de sol sobre el puente de su nariz. Abril estaba llegando a su fin y el sol brillaba con fuerza, anunciando un próximo y caluroso verano.

- Diez cuatro, agente- respondió de inmediato Miller.

- ¿Podemos reunirnos en comisaría de Sandy?- preguntó- Hay un asunto que tengo que hablar con ustedes.

- Diez cuatro. Aquí le esperamos.

Horacio mordisqueó su labio inferior. Normalmente era Collins quien le respondía en estos casos, no Miller. Bufó, agobiado de antemano. Seguro que el rubio se habría ofendido porque no habían podido verse esos días. Y es que, luego de la reunión con Volkov, él y Mimi no habían hecho más que ir y venir de comisaría de Vespucci a las oficinas del FBI para corroborar información y guardar copias de todas las declaraciones del tiroteo que tuvo lugar en el entierro de Clinton.

Muchos de los detenidos habían sido puestos en libertad por tratarse de menores de edad. Sólo una multa a sus padres y para casa. En el caso de los mayores de dieciocho años, muchos habían sido sentenciados a un par de semanas tras las rejas por tenencia ilegal de armas y alteración al orden público. Ninguna denuncia de por medio, lo que indicaba que la familia de Clinton estaría tan limpia como un vertedero. "Seguro prefieren arreglarlo en la calle", pensó Horacio.

Volkov había intentado que Taisha Mason impusiera una denuncia, pero sólo se prestó a dar declaración. Con la cabeza gacha, les dijo que sólo quería enterrar a su pareja y ponerle fin a todo el asunto. Ya no quería hablar con más policías.

Cerca del mediodía, Horacio aparcó frente a comisaría de Sandy. Fuera lo esperaban Miller y Collins, ambos vistiendo sus uniformes beige y esos ridículos sombreros que el capi se empecinaba en que todos sus agentes usaran.

- Buenas- los saludó, su voz amortiguada por la máscara que cubría medio rostro-. ¿Qué tal la mañana? ¿Muy movida?- preguntó, intentado aplacar la mirada asesina que el rubio le dedicaba.

Éste lo miró directo a los ojos, luego de analizar con desagrado su vestimenta, bufando en respuesta. No hubiese sido propio de él montar una escena frente a comisaría y en presencia de Miller, sabiendo que este no estaba al tanto del particular vínculo que unía a su adjunto con el agente del FBI.

Estaba furioso ante el desplante del de cresta. Collins solo quería apoyarle, estar a su lado. El "ntp" del último mensaje se había grabado a fuego en sus recuerdos. ¡Qué mierda! Se preocupaba por él y aún así el hombre lo ignoraba. ¡Ah! Pero para una ronda de sexo frente al mar bien que era el primero en llamar. "¡Cojones! Puto ruso, maldito Pérez".

- ¿Qué quiere, agente? -escupió entre dientes.

- Hostia...- susurró Horacio, sorprendido ante la agresividad contenida en la voz de Collins.

- Todo muy tranquilo por aquí- se adelantó a comentar Miller, mirando de reojo a su adjunto de sheriff-. ¿Quiere que hablemos dentro?- le ofreció.

- Eh, sí, sí. Diez cuatro- asintió rápidamente.

Dejando que los dos hombres se adelantaran, el federal los siguió. Intentaría mantenerse lo más profesional posible, ignorando cualquier mal trato del otro. Ya hablarían en privado por qué estaba, otra vez, enojado.

Miller lo condujo hacia su oficina, en donde lo invitó a tomar asiento en uno de los sofás. Collins, por su parte, se quedó de pie junto a la puerta, los brazos cruzados sobre su pecho.

- ¿En qué podemos ayudarlo, Horacio?- preguntó Miller.

- Pues... Supongo que sabrán todo lo que está pasando en el sur. El tema con las armas de alto calibre y tal...- comenzó a explicarles.

- Joder... Otra vez con la misma mierda -masculló el adjunto de sheriff, en lo que, se suponía, era un murmullo, pero lo suficientemente alto como para ser oído por los dos hombres dentro del recinto. Desvió su mirada hacia el pasillo que se extendía a su derecha. Miller levantó la vista, atónito. ¿Qué había sido eso?

- Prosiga, agente- lo motivó el de abundante barba, intentando obviar lo sucedido.

- Simplemente era para pedirles que estuvieran atentos al tipo de arma que portan los maleantes por aquí. Ya saben, si se hacen un badu a tiros o algo- carraspeó, incómodo por aquella situación-. Si ven algo sospechoso, un arma de alto calibre o algo, infórmenme... Por favor- pidió, levantándose de su asiento.

El rubio dejó escapar una risa maliciosa, mordiendo su labio inferior.

- ¿Pues para eso envían a... este... tipo? -inquirió señalando a Horacio. Estaba haciendo el mayor esfuerzo por ser lo más hiriente posible y que se evidenciara lo furibundo que estaba- Con un simple llamado telefónico hubiese bastado, Pérez. ¡Mierda! ¡Qué manera de hacernos perder el tiempo! Estos federales, llegan al norte y ya se creen el ombligo del mundo...

- Pues la próxima y a lo mejor ni siquiera me anuncio e intervengo en su jurisdicción sin avisarles una mierda, Collins- redobló la apuesta Horacio, tensando su espalda, haciendo notar los pocos centímetros que le sacaba-. Te recuerdo que, si quisiera, puedo hacerlo. No por nada soy un agente federal.

- Pero... A ver. Vamos a ver- Miller se interpuso entre ambos con gesto serio-. Collins, vete abajo y asigna a los cadetes. Anda- lo mandó.

El rubio tardó en reaccionar a la orden, pues seguía con sus ojos clavados en el moreno. No fue hasta que su superior le propinó un pequeño empujón que empezó a moverse.

- Diez cuatro... -musitó con su voz más grave y de inmediato salió pisando fuerte hacia la planta baja, arrancando con ira el sombrero que había adornado su cabeza y estrujándolo entre sus manos.

- Eh... Yo creo que mejor me voy- musitó el federal viendo a Collins bajar por las escaleras-. Siento haberlos molestado en servicio.

- ¡No, hombre, no!- Miller le dio una palmadita en el brazo- Éste que se despierta con los cables cruzados...- dijo, refiriéndose a su adjunto- Estaremos al tanto de lo que nos pidió. Cualquier cosa lo llamo, ¿de acuerdo?

- Vale, sí. Gracias- asintió el muchacho.

Tras despedirse de Miller, se retiró de su oficina. Con un nudo en la garganta, pero aún temblando de rabia, se encaminó a su coche. Hizo una mueca al ver que, del otro lado de las puertas de cristal, Collins se encontraba charlando animadamente con otros oficiales. Manteniendo la cabeza erguida, cruzó el umbral.

Collins había empezado a relatar una de sus tantas anécdotas, motivado por el coro de risas de los oficiales que lo rodeaban.

- ¿Cuándo van al Vanilla? Porque, ¡cojones!, avisen que quiero ir. En una de esas me encuentro con "Lucy Lu-lu" y sus buenas tetas -exclamó con una sonrisa socarrona, abriendo sus piernas y acomodando un poco la cintura de su pantalón. Al elevar el mentón en clara muestra de altanería, vio caminar al de crestas en dirección al parking-. Tremendo show me montó la otra noche tras bambalinas...

Apretando la mandíbula y obligándose a mirar al frente, Horacio subió a su vehículo y salió derrapando polvo y piedras por el lugar. Una cosa era saber por terceros que Collins asistía de vez en cuando al Vanilla. Otra era escucharlo hablar de aquella forma sobre una bailarina del Vanilla frente a todos los sheriffs de turno. Estaba cabreado. Muy cabreado. Pero no estaba celoso, no.

Le molestaba, por un lado, que se refiriera a una mujer de aquella forma. Era algo que habían discutido infinidad de veces. Por otro lado, le enfurecía saber que hacía todo ese acting de macho alfa heterosexual sólo para demostrarle... ¿Demostrarle qué? ¿Que no lo necesitaba? ¿Que prefería estar con una mujer a estar con él? Puras tonterías de alguien resentido y reprimido.

Lo peor era que ésta no era la primera vez. Cada vez que Collins se enojaba con él por algún motivo desconocido para el de cresta y, por razones laborales, debían verse, los comentarios homófobos estaban a la orden del día. Que si tal tiene pinta de maricón, que si el otro tira el jabón a propósito, que si el nuevo tiene pinta de saber mamarla. Nunca se los decía directamente a él, pero se aseguraba que los escuchara al pasar, como había hecho recién. Eso, o se ponía a ligar con la mujer que tuviera más cerca.

***

Estaba resultando ser una mañana algo aburrida para Miriam, aunque así la prefería luego de la semana tan ajetreada que había tenido que padecer. Después de haber estado yendo y viniendo con Horacio, tomando declaraciones, haberse visto involucrados en un tiroteo entre bandas en el cementerio, sin contar la visita a la casa de Taisha y su posterior declaración... En fin. Era mucha información y muchos acontecimientos acaecidos en poco tiempo.

Se reclinó en su silla, despegando la vista de los papeles que hubo estado completando hasta recién y estirando un poco sus músculos, suspiró. "Viernes", pensó. "Hoy tengo una cita".

El sólo hecho de repasar mentalmente el asunto la hacía sonrojar de inmediato. Estaba ansiosa, y no podía evitar sentirse algo aturdida. Que sí, que el hombre era guapísimo y al parecer muy amable, pero entraba en pánico con facilidad al imaginarse a solas con él. La inseguridad, esa maldita inseguridad, comenzaba a hacer mella nuevamente en su interior.

En ese tiempo habían estado intercambiando un par de mensajes y alguna que otra llamada telefónica, sobre todo por la noche o al despuntar el alba, antes de ir a trabajar. Nada extraño, un simple "¿Cómo amaneciste hoy?", "Buen día", "Buenas noches". Nicky se había preocupado mucho por su bienestar sabiendo que aquellos habían sido unos días algo complicados para la joven. Le prometió que se encargaría de darle una sorpresa en su cita, algo que haría arrancarle una amplia y "hermosa sonrisa".

Mientras rellenaba expedientes y escuchaba algo de música al azar por sus auriculares, buscando hacer más ameno todo aquello, Horacio irrumpió en la oficina, al parecer de muy mal humor. Tomando asiento en su escritorio, con el entrecejo fruncido e ignorando a su compañera, abrió una carpeta al azar y comenzó a leer.

- ¿Buenos días, Horacio? -musitó débilmente Mimi, bajando el volumen de la canción que resonaba desde su móvil.

- Hola- saludó, sin siquiera levantar la vista de los papeles-. ¿Alguna novedad?

- No. Ha estado todo muy tranquilo por suerte. Fede pasó a dejarme un paquete de galletas dulces, dice que son de su país. Coge una si quieres -dijo señalando el envoltorio abierto frente a ella- ¿Y tú como estás? ¿Por qué esa cara?

- Pues aquí ando... Aguantando a Collins y su mal humor de siempre- se refregó la cara con las manos, intentando disimular un bufido-. No sé qué hice ahora que lo molestó muchísimo.

Mimi se movió en su sitio, meditando lo que había oído de boca del moreno. Haciendo a un lado los audífonos, finalmente se giró hacia él.

- Horacio -le llamó en un susurro-, una vez me dijiste que lo de ustedes es un polvo cada tanto y ya. Nada serio. Pero... Es que me pregunto: ¿él pensará igual que tu? Quiero decir...

- Ya... Somos amigos y nos liamos de vez en cuando, ¿sabes? Pero esto ya... Supongo que tengo que hablar con él- se rascó la nuca-. Es difícil. Quiero decir... Me cae bien, nos llevamos bien y... Bueno. Nos entendemos en la cama- se sonrojó al recordar su último encuentro-. Pero no estoy seguro de querer nada más con él.

La joven suspiró. Lo suponía. Mimi podía ser extremadamente perspicaz para determinados asuntos. Con Collins apenas había llegado a cruzar un par de palabras, pero interpretó de inmediato aquella escena de celos durante el operativo en Rancho, aún cuando Hache siquiera se hubo percatado de esto, o simplemente había optado por ignorarlo. Podía ser que el moreno no sintiera nada más que cariño hacia el sheriff, pero éste sentía algo más por él. En conclusión: no estaban en la misma sintonía.

- Mira -dijo de repente e intentando llevar algo de alegría al rostro de su compañero, le tendió su móvil para mostrarle la fotografía que le devolvía la pequeña pantalla-. Tal vez esto ayude a levantarte un poco el ánimo- en ella estaba Fannie sentada sobre una alfombra, con un cuaderno sobre sus piernas, rodeada de crayolas y lápices de colores- Es una sorpresa, así que no digas nada, ¿eh? Ese dibujo es para ti.

- ¡No! ¿En serio es para mí?- exclamó, gratamente sorprendido, contemplando la foto más de cerca.

- ¡Que sí, Hache! -soltó una cálida carcajada al ver su reacción- Así que hoy te toca colgar la chapa y hacer de niñero.

- Sí, sí, que me acuerdo. Hablando de eso, ¿está bien si preparo un postre con las niñas? Lleva miel. Pueden comer miel, ¿verdad?- de repente, abrió los ojos como platos, percatándose de su nulo conocimiento sobre ellas- ¿Son alérgicas a algo? Hay gente a la que la miel le sienta mal, o...

- ¿Quieres cocinar? ¡Qué emoción! No tienes idea de lo felices que estarán al saberlo – palmeó sus manos con entusiasmo- A ver... -dijo sopesando por unos segundos su respuesta-. Fannie es alérgica a las cerezas... Pero nada grave, tranquilo -agregó esto último al notar el pavor en su semblante-. Es más, hace un tiempo encontré a Mica comiendo arena en la plaza, así que ya me dirás tú... -rio nuevamente- Pueden comer miel sin ningún tipo de problema. No te preocupes. Lo que sí, ninguna de ellas come carne roja, sólo pescado.

- Eh... Vale, espera...- buscó desesperado su libreta y un bolígrafo. "Fannie NO cerezas. Mica NO arena. Sólo pescado", anotó con letra desprolija- ¿Algo más? ¿A qué hora voy?

- Nicky pasará a recogerme a las seis de la tarde, así que, si quieres, puedes llegar unos minutos antes.

- Ah, así que ya es "Nicky"- comentó con sonrisa burlona.

- Ya basta, Horacio -dijo Mimi con una risilla tímida, mientras tocaba sus mejillas intentando aplacar el calor en ellas.

- Vale, llegaré antes. Puedes tomarte el resto del día si quieres, no hay mucho que hacer hoy por aquí...- ofreció, encogiéndose de hombros.

- ¿En... en serio me puedo ir? -preguntó aclarando su garganta- ¿Estás seguro de que no necesitas ayuda?

- Tranquila. Fede aún está haciendo copias de las cámaras de seguridad que rodean el cementerio y tal- explicó-. Además, la jefa también se iba a ir temprano hoy, así que...

- Bueno... Entonces me voy -dijo sin más remedio, poniéndose en pie y comenzando a ordenar tranquilamente su escritorio, guardando sus pertenencias en su bolso y calzando la chamarra que colgaba del perchero. Tendría la tarde libre para descansar y ocuparse de sus asuntos mientras que las niñas estarían en la guardería hasta las tres. Se dirigió a Hache, abrazándole brevemente por la espalda en un gesto fraternal-. Muchas gracias - y así se encaminó hacia la puerta, despidiéndose con un alegre "Hasta más tarde" y una sonrisa dibujada en sus labios.

***

Había aparcado en la autovía que corría paralela a los múltiples chalés que bordeaban la costa oeste de Los Santos. El pueblo costero de Chumash, el más elegido por los isleños para retirarse y olvidarse del caótico mundo que representaba el sur del Estado.

La pelirroja resopló aún con las manos sobre el volante, pispeando el exterior de la residencia, la más pequeña de la zona. Angosta y de tres pisos, se sostenía sobre unos pilotes que la resguardaban de las inclemencias del tiempo y la crecida del mar. De tejado verde, un balcón con muchas plantas engalanaba su fachada y un portón blanco indicaba la entrada de vehículos. Una digna casa para pasar los últimos años de vida de una persona. Se respiraba tranquilidad aún cuando cientos de turistas se aglomeraban en sus playas debido al delicioso clima casi veraniego que estaba haciendo. Cogió el pastel de zanahorias que había comprado en el centro comercial próximo a la zona y descendió del vehículo.

Al menos una vez por semana, Michelle Evans se tomaba el día en el trabajo y viajaba unas cuantas millas en su Oracle negro a visitar al que en un tiempo había sido su cuñado. No era una persona por la cual sintiera un gran afecto, pero había formado parte de su familia, de su vida y juntos habían compartido cientos de momentos. Además, estaba solo. Enfermo y solo. Su esposa, hermana menor de Michelle, había fallecido hacía mucho tiempo, por lo que no tenía a nadie cercano capaz de velar por su integridad. Por eso mismo ella se sentía en parte responsable por él.

Se encaminó hacia la puerta de entrada y, antes de llamar, suspiró, alisando su camisa con nerviosismo. Aunque la mujer ya estaba acostumbrada, estas visitas nunca resultaban ser muy agradables. Presionó con fuerza el timbre y esperó.

- ¡¿Quién coño es?!- vociferó alguien desde dentro. Una voz grave, severa. La voz de alguien que había pasado muchos, demasiados, años dando órdenes.

- ¡Atiendo yo, señor!- exclamó otra persona.

Rápidos pasos se escucharon detrás de la entrada hasta que un hombre, vestido con un uniforme celeste cielo parecido al que usaban los enfermeros, le abrió la puerta.

- ¡Buenos días, señorita Evans!- la saludó con una amplia sonrisa- Pase, por favor. Le informaré al señor Conway que vino a visitarlo- dijo, antes de desaparecer por el pasillo.

La mujer ingresó a la residencia con presteza y en silencio. Mientras esperaba la salida del anfitrión, se dedicó a inspeccionar el lugar. Sus ojos cafés se pasearon por las paredes blancuzcas en donde relucían las antiguas insignias y medallas que delataban el paso de Conway por el ejército y la marina, además de decenas de fotografías que abundaban en cada rincón y que contaban miles de historias.

Se detuvo en dos de ellas. Una junto a la otra como un par indisoluble ocupaban un sitio especial en la reducida habitación. En la primera había una mujer rubia, vistiendo una chaqueta de jean, con una amplia sonrisa estampada en su rostro y un pequeño y regordete bebé entre sus brazos. ¿Cómo olvidar esa fotografía, cuando había sido ella quien se la había tomado, en una de las pocos viajes que hubo hecho a Kentucky después del nacimiento de Mathi? Acarició con nostalgia el rostro de su hermana para luego desviarse hacia el retrato a su lado.

Rio divertida. Allí estaba, un cuarentón de cabello relamido y lentes oscuros, con su típica cara de hastío rodeado de dos jóvenes novatos, enfundados en sus trajes de la LSPD, sonriendo ante la cámara que el menor de ellos, el de cresta colorina, sostenía.

- ¡Joder, Evans! Llegas justo a tiempo para decirle a este capullo que me devuelva la portátil.

Jack Conway apareció por el final del pasillo. Llevaba una camiseta de algodón negra, pantalones de jogging grises y las pantuflas que ella le había regalado cuando las sesiones con su kinesiólogo habían terminado. Mantenía su peso siguiendo una estricta dieta y corriendo en su cinta todos los días, pero el paso de los años se hacía notar. Más cercano a los setenta que a los sesenta años, ya pintaba canas a los costados de su cabeza, su espalda se arqueaba un poco hacia delante cuando creía que nadie lo estaba mirando, y unas profundas arrugas dibujaban caminos alrededor de su boca y ojos.

Sin embargo, aún era un hombre que imponía con su terco carácter y mirada desafiante. O al menos solía intimidar a sus cuidadores.

- ¿Portátil? ¿En serio? -exclamó Michelle, mirando al corpulento enfermero, quien se había mantenido en un rincón atento a la situación- Pues... algo habrás hecho para que te la quiten.

Desde que Jack había sido diagnosticado con demencia senil en estadio avanzado, además de un Trastorno por Estrés Post Traumático, era difícil tratar con él. Más que antes.

A veces se remitía a una época muy lejana en donde todavía era parte del ejército y vivía una vida apacible junto a su esposa e hijos. En otras ocasiones, volvía al instante en el cual Julia y Danielle habían sido asesinadas y Mathias, su pequeño y adorado hijo había sido arrebatado de sus brazos. Pero la mayor parte del día creía que aún ostentaba de su cargo de superintendente, que su retiro era temporal, que en cuanto dejara de ver a su psiquiatra podría volver al cuerpo.

Si alguien ajeno a su historia entablaba una charla con él, no vería ningún fallo de lógica en lo que el hombre contaba de su vida: había servido al ejército, se había casado y había tenido dos hijos. Un antiguo compañero de la milicia se había vuelto loco, asesinando a su esposa e hija, y secuestrando a su hijo menor, como parte de su venganza. Con el corazón partido, no le había quedado más remedio que seguir adelante. Debido a su experiencia y necesidad de calma, sus superiores lo habían designado para administrar la comisaría de Los Santos. Un día, mientras asistía al aviso de un robo de casa, el lugar había explotado por los aires debido a una fuga de gas y el descuido de los delincuentes. Desde entonces, se recuperaba en su casa de verano, esperando a que le dieran el alta para volver a patrullar por la ciudad.

Tenía lógica, sí. Para alguien que no conociera toda la historia de Jack Conway, lo que el hombre contaba tenía lógica. El problema era que, ya fuera por los estragos que la demencia hacía en su cerebro, o por la amnesia propia del trauma, omitía un detalle muy importante. Tres, más bien. Tres personas.

A veces no recordaba a Volkov como su antiguo comisario. Con más frecuencia que antes, solía referirse al hombre como un "espía comunista", y no se explicaba cómo es que la policía de Estados Unidos lo había aceptado en sus filas.

Rara vez se acordaba de Horacio. Si lo hacía, mascullaba que se trataba de un simple cadete que le había servido como sapo en alguna ocasión. Si no, se espantaba por las pintas de "punk antisistema" del joven.

De Mathias, o Gustabo, no recordaba nada. No lo recordaba como cadete, ni como sapo, ni como hijo. No recordaba el día en que Michelle le entregó los resultados de ADN confirmando su paternidad, ni el Trastorno de Identidad Disociada que el muchacho padecía. No recordaba a "Pogo", el machetazo que le había asestado en el pecho, ni la iglesia volando en mil pedazos con ellos dentro.

Estas importantes omisiones le hacían cada vez más difícil a Horacio y Volkov volver a verlo (además de los constantes insultos y malos tratos). Era doloroso, tanto para ellos como para Jack, quien a penas soportaba esas miradas cargadas de misericordia que los dos extraños le dedicaban.

Sin embargo, eso no era todo con lo que Evans debía lidiar como su tutora legal. Podía llegar a atacar a alguno de sus cuidadores en los momentos más inesperados. A altas horas de la madrugada solía escapar de su habitación y deambular por las distintas áreas de su vivienda con total libertad. El hecho más terrible fue cuando disparó en mitad de la noche un arma que, la pelirroja juraba y perjuraba haber guardado bajo llave, hiriendo a un enfermero en un brazo al confundirlo con un enemigo. Por supuesto que el pobre hombre renunció e inició una demanda en su contra. Demanda que nunca llegó a tribunales gracias a la rápida intervención de Michelle y a un acuerdo fuera del estrado.

Desde ese entonces no había cuchillos ni armas de ningún calibre a su alcance, y su medicación había sido aumentada para evitar este tipo de episodios.

- Jack -lo llamó Evans con voz fuerte y clara-, esta fotografía es nueva. ¿Quién te la regaló? -musitó, señalando el retrato que había visto minutos antes, buscando desviar así su atención.

- ¿Cuál?- preguntó, mirando hacia donde la pelirroja señalaba- ¡Ah, eso! El chico de la cresta, eh... ¿Horacio? Me la regaló. Dijo que fue de su primera semana como cadete- se quedó absorto mirando la fotografía, como intentando dilucidar algún dato más que se le estuviera escapando. Jack sabía, por palabras de Evans, que una fuga de gas casi había acabado con su vida. Horacio le contaba la misma historia, sólo que agregaba que el chico rubio que aparecía en la foto con ellos había fallecido en ese accidente-. Ya no se tiñe la cresta de colores, ¿verdad? Últimamente la trae de color gris y ya. ¿Y dices que trabaja para ti ahora?- preguntó, alzando una ceja- A ver si pones mano dura en tu equipo, Evans, que tus agentes parecerán unos putos payasos con esas pintas.

Michelle sonrió al notar que aquel día había despertado particularmente lúcido. Agradeció internamente el poder verlo así, capaz de recordar aunque sea algo tan nimio como el color de la cresta de Horacio. Eran hechos que no ocurrían todo el tiempo y había aprendido a valorarlos. Lo analizó atentamente. Aún tras las arrugas que adornaban su semblante y las canas que teñían sus cabellos, todavía podía vislumbrar a aquel tipo tan severo a la par de leal, devolverle la mirada.

- Sí, trabaja para mi ahora. El mejor agente de esta delegación, aún con "esas pintas" -musitó sin borrar su sonrisa, dejando entrever una nota de sincero orgullo en su voz-. Ahora, mira, Jack. He traído el pastel de zanahorias que tanto te gusta. ¿Qué tal si nos sentamos a conversar un rato? Podemos pedirle a Sebastián que nos prepare un té -el enfermero asintió desde su lugar, encaminándose raudamente hacia la cocina.

Conway gruñó al recordar a su cuidador.

- Y que me devuelva el portátil, que no estaba haciendo nada malo- masculló.

- ¡Estabas intentando comprar un rifle en línea!- gritó Sebastián desde la cocina.

- ¡Es temporada de patos, coño!- se excusó Jack, arrastrando sus pies en dirección al cuidador.

Michelle alarmada, permaneció unos segundos pensando en lo que había tenido que oír.

No podía creer que hubiese intentado comprar un arma en línea. Sabiendo que las tarjetas estaban ahora a su nombre, no llegaba a comprender cómo se las había ingeniado para obtener sus datos personales. Es que... ¡Joder!

- Pero, ¡Jack! -la mujer salió disparada hacia donde los hombres se hallaban, temiendo quizás que el otrora superintendente cogiera una sartén y se la partiera con fuerza en la espalda al pobre Sebastián, como años atrás hubiese hecho con la porra -¡Jack ven, que quiero mostrarte algo! ¡Jack!

- ¿Qué pasa?- gruñó a medio camino de la cocina.

- Ven- Michelle lo tomó con delicadeza del brazo derecho y lo guio hacia una ventana. Una de las tantas que tenía con vista al mar.

El día soleado, las aves cantando a lo lejos. El cielo tan celeste que sobre el horizonte se confundía con el azul del manto que se extendía frente a ellos. Jóvenes que iban y venían, paseando por sus playas. Padres, madres e hijos jugando en la arena o zambulléndose en la calidez del agua que bañaba la costa de Los Santos. Mucha vida y alegría. Y, por supuesto, el hermoso y embriagador sonido del mar que tanta calma llevaba a la mente del atribulado Jack Conway.

Observaron el horizonte durante largos segundos hasta que Sebastián les anunció que el té estaba servido en el salón. Allí se instalaron. Sólo una vieja radio sintonizaba canciones algo pasadas de moda en una de las esquinas del recinto.

- Dime... ¿Tienes alguna novedad?- preguntó Jack, escudriñando el rostro de la pelirroja.

- ¿Novedad? -frunció el ceño mientras le daba un sorbo al contenido de su taza- ¿Sobre qué?

- Mathi- respondió, como si se tratara de una obviedad-. ¿Hay alguna novedad sobre mi hijo?

Michelle descendió lentamente su taza hasta depositarla sobre la mesa. Aunque ya se encontraba más que acostumbrada a esa pregunta no podía evitar sentir un escalofrío recorrer su cuerpo cuando Jack la pronunciaba, ignorante sobre todo lo que había acaecido desde el secuestro del pequeño hasta su muerte. Suspiró. En más de una ocasión había intentado explicarle la verdad, pero el hombre se negaba a aceptarlo y, en el peor de los casos, comenzaba a gritar y llorar, rompiendo lo que sea que encontrara en su camino. Por ese motivo, y para evitar alterar su estado de ánimo, había optado por seguirle la corriente, aún cuando aquello resultara sumamente doloroso para ella.

- Estamos trabajando en eso -musitó con seriedad, aunque su voz se rompía de tanto en tanto-. Estamos... tras una pista. Esperamos dar pronto con... con el paradero de Mathi.

- Bien- sus ojos negros brillaron, como siempre que Michelle le daba esa respuesta-. Bien. Mantenme al tanto.

***

La tarde llegó rápido para Horacio quien, ataviado con varias bolsas del supermercado, aparcó frente a la residencia de Mimi a las cinco y media. Había comprado todo lo necesario para preparar medovik, el pastel de miel del que Volkov le había hablado hacía unos días. También llevaba croquetas de atún y papas para acompañar.

Ansioso, se encaminó hacia la puerta de la casa y tocó el timbre.

Dos pequeñas cabecitas, una rubia y la otra morena, se asomaron curiosas y expectantes, tras la cortina del ventanal que comunicaba a la calle. Parecían cuchichear entre ellas.

De repente, la figura de la joven madre se hizo presente del otro lado de la puerta, llevando sus ensortijados cabellos en distintas direcciones. Vestía una camisa beige de satén con un pronunciado escote, dentro de un ajustado pantalón negro y un cinturón a juego. Calzaba unos zapatos de tacón y unos pequeños zarcillos dorados que contrastaban a la perfección con su tostada piel.

- Em... Hola, Horacio -musitó, algo cohibida por su presencia-. Entra, por favor -lo invitó con un ademán, mientras se hacía a un lado.

- ¡Joer, pero si vas preciosa!- la alabó Horacio, mirándola de arriba a abajo- Oye, si te cancela el doc, salimos nosotros, ¿eh?- comentó como al pasar, sin ninguna segunda intención.

- Eh... eh... yo... gracias -Mimi había comenzado a balbucear con nerviosismo. Su rostro era fuego. No estaba acostumbrada a ese tipo de halagos y ni siquiera se creía digna de merecerlos. En medio de sus cavilaciones, sin quererlo, su mano resbaló sobre el picaporte cerrando la puerta con un estruendoso golpe. El sonido alertó a las mellizas, las cuales, hasta hacía instantes, habían estado enfrascadas en una importante discusión.

Estas corrieron hacia los adultos, abandonando su sitio junto a la ventana. Las dos con sus ojos abiertos como platos al ser testigos del peinado de Horacio en todo su esplendor. Permanecieron unos segundos allí, analizando bajo la tenue luz del hall de entrada esa orgullosa y bien peinada cresta blanca con destellos plateados que adornaba su cabeza.

Saliendo del estupor inicial, aunque aún sorprendida, Mica optó por ignorar al recién llegado, volteándose hacia el sillón de la sala y poniéndose a jugar con un peluche que había encontrado sobre la alfombra. Fannie por su parte, con total naturalidad, se abalanzó sobre el moreno, abrazándole fuertemente por su pierna.

- ¡Hola, Horacio! ¡Me gusta tu peinado!

- ¡Muchas gracias, Fannie! ¡Al fin alguien con buen gusto!- agradeció, dándole suaves palmaditas sobre la cabeza- Eh... Traje cosas para que cocinemos juntos los tres. Tú, Mica y yo. ¿Crees que a tu hermana le guste la idea?

- ¿Por qué no van a preguntarle? -Les incentivó dulcemente Mimi cogiendo las bolsas del supermercado que Horacio traía entre manos.

- Sí, mami. Ven, Horacio -musitó la pequeña, comenzando a arrastrar al mayor hacia la sala mientras su madre desaparecía rumbo a la cocina- ¡Mica! ¡Mica! -la llamó con su voz más chillona- ¿Quieres cocinar con nosotros?

La niña de rizos chocolate se giró levemente hacia su hermana y el adulto que le sonreía y saludaba desde las alturas. Los analizó brevemente, con el entrecejo fruncido y un puchero dibujado en su pecoso rostro.

- No -masculló al parecer furiosa. Aunque sus ojos habían brillado de expectación ante la idea de poder cocinar como su mamá- No quiero.

Y volvió a centrar su atención en el peluche, haciéndolo girar entre sus regordetas manitas mientras imitaba algunas voces raras y simpáticas de su programa de televisión favorito.

- Ah, ¡qué lástima! Es una receta que el comisario Volkov me dio para probar con ustedes- mintió Horacio, sabiendo la adoración que tenía la niña por el ruso-, pero si no quieren hacerla, supongo que tendré que decirle que no les gustó...

Mica se volteó hacia el de cresta, dejando el juguete a un lado.

- ¿El cosimario? -inquirió con ilusión. El enojo parecía haberse disipado rápidamente de su rostro.

- Ajám- asintió el de cresta como quien no quiere la cosa-. Pero, eso, si no quieren ayudarme a cocinar la receta del comisario, bueno...

- ¡Yo quiero! ¡Yo quiero! -gritó por primera vez la pequeña de cabello castaño, dando unos brincos de alegría.

- ¡Yo también quiero! -había dicho Fannie a la par comenzando a saltar alrededor de Horacio.

Horacio soltó una carcajada al ver cómo, de repente, las dos niñas se habían revolucionado.

- ¡Vale, vale! Pero, primero, deben ir a lavarse las manos- indicó.

Las mellizas salieron disparadas hacia el baño, riendo, saltando y comentando lo que harían de ahí en más. Miriam apareció en la sala luego de acomodar los víveres sobre la mesada y la alacena. Antes de que Nicholas llegara, le mostró el resto de la vivienda a su compañero, brindándole una serie de indicaciones y recaudos que debería tomar como niñero.

- Les gusta que les lean antes de irse a dormir. Lo ideal sería que a las diez estuviesen en sus camas, pero los fines de semana suelen... descontrolarse un poco -rio-, y terminan yéndose a dormir a las dos de la mañana. A esa hora estaré en casa, así que no tienes por qué preocuparte. No temas regañarles si crees que hacen algo mal, ¿de acuerdo?

- Vale, vale- asintió rápidamente-. Eh... Pero estate atenta al móvil, ¿eh? Que cualquier cosa voy a llamarte- le dijo casi en una súplica.

- Que sí, hombre. Relájate. Saldrá todo más que bien. Confío en ti - exclamó divertida, palmeando su hombro para de inmediato coger su cartera y el saco de hilo que descansaba sobre el respaldar del sillón. En ese instante como si estuviesen perfectamente coordinados, una bocina se hizo oír desde la calzada. El pitido del claxon, anunciando la llegada del doctor hizo que el corazón de Mimi se acelerara bajo su pecho- Eh... eh... ¡Niñas! ¡Mami se va!

Las pequeñas salieron del baño en donde habían iniciado una pequeña guerra de agua y jabón, y corrieron hacia su madre. Fannie se echó a sus brazos, con el cabello todavía húmedo, para plantar un beso en su mejilla. Mica por su parte, se despidió tímidamente desde lejos. Miriam, sabedora del carácter de la niña se aproximó a ella hasta abrazarla fuertemente.

- Pórtense bien y no hagan renegar a Horacio, ¿sí?

- Cualquier cosa me mandas tu 10-20 y acudimos en apoyo, ¿vale?- le dijo Horacio con prisa, escoltándola hasta la puerta-. ¡Que te vaya bien! ¡Nos vemos en un rato!- se despidió.

- Diez cuatro - La joven se fue alejando de ellos hacia el vehículo de Nicholas, un deportivo "Neo" de color negro.

El hombre asomó el brazo a través de la ventanilla al ver a Horacio apostado junto a la puerta de la vivienda igual que un centinela.

- ¿Cómo está? - vociferó el rubio con una cálida sonrisa, mientras Mimi subía del lado del acompañante.

- Todo bien, doc- sin querer, se había cruzado de brazos-. Mimi, ya sabes: si necesitas 10-32 sólo envíame tu 10-20, ¿vale?

La joven levantó un pulgar entre risas, antes de meterse dentro del deportivo. Nicholas, confundido, puso pie en el acelerador, haciendo que aquel bólido negro se perdiera hacia el centro de la ciudad en mitad de aquella tarde noche de primavera.

- ¡Muy bien, niñas!- exclamó, dándose media vuelta hacia las pequeñas que lo esperaban a la entrada de la cocina con sus manos aún chorreando agua- Vamos a preparar el postre de esta noche. ¿Alguna vez hicieron un pastel con Mimi?

- ¡Yo! ¡Yo! - empezó a gritar Fannie alzando un brazo, ansiosa por explicar lo que tenía en mente-. Una vez hicimos galletas con mami y estaban ricas.

- Sabían a caca -musitó Mica para luego soltar una sonora risotada, cubriéndose la boca con ambas manos.

- Bueno, esperemos que nuestro pastel de miel no termine sabiendo a caca- musitó Horacio. Sus habilidades culinarias no eran las mejores, pero confiaba en la receta que había descargado de internet.

Tras indicarle a las niñas que esperaran sentadas en los taburetes de la isla mientras él acomodaba todos ingredientes en la mesada, cogió su móvil y puso a reproducir una lista de música apta para menores de edad. Le había tomado toda la tarde encontrar canciones de su agrado que no hablaran sobre genitales, culos o que dijeran malas palabras, pero al ver a Fannie y Mica mover sus cabecitas siguiendo el ritmo, supo que había valido la pena.

Puso a baño maría la miel, manteca y el azúcar. Cuando todo eso estuvo bien integrado y derretido, lo pasó a otro bowl junto con las yemas de huevo y harina para que las chiquillas pudieran turnarse para batir.

- Horacio -lo llamó la pequeña de rizos, mientras su hermana batía con ahínco la preparación, salpicando todo a su alrededor- ¿Cuándo llega el cosimario?

- Eh... ¿Cómo?- preguntó extrañado. ¿Acaso Volkov había quedado en acudir también y Mimi no le había avisado? ¿O él habría dicho algo que confundió a la pequeña?- A ver...- carraspeó, intentando inventar una excusa lo suficientemente buena para calmar a la niña- Yo no sé si pueda venir hoy, Mica. A lo mejor hoy el comisario está ocupado, ¿sabes?

- Pero... ¡No!... Me prometiste que vendría- mintió la pequeña. Sus ojitos grises se habían empañado rápidamente por las lágrimas próximas a salir y sus mejillas se colorearon de un profundo carmín.

Fannie había dejado de batir mirando de reojo a su melliza.

- No llores. Ese cosimario es aburrido. Es mejor Horacio.

- ¡Cállate, fea! -chilló, cruzándose de brazos sobre la mesada y escondiendo su rostro entre ellos- No quiero cocinar más -exclamó con una voz ahogada.

- Eh... Eh... Joder...- musitó el de cresta al ver la escena que se desarrollaba frente a sus ojos- N-No llores, Mica, ¿vale? Lo que pasa es que el comisario Volkov es un hombre mayor y tiene mucho trabajo que hacer- le explicó.

La susodicha despegó el rostro de la mesa, lentamente, dedicándole una mirada furibunda al de cresta.

Francesca comenzó a reír con malicia, volviendo a la mezcla.

- Es que es feo y viejo -siguió, mientras tarareaba la canción que reproducía el móvil del federal.

- ¡Él es feo! -Mica señaló a Hache, quien atónito veía el conflicto entre las pequeñas, sin saber bien cómo intervenir- Tiene un pelo raro y... Y...

- ¡Basta, Mica! ¡Horacio es mejor! -gruñó Fannie en respuesta.

- ¡No te quiero escuchar, mala! -vociferó la otra cubriendo sus oídos en el mismo instante en el que Fannie comenzaba a cantar: "Cosimario feo y viejo, cosimario feo y viejo", sólo con el propósito de enrabiar aún más a su hermana.

La castaña, ya harta de su melliza, cogió un huevo que yacía peligrosamente a su alcance y sin mediar palabra, lo estrelló con fuerza en su cabello. Antes siquiera que la rubia pudiese reaccionar, bajó ágilmente del taburete, echándose a correr en dirección a la sala, buscando un sitio en dónde esconderse.

- Hostia...- musitó Horacio, pálido del miedo por la reprimenda que se llevaría por parte de Miriam si no solucionaba aquello.

Calmó a Fannie como pudo, diciéndole que el huevo era realmente bueno para darle brillo al pelo, y la guio hasta el baño para poder enjuagarle los restos de comida en el lavamanos. Mica, por su parte, se había encerrado en la habitación y se negaba a abrirle la puerta al de cresta.

- Quédate aquí, ¿vale?- le pidió Horacio a Fannie, dejándola sentada en uno de los sillones de la sala, una toalla aún cubriendo su cabello húmedo en un gracioso turbante.

A paso ligero volvió a la cocina y, sin pensárselo dos veces, marcó el número de Volkov. Estaba seguro de que él podría lidiar con Mica.

***

Hacía minutos que Viktor había iniciado su provechoso y más que merecido fin de semana de descanso. Después de unos días laborales más movidos de lo normal, había optado por salir pronto de la dependencia policial, dejando a Kovacs a cargo de toda la malla.

Como hacía calor, se dio una rápida y reconfortante ducha, calzándose unas chanclas, un pantalón corto que dejaba a la vista sus blancuzcas piernas (en otro tiempo mucho más musculosas) y una playera gris que le quedaba aún más holgada que la última vez. Fue a la cocina y cogió todo lo necesario para prepararse un tentempié antes de irse a dormir. Su plan era sencillo, un libro, un sándwich de jamón y queso, y una botella de vodka para así disfrutar de la apacible noche primaveral con aroma a verano que se cernía sobre Los Santos.

Con todo listo, ocupó un sitio en la larga reposera ubicada en su balcón y abrió el libro en la página que había dejado la noche anterior. No había llegado a leer ni siquiera un párrafo cuando su móvil (el cual por algún motivo había dejado encendido) comenzó a sonar.

- ¡Govnó! - farfulló antes de ver el nombre que figuraba en la pequeña pantalla. "¿Horacio?". El hecho de que el federal lo llamase a su número privado después de tantos años, lo había descolocado momentáneamente. Descolgó la llamada presuroso y llevó el aparato a su rostro, temiendo lo peor- ¿Horacio?

- ¡Volkov! ¡Ven a la casa de Mimi! Es... ¡Es una emergencia!

***

Nicholas manejaba con una prudencia tal que rayaba lo absurdamente lento. No lo hacía adrede: disfrutaba tanto conversar con Miriam que, si por él fuera, se quedarían toda la noche paseando por las calles de la ciudad, simplemente escuchando las anécdotas que la agente tenía para contar.

Sin embargo, al cabo de veinte minutos arribaron a su destino, por lo que se vieron obligados a pausar su charla. El restaurante elegido por el joven pediatra era el recién inaugurado "Kyoto", que ofrecía a sus comensales una amplia carta de platos típicos nipones. Un hombre de ojos rasgados y kimono negro les indicó un lugar libre para aparcar, y luego los guio a la entrada principal.

- Espero que te guste. Lo elegí porque tienen muchas comidas veggies, y... Pues... No sabía si tú eras vegetariana o vegana- le explicó en voz baja mientras caminaban por los estrechos pasillos del recinto, siguiendo a la acomodadora.

- Gracias, Nicky -musitó sorprendida por la cordialidad del hombre, brindándole una disimulada mirada de reojo mientras iban lado a lado-. En efecto, soy vegetariana. Esto es... Creo que nunca pisé un restaurante tan magnífico como éste -agregó maravillada de la exquisita y pulcra decoración propia de aquel país de Oriente. Tan tradicional a la par de moderna. Mezclando a la perfección ambos mundos.

- Es hermoso, sí- murmuró, sus ojos fijos en el rostro de la agente.

Les indicaron que pasaran a uno de los reservados. En el pequeño habitáculo sólo había una mesa baja y muchos almohadones color jade a su alrededor. Las paredes pintadas como recreando un jardín de cerezos en flor le daban un toque mágico al lugar.

- Su camarero vendrá enseguida- les dijo la acomodadora y, tras dirigirles una leve inclinación de cabeza, se retiró.

Mimi se mantuvo en su sitio enarcando las cejas al ver que aquella era una sala privada. ¡Joder! ¡Que solo estaban ellos dos! Su corazón latía desbocado. Habían viajado juntos, pero aquello era muy distinto considerando que ahora estaban en un ambiente tan íntimo, sin nada ni nadie que los distrajese y que, además, Nicky parecía no querer quitarle los ojos de encima. Bueno, ¿a quién quería engañar? Miriam tampoco podía dejar de mirar al médico. El buen hombre estaba vestido acorde a la ocasión. Con su cabello rubio bien tirante hacia atrás y una perfilada barba, vestía una camisa negra con sus dos primeros botones abiertos dejando entrever lo que parecía ser un fornido pecho. Sus trabajados brazos a la vista y un pantalón que dejaba poco a la imaginación. Que sí. Que Miriam a veces podía pecar de ingenua, pero no era nada tonta. El calor subió rápidamente a sus mejillas cuando se encontró pensando en esos pormenores. Su imaginación había comenzado a divagar, por lo que se tuvo que voltear en dirección a la mesa buscando con excesivo esmero un sitio sobre el tatami.

- ¿Alguna vez probaste comida japonesa?- preguntó Nicholas mientras tomaba asiento junto a la mesa- Yo sólo he probado sushi, pero del que venden en el supermercado- rio.

- Eh... No, nunca – se sinceró Mimi, tomando asiento frente al pediatra-. ¿Puedes creer que será mi primera vez? Así que deberás ayudarme a elegir porque soy pésima en eso -susurró divertida.

- Uh... Haré lo posible por elegir lo más comestible de aquí- bromeó Nicky.

Miriam se mantuvo unos breves segundos en silencio, observándole atentamente, mientras aguardaban a que el camarero les llevase la carta del día.

- Cuéntame algo sobre ti -musitó la joven con suavidad, descansando su mentón sobre la mano derecha- ¿Eres oriundo de Los Santos?

- Sí, nací aquí, al igual que mis padres. Me críe en los suburbios de Los Santos, pero luego nos mudamos al norte de la isla. Supongo que papá y mamá querían que tuviéramos una infancia cercana a la naturaleza o algo así- musitó-. Mis abuelos paternos se quedaron viviendo en el sur, así que ya no los veía tan seguido- recordó, haciendo una mueca-. ¿Y tú? Me contaste que te trasladaron a la isla, pero no desde dónde.

- Eh... Sí, me trasladaron desde Nueva Jersey, aunque en realidad soy de Alaska -expresó con algo de amargura.

- ¿Alaska?- Nicholas estaba realmente sorprendido por aquel dato- ¿Y cómo fue que pasaste de Alaska a Nueva Jersey?

- No sé si sea algo muy agradable de escuchar en una primera cita -sonrió con cierto pesar mientras jugaba con sus dedos por sobre el regazo.

- ¡Oh! Vale, lo siento. No sabía que era un tema delicado- suspiró, maldiciéndose mentalmente-. ¿Y qué tal va el entrenamiento? ¿Tu amigo no ha sufrido ningún accidente?

- No, por suerte no -rio despreocupadamente al recordar el hecho que les había llevado a conocerse-. Cuando él este en condiciones volveremos a entrenar juntos. ¿Y tú? ¿Practicas algún deporte o...? Porque... veo que... -de repente se sonrojó al encontrarse viendo al médico y los fuertes brazos que descansaban sobre la pequeña mesita.

- De joven practicaba fútbol americano, pero ahora sólo voy al gimnasio- no pudo evitar sonrojarse ante la atenta mirada de Miriam- y nado los fines de semana cuando no me toca hacer guardia. Me ayuda a relajarme y eso.

A los pocos minutos, mientras la pareja se encontraba en medio de una charla banal sobre motocicletas (una de las grandes pasiones de Mimi), el mesero, enfundado en sus atavíos tradicionales de color blanco, irrumpió discretamente, depositando la carta sobre la mesa y volviendo a retirarse del recinto, aguardando a que los jóvenes se decidieran por el plato a pedir.

***

- ¡Joder, Horacio! -exclamó iracundo empleando un marcado acento. Había conducido hacia la locación en chanclas y bermudas, con el corazón en un puño creyendo que algo malo había pasado. Para su fortuna, a esa hora había pocos viandantes transitando por las calles de la ciudad, con excepción de algún corredor que se dedicaba a entrenar aprovechando la tranquilidad de la noche- ¡Pensé que se trataba de una emergencia de verdad!- todavía no había atravesado la puerta de entrada y ya podía ver a Fannie sentada en el sillón, con la toalla envolviendo su cabello y una mirada de completo desagrado hacia su persona.

- ¡Pero si es una emergencia!- explotó Horacio- Mica no quiere salir de su cuarto. ¡No me hace caso! ¡Ni siquiera quiere ayudarme a terminar de preparar el medovik!

- ¿Medovik? ¿En serio?- su voz se había suavizado de repente, descendiendo su vista hacia los ojos pardos de Horacio. No esperaba aquello, mucho menos que el moreno recordara su nombre y se esmerara por conseguir la receta de aquel típico plato ruso- Eh... Este... -comenzó a balbucear, ruborizándose en el proceso- Lle-Llévame hacia dónde está Mica, por favor -murmuró en un tono grave, al caer en la cuenta del por qué estaba allí.

- Eh... Sí, está... Está en su cuarto. Ven- tartamudeó, sonrojado por la forma en que Volkov le había hablado.

Fueron hacia el cuarto de las niñas, Fannie pisándole los talones. Horacio le explicó al ruso la riña que habían tenido, así como que él estaba al cuidado de las menores porque Mimi estaba en una cita y no quería interrumpirla por esta nimiedad.

- ¿Mica?- la llamó dulcemente aproximándose hacia la pequeña, quien se mantenía de espaldas a ellos hamacando sus piernas sobre el bordillo de la cama.

Al escuchar su voz, la castaña se volteó en su dirección exhalando con sincera alegría un fuerte "¡Cosimario!". Se abalanzó hacia él con sus brazos en alto a lo que el ruso atinó a levantarla ágilmente, sin mucha dificultad.

- ¿Cómo estás, Mica?

- Estoy bien, cosimario -exclamó mientras hacía un saludo militar con su mano derecha.

El ruso salió de la habitación cargando a la niña con sumo cuidado, seguido de cerca por el de cresta y la otra melliza.

- Me han dicho que no querías cocinar con Horacio -la pequeña hizo un puchero-, y que le has tirado un huevo a tu hermana.

- Sí... Pero se lo merecía -masculló en voz baja.

- ¿Qué tal si te disculpas con ella y ayudas a Horacio en la cocina? Eso le haría muy feliz.

Horacio y Fannie intercambiaron miradas sorprendidas tras ver cómo Mica se ablandaba con el ruso. El de cresta se sentía algo molesto. ¿Qué tenía Volkov que no tuviera él?

-Está bien, cosimario... -musitó Mica algo apenada- ¿Me perdonas, Fannie?-preguntó débilmente mientras el ruso la depositaba con delicadeza sobre la alfombra.

- Sí -gruñó la rubiecita, esbozando una sonrisita traviesa-. Te perdono- nadie sabía que tenía planes de devolverle el huevazo más temprano que tarde.

- No eres feo- exclamó dirigiéndose a Horacio- Me gusta tu pelo y... quiero cocinar con ustedes ¿P-puedo?

- Anda, vamos. Pero nada de tirarse comida o, si no, el "cosimario" Volkov nos llevará detenidos- les advirtió el de cresta con gesto serio.

- Sí... Por supuesto - el ruso espió a Horacio de reojo y acompañó sus palabras con una simpática risa nasal- Así que pórtense bien niñas.

- ¿Vas a quedarte, cosimario? -preguntó Fannie algo recelosa.

- ¡Por supuesto! No me iré de aquí hasta probar ese rico medovik.

- ¡Sí! - gritó Mica empezando a dar pequeños brincos liderando la marcha hacia la cocina.

- Bueno... "Rico"- murmuró Horacio-. Ya veremos qué sale.

Al final, fue Horacio quien terminó de hornear las galletas de miel mientras Volkov entretenía a las niñas haciéndolas separar almendras de nueces y lavar los frutos rojos con los que lo adornarían cuando se enfriara.

- Ostras...- masculló el de cresta, revisando la bolsa del supermercado- Para cenar traje croquetas de atún. Eh... No sé si te gustan, Volkov.

- Este... sí, claro. Comeré lo que haya. No se preocupe -musitó con ambos brazos descansando sobre la isla, atendiendo a lo que las mellizas estaban haciendo.

- Horacio, ¿tu mami te enseñó a cocinar? -preguntó Fannie con curiosidad, llevándose disimuladamente un arándano a la boca.

La pregunta tomó por sorpresa al federal. Hacía mucho que no pensaba en su madre. Los pocos recuerdos que guardaba de ella prefería mantenerlos alejados. Eran demasiado confusos, dolorosos. Todo lo que recordaba de ella eran momentos felices, y eso era lo que lo desconcertaba. Si su madre había sido una buena mujer, si tan feliz habían sido juntos, ¿por qué lo había abandonado? ¿Por qué, de la noche a la mañana, había desaparecido? "Tu mami te abandonó. Sólo me tienes a mí", era lo que Gustabo solía repetirle cuando eran niños y él rompía en llanto en medio de la noche. ¿Por qué, entonces, sólo recordaba cosas buenas de ella?

- Ella... Sí. Bueno, en realidad, ella me enseñó a...- carraspeó, intentando disimular el nudo que se había formado en su garganta- A hacer galletas. No recuerdo la receta, sólo que me dejaba ayudarla.

Volkov analizó al moreno desde su sitio. Era más que notorio el desconcierto reflejado en su semblante. La inocente pregunta de una niña había provocado un torbellino de emociones en el interior del federal, quien ahora mantenía el ceño fruncido y la mirada perdida en algún punto de sus más recónditos recuerdos, a los que ninguno de ellos tenía acceso.

- Eh... Niñas -las llamó, buscando desviar así el tema de conversación-, ¿qué tal si decoramos el pastel y luego comemos las croquetas? Tengo hambre.

- ¡Yo también! -vociferó Mica palmeando con entusiasmo.

- Vale. Fannie ayúdame a elegir las almendras más lindas, y tú, Mica, trae los frutos rojos- les indicó-. ¿Saben que el medovik lo cocinaba mi abuela? Es un plato de mi país y...

- ¿Dónde naciste? -preguntó Fannie degustando otro arándano.

- En Rusia.

- ¿Y dónde queda eso? -espetó Mica siguiendo al peligris hacia la encimera, donde reposaban las galletas mientras se enfriaban.

- Eh... Está... Está lejos... ¡Horacio! ¿Quieres echarnos una mano?

- Sí, sí, claro- asintió Horacio, alejando cualquier recuerdo doloroso-. ¿Qué tengo que hacer?

- Trae el relleno así podremos ir armando la torre -le ordenó el comisario con serenidad. Había visto en cientos de oportunidades a su babushka preparar el medovik para él y sus hermanos, por lo que se sabía cada uno de los pasos a la perfección, aún cuando nunca había preparado uno con sus propias manos. Entre cada disco de masa debía ir una importante cantidad de crema de vainilla y miel, para finalmente recubrirla por una delgada capa de bizcocho.

- Diez cuatro- asintió, acercando a la isla el recipiente lleno de crema recién batida.

Así pasaron los siguientes minutos, intentando que las capas de galleta y crema quedaran lo más uniforme posible, mientras Fannie y Mica sacaban con sus regordetes dedos los restos que caían por el costado del plato. No pasó mucho hasta que las caras de Horacio y Volkov terminaron embadurnadas en crema azucarada culpa de las niñas.

Una vez decorada la torre de miel, dejaron que reposara en la heladera. El federal puso manos a la obra con la cena. Su idea era fritar tanto las croquetas como las papas, pero el ruso opinó que sería demasiado para el estómago de las pequeñas, por lo que acordaron hacer todo el horno.

Aburridas (y algo decepcionadas porque no les permitieron usar cuchillos para pelar las papas), Fannie y Mica llevaron a la cocina sus hojas de dibujo y un estuche lleno de lápices y marcadores de colores. Conversaban animadamente mientras garabateaban, increpando cada dos por tres a los hombres con preguntas incómodas. "Horacio, ¿a ti quién te gusta?", "Cosimario, ¿usted se casó? Es que la gente mayor siempre está casada", "¿Por qué mamá no nos llevo con Nicky?", "¿Ustedes sí saben de dónde vienen los bebés?". Horacio casi suspiró de alivio al escuchar su móvil sonar. Excusándose, se retiró a la sala de estar para atender la llamada.

- Mierda. Collins- farfulló antes de contestar-. Hey, hola. ¿Cómo estás?- saludó casi en un susurro.

- Hola, Horacio... Este... todo bien. Acabo de terminar mi turno... ¿Y tú? ¿Cómo estás? -suspiró. Su voz se oía muy distinta a la de esa mañana, desprovista de cualquier atisbo de arrogancia y enojo.

- Pues... Ocupado- respondió. Volvió su vista hacia la cocina, en donde Fannie y Mica habían comenzado una nueva discusión-. ¿Ocurrió algo?- Horacio no era tonto. Sabía que el sheriff lo llamaba para disculparse que, en el lenguaje de Collins, eso se traducía a una noche de sexo espectacular.

- Quería disculparme por mi actitud de esta mañana en comisaría. Fui un idiota y quería que... Eh... ¿Podrías bajar el volumen del televisor? -inquirió cuando ya ni siquiera podía oír su propia voz por el bochinche de fondo.

- Espera un segundo- pegó el móvil a su pecho y salió la puerta principal, a penas entrecerrándola tras de sí-. Vale, dime- lo alentó a continuar.

- Joder... Eh... ¿Podríamos vernos? Ahora, quiero decir. Paso por tu casa y vamos a comer a alguno de esos sitios costosos que tanto te gustan. Quisiera hablar contigo personalmente -exclamó casi como una súplica.

- Ahora no puedo, Chris. Como te dije, estoy ocupado y...

- ¡Horacio, Mica lo arruinó todo!- Fannie apareció de repente, llorando a moco tendido. Corrió a aferrarse de su pierna. De cerca la seguían su hermana y Volkov.

- ¿Qué fue...? ¿Con quién estás? -preguntó el rubio con curiosidad al oír la voz de la niña próxima al altavoz- ¿Qué? ¿Tienes una hija y no me lo has dicho?-intentó bromear en medio de aquella situación que le resultaba completamente descabellada.

- No, no... Es que...- contuvo un grito de frustración. No estaba de humor para explicarle que estaba siendo niñero de las hijas de su compañera de trabajo. No después del desplante de esa mañana- Vine a cenar con Mimi y sus hijas, y...

- ¡Fannie! ¡Ven conmigo! ¡Te ayudaré con tu dibujo! -vociferó el ruso. Intencionadamente o no, su potente voz se había dejado oír del otro lado de la línea- Dejemos a Horacio hablar por teléfono -agregó, cogiendo a la pequeña en sus brazos, quien seguía lloriqueando sobre su pecho y tomando a Mica de la mano, desapareció nuevamente hacia la cocina.

- ¿Volkov? -preguntó Collins aún más confundido que antes- ¿Qué hace el ruso ahí? -Su timbre se había vuelto mucho más grave, pues el sólo imaginarse a aquel tipo cerca del federal le hacía bullir la sangre. Horacio, el cual nunca había desaprovechado la oportunidad para hablar mal del comisario en su presencia, ahora estaba con él bajo un mismo techo cuidando de unas crías. Collins mordió su labio inferior con impotencia: había sido muy estúpido- Ya... Ya veo que estás ocupado. Descuida, no te molesto más.

- No, es que... ¡Joder, no es eso!- estalló finalmente- Escucha, escucha. Juntémonos a hablar mañana, ¿vale? Creo que los dos tenemos muchas cosas que aclarar...

- Bien, como quieras -dejó escapar un bufido antes de proseguir. Se escuchaba parco, incluso algo distante- Mañana a las cuatro de la tarde en "Il nostro amore".

- Eh... Vale, vale- no tenía la más mínima idea qué era o dónde quedaba ese lugar, pero estaba claro que Collins no estaba de humor para darle indicaciones-. Nos vemos mañana.

- Sí, sí -El rubio cortó la llamada de inmediato, sin siquiera despedirse.

Horacio se tomó un par de segundos antes de volver a entrar a la casa. Sentía su corazón encogerse de angustia y culpa. No debería haber dejado que las cosas entre ellos escalaran hasta ese punto. Debería haber aclarado todo en cuanto llegó a la conclusión de que no quería nada serio con el sheriff. Pero, ¿en qué momento? Entre la investigación, los trabajos como infiltrado y demás, no había encontrado el momento oportuno. Suspiró, repentinamente exhausto.

- ¿Por qué llorabas, Fannie?- le preguntó a la niña en cuanto hubo vuelto a la cocina. Las mellizas estaban sentadas, una en cada una punta de la isla, y Volkov se encontraba de pie entre ellas con gesto serio.

- Tenía... un dibujo para ti... -decía entre hipidos, limpiando su rostro con las mangas de su pijama de conejitos- Y Mica lo manchó todo- exclamó extendiendo la hoja de papel al joven de cresta. En el dibujo estaban ella y él en la plaza, aquel día en el cual habían llevado a pasear a Pablito y Perla. Las mascotas también aparecían rodeadas de muchos corazones y flores en la pequeña obra de arte, arruinada por un importante manchón de lo que parecía ser marcador azul y jugo de naranja.

- Fue sin querer... -exclamó la castaña en un hilo de voz.

- ¡Mentirosa! - le interrumpió la otra, echándose nuevamente a llorar.

- ¡Pero si está precioso!- exclamó Horacio realmente conmovido. Nunca nadie le había regalado un dibujo. Tomó la hoja que Fannie le tendía y la miró durante largos segundos- ¡Mira qué hermoso se ve Pablito! Además, las manchas de Mica le dan su toque, ¿no crees? Lo hacen único. Me harán recordar este día hasta que sea tan viejo como Volkov- comentó con una risilla.

- ¡Hey! ¡Que no soy tan viejo, hombre!- le replicó el ruso con una sonrisa- ¿Oíste, Fannie? -se puso de cuclillas hasta estar a la altura de la susodicha- A Horacio le gustó tu dibujo, así que no estés triste, ¿sí?- la pequeña asintió- ¿Me harán un dibujo como el de Horacio?- preguntó a las mellizas con su voz más cálida- Que a mi también me gustaría recordar este día.

- Creo que alguien está celoso...- murmuró el de cresta, guiñándole un ojo a las niñas, antes de volverse a controlar la comida que aún estaba en el horno.

- ¿Celoso? Que no hombre, no. Además, las niñas me quieren más a mí, al "cosimario". ¿O no, Mica?- se dirigió a la pequeña buscando una aliada frente al federal, pero ésta ya se encontraba inmersa en darle color a su dibujo, ignorando el mundo a su alrededor- Bueno... No era la reacción que esperaba, la verdad...- admitió, rascando su mejilla, avergonzado.

- Anda... Ponga la mesa, "cosimario". La cena casi está lista.

***

Miriam le relató entre risas y con detalle, aquella vez cuando a sus catorce años recién cumplidos, había robado la motocicleta de su madre, la misma que utilizaba para movilizarse hacia el trabajo y que ésta se había permitido comprar después de mucho tiempo. 

"Era una niña muy rebelde", exclamó repasando el borde de la servilleta con las yemas de sus dedos. Luego del robo, se puso en marcha hacia la ciudad vecina, no sin antes pasearse por los arcades y derrochar cada uno de sus ahorros en cuanto videojuego y máquina encontrase por el camino. También compró un delgado anillo de acero con una luna turquesa, el mismo que ahora lucía en su meñique izquierdo y que acariciaba con nostalgia, como símbolo de la libertad que tanto había añorado y de la cual ahora era dueña.

El episodio de la motocicleta concluyó de manera dramática, cuando un patrulla la detuvo en mitad de su huida por las callejuelas abarrotadas de Camden, por una denuncia que su progenitora elevó por la sustracción de su vehículo y su desaparición. Miriam pasó la noche tras las rejas, como "escarmiento" por su mal comportamiento, aunque nada de esto había quedado asentado en su registro de antecedentes.

- Lo siento, pero me cuesta creerte -confesó entre risas Nicholas-. Digo, ahora trabajas haciendo cumplir la ley y eres una persona muy serena- la miró a los ojos unas milésimas de segundo-. Pero... Me gustas. Quiero decir... -tosió, intentando disimular su torpe confesión- Me gusta saber que tienes esa chispa aventurera.

- Eh... Bueno, gracias -¿Había oído bien? Mimi sonrió casi sin querer ante lo que parecía haber sido una tímida confesión. "¡Qué lindo es!", pensó al verlo sonrojarse hasta las orejas al igual que un niño al que habían descubierto cometer una travesura-. Pues... ya ves. Aunque no lo creas, soy una delincuente juvenil -bromeó en un susurro.

El mesero se apersonó en el reservado, una bandeja en perfecto equilibrio sobre su mano, repleta de pocillos. Así dieron inicio a un pequeño festín, con crujientes rollos primavera como entrada y una amplia degustación de sushis veganos como plato principal. Las risas no faltaron: ninguno de los dos era particularmente habilidoso en el uso de palillos, y en más de una ocasión la blusa de Mimi corrió peligro por la salsa de soja. Incluso una porción de sushi había salido rodando del plato del pediatra hacia el otro lado del cuarto.

- ¿Lista para la sorpresa?- preguntó entusiasmado Nicholas, limpiando su mano con una servilleta. (Al final se había rendido y había comenzado a tomar la comida con las manos).

- ¿Sorpresa? Pero, Nicky, creí que ésta era la sorpresa -susurró Mimi con una sonrisa, señalando el sitio en el cual se hallaban.

- ¡Qué va! Todavía nos falta el postre- dijo encogiéndose de hombros-. Espérame aquí, ya regreso- le pidió, poniéndose en pie de un salto y yendo a pagar la cuenta antes de que ella insistiera con ir a medias.

Al cabo de unos minutos regresó, una gran sonrisa dibujada en su rostro, ansioso por continuar la velada.

- ¿Vamos?- preguntó, extendiendo una mano para ayudarla a ponerse en pie.

- Sí, claro -respondió ella con la misma alegría que manaba el rubio, aceptando gustosa la mano que este le ofrecía.

Cogieron sus pertenencias y los zapatos dispuestos en la entrada del restaurante y juntos, aún de la mano, se encaminaron hacia la acera, en donde el frío de la noche primaveral y el coche de Nicholas los estaban esperando.

- Creo que no vale preguntarte sobre la sorpresa, ¿no es así? -bromeó la joven mientras subía del lado del acompañante, ansiosa como una niña pequeña ante lo que el otro le tenía preparado.

- No, no vale- rio el pediatra-. Sólo espero que no le tengas miedo a las alturas.

- Eh... Creo que voy a mandar mi 10-20 -musitó con sorna, amagando con coger el móvil de su cartera.

- Vale, no sé qué es un 10-20, pero por las dudas no lo hagas. No quiero terminar preso- le dijo, medio en broma, medio en serio, tras poner en marcha el coche.

- No te preocupes. Por ahora no lo enviaré. Aunque si me haces saltar de un edificio, ya verás -rio nuevamente acomodándose un poco en su asiento para quedar medio ladeada hacia donde él estaba-. ¿Tengo que cubrirme los ojos?

- Si lo deseas, puedes hacerlo- asintió Nicholas-. Pero no te quedes dormida, que sino me dará mucha pena despertarte y te perderás la sorpresa.

- Vale, entonces mejor no lo haré. Quiero disfrutar del camino y de la charla contigo -se recostó ligeramente sobre el respaldo y volteó su vista hacia la transitada y muy iluminada avenida que se extendía ante sus ojos.

Nicholas se giró levemente para verla. Sus ojos brillaban de emoción. ¿Hacía cuánto que no se sentía así de pleno? Miriam lo hacía sentir de aquella forma, como si fuera suficiente con tan sólo existir a su lado.

Con tranquilidad, condujo en dirección al Pier. Claro que quería continuar con la velada, pero, si por él fuera, se pasaría la noche entera escuchando las anécdotas que Mimi compartía. Sin embargo, la joven calló cuando se aparcaron en el parking del paseo tablado, y las luces de los pequeños puestos de comida y el parque de diversiones los deslumbraron.

- ¡Oh!- el sonido de sorpresa que Miriam realizó había resultado tan dulce y genuino que el sólo oírlo había hecho que Nicky, quien aún se mantenía firme tras el volante, esbozara una amplia sonrisa- Es hermoso.

Las luces de colores de los pequeños puestos distribuidos a lo largo del muelle resplandecían ante los ojos de la maravillada joven. Era la primera vez que pisaba Del Perro Pier y no entendía el por qué no había llevado a sus hijas antes. Mientras patrullaba por la zona había visto el lugar decenas de veces, pero es que cuando la luna brillaba sobre el cielo aquello se convertía en un espectáculo completamente distinto. La inmensa noria, la montaña rusa, el llamativo cartel de neón, todo amparado por el aroma y el sonido del mar de fondo y aquel delicioso clima cuasi veraniego. Lo único que quería Mimi era bajar del vehículo y perderse con Nicky entre algodón de azúcar, videojuegos y atracciones varias que aún permanecían abiertas pese a lo avanzado de la noche.

- Lo es, sí- asintió Nicholas-. Hablaba en serio con respecto a las alturas. No les temes, ¿verdad?

- No, por supuesto que no. A los federales nos preparan para estas cosas -dijo riendo y fijando su vista en la transparente del otro- ¿Vamos?

- Vamos- asintió.

Tomados de la mano, se adentraron entre la multitud. Se entretuvieron mirando cómo algunos niños jugaban al tiro al blanco antes de que Nicholas le señalara la gran noria. Giraba lenta sobre sus cabezas, regalándole a sus usuarios preciosas vistas de la ciudad.

Tras comprar los pases, tuvieron que esperar en la fila un par de minutos.

- Hace mucho que no me subo a un juego de estos- admitió al cabo de un rato Nicholas, sintiendo sus manos sudar de los nervios.

- Anda, ¿no estarás pensando en dejarme subir sola a ese monstruo? -bromeó la morena, aunque su voz había temblado un poco ante la idea- ¿Estás bien? -susurró con seriedad- A ver... No es necesario subir si no puedes. Podemos sentarnos en ese banquito de por allí, hablar y... Eh... yo ya estaría feliz solo con eso.

- ¡No, no!- exclamó el pediatra, sonrojado por la vergüenza- Vamos a subir. Juntos. Que yo me animo.

- De acuerdo. Pero cualquier cosa me dices, ¿Sí?

- Sí, sí. Tú tranquila- intentó sonar lo más seguro posible.

Finalmente, su turno llegó, y ambos subieron al asiento que les habían asignado. Tras ponerse todos los seguros, la gran rueda comenzó a girar. El viento marino les revolvió el cabello, haciéndolos estremecer. Casi por instinto, Nicholas cruzó uno de sus brazos por los hombros de Mimi, atrayéndola a su lado para protegerla del frío de la noche. Las estrellas comenzaban a brillar sobre el oscuro firmamento, reflejándose en las olas del mar.

Mimi se mantuvo uno instantes con el rostro totalmente ruborizado, ante el sorpresivo gesto de Nicholas. La calidez de su abrazo la hizo estremecer. Sentía su corazón revolucionado por un sinfín de emociones, la adrenalina de hallarse a tantos metros de altura, las hermosas vistas que se iban proyectando ante sus ojos y el poder ser testigo de todo esto con un hombre bueno y dulce a su lado. Automáticamente, sin pensarlo mucho, dejó caer su cabeza sobre el hombro del rubio, mientras que con su mano izquierda sostenía suavemente la contraria. Nicholas devolvió el gesto, entrelazando con delicadeza sus dedos con los ajenos. Así permanecieron, en silencio, disfrutando de la compañía mutua, durante los minutos en los que la rueda giraba por sobre la ciudad.

- Nicholas -lo llamó la joven con una voz algo adormilada.

- ¿Hum?

- Gracias -sonrió, cerrando los ojos mientras sentía su corazón latir- Gracias por esta hermosa sorpresa y por hacerme sentir bienvenida en la ciudad.

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