Smile For Me [Suna Rintaro]

By hh0neyss

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Ella siempre pedía sonrisas Él nunca las dabas Ella tenía un mundo oculto detrás Y él estaba dispuesto a cono... More

[Smile]
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[Epílogo]

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By hh0neyss

El trabajo fue más difícil, el frío esa semana fue desgarrador, Kota usó la sudadera y bufanda de Suna con cuidado y trató de conciliar sueño aunque no pudo. Ese día su cuerpo dolía como los mil demonios, temblaba y sentía tanto frío como nunca sintió. Casi por costumbre fue a la escuela sin siquiera fijarse en su estado actual. Sus ojeras eran marcadas y su piel estaba pálida, sus labios quebradizos y sudaba, aunque se estuviera congelando.

Su cabeza parecía querer partirse y los ruidos del día a día la distraían, tan así que no pudo acercarse al comedor, se quedó en el salón tratando de bajar el frío que azotaba a su cuerpo y que el sueño la envolviera para descansar, sin mucho éxito.

Tenía todos los músculos tensos y la garganta ronca, le costaba pensar con claridad y solo había algo en su cabeza: el horario del trabajo, como si de un mal chiste se tratase, Kota casi funcionaba por instinto.

Por eso cuando tuvo su primera clase después del almuerzo no pudo hacer más que esconder su cabeza entre sus brazos sobre el escritorio. Megumi y Suzume le dedicaron una mirada de clara duda, una con expresión amable, la otra pensando lo peor, no imaginando la posibilidad de que Kota estuviera muriendo sobre la mesa.

—Tamako, si cree que dormir en mi clase está permitido, entonces no tuvo que venir —se quejó la maestra, una anciana que usaba un horrendo moño sobre su cabeza —¡Tamako Kota!

La chica se ganó la mirada de todo el salón pero la castaña no levantó la vista. La maestra llegó hasta su escritorio y golpeó la mesa. Kota alzó un poco la cabeza y la maestra se quedó sin palabras que gritarle al verla en preocupante estado.

—¿Tamako? ¿Te sientes bien?

—Yo... no lo sé —pronunció la chica con los ojos entrecerrados y soltó un jadeo del dolor —Tengo mucho frío.

Los hematomas casi sanaban, tornándose de color verdoso pero con su aspecto actual la hacían verse más enferma. La maestra tocó su frente y la sacó de inmediato al sentir como ardía.

—Ve a la enfermería, ¿alguien puede llevarla a...?

—Está bien, puedo ir yo...

—Pero...

—Estoy bien, es... solo un resfrío —musitó la chica levantándose con todas las fuerzas que reunió, yendo a la salida.

—Tamako-san, lleva tu bolso, ve que te den un pase para ir a casa, si tus padres pueden venir a buscarte —Kota casi se rió para sus adentros, nadie vendría —Ten.

Kota asintió sin fuerzas para sonreírle habitualmente y tomó su bolso colgándolo de un hombro y caminando hasta la puerta con las piernas como gallina. Hasta Suzume tuvo que admitir que la chica asustaba del pésimo estado que demostraba.

Kota caminó por los pasillos, sin notar como el equipo de hockey la veía pasar. Llegó con esfuerzo hasta la enfermería y la mujer no dudó ni un segundo en darle un pase al verla. ¿Tan mal se veía? Sí, incluso la respuesta ofendía, Kota parecía estar muriendo en ese momento.

La chica con su pase libre salió de la escuela y caminó hasta su departamento, con una estúpida risa se recordó de sus palabras a Megumi "No me enfermo con facilidad", su boca la castigaba. La verdad es que deseaba morir en ese entonces, tenía la vista borrosa y la cabeza le palpitaba y el estúpido frío que la hacía temblar sin poder encontrar calor a pesar de que ese día fue más abrigada de lo normal, incluso con la sudadera de Suna, que todavía no devolvía, y la bufanda.

Subió las escalares arrastrando los pies y entró a su departamento sin encontrar a su fastidioso padre, se encerró en su cuarto y se dejó caer sobre el colchón sin poder mantenerse más tiempo de pie, se cambió el uniforme con dificultad y con su pijama (una camiseta de manga larga blanca y unos pantalones de chándal a cuadros, bien sueltos) se acostó bajó un montón de ropa buscando calentarse.

Le castañeaban los dientes y sentía sudar frío. Lo último que recordó antes de caer inconsciente fue a su madre llamarle con una sonrisa.

—Mamá...

Luego de eso se desmayó sobre su "cama".






Suna se enteró del mal aspecto de Kota gracias a Megumi que le soltó todo a Atsumu. El rubio preguntó que le había pasado a la castaña que le vio irse temprano y la chica contestó que parecía que Kota se enfermó y que se veía terrible. A Suna le cayó con apretón en el estómago, preocupación, y sin justificación, no lo entendía.

Ese día pidió irse antes del entrenamiento a Kita, excusándose que tenía algo que hacer de último minuto. Sorprendió al capitán, primero: porque Suna jamás faltaba a un entrenamiento a no ser que fuera estrictamente necesario, segundo: Suna no era de los que se fuera antes de un entrenamiento, nunca lo hizo antes y tercero: verlo así de ansioso por irse era novedoso en él, Suna no mostraba sus emociones demás. Por esa razón no pudo decirle que no.

El castaño se fue y pasó por una farmacia, la señora detrás del mesón lo recibió con una sonrisa.

—¿Qué necesitas?

—Ah, sí... hola, no sé qué servirá para un resfrío —respondió con una mueca.

—¿Qué tan fuerte?

—¿El resfrío? Mucho... —dijo deseando que así lograra llevarlo algo a Kota. Siendo sincero, él jamás hacía esas cosas por nadie, excepto por su madre, nadie lo movía de esa manera, ni siquiera sus mejores amigos; los gemelos.

La farmacéutica sonrió y le pidió que esperara. Después llegó con una caja de pastillas, una para el resfrío y el otro para la sintomatología. Suna lo compró y pidió un chocolate del mostrador. Su madre cada vez que estaba enferma comía uno y Suna, cuando se enfermó, que había sido ya hace varios años, hizo lo mismo y vaya que se sintió mejor.

Trató de recordar cual era el hogar de Kota, jamás la acompañó a su casa, tampoco tenía su teléfono como para llamarla y preguntarle directamente. Su mente viajó la primera vez que se acompañaron: dos cuadras más allá en los departamentos de 4 pisos. Con inseguridad caminó por la nieve que se acumulaba a los lados de la calle hasta esos famosos edificios, se acercó hasta la recepción de cartas y notó el apellido Tamako en el buzón del departamento 402.

Subió las escaleras preguntándose porqué estaba haciendo todo eso por una chica que apenas conocía, no lo hizo por los gemelos, tampoco por su equipo, ni por ninguna otra chica en su vida, ¿por qué Kota era distinta?

Bueno, para él Tamako Kota era distinta a todas las chicas que él conoció.

Tocó el timbre del departamento 402, deseando que si fuera el hogar de Kota. Pasaron varios minutos hasta que alguien abrió. Suna tragó con dificultad al ver a su compañera en el marco de la puerta con las mejillas sonrojadas, los ojos hinchados y los labios resecos, su cabello estaba desordenado, estaba usando lo que parecía un pijama y temblaba demasiado.

—¿Suna? —preguntó ella con voz rasposa y el chico se le encogió el corazón, por primera vez le decía por su apellido, por su nombre real y no le gustó, no le gustó la forma en que pronunció Suna, en la forma en que se enfretaban esa vez y no le gustaba como estaba ella —¿Qué haces aquí?

—Te dije que terminarías enfermándote —bufó él, recurriendo a la molestia antes que la preocupación.

—Es algo... poco, no es nada... grave —cada vez que paraba de hablar temblaba y su voz se escuchaba tan baja, cansada y enfermiza que se sintió de igual forma —Estoy bien.

Le molestó que dijera eso.

—¿Cómo eso es estar bien? —se quejó él señalándola.

—Yo siempre... estoy bien, no te preocupes.

Quiso decirle que no estaba preocupado, pero la primera frase le atormentó más: "siempre estoy bien", eso era una clara muestra de que en realidad Kota no la pasaba bien, recordó los golpes, el trabajo extra, la poca ropa que siempre llevaba y lo agotaba que siempre se veía, sin ese brillo en sus ojos y como siempre sonreía sin parecer sincera, ahora caía en cuenta en todo eso y supo que Kota no estaba bien, no solo por el refrío.

—Déjame pasar —pidió con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—Permiso —dio un paso dentro del departamento y Kota, demasiado ausente no pudo seguirle las palabras. No tenía fuerzas para sacarlo y sinceramente sentía que se desmayaría de nuevo si no se sentaba en algo —Te traje algo que te hará sentir mejor.

—Es solo un resfrío, amigo, me pondré bien en un par de... —se tambaleó y cayó de rodillas al suelo. Suna soltó todo lo que estaba en sus manos y la agarró antes de que se estrellara contra el piso, sujetándola de las axilas, sintiendo el calor que provenía de su cuerpo —horas...

—Kota —dijo su nombre de pila sin darse cuenta, la apoyó contra su cuerpo y la sujetó con una mano de la cintura mientras la otra la ponía en su frente dándose cuenta de la fiebre —estás ardiendo en fiebre.

—No es verdad —la chica se refugió más en él buscando el calor que parecía escapársele de las manos —tengo mucho frío.

—Kota, hablo en serio, tienes mucha fiebre... vamos —la alzó, tal como en el pasado, poniendo sus brazos en sus piernas y la otra en su espalda, apoyando su cuerpo en su torso —¿dónde está tu cuarto?

—¿Por qué demonios preguntas eso? —balbuceó con el ceño fruncido y los ojos cerrados. Suna la sintió temblar.

—Te voy a acostar mientras busco como bajarte la fiebre —respondió —Vamos, coopera.

—Por... ahí —con su mano señaló una puerta y Suna la abrió notando que era la bodega transformada en cuarto, se sintió mal al ver el pequeño lugar en el cual la chica vivía pero no perdió tiempo la recostó sobre el colchón y la tapó solo con una sábana. Kota sintió de nuevo el frío en su cuerpo al no sentir al chico a su lado. Por alguna razón, el que Suna la haya tomado de esa manera le trajo recuerdos, el chico de Inarizaki que la ayudó a sacar las fotos el año pasado —¿Tú y yo nos conocíamos?

—No me digas que estás alucinando.

—No... es raro, me recuerdas a alguien que conocí el año pasado... solo que no recuerdo su rostro...

Suna se paralizó el mismo recuerdo le vino a la mente.

—Iré a buscar paños fríos, espera un poco —así salió del cuarto sintiendo como el pulso se le aceleraba y su estómago se revolvía. No podía creer que reaccionaba de esa manera solo por decirle que lo recuerda.





La fiebre de Kota bajó y ya estaba más consciente de su entorno, habían pasado 2 horas desde que llegó y Suna por fin pudo mantener una conversación decente con la chica que abría sus ojos y se encontraba con el rostro de su compañero.

—¿Aibō? —le preguntó sentándose con cuidado en el colchón y eso llamó la atención del chico —. ¿Qué...?

Suna no la dejó terminar, puso su palma en la frente de ella y suspiró aliviado al notar que había bajado su temperatura.

—¿Qué haces?

—Tenías fiebre, casi llegas a los 40 grados, por poco te llevo al hospital pero me dijiste que no —le recriminó él y Kota se tensó. Ella no podía ir al hospital, bajo ninguna circunstancia —. Al menos bajó un poco.

—¿Qué haces aquí? ¿En mi casa? —preguntó ladeando un poco su cabeza. Suna tragó disimuladamente.

—Supe que estabas enferma y vine —decidió ir por la verdad, al menos la mitad de la verdad.

—¿Y por qué harías eso?

Cierto, ¿por qué Rintaro?

—Porque... somos compañeros y eso hacen los compañeros —ni él se creía esa respuesta, no tenía moral como para decir algo como eso, él no había hecho alguna cosa así en su vida, ni por amigos cercanos, ¿por qué con ella sí? —¿Y tus padres?

—Papá trabaja —dijo simple.

—¿Y tu madre?

La chica bajó la mirada a la sabana y sonrió con algo de pena. Luego sus ojos fueron a una fotografía de ella con su madre sonriendo en grande, era la más reciente que tenía con ella, Kota acababa de salir de la escuela primaria.

—Murió cuando tenía 12 años —dijo ella sin pelos en la lengua y Suna parpadeó del asombro —Un accidente en las montañas, una avalancha, murió enterrada en la nieve.

—Lo siento.

—Está bien, no te preocupes —ella alzó sus hombros y Suna apretó los labios en una línea —. Gracias por cuidarme... no me enfermo con facilidad.

—Si ibas así de desabrigada era cosa de tiempo.

Kota sabía que se había enfermado cuando su padre la golpeó con patadas y pasó una noche mientras nevaba en las calles, no podía decirle eso a Suna.

—Te traje unas pastillas, espera aquí —el chico se levantó del colchón y caminó hasta la sala tomando la bolsa con el medicamento y sirviendo un vaso de agua. Llegó de nuevo al cuarto y Kota se había acomodado en el colchón —Ten —le pasó la bolsa con pastillas —la roja es para el resfrío, esa te la tomas primero y la verde es para bajar los síntomas, posiblemente te dé sueño. Toma primero la roja.

Suna le ofreció el vaso de agua pero Kota miraba ambas pastillas con una mueca en su rostro, él entrecerró los ojos.

—¿Qué pasa?

—Yo... soy daltónica.

Suna se quedó sin palabras.

—¿Qué? —soltó casi como reflejo.

—No sé cuál es la roja ni cuál es la verde —explicó y apretó los labios en una línea formulando una sonrisa que parecía más una mueca —no distingo ningún color.

—¿C-cómo... es eso posible? Tú siempre...

"No me gusta sacar fotos de objetos inanimados" por alguna razón esas palabras le hicieron sentido, también como se refería a las cosas, jamás por color, siempre con alguna característica distinta, cuando lo llamó como ojos de gato hace ya un año, como evitaba hablar de colores y como nunca usaba ropa colorida, siempre en tonalidades grises o algún amarillo palido.

—¿Desde cuándo?

—Desde siempre. Toda mi ropa tiene escrito en el borde interno el color qué es y trato de usar ropa neutra por lo mismo, no se combinar camisas, pantalones, calcetines o camisetas y hay una razón por la que trato de andar con ropa de trabajo porque esa la ocupa todo el personal así que no me debo preocupar de que me vea mal.

—¿Y... y cómo sacas fotografías? ¿Alguien más sabe? ¿Cómo nunca me di cuenta?

—De a una, Aibō, una pregunta a la vez. Nadie sabe excepto tú y mi viejo, no es como si fuera un secreto pero me costaría encontrar trabajo si saben de mi dificultad, además de que siempre me juzgarían cuando sacara fotos, nadie creería que soy capaz de hacer algo como eso.

—Pero, ¿cómo lo haces?

—Me gustan las sonrisas... —Kota dio una sonrisa ligera, como si un peso se saliera de sus hombros y sus ojos se iluminaran al hablar de algo que le gustaba —yo veo mis propios colores, en especial cuando la gente sonríe, por eso no saco fotos de cosas, siempre a personas, eso... me gusta, me hace sentir que no todo siempre es blanco, negro o gris.

Suna se quedó mudo sin saber que más decir.

—La primera vez que pude ver a mis propios colores fue cuando mi mamá me sonrió... había sido el día que yo... fui diagnosticada con daltonismo acromatopsia, el daltonismo más grave, creo que fue hace unos 10 años.

Suna simplemente la escuchó con atención.

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