Cazador de Santos

By RadioDrawings

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Diez años han transcurrido desde el atentado efectuado en la iglesia de Los Santos, pero los peligros en la c... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Confesiones
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21

Capítulo 5

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By RadioDrawings

Decidido a arreglar la situación con la agente Quintana, Volkov le había escrito para informarle que necesitaba su aprobación para llevar a cabo un plan que tenía en mente. Prefería discutirlo con ellos cara a cara, puesto que no se fiaba demasiado de hablar de estos temas por el móvil. El plan era bastante simple: interrogar a Clinton con la presencia de los dos federales. Sabía que, con ellos presentes, podrían intimidar incluso al tipo más chungo de federal, y el reo era, aparentemente, alguien de carácter apacible. Lo más probable sería que, con las pruebas que habían encontrado en su contra y las amenazas que, estaba seguro, el de cresta le proporcionaría, Clinton hablaría.

Quintana le había respondido que estaría encantada de recibirlo en su casa esa tarde. Horacio le había dado acceso a una pila de archivos llenos de información que, sentía, debía compartir con él para estar en igualdad de condiciones para avanzar en el caso. Sin embargo, el federal no podría estar presente. Su compañera explicó que había sufrido una lesión en el gimnasio y debía hacer reposo. También le dijo que no se preocupara, que ella se encargaría de informarle sobre el plan.

La noticia había decepcionado al comisario. Hacía un par de días que intentaba ponerse en contacto con Horacio para poder disculparse, otra vez, por lo del operativo. El día anterior lo había buscado por radio, pero nadie sabía dónde estaba. Al cabo de unas horas, Miller le había informado que se encontraba en el norte, y que había decidió salir a patrullar en binomio con Collins. Luego le dijo que había intentado comunicarse con ellos, pero que tampoco estaban en radio.

Frustrado, y enfadado por la falta de profesionalidad de ambos, Volkov había dado por perdido su intento de recomponer las cosas con el de cresta. Claro que tenía su número personal, pero llamarlo simplemente para eso le parecía... Demasiado. No eran amigos, no eran cercanos, sólo compañeros de trabajo. Por eso mismo había decidido ponerse en contacto con Quintana.

Después de todo, Evans le había dicho que cualquier cosa que tuviera que tratar con el FBI debía ser mediante ella.

Además, la muchacha le caía bien. Le recordaba a él de joven, en sus primeros años en el cuerpo de policía, intentando complacer a sus superiores mientras buscaba destacar en su trabajo, cumpliendo las reglas a raja tabla y ocupando sus horas de descanso para avanzar en lo que pudiera. Si para él había sido una ardua tarea, no podía ni imaginarse lo difícil que sería para la muchacha, quien debía cuidar de dos niñas de cuatro años.

A penas la conocía, pero no podía evitar sentirse orgulloso de Miriam. Tan joven y tan valiente, aceptando un traslado para ocupar un puesto en un cargo en el que no tenía tanta experiencia, dándole un giro de ciento ochenta grados a su vida y la de sus hijas.

Previendo que pasarían muchas horas leyendo y anotando datos relevantes, Volkov había pasado por una tienda de chucherías para comprar golosinas a las menores. Quería causarles una buena impresión y... Los dulces le gustaban a los niños, ¿no? Así que, su maletín y una mochila donde llevaba su portátil, emprendió el camino hacia la residencia de la agente.

Pasadas las seis de la tarde, aparcó el coche frente a la residencia. Maniobrando para llevar todo en un solo viaje y no perder nada en el camino, se acercó a la puerta de entrada y tocó el timbre.

Sonó un par de veces hasta que unos pequeños y ágiles pies surcaron la sala, abandonando su lugar frente al televisor, para espiar tras la cortina de la ventana que comunicaba a la acera. Miriam se mantenía junto a una olla, luchando con unos (no muy apetecibles) macarrones con queso. Había terminado su turno hacía unas dos horas y, con el tiempo que perdió yendo a recoger a las mellizas a la guardería y llevándolas a casa, apenas había tenido tiempo de hacer las compras. Por lo que se tuvieron que conformar con lo que tenían en la alacena en ese momento.

- ¡Fannie! ¡¿Quién es?! -gritó desde la cocina.

La rubia cabecita de la menor se asomó junto al marco de la puerta.

- Es un señor alto y viejo.

Mica, quien aún permanecía semi recostada en el sillón viendo los dibujos animados, se aproximó a su madre y hermana con intriga.

- No digas viejo frente a él, es de mala educación. Se llama "señor Volkov" -le dijo la joven, con tranquilidad, quitándose el delantal y bajando el fuego de la hornalla.

- ¿Quién es, mami?

- Es el comisario- respondió, mientras abandonaba su lugar y se encaminaba hacia la puerta de entrada.

- El Cosimario- susurró Mica con asombro. La pequeña de rizos color chocolate era fanática de un dibujo animado llamado "Arnulfo: el perro comisario"- ¡Es el cosimario! -gritó con alegría (una reacción poco típica en ella) y mientras daba unos ligeros brincos, siguió a Fannie y a su madre.

La morena se detuvo. Acomodando su alborotado peinado (ni siquiera había tenido tiempo de bañarse), observó por la mirilla y tiró del picaporte, escoltada por sus mellizas, quienes se asomaron tras sus piernas para analizar a aquel extraño de dos metros que se erigía frente a ellas.

- Buenas noches, comisario- saludó cortésmente la mujer.

- Buenas noches, agente y...- desvió su mirada a las dos niñas, cuyos grandes ojos lo examinaban de arriba a abajo con curiosidad. Estaba seguro que Quintana le habría dicho el nombre de sus hijas, pero los había olvidado por completo- Hola, niñas- les dedicó una sonrisa un poco forzada.

No solía sonreír y, a esta altura, temía haber perdido la habilidad para hacerlo.

- Oh, disculpe -musitó Miriam percatándose de la confusión del hombre-. Permítame presentarle a mis hijas. Esta de aquí es Fannie- dijo con dificultad, señalando a la pequeña aferrada cada vez más a su pierna izquierda. La rubiecita lo analizaba con recelo. Parecía intimidada ante su porte y semblante- y ella es Mica- nombró, acariciando el cabello color chocolate de la niña.

La susodicha se adelantó, antes de que su madre terminara de hablar y extendió una manito en dirección al ruso.

- Buenas noches, "cosimario"- espetó con cierta formalidad, sin bajar la mirada, tal y como si se tratara de un saludo militar.

- Buenas noches, Mica- le devolvió el saludo, intentando mantenerse igual de serio que la chiquilla e inclinándose para estrechar su pequeña mano-. Y buenas noches a ti también, Fannie- la saludó con un asentimiento de cabeza, sonriendo con sinceridad esta vez. Ambas le parecieron simplemente adorables-. Muchas gracias por recibirme hoy en su casa.

Fannie esbozó una tímida sonrisa ante el saludo de Volkov, que reemplazó rápidamente por un semblante serio, mientras continuaba examinándole, todavía al amparo de su madre.

- Pase, comisario, y póngase cómodo -dijo Mimi, invitándole a ingresar a la casa-. Perdone el desorden. Estas niñas... Les he dicho que guardaran sus cosas, pero...- hizo una pausa a la par que cogía un carrito de juguete a unos pasos de ella- Ya ve. Siéntese en el sillón -le ordenó con suavidad- y permítame su abrigo. Estaré con usted en unos minutos. Lo que pasa es que... Se me hizo tarde. Todavía tengo que terminar la cena y bañarme -se sinceró, visiblemente avergonzada.

Fannie no había soltado su pierna en todo ese tiempo. Sin embargo, Mica había dado una corrida hasta volver a ubicarse frente al televisor. Entusiasmada ante la idea de ver su dibujo favorito junto a un verdadero "cosimario".

Volkov se adentró en la acogedora morada, esquivando los juguetes que yacían esparcidos por el suelo. Dejó su maletín y la mochila junto al sofá y, antes de sacarse el abrigo, le tendió la bolsa con golosinas a Quintana.

- Supuse que a las niñas les gustaría algo de postre y...- se encogió de hombros- Y respecto a la cena, no se preocupe. Si les gusta a las tres, podemos pedir pizzas en Giovanni's, mi restaurante italiano favorito. Las traen a domicilio y son muy buenas, la verdad- sugirió con una risilla nerviosa-. No me ofrezco a cocinar porque... Digamos que no es mi fuerte- agregó.

- Gracias, pero... -La joven cogió la bolsa de golosinas ante la atenta mirada de Fannie, quien finalmente había aflojado su agarre para poder curiosear las manos de su madre. Mica, con un oído envidiable, había logrado escuchar la palabra "pizza" y entusiasmada había comenzado a saltar sobre los cojines- Claro, pidamos pizzas - no quería contradecirle. Estaba demasiado cansada como para llevarle la contraria. Los macarrones eran un pegote casi incomible y todavía ni siquiera había pasado por la ducha.

Siguió su camino hacia la cocina, en dónde apagó la hornalla y guardó los dulces para más tarde. Fannie, parecía su sombra.

- ¿Puedo ver lo que hay en la bolsa, mami? -preguntó con su voz más tierna, ladeando su cabeza hacia un lado.

Sabía lo que significaba aquello. "¿Puedo comer un caramelo mami?", y después no tocaban la cena.

- No. Son para después de comer- replicó tajante, asegurándose de que el envoltorio permaneciera a una altura adecuada para evitar que pequeñas manos traviesas se hiciesen con él-. Ahora vamos a la sala con tu hermana -le indicó, cogiéndola con suavidad del brazo.

Mica se había acomodado junto a Volkov. Sus piernitas regordetas apenas sobrepasaban el sillón y sus manitas descansaban entrecruzadas sobre su vientre.

- ¿Cuál es su poder, cosimario? ¿Puede volar? -inquirió con seriedad.

- ¿Mi poder?- preguntó divertido Volkov, quien había tomado asiento en el sofá de la sala. ¿Qué se suponía que debía hacer en esos casos? ¿Decirle la triste realidad, que no tenía poderes, o seguirle el juego? Al final optó por una opción intermedia-. Bueno... Puedo volar en helicóptero- y como los curiosos ojos grises de la pequeña seguían fijos en su persona, expectante, agregó:-. Si quieres, cuando seas grande, puedo enseñarte.

Esta permaneció en silencio, intentando asimilar esa palabra tan complicada para su vocabulario.

- Herico... hericop... hericoretero ¿Qué es un "hericoretero"? -preguntó hacia el ruso, depositando su rostro sobre su manita en actitud pensativa.

- Un helicóptero es...- ¿Cómo le explicaba algo tan complejo a una niña de cuatro años?- Es como un avión, sólo que...- se rascó la nuca. Para su suerte, justo en ese momento apareció en la tele la publicidad de un programa de perros policías, y uno de ellos iba pilotando una especie de helicóptero muy rudimentario, pero lo suficientemente claro como para que Mica entendiera- Eso de ahí es un helicóptero- señaló-. ¿Ves que tiene hélices arriba y en la cola? Por eso es distinto a un avión. Los aviones no tienen hélices.

- Ah... -dejó escapar la niña desviando su atención hacia la publicidad de Arnulfo en la tele. Era sobre un carro de bomberos de juguete y un helicóptero a control remoto. Su mamá le había prometido obsequiarle alguno de ellos para su cumpleaños. Mica con entusiasmo y alegría, comenzó a cantar la canción con una vocecita aguda que llenó la sala de inmediato.

- Sí...- exhaló Volkov, sintiéndose frustrado por no haber cumplido con las expectativas de la menor- Mejor voy a encargar la pizza- murmuró, poniéndose en pie y yendo hacia la cocina en busca de Miriam. La encontró manteniendo una disputa con su otra hija, Fannie, quien al parecer estaba empecinada en probar un dulce antes de la cena-. Eh, disculpe, Quintana. Quería saber qué tipo de pizza les gustaría encargar.

- De queso está bien comisario -respondió Miriam con una voz cansina, cogiendo a la fuerza a la pequeña quien había comenzado a gritar y patalear ante la negativa de poder probar un caramelo.

La rubiecita se volteó de inmediato al notar la presencia del ruso, entrecerrando los ojos con desconfianza continuando con su escrutinio, se aferró con fuerza al cuello de su madre.

- Vale. Voy a pedirlas- le dijo. Intentó no prestar atención a Fannie, pero esa mirada inquisidora lograba ponerlo realmente incómodo. ¿Tan mala pinta tenía como para que lo observara así? ¡Si hasta había dejado la pistolera en casa para no asustarlas!

Se alejó un par de pasos y marcó al número de Giovanni's. Tras pedir dos pizzas grandes de mozzarella y darles la dirección de entrega, volvió junto a la agente y su hija.

- ¿Así que Pérez sufrió un accidente?- le preguntó, como para romper el hielo. La verdad era que no le sorprendía: cada dos por tres, sus oficiales debían ayudarlo tras algún choque o trasladarlo al hospital por heridas varias. Detestaba que Horacio se pusiera constantemente en peligros innecesarios, pero no tenía forma de decírselo sin que se lo tomara a mal, por lo que no le quedaba más remedio que callar y confiar que contactaría con su malla ante cualquier inconveniente.

Miriam se encaminó hacia la sala, con Fannie a cuestas, seguida de cerca por el ruso. Depositó a la niña en el sillón junto a Mica, quien parecía absorta en sus propios asuntos frente al televisor.

- Por suerte solo fue una lesión leve -dijo finalmente-. Tropezó en el gimnasio y se dobló... el tobillo -rio vagamente al recordar el drama que había montado el federal en el hospital y al pediatra cuyo número aún descansaba en la mesita de noche y de quien todavía no había recibido noticias.

- Ah, vale- respondió con voz queda. Antes de que pudiera darse cuenta, se encontró preguntándose a qué gimnasio iría el de cresta. Él iba a uno que quedaba cerca de su apartamento, pero su instructora estaba de vacaciones y no se sentía cómodo con el otro entrenador. A lo mejor le preguntaría a Horacio adónde iba él para cambiarse-. Y...- paseó su mirada por la habitación, sonriendo al ver a las dos niñas mirando atentas la televisión- ¿Cómo se están adaptando a Los Santos?

- No le voy a mentir, comisario -dijo entre risas, invitándole a que la acompañase hacia el altillo en dónde tenía guardados los documentos que Horacio le había facilitado-. Nos estamos acostumbrando -exclamó encogiéndose de hombros-. Las niñas han tenido unos primeros días muy... Complicados. Fannie no paraba de llorar y Mica extrañaba a su amiguito del barrio. Pero, por suerte, son pequeñas, y logran adaptarse más rápido y mejor que nosotros los adultos -agregó esto último cogiendo una pesada caja y tendiéndosela a su colega-. Tome, yo llevaré la otra.

Los ojos de Miriam se hallaban enmarcados por unas profundas ojeras y su ensortijado cabello café se encontraba desarmado en distintas direcciones. Realmente parecía exhausta, pero con ánimos de seguir adelante.

El comisario tomó la caja que Miriam le tendía, sorprendido de la cantidad de documentos que había dentro.

- Espero que puedan sentirse a gusto aquí- le dijo con total franqueza-. Sé lo difícil que es adaptarse a una nueva ciudad, pero créame que Los Santos es, dentro de todo, un buen lugar.

- Lo sé y gracias -dijo Miriam con una humilde sonrisa, caminando unos pasos delante del ruso-. Llegamos de una pequeña ciudad en Nueva Jersey... -frunció el ceño rememorando su paso por aquella distrital de FBI-. Camden, no sé si la conoce. Déjeme decirle comisario, que ese lugar sí que da miedo. Fue por eso que agradecí el llamado de Michelle. El traslado resultó ser una bendición... Fui muy afortunada de haber llegado a Los Santos. En esta parte de la isla, las niñas están en contacto con la naturaleza y asisten a una bonita guardería -exclamó depositando los archivos sobre la mesa de la cocina-. No podría pedir más. Mi trabajo implica mucho riesgo, pero el saber que ellas están bien, que crecen sanas y fuertes, aún en medio de toda esta mierda, como dos niñas normales me llena de paz. En definitiva, hago todo esto por ellas, para dejarles un mundo mejor -hizo una pausa, relajando su semblante y fijando su vista en las pequeñas que descansaban a metros de ellos- ¿Hace mucho que vive en Los Santos? ¿Extraña su hogar, comisario?

- Yo...- "su hogar". ¿Acaso alguna vez se había sentido así en algún lugar?- Vivo aquí desde los veintiún años. A esa edad dejé Rusia para... Bueno, para buscar nuevos horizontes y comenzar de cero- carraspeó, intentando no irse por las ramas-. Pero no extraño vivir allí, en absoluto- y lo decía en serio.

No sólo por la inmensa cantidad de recuerdos amargos que habían ocurrido en su país natal, sino también por la constante represión de su Estado y su sociedad. Alguien como él, que se sentía atraído por personas de su mismo género, hubiera tenido que vérselas muchas veces con la ley y los matones de turno. En cambio, si bien en América aún se luchaba en contra de la discriminación hacia pertenecientes a la comunidad LGBT+, no se sentía ni la mitad de juzgado como lo hubiera sido en Rusia.

Miriam guardó un respetuoso silencio, sintiendo que había tocado algunas fibras sensibles con su pregunta.

Era apenas un par de años más grande que sus hijas cuando debió abandonar su tierra por cuestiones de fuerza mayor. Aún sentía el desarraigo y la sensación de no hallar su lugar en el mundo. De repente, se encontró inmersa en hermosos y dolorosos recuerdos de su infancia. Más precisamente en aquel hecho que había marcado el resto de su vida para siempre y que aún la visitaba en horrendas pesadillas, más a menudo de lo que pudiera soportar. Sacudió la cabeza buscando centrarse en el ahora. Así no podía trabajar, necesitaba un baño con urgencia que ayudara a relajar sus músculos y calmar su turbada mente.

- Comisario, perdone mi atrevimiento, pero... ¿Le molestaría cuidar a las niñas mientras aprovecho a darme una ducha? -exclamó, apenada- Le prometo que sabrán comportarse. Mientras vean su dibujo animado no le causaran ningún problema. Palabra de madre.

- Eh... Pero yo nunca... Eh...- se volteó a ver a las pequeñas, quienes seguían entretenidas con el programa. Nunca antes había cuidado de un menor de edad, menos de dos, pero... Podía intentarlo por Quintana, ¿no?- Quiero decir... Claro. Vaya, yo las vigilo.

- Gracias. Muchas, muchas gracias comisario -dijo con una inmensa sonrisa - ¡No tardo! -agregó en un grito, echándose a correr rumbo a su habitación.

Mica y Fannie se hallaban sumergidas en un intenso debate sobre el programa que estaban viendo. La primera se había bajado del sillón de un salto y, mientras gesticulaba con ímpetu, moviendo sus brazos de un lado al otro, se había puesto a explicarle a su hermana el por qué Arnulfo era mejor que Bertoldo "el gato aviador".

Con un suspiro de resignación, Volkov se acercó a las pequeñas. Mirando con detenimiento la escena que entre ellas transcurría, tomó asiento en un sillón individual, debatiéndose entre dejarlas discutir o tomar cartas en el asunto.

- ¿Puedo saber sobre qué hablan?- preguntó finalmente, juntando sus manos como cuando tenía frente suyo a algún cadete que se había pasado de la raya.

- Cosimario, ¿quién es mejor? ¿Arnulfo o el feo de Bertoldo? -preguntó Mica, con ligera malicia, entrecruzando sus brazos y mirando de frente al hombre mientras ignoraba a su melliza, quien de inmediato se había puesto en pie sobre el sillón.

- ¡Bertoldo no es feo! -gritó Fannie tirando al suelo el peluche de su hermana de una patada- ¡Él es feo! -añadió, señalando a Volkov.

- Pero... Pero... ¡Vamos a ver!- exclamó el aludido entre risas, sorprendido y divertido por la ocurrencia de la niña- ¿Qué he hecho yo para que me trates así?

- No sé... Tienes... Tienes una sonrisa rara -dijo, apenada, encogiéndose en su lugar- Y Bertoldo es más lindo y quiero... mis caramelos – agregó en un susurro, volviendo a tomar asiento. De repente se volteó hacia el ruso como si hubiese recordado algo muy importante- ¿Cuántos años tienes? -preguntó intrigada, analizando su rostro-. Mi mami me dijo que no te diga "viejo", pero pareces muy viejo...

- ¡Fannie! -exclamó sorprendida Mica, cubriendo su boca con ambas manos, tal y como si hubiese oído una gran ofensa.

- Pues...- frunció el ceño. Una cosa era que le dijeran "feo" y otra muy distinta era que le dijeran "viejo". Sabía que no era un hombre particularmente agraciado, pero cuidaba su imagen. ¡Si hasta había comenzado a usar cremas anti-arrugas!- Tengo cuarenta y ocho años. No soy tan viejo- se defendió.

- ¿Cuánto es cuarenta y... ocho?- dijo Fannie con lentitud, intentando contar aquel número con sus pequeñas manos- Nosotras tenemos cuatro -exclamó con una sonrisa triunfal, elevando cuatro dedos en dirección al ruso.

- Fannie, el cosimario se enojó porque le dijiste viejo- le reprochó Mica, aproximándose a Volkov con cautela - ¿Está bien, cosimario?

- Sí, estoy bien, Mica, gracias. No es la primera vez que me dicen "viejo"- rio por lo bajo, recordando a la innumerable cantidad de detenidos que habían tenido la brillante idea de insultarlo con ése y otros adjetivos peores-. Así que tienen cuatro años- dijo, mirando a Fannie-. ¿Y cuándo es su cumpleaños?

La rubiecita se mantuvo en silencio unos segundos, reflexionando acerca de lo que el ruso le había preguntado.

- El 21 de... Junio -dijo con dificultad.

Mica asintió en respuesta a lo que la otra había dicho.

- ¿Qué me vas a regalar? -preguntó repentinamente, empezando a dar brincos en su sitio.

- ¿Y a mí? -exclamó Fannie corriendo para ubicarse junto a su hermana y comenzando a saltar a la par.

- Eh... Pues...- ¡Joder! En menudo lío se acababa de meter él solo- ¿Qué...? ¿Qué les gustaría recibir como regalo?

- ¡Yo quiero el carro de Arnulfo! -gritó con entusiasmo Mica, mostrándole el peluche que minutos atrás había salido volando por el aire por la patada que Fannie le había propinado- Y también quiero un "hericoretero".

- Y yo quiero una muñeca grande -exclamó la otra, abriendo sus brazos el doble de su tamaño-, un gatito bebé, muchos... muchos caramelos. ¡Y también quiero un "hericoretero"! - agregó esto último sin tener ni idea de a qué se estaba refiriendo su hermana.

- Vale, vale- Volkov contuvo la risa al escuchar cómo intentaban pronunciar "helicóptero"-. Las dos tendrán sus regalos, pero sólo si prometen portarse bien- les dijo, un poco más serio.

- ¡Sí, cosimario!- dijo Mica con absoluta formalidad.

- Y yo... prometo no decirte viejo feo. ¿Me perdonas?- preguntó Fannie ladeando su cabeza hacia un lado.

- Te perdono, Fannie- cedió el ruso, sonriéndole con sinceridad.

Minutos más tarde volvió Mimi, ya aseada y lista para una noche leyendo archivos. La pizza llegó al cabo de un rato y, mientras Volkov salía a recibir y pagaba el pedido, las niñas pusieron la mesa junto a su madre.

Durante la cena, Fannie y Mica le comentaron entusiasmadas que el "cosimario" había prometido regalarles un "hericoretero" a cada una. Con los ojos grandes como platos, avergonzada de la facilidad con la que sus hijas le pedían regalos a un desconocido, intentó disculparse con el ruso, mas éste dijo que tenía nada que disculpar. Había sido él quien había preguntado por el cumpleaños de las chiquillas, y aclaró que estaría encantado de asistir a la fiesta. Miriam sonrió: con todo el tema de la mudanza, no había tenido tiempo de pararse a planificar la fiesta de cumpleaños de sus pequeñas, pero le alegraba saber que al menos ya contaba con tres invitados (daba por hecho que Michelle y Horacio asistirían).

Tras la cena, las niñas corrieron de vuelta a la sala mientras Volkov y Miriam ordenaban la mesa para, al fin, ponerse manos a la obra con las cajas llenas de informes. Cumpliendo con su promesa, la agente les dio una golosina a cada una de sus hijas, que miraban entretenidas una película de "Barbie".

Seguidamente, Mimi se dedicó a coger un par de carpetas de las cajas, abriendo y distribuyéndolas a lo largo de la mesa, ante la atenta mirada del ruso. Bajo cada expediente de sospechoso o potencial sospechoso, colocó una fotografía del aludido, acompañada de una breve descripción del mismo, con el propósito de realizar algún tipo de red de contactos. Cuando todo estuvo listo y finalmente pudo contemplar el resultado, la joven suspiró. Era increíble la investigación que durante todo ese tiempo Horacio había llevado, prácticamente, por su cuenta. Incluso había pequeñas anotaciones en lápiz en algunas hojas tipeadas por ordenador, recibos de compraventa, planillas de seguro médico y más. "Lógico el enfado de aquella noche en Rancho, cuando todo se fue al garete", pensó la joven mientras espiaba al ruso, quien no podía disimular su asombro ante lo que se desplegaba ante sus ojos.

- ¿Sabía que Pérez fue un terrible alumno en la policía? Era malísimo hasta para redactar una denuncia- comentó Volkov con una sonrisa amarga- Y mírelo ahora... Haciendo todo esto- dijo señalando la inmensa cantidad de archivos y notas, casi todos con su firma o escritos por su puño y letra.

A pesar de los constantes dolores de cabeza, de los métodos tan poco convencionales y de desestimar los protocolos, estaba orgulloso del trabajo que hacía a diario... Del hombre en que se había convertido Horacio. No era algo que admitiera frente a nadie, pero, por algún motivo, sentía que podía confiar en Quintana.

- ¿De verdad? -inquirió Miriam con asombro, alzando las cejas. Repasando con las yemas de sus dedos las hojas que hacían ante ella, anhelaba algún día poder ser como él. No podía sentirse más afortunada del compañero que le hubo tocado en suerte. De repente, levantó la vista hacia el comisario y sonrió. Volkov se hallaba tan inmerso en sus pensamientos, que la joven dudaba que se hubiese percatado de la voz que había empleado al momento de hablar de Horacio. Su tono tan suave y aquel brillo en sus ojos grises al notar el resultado de tan arduo trabajo-. No los conozco desde hace mucho... Ni siquiera sé qué problema ha habido entre ustedes, pero... Estoy segura que a Horacio le gustaría oír eso que me dijo de sus propios labios, comisario.

Volkov se recompuso al instante, mirando con asombro a la joven frente a él, percatándose de las palabras que acababan de salir de su boca.

- No creo que sea apropiado- respondió de inmediato-. Además, como usted dice, no sabe qué pasó entre nosotros. Algunas cosas...- guardó silencio. Claro que lo había perdonado por todo lo ocurrido. Sabía que él menos que nadie tenía la culpa del trágico final que la misión había tenido, pero, aún así...- Algunas cosas llevan mucho tiempo para sanar.

- Lo siento. No quería importunarlo comisario. Solo creí que... quería que supiera que... -había comenzado a balbucear, avergonzada, sabiendo que había metido la pata. "Deja de ser tan metiche, Mimi. Espabila, niña, que no son tus amigos"-. Bueno, no importa. Es que estoy muy perdida -exclamó con sinceridad, tomando asiento-. Se supone que soy su intermediaria, y cuando están juntos se llevan mal. Uno me dice una cosa, el otro otra. Yo no entiendo nada -agregó con una sonrisa nerviosa.

- Yo tampoco- le dijo, riendo levemente-. Creo que después de la reunión de la última vez, me quedó bastante claro que debo poner las cosas en orden entre ambos. Por mi parte, no se preocupe: no volveré a cometer el mismo fallo- le aseguró-. Por eso le escribí para comentarle lo que tengo en mente- acomodándose en su asiento, prosiguió a explicarle su idea de interrogar los tres juntos a Clinton, llevándole pruebas contundentes para que no pudiera darles el brazo a torcer.

Quintana asintió entusiasmada: sería muy buena idea hacerle una visita en federal y refregarle en la cara todas las pruebas en su contra para que comenzara a cantar. Además, sería su primer interrogatorio en la isla, y estaba ansiosa por saber cómo se manejaría Horacio en esa situación.

- ¿Quiere empezar haciendo un sumario de los datos que tenemos?- preguntó una vez Volkov hubo terminado de contarle su plan. Así podríamos corroborarlos con lo que ustedes tienen en sus sistemas y crear una red de contactos. Usted sabe que para desarticular una banda lo mejor es tirar de los peones hasta llegar al jefe.

- Por eso tenemos que lograr que Clinton hable- asintió Volkov, poniendo manos a la obra y tomando su portátil para revisar los informes de todas las declaraciones que habían obtenido tras la muerte del joven Franklin.

- Mire -dijo Mimi, una hora más tarde, acercándole al comisario, el fragmento de los interrogatorios hechos a la madre y al amigo del difunto, luego de su asesinato. Testigos de primera mano de aquel fatídico hecho. Miriam había resaltado unas cuantas palabras en común en ambos testimonios. "Ligera cojera", "calzado Nike" y "bandana verde". El amigo había destacado que el perpetrador tenía una voz aguda, como de gorrión, y una cicatriz sobre su garganta. Por su parte, la madre estaba segura que al referirse a la víctima, el asesino lo había hecho utilizando el mote de "Sammy". Un apodo que sólo utilizaban lo más cercanos a Franklin en ese entonces, en especial aquellos que lo conocían desde su infancia.

- Joder...- Volkov rascó su frente, genuinamente confundido. Hasta el momento, había tratado el caso como un simple enfrentamiento de bandas, pero con esa información a la vista, más parecía tratarse de un ajuste de problemas personales- Deberíamos buscar en la PDA a algún maleante con esas características. No debe ser difícil de reconocer.

- ¡Exacto! -exhaló feliz y triunfal Miriam- Ahora sí que podremos...

- ¿Qué hacen? -La voz chillona de Fannie interrumpió a su madre.

Tanto ella como Mica se encontraban bajo el marco de la puerta, mirándolos con intriga, aprovisionadas con sus pequeños cuadernos y muchos crayones y lápices de colores. Tan ensimismados se hallaban en su labor que ni Miriam ni Volkov se habían percatado que la película había concluido hacía unos cuantos minutos. Sin esperar a que ninguno de ellos respondiera a su pregunta, las pequeñas ingresaron una tras la otra a la habitación y con seguridad (y cierta dificultad debido a su estatura) subieron a las otras dos sillas junto a la mesa de la cocina, desparramando todo lo que llevaban entre manos sobre los archivos federales.

- Eh... Estamos trabajando- masculló Volkov, recogiendo rápidamente las notas y fotografías, salvándolas de las torpes manos de las niñas.

- Yo... Lo siento, comisario -espetó Mimi, entre apenada e irritada. Levantándose de la silla y amagando con coger a Fannie por debajo de los brazos-. Las haré dormir y podremos seguir trabajando... -masculló entre dientes.

- ¡No quiero! -gritó la rubiecita, dedicándole una mirada furibunda a su madre- ¡Quiero trabajar!

- ¡Yo también! -vociferó Mica, casi al instante mientras tomaba entre sus dedos un crayón rosa y comenzaba a colorear sobre el papel- Ahí tiene, cosimario- agregó, entregándole un lápiz verde.

- Gracias- musitó el ruso, confundido por el gesto de la pequeña, tomando el lápiz que le ofrecía-. Hagamos algo: trabajaremos todos juntos en la mesa, pero su madre y yo necesitaremos silencio mientras revisamos esto- dijo, señalando su block de notas-. ¿Está bien?

- ¡Sí, señor!

- ¡Sí, señor V!- gritó Fannie a la par.

Miriam se encogió de hombros y, suspirando con resignación, regresó a su sitio. Fueron unos quince minutos de relativa tranquilidad hasta que Mica comenzó a interrumpirles queriendo mostrarle sus dibujos a Volkov. Para cada uno de ellos tenía una historia diferente. Fannie, intentando no ser menos que su hermana, bajó de la silla y corrió cerca del ruso con su cuaderno en mano, queriendo explicarle sus creaciones. Mica ponía voces divertidas y Fannie empezaba a interpretar a los personajes que había retratado sobre el papel, como si se tratara de una improvisada obra de teatro. Volkov se olvidó rápidamente de los informes frente a él y se echó a reír a carcajadas ante el desparpajo y las ocurrencias de las niñas.

Mimi no era una aficionada a las redes sociales, pero de vez en cuando gustaba de sacar alguna que otra fotografía conmemorativa y publicarla en Instagram para mostrarle a su hermano menor en qué andaban sus sobrinas. Le pareció curioso retratar al comisario junto a las mellizas, desprevenidos mientras se hallaban reunidos en la mesa de la cocina, rodeados de papeles y lápices de colores. No preguntó, solo cogió el móvil y capturó la escena. Apenas se veía el rostro de Volkov, sólo se llegaba a distinguir su cabello ceniza y su amplia sonrisa de perfil. Quien salía en primer plano era Mica, quien, con su habitual carácter de querer comentar todo lo que veía y le gustaba, hacía una morisqueta a la cámara, y Fannie le seguía las gracias con su peluche entre manos.

"Noche de trabajo" - Rezaba al pie de la fotografía.

*

Los golpes danzaban en aquel improvisado cuadrilátero, en mitad de un estacionamiento en desuso. La gente vitoreaba el nombre de "Cobra" una y otra vez. Una mujer con sus musculados brazos descubiertos y el tatuaje de una serpiente enroscada con habilidad en uno de ellos, descargaba cientos de puñetazos y patadas contra el cuerpo maltrecho de su oponente, un sujeto de espalda ancha que fácilmente doblaba su tamaño. El mismo que intentaba de forma infructuosa amortiguar la tremenda paliza de la cual era víctima. Su rostro ya era una mueca sanguinolenta, pero los ojos negros como la noche de Sharon Hawk estaban más vivos que nunca. El brillo escarlata de la sangre alimentaba su espíritu de pelea y le hacía querer más y más. No cesaría hasta matarlo. Algunos espectadores se percataron de esto y en medio del griterío pedían que cesara en su acometida. Pero, por el contrario, la rubia, envalentonada por aquello, comenzó a descargar con mayor ímpetu. "¡Chúpenla, imbéciles!", gritó hacia la multitud con aquella voz salvaje, casi animal, y una amplia sonrisa surcando su rostro. Esta actitud hizo que los más cercanos a la pelea vociferaran su mote con alegría, empujándose entre ellos, entusiasmados por el espectáculo que la rubia les estaba brindando. Su movimiento de pies resultaba envidiable, y mientras su agilidad aumentaba, la del individuo del otro lado se ralentizaba aún más. De repente un golpe en la barbilla hizo que éste trastabillara cayendo hacia atrás, contra la pared más próxima, medio inconsciente. Sharon dio un par de zancadas hasta ubicarse frente a él con el puño en alto.

- ¡Ya basta, Sharon! -la voz grave de Goffe llegó a ella en mitad del alboroto y algunos abucheos que habían comenzado a asomar. El hombre de tez morena, se hallaba de pie tras ella y con fuerza había cogido su brazo antes de que este volviese a impactar en el sujeto- ¿Es que quieres terminar en prisión? Ahora coge el puto dinero y salgamos de aquí.

- Joder, Goffe - había dicho Sharon minutos después, ya en la seguridad de las cuatro paredes del sitio que les servía de refugio, mientras desenroscaba las ensangrentadas vendas que cubrían sus manos, arrojándolas al suelo sin ningún cuidado. Aquel cuchitril fuertemente custodiado por una decena de hombres-. Me estaba divirtiendo tanto... Deberías haberme dejado acabar con él. Ese cabrón de mierda no volverá a andar hasta dentro de unos meses- rio, quitándose la playera color limón, quedando completamente desnuda de la cintura para arriba. Sin ningún tipo de pudor atravesando su rostro, se sentó frente a su compañero con las piernas entrecruzadas y, luego de peinar su corto cabello con una pasada de sus manos, cogió un cigarro de la mesa junto a ella, llevándoselo a la boca-. Necesitaba esto -espetó entre dientes, encendiéndolo y liberando el humo sobre su cabeza en pequeñas bocanadas-. ¿Tienes alguna noticia del niño Wayne? -exclamó con intriga, fijando su vista en el hombre aún de pie a unos pasos de ella.

- Sólo que está esperando una nueva orden.

- Mierda... Es que no nos ha decepcionado ni un poco. Sin vacilar... ¡BAM! Un balazo entre ceja y ceja a ese verde -agregó arrugando la nariz y sonriendo de lado-- Como un puto perro obediente... Lo quiero en mis filas -exclamó señalándole con el pitillo entre sus dedos y relamiendo su labio inferior con lascivia-. ¿Oíste? Lo quiero en mis filas y en mi cama.

- ¿En tu cama...? ¿Ya? Joder, Brit...

- No lo entenderías Goffe. Los perritos como Wayne me ponen mucho -dijo esbozando una sonrisa y removiéndose en su lugar- Me da ganas de domarlos y todo.

- ¿Con el látigo? -inquirió el moreno quien estaba empezando a disfrutar de esa conversación.

- Con el látigo, las cadenas y el bozal... -agregó alzando una ceja. En ese instante, el móvil que descansaba junto a ella empezó a vibrar. Sharon cogió el aparato y espió la pantalla- El puto Griscom. Viejo guarro ¿Ahora que mierda quiere?- farfulló antes de llevarse el auricular a su oreja- ¿Sí? -hizo una pausa, y a la par que oía lo que su jefe tenía por decir, se ponía en pie, rumbo al armario-. Afirmativo. Ya salgo para allá.

*

Tras colgar la llamada, Mike dejó varios billetes sobre la mesa que hasta entonces había compartido con el joven cuyo nombre no recordaba, pero que le ponía la polla más dura que la carrocería de su blindado. Lo tomó de la mano y, con una inclinación de cabeza, le indicó que lo siguiera. Atravesando grupos de gente que bailaba en la pista, dieron con la puerta trasera del bar y, al fin, se adentraron en esa noche sin estrellas.

Griscom había estado toda la semana deseoso de poder desahogarse en alguno de los bares a los que solía concurrir. Esa noche, "Paradiso" había sido el elegido. No porque el ambiente fuera particularmente de su agrado (demasiado colorido y festivo), sino porque ahí solían concurrir todos los jovencitos de firmes glúteos que tanto adoraba. Además, el dueño del local le permitía ingresar sin ser cacheado a la entrada y ya tenía un apartado VIP de uso exclusivo, cosa que le facilitaba el consumo de distintas drogas. Sin embargo, en esta oportunidad tenía más ganas de follar que de perderse en su mente, por lo que sólo había esnifado una línea de coca y bebido un Martini. Su acompañante denegó la oferta de probar ese polvo tan puro, pero había tomado tantos cócteles que ahora le costaba caminar sin tropezarse con sus propios pies.

- ¿Qué...? ¿Qué hacemos aquí?- preguntó el muchacho de ondulado cabello castaño. Se había apoyado contra una de las paredes para mantener el equilibrio. Su camisa floreada estaba hecha un desastre, desabotonada hasta debajo del pecho producto de un intenso besuqueo en el apartado.

- Esperando a que mi chófer venga a recogernos- le dijo como quien no quiere la cosa, disimulando el disfrute que le daba alardear de sus privilegios-. Porque quieres terminar la noche conmigo, ¿verdad?- interrogó, acercándose hacia él y aprisionándolo entre su cuerpo y la pared.

Sin darle tiempo a responder, se inclinó para morder y besar los carnosos labios del muchacho, que con tanta facilidad se abrían a su toque. Deslizó una mano por su cadera hasta dar con uno de sus glúteos, apretándolo con descaro y gimiendo al darse cuenta que con una sola mano no podía abarcar toda su inmensidad.

¡Joder! ¡Cómo amaba esos culos tan turgentes y amplios! Si tan sólo su esposa dedicara más horas de gimnasio para mejorar su trasero, a lo mejor sí se la follaría de vez en cuando, sobre todo para mantener las apariencias y mantenerla a ella feliz con el matrimonio. Pero ni siquiera en eso lo complacía. ¿Y qué podía hacer él, un hombre con un apetito sexual casi insaciable? ¿Quedarse de brazos cruzados en casa, esperando a que ocurriera un milagro? No.

- Mira cómo me tienes- gruñó contra la boca del muchacho, tomando una de sus manos y guiándola hasta su endurecida entrepierna, obligándolo a que se la masajeara-. Ah... Ya quiero saber cómo la mamas.

Estuvo a punto de bajarse los pantalones para permitir que lo masturbara ahí mismo, pero por suerte la llegada de un coche con vidrios polarizados lo detuvo de cometer una locura. Era el alcalde de Los Santos, después de todo. Ya bastante ponía en riesgo al asistir a "Paradiso" y escabullirse con un jovencito.

- Ven- ordenó, tomándolo de la muñeca y arrastrándolo hacia el coche que los esperaba con el motor encendido al final del callejón. ¡Bendita fuera Sharon y su increíble velocidad!- Adentro- demandó, casi empujando al joven hacia el asiento trasero, subiendo tras él-. Buena noches- saludó, tratando de no parecer tan colocado como estaba-. A donde siempre- indicó tras cerrar la puerta del vehículo.

- Afirmativo -asintió la rubia, deslizando el pie en el acelerador y adentrándose nuevamente en la oscuridad de la noche. Había dos sitios en los que el alcalde gustaba de llevar al ligue de turno: cerca del mirador del Observatorio Galileo o tras el cartel de Vinewood. Pero hacía semanas que este último había sido completamente descartado, luego de que un par de jóvenes pasados de droga lo descubrieran follando tras la letra V. No lo reconocieron, pero el susto fue tal que debió salir pitando del lugar con los pantalones hasta las rodillas y el miembro goteando en su mano. Mientras avanzaba por las desoladas calles de la ciudad, se percató de unos suaves gemidos provenir del asiento trasero. Chasqueó la lengua, ofuscada. "Mierda, es que ahora ni siquiera espera a bajar del coche", pensó, cogiendo la autopista con el ceño fruncido, en dirección a las afueras. Seguidamente volvió a espiar a través del espejo retrovisor lo que estaba acaeciendo a sus espaldas.

Griscom se había abalanzado sobre su joven amante, aplastándolo contra el asiento de cuero, haciéndose un espacio entre sus piernas para poder frotarse mejor. Atacaba sin piedad su cuello, clavículas y labios, desesperado por hacerlo suyo. Si no fuera porque tenía en estima a su guardaespaldas, le hubiera bajado los pantalones al muchacho ahí mismo y lo hubiera obligado a ponerse en cuatro para follarlo como Dios mandaba.

Alzó su cabeza para observar a través de las ventanillas. Todo era vegetación a su alrededor, y apenas se divisaban coches transitando por las calles aledañas.

- Para aquí y déjanos un momento- le ordenó a la rubia.

La mujer no emitió ningún sonido y obedeció al instante, aparcando el vehículo al costado del camino, próximo a unos arbustos.

- Te aviso cuando estemos listos- le indicó Griscom, dándole una palmadita en el hombro a la mujer.

Acto seguido se acercó al joven que yacía medio recostado sobre el asiento de cuero. Su cabello revuelto, la erección marcada en sus pantalones y el rojo de sus mejillas lo hacían ver simplemente delicioso a ojos del alcalde.

- En cuatro- le ordenó, desabrochando sus propios pantalones para comenzar a tocarse, ansioso por enterrarse en tan trabajado culo.

Iba a ser el mejor polvo del mes, estaba seguro.

Sharon comenzó a caminar lentamente entre las malezas, con aquel traje de saco y corbata reglamentario cubriendo cada parte de su cuerpo. El arma cargada bajo la camisa y un cigarro bailando entre sus labios. Decidió permanecer lo suficientemente lejos como para no oír los gemidos y jadeos de aquel par, pero también lo suficientemente cerca como para correr en caso de emergencia. En definitiva, era guardaespaldas y aunque Griscom le caía como la mierda, le necesitaba. Cogió el móvil y marcó un número que no figuraba en su lista de contactos, a la par que dirigía su mirada hacia el vehículo a unos metros de distancia. Sonó dos veces hasta que un hombre se dejó oír del otro lado.

- Hawk.

- Richards -espetó ella con una voz grave casi gutural- ¿Alguna novedad? -inquirió, dibujando nubes de humo en la fría noche.

- Según mis contactos, el traslado está acordado para la madrugada del lunes, si es eso lo que preguntas.

- Perfecto... ¿Sabes lo que tienen que hacer, no? Espero que Goffe haya sido claro. No quiero sospechas. Un puto accidente o lo que mierda se te ocurra, pero quiero un trabajo limpio. Nada de polis o azules pisándonos los talones. Trabajo limpio, ¿oíste? -musitó, enfatizando las últimas palabras.

- No es la primera vez que lo hago, Hawk -le replicó el otro en mitad de una carcajada- Tú tranquila.

.

*

Era sábado por la mañana y, por suerte, Horacio tenía el día libre. Se despertó tarde. El tobillo aún le dolía, por lo que le avisó a Paolo que no iría a entrenar. Intentó volver a dormir, pero una escandalosa Perla saltó a la cama y comenzó a lamerle toda la cara, insistente. La pobre seguramente necesitaría salir afuera, por lo que al federal no le quedó más remedio que levantarse.

Mientras la caniche y Pablito correteaban fuera, él se dispuso a prepararse algo para comer. Hamburguesas serían: eran ricas y fáciles de cocinar. Mientras almorzaba, tomó el celular para revisar sus redes sociales.

Collins había subido una foto de una taza de café y una porción de torta a medio comer. En la ubicación ponía "Cafetería Il Nostro Amore". Anotó mentalmente el nombre. El lugar parecía tranquilo, perfecto para alguna reunión de trabajo.

Continuó bajando por su inicio y se atragantó con la comida al ver la siguiente foto. Tras un buen rato tosiendo, y un par de sorbos a su jugo de naranja, se recompuso. ¿Habría visto bien? Tomó nuevamente a su celular para revisar.

Sí, había visto bien: Mimi había subido una foto de sus hijas hablando con Volkov. Se quedó de piedra analizando la imagen. Jamás había visto ese semblante tan apacible en el comisario, ni esa sonrisa tan sincera. Parecía muy a gusto junto a las dos pequeñas, y eso era lo que más le sorprendía a Horacio, pues nunca pensó que ese armario ruso fuera dado con los niños.

Inconscientemente acarició la pantalla. Con cierta nostalgia, recordó cómo se había enamorado de Volkov. Todas las fantasías cursis en donde ellos dos terminaban casados, conviviendo en un pueblo alejado de todos. Recordó también cómo lo trataba cuando estaban a solas, sin la agobiante presencia de Conway alrededor; tan suave, tan comprensivo, enseñándole a utilizar la PDA o a redactar un informe. Creyó que ese Volkov, más cálido y bonachón, se había perdido para siempre, pero ahí estaba, plasmado en una fotografía junto a dos niñas que alzaban sus dibujos frente a su cara.

Suspiró.

De no haber sido por la estúpida misión de infiltrado, del padecimiento mental de su hermano, o de Conway mismo, ellos... ¿Ellos qué? Negó con la cabeza. Volkov le había dejado en claro, años atrás, que no quería estar con él. Que sus sentimientos no eran recíprocos. Y Horacio albergó la esperanza de que, quizás, algún día lo aceptaría tal cual era en su vida. La albergó hasta el día en donde los médicos le dijeron que debían inducirlo a un coma, esperando que así se estabilizara, o muriera sin sufrir tanto dolor.

Tensó la mandíbula. Él había sido el culpable de todo. De casi acabar con su vida, de dejarlo incapacitado para un montón de tareas. Lo sabía, y Evans se lo había corroborado: Volkov no solía patrullar como antes. Por eso nunca quiso hablar con él de esos temas. Sabía que en cuanto el ruso comenzara a explicarle por qué era su culpa que hubiera terminado en coma tantos años, él no podría soportarlo. Probablemente se iría de la isla para nunca más volver. Y si no lo había hecho hasta entonces, era porque Evans lo retenía en su puesto.

Sin apetito, dejó su almuerzo a medio comer. Subió a darse una ducha, tras la cual marcó el número de su compañera. El tono sonó dos veces antes de que contestaran la llamada.

- ¡Hey! ¿Qué pasa, perla?- saludó Horacio, intentando parecer más animado de lo que en realidad estaba.

- ¡Buen día! -exclamó exultante Mimi. Pero antes de poder preguntarle algo una vocecita chillona la interrumpió.

- ¿Quién es?

- Es un amigo de mamá... -agregó la mujer en un susurro, alejando el micrófono de su boca.

- ¿Cómo se llama? -inquirió con su voz amortiguada por la lejanía- ¿Como te llamas? -volvió a preguntar, con curiosidad, esta vez con el móvil en su oreja, mientras ocupaba un sitio en el regazo de su madre.

- ¡Hola! Yo me llamo Horacio, ¿y tú?- preguntó divertido, siguiéndole el juego a la niña.

- Soy Fannie -respondió la pequeña con alegría. La entusiasta voz de aquel desconocido le hizo esbozar una amplia sonrisa- ¿Eres amigo de mi mami?

- ¡Claro! Y somos compañeros de trabajo también- le explicó el de cresta, dando trompicones por su habitación mientras intentaba calzarse las zapatillas-. ¿Puedo hablar con tu mamá un segundo?

- Sí - respondió escuetamente-. Mami, Horacio dice que quiere hablar contigo-agregó, tendiéndole el aparato a la mujer.

- Gracias, hija -respondió entre risas, mientras veía como la pequeña descendía con dificultad al suelo y salía corriendo rumbo a la sala donde Mica la estaba esperando-. Perdón lo de hace un momento... Es que despertaron muy temprano, están muy ansiosas de poder conocer por fin a Pablito. En fin... ¿Cómo estás? ¿Cómo está tu tobillo?

- Bien, bien, estoy bien. Puedo caminar despacio, y me estoy aplicando una crema antiinflamatoria que ayuda bastante- explicó-. ¿Quieres que las pase a buscar o nos encontramos en el parque?

- Me alegra oír eso. Pues... ¿Quieres que nos encontremos en el parque? -preguntó con suavidad mientras se ponía en pie- Yo ahora estaba por entrar a ducharme así que calculo que... en una hora, más o menos, estaríamos listas. Es que entre que las preparo y deciden qué juguete llevar en sus mochilas... Es todo un ritual -rio-. Y tampoco quiero hacerte esperar de más.

- ¡No te preocupes! Aún tengo que sacar el Patriot de la cochera y buscar las correas de Perla y Pablito- la tranquilizó Horacio-. Pasaré por ustedes dentro de una hora, ¿vale? Mándame ubi- le pidió antes de colgar.

El día estaba precioso como para quedarse en casa. Además, le haría bien salir a tomar aire fresco. A ver si así recuperaba su buen humor.

Tras cambiarse y cubrir su rostro con una gorra de béisbol y lentes de sol, le puso las correas a sus mascotas y bajó caminando hasta la cochera donde tenía guardado el todoterreno. Tenía tantos coches que el garaje de su casa no bastaba para guardarlos todos. Además, esa caminata le serviría para hacer tiempo mientras esperaba a que Mimi y las niñas estuvieran listas.

- ¡Quiero ver al puerquito! -gritaba Fannie con entusiasmo, saltando y corriendo por toda la casa.

¿Qué clase de conjuro había hecho Miriam para tener como hija a una Mimi de cuatro años? "¿Fui así a esa edad?", se preguntaba a menudo, riendo. Las veces que hubo hablado con su tío le había dicho lo mismo: "Eras peor". Difícil de creer viéndola ahora, tan tímida y prudente. El espíritu salvaje de su pequeña Francesca era algo que había perdido hacía mucho tiempo. En su adolescencia aquel carácter retraído y plagado de desconfianza e inseguridades, había hecho mella en su interior. Resopló a la par que se echaba al trote para coger a la niña y poder bañarla antes de su salida. La bañera no era tan amplia por lo que debía hacerlo por turnos. Mica ya aguardaba vestida y perfumada frente al televisor, viendo su programa favorito. La pequeña de bucles color chocolate no compartía el entusiasmo de su hermana por Pablito. Solo quería pasar la tarde viendo el programa de su comisario favorito.

- ¿Va a ir el cosimario?- preguntó de repente mientras su madre limpiaba el cabello dorado de su hermana.

- No Mica, no.

- ¿Y quién va a ir?

- Se llama Horacio y es amigo de mami -contestó Fannie jugando con la espuma entre sus dedos.

- ¿Es cosimario?

- No. No es "cosimario" -repitió Mimi. Aquella charla la habían tenido la noche anterior, repitiendo exactamente cada una de sus palabras- Es... un agente. Como mami -explicó con suavidad, volteándose hacia la niña quien la miraba con el ceño fruncido.

- Quiero ver al cosimario -espetó ésta en medio de un puchero

- ¡El cosimario es aburrido!- gritó su hermana desde la bañera.

- ¡Cállate fea!

En mitad del baño de Fannie se inició una pequeña batalla campal entre las niñas con Mimi de por medio intentando detenerlas. Fannie queriendo mojar a su hermana, ésta última escondiéndose tras su madre entre risas. El resultado fue treinta minutos más, secándolas y buscando una nueva muda de ropa. Miriam llegó a bañarse en tiempo récord a la vez que sus hijas elegían el juguete que llevarían a su paseo.

A la hora acordada, las tres se encontraban de pie junto a la puerta de entrada esperando la llegada de Horacio. Las mellizas vestidas con unos overoles azules y unas camisas de rayas bajo estos, unas gorritas para resguardarlas del sol y sus mochilas sobre sus espaldas. Miriam entre ambas, sosteniéndolas de cada mano, su cabello todavía húmedo y llevando lo primero que hubo encontrado en el armario.

Horacio anunció su llegada haciendo chirriar las ruedas en el caliente asfalto al doblar en la esquina de la calle donde su compañera vivía. Con un ojo aún puesto en el GPS, estacionó frente a la casa que, supuso, sería la suya. Dándole la orden a sus mascotas de que esperaran sentados, bajó del todoterreno para asomarse por el patio delantero.

- ¡Buenas tardes a las tres!- saludó sonriente al ver a Mimi y a sus dos hijas esperándolo en la entrada. Por cortesía, se sacó la gorra, peinando su cresta gris hacia atrás- Su taxi ha llegado.

- Oh, ahí está. Niñas pórtense bien, por favor -susurró, remarcando las últimas palabras. Siempre que salían fuera de casa algo ocurría. Algún accidente menor, alguna discusión en medio de la acera, gritos en lugares públicos. En fin...- ¡Buenas tardes Horacio! -Mimi le devolvió el saludo esbozando una débil sonrisa- Mira, aquí están ellas, déjame presentarlas- exclamó antes de subir al vehículo-: Mica y Fannie- las señaló moviendo ligeramente sus brazos con alegría. Las pequeñas todavía permanecían serias debido al enfrentamiento en el baño y a la reprimenda que se habían ganado de parte de su madre- Vamos niñas, saluden a Horacio- las incitó con dulzura.

- Hola, Horacio- se adelantó Fannie, a la par que contemplaba con curiosidad su rostro y su llamativa vestimenta-. ¿Dónde está Pablito?

Su hermana, por su parte, se mantuvo estoica en su lugar, sin siquiera mirar al hombre, con sus ojos perdidos en los árboles y en las aves que cantaban sobre sus ramas. No daría el brazo a torcer. Ese extraño no podía caerle bien. No era el "cosimario".

- Está en el auto esperándolas, junto a Perla- respondió con una gran sonrisa-. Pero... Parece que tu hermana no está muy entusiasmada. ¿Crees que le gustará ir al parque?- preguntó en fingida complicidad a Fannie.

La pequeña pegó un chillido de felicidad al ver la cabeza del puerco asomar por sobre la ventanilla trasera.

- Es que está enojada- le explicó en un murmullo, volviendo a centrarse en Horacio, cubriendo su boca con una mano para que ni Mica ni su madre la oyeran- porque le tiré agua y porque... Porque quería ir con el cosimario.

- Ah, ya veo- masculló Horacio, un poco ofendido porque la otra chiquilla estuviera tan reacia a conocerlo a él-. Bueno, ya veremos quién es más divertido: si el "cosimario" o yo- le dijo, guiñándole un ojo-. ¡Vámonos al parque, que se nos hace tarde!- las animó, tomando de la mano a Fannie y corriendo hacia el todoterreno.

Ayudó a Mimi a acomodar a las niñas en el asiento trasero, junto a Pablito y Perla, antes de subir y marcar en el GPS su parque favorito.

- Hola, bonito chiquito. ¿Cómo estás bonito? -decía Fannie mientras acariciaba las orejas de Pablito-. Eres un bebé muy bonito.

Mica continuaba en silencio, aferrada a su mochila y con la mirada fija en el camino que se dibujaba ante sus ojos grises del otro lado del cristal.

- Mica, hija, ¿quieres cantar una canción? Esa de Arnulfo que cantas mucho en casa. Seguro que Horacio quiere escucharla -intentó motivar a la pequeña, quien al oír la voz de su madre soltó un enfático "No".

Al escuchar a la niña hablar, Perla se le arrimó moviendo su pomposa cola. Antes de que Horacio pudiera darle la orden de que volviera a su sitio, la caniche lamió la mejilla de Mica a forma de saludo.

Esta luchaba por mantener el semblante serio pero el sorpresivo lengüetazo de la perrita sobre su mejilla izquierda, le arrancó una sincera y melódica carcajada, la cual quiso atajar (infructuosamente) con ambas manos. Frente a la reacción de la niña, Perla continuó lamiendo su cara y dando ligeros brincos a su lado, mientras Mica, ya completamente rendida ante aquel "ataque", reía, repartiendo caricias y abrazos en partes iguales.

- Perlita linda.

Horacio observó a las niñas por el espejo retrovisor, sonriendo al verlas jugar con sus mascotas.

No tardaron mucho hasta llegar al parque. El lugar ocupaba casi dos manzanas enteras, y un pequeño estanque artificial brillaba en el medio. Había metros y metros de verde césped, y una zona vallada para niños, donde podían correr sin que sus padres se preocuparan porque cruzaran a la acera. Como si de lo más normal se tratara, el de cresta soltó a Perla y a Pablito para que jugaran con Fannie y Mica, ganándose algunas miradas de reproche por parte de otros adultos. Sin embargo, ninguno se atrevió a encarar al formidable hombre.

- Así que... El "cosimario" Volkov ya conoció a las pequeñas agentes- le dijo a Mimi, sentándose en una banca que había ahí cerca.

- El "cosimario" -rio Mimi, mientras ocupaba un sitio junto a Horacio, sin despegar su mirada de las niñas-. De haber venido a la reunión, tú también las hubieses conocido antes- agregó divertida, en un falso tono de reproche-. Así que déjate de celos que con Pablito y Perla le has sacado varios puntos de ventaja -exclamó esto último, propinándole un ligero codazo.

- Ya... ¿Pero viste cómo me ignora Mica? Debe ser la única persona en Los Santos a la que Volkov le cae bien- dijo, riendo divertido.

- Es que Mica es... terrible -carcajeó con ganas- Volkov le cayó en gracia porque le recuerda a Arnulfo ¿Sabes quién es? -dijo alzando una ceja en dirección a Horacio- El perro comisario -volvió a reír- y como a Fannie no le gusta ni el perro ni Volkov, bueno... hay una pequeña pelea entre ellas. Pero ya se le pasará, solo tienes que tener paciencia -De un momento a otro la joven espió la pantalla de su móvil, creía haberlo sentido vibrar.

- Bueno... Entre perros se entenderán- murmuró por lo bajo, notando en silencio qué tan pendiente parecía estar la joven de su móvil- ¿Alguna novedad respecto a la investigación?- cambió de tema.

- Eh... Sí, sí hay novedades -prosiguió en un susurro, corroborando que a su alrededor no hubiese nadie que pudiese oírles-. Llegamos a un par de conclusiones bastante interesantes. Creemos que quien atacó a Franklin pertenece a su círculo íntimo, y que Clinton está al tanto de esto.

- ¿Y ya lo interrogó?- preguntó, también en voz baja.

- No, Horacio -respondió contrariada-. Él quiere hacerlo, pero con nosotros presentes -espetó esto como si se tratase de una obviedad-. Así que, como su "intermediaria"- dijo mofándose un poco del título que se le había impuesto-, tengo el deber de preguntarle, señor Pérez, si quiere acompañar al comisario Volkov y a mí a interrogar a Clinton mañana a las nueve de la mañana. ¿Quiere o no?

- Joder si quiero...- farfulló el de cresta con una gran sonrisa.

No sabía por qué, pero había algo en "hacer hablar a la gente" que le fascinaba. Sólo una vez había empleado métodos poco convencionales que Conway le había enseñado, pero, de momento, se conformaba con ver al reo rogando para que no le dieran perpetua. Con que Volkov viera cómo Clinton le rogaba a él que no lo sentenciaran a perpetua. Que viera que ya no era el "retrasado" que había estrellado un helicóptero. Que ahora la gente lo respetaba, que los malandros le temían y que él era un buen agente.

- Me alegra mucho oír esa respuesta -dijo con una amplia sonrisa dibujando su rostro-. Ya ves cómo sigue en curso la investigación, ¿eh? No estás solo en esto -enfatizó cada palabra con lentitud-. Puedes confiar en nosotros. No seremos tan sorprendentes como tú, pero... Haremos lo posible por no decepcionarte- rio apenada, rascando su mejilla-. Al menos hablo por mí.

- ¿Sorprendente yo?- rio Horacio, sintiendo su cara enrojecer de la vergüenza- ¡Qué va! Estoy seguro de que eres una agente excelente. Y Volkov también lo es. Lo conozco hace años, así que... Sí, lo es- carraspeó, acomodándose contra el respaldo.

Mimi enarcó una ceja ante la contestación del moreno y sonrió para sí. "Interesante", pensó. Efectivamente, la mujer tenía una imaginación muy productiva y en ese momento ya se hallaba maquinando una nueva y alocada teoría sobre aquellos dos hombres.

- ¿Te ha escrito el pediatra?- preguntó de repente Horacio.

- No -exclamó ante la pregunta de su compañero, frunciendo la boca y agitando el móvil con resignación-. Me llamó hoy a las... ¿Siete de la mañana? Pero creo que se marcó solo porque cuando atendí no respondió nadie. ¿Y si...? ¿Y si es un psicópata? -inquirió repentinamente con preocupación- Como esos de las películas de terror -musitó con un ligero estremecimiento, alzando los hombros-. Pero... Es tan lindo – susurró, cubriendo con ambas manos su rostro teñido de carmín.

- ¿Cómo va a ser un psicópata? ¡Si es un pelele!- le contestó con una risotada Horacio- Mándale un mensaje. Dile que quieres un turno para tus hijas- la animó.

Miriam destapó sus ojos analizando el semblante de Horacio, avergonzada de su propia inmadurez. Es que a veces parecía una niña.

- Ok... Ok, lo haré... Lo haré -exclamó, intentando transmitir confianza mientras se ponía a tipear un sencillo mensaje. "Hola Nicholas, soy Miriam Quintana ¿Me recuerdas?"- Listo. ¿Qué dices?- inquirió, mostrándole la pantalla del móvil.

- ¿Cómo que "¿Me recuerdas?"? ¿Cuántos años tienes? ¿Doce? ¡Joder, más le vale recordarte! En vez de eso, pon: "¿Tienes algún turno disponible esta semana para mis hijas?"- le indicó- ¿Sabes? Que no note que te gusta. No al principio, al menos- le aconsejó.

- Es que yo... Oh... -Mimi no sabía dónde meterse. Estaba tan abochornada que hasta sus orejas se habían puesto de un rojo intenso- Está bien... Bien. Confiaré en tu experiencia -musitó con voz ronca, reescribiendo el mensaje y presionando rápidamente el botón de "Enviar". Seguidamente, se dispuso a guardar el móvil en el bolsillo de su saco cuando lo sintió vibrar ante su tacto-. Me está llamando... ¿Tan rápido? -preguntó con nerviosismo- ¿Puedes cuidar a las niñas por mí? Vuelvo enseguida...

- ¡Pero...! ¡Pero que yo también quiero escuchar!- se quejó entre dientes, viendo cómo la joven se alejaba un par de metros. Enfurruñado, volvió la vista hacia donde estaban las niñas: Fannie intentaba montarse a caballito de Pablito, quien escarbaba el suelo con su hocico en busca de restos de galletas; por otro lado, Mica corría por el perímetro, seguida de cerca por Perla.

La pequeña se detuvo repentinamente analizando al hombre que parecía cuidarlas desde lejos. Horacio al notar esto, agitó su mano en señal de saludo. Pero la niña no respondió, limitándose a fruncir el entrecejo y voltearse en dirección opuesta, echándose a correr seguida por la caniche. Revolcándose en el césped y arrojándole una ramita para que ésta se la alcanzase. Que se llevara bien con Perlita no quería decir que ahora era amiga de ese extraño. No, no. El cosimario era mucho mejor.

A los minutos, Miriam regresó de aquel llamado con una amplia sonrisa. El lunes las pequeñas tendrían su primera consulta con el pediatra. Ante la insistencia de Horacio por saber más de la conversación, Mimi le prometió que más tarde le contaría todo.

Así pasaron unas horas entre charlas, risas y juegos. Como el día lo ameritaba (se hallaban a las puertas del verano), Horacio se animó a brindarles a las niñas un ameno paseo en bote sobre el lago artificial que surcaba el parque, mientras Mimi cuidaba de Perla y Pablito en tierra firme. Más tarde, los cuatro disfrutaron de unos deliciosos helados bajo los cálidos rayos de sol primaveral. El hombre se alegró al descubrir que Mica prefería el de chocolate, igual que él. La pequeña ya no estaba tan seria e incluso le dirigió la palabra en un par de oportunidades. Fannie por su parte, disfrutaba mucho de la compañía de Horacio. Para ella, él era el más divertido (después de su mamá). Sus ideas e ingeniosas historias le hacían reír y maravillar en partes iguales. Además, a él le encantaba bailar tanto como a ella, por lo que juntos se atrevieron a moverse allí, frente a los extraños que paseaban a esa hora de la tarde, brindándoles sus mejores pasos.

*

Había abierto sus ojos cafés en mitad de la noche, fijándolos en el resquicio de luz de luna que se filtraba a través de los barrotes que cubrían los pequeños ventanales. Resopló, exhausto.

Era la primera vez que pisaba una prisión federal, difícil de creer considerando el agujero del cual había salido. Unos cuantos primos y hermanos habían ido a parar a la trena más temprano que tarde. Incluso su padre había muerto en prisión, luego de haber sido condenado a perpetua. Pero él no. Dean Clinton sería el orgullo de la familia. En quien su madre depositaría todas sus esperanzas. Y, aunque había sido el primero en terminar la escuela secundaria, el paso del tiempo le hizo percatarse de la cruda realidad: no era tan único y especial como le habían hecho creer. A la edad de quince años ya había sido apresado en tres ocasiones por pequeños robos a mano armada a comercios ubicados en las inmediaciones de su hogar. A los dieciocho, junto al lecho de su madre enferma, prometió que nunca volvería a empuñar un arma. La mujer murió a los pocos meses y Dean se dispuso a cumplir con su promesa. Conoció a Ulises Wayne, una tarde de abril. El sujeto, un pariente lejano, le había solicitado su ayuda como contador. Mantendría las cuentas limpias y sería la cara bonita y visible de su organización, con el único fin de no levantar sospechas.

- Nunca tendrás que disparar -le había dicho ante el pavor dibujado en su semblante-. Sólo deberás sonreír y ayudarnos con algún que otro asunto de dinero. Si haces bien tu trabajo, no tendrías por qué preocuparte.

El hombre, quien en ese entonces apenas rozaba la veintena, aceptó ingenuo y complacido, poniéndose manos a la obra casi al instante. Y para él, aquello no resultó ser un trabajo difícil. Alto, delgaducho, vestía muy bien de traje y corbata. Simpático y de buen hablar, un rostro sereno y una sonrisa encantadora. Bastante atractivo y cercano. Nadie tendría por qué sospechar de él. Nadie. O eso era lo que él creía porque de alguna manera u otra ahí estaba, solo, encerrado entre cuatro paredes viendo el tiempo pasar.

Luego de su traslado a las dependencias federales, Clinton fue recluido en una celda privada, provista de un colchón, una almohada y un retrete. Incómodo ante todo aquello, el hombre apenas pudo conciliar el sueño, moviéndose de un lado al otro, enredándose entre las pestilentes sábanas. Había hablado con su abogada antes de pisar aquel tugurio. La mujer había sido clara "Escucharemos su oferta. Si el trato nos interesa, habría que pensar en aceptar". No podía negar que aquella idea le mosqueaba un poco. Declarar ante los federales iba en contra de todos los preceptos que precedían a su familia. Era traición, joder.

También le molestaba que, testificara en contra de sus compañeros o no, habían tomado la decisión de trasladarlo a otra prisión el lunes por la mañana por su seguridad, y no había nada que pudiera hacer para impedir el traslado.

Se compuso de inmediato al oír unos pasos resonando en los pasillos. "Richards", pensó en voz alta. Ese guardia tan antipático que le había recibido, cacheándole a la par que le dedicaba unos cuantos insultos racistas por lo bajo. Suspiró, arrojándose nuevamente sobre el colchón, dispuesto a intentar dormir un poco antes del alba. De repente oyó una llave deslizarse por la herrumbrada cerradura. Clinton frunció el ceño, inmóvil. Con la mirada fija en las irregularidades de la pared, su corazón latía con fiereza. ¿Qué cojones estaba pasando? ¿Aquello era lo típico? Se movió un poco, hasta girar su cuerpo hacia el otro lado.

Aquel no era Richards.

Intentando hacer foco en su entorno, no se percató de la sombra de imponente altura que se elevaba ante él, hasta que fue demasiado tarde.

- Buenas noches, Clint.

*****

¡Buenos días/buenas tardes/buenas noches! Ya llegamos al quinto capítulo de Cazador de Santos y no podríamos estar más entusiasmadas por lo que se viene. 

Este proyecto significa mucho para las dos, y agradecemos enormemente todo el apoyo que le están dando. Son lxs mejores <3

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