Mátame Sanamente

By ashly_madriz

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Cualquiera puede creer que la vida de las porristas universitarias solo se trata de las piruetas, los chismes... More

Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58 (final).
Agradecimientos e información importante.
Aviso
Aviso 2

Capítulo 28

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By ashly_madriz

 VERDADES Y MENTIRAS:

Fácil para los ojos, la verdad es como un arma cargada. No quieres apuntar esa cosa por aquí. Deja todos tus esqueletos arriba, esto es la vida real. 


Había transcurrido una semana desde el funeral de Stacy y poco a poco las cosas habían retoma su cauce natural.

Como Aiden lo tuvo previsto, la policía no tardó mucho tiempo en aparecer en la residencia de los chicos del equipo, por lo que en ese momento me preparé mentalmente para hacer la caminata de la vergüenza.

Pero como siempre las cosas podían ir peor, ahora no solo bastaba el disturbio mental que estaba viviendo, también la frustración física de algo natural; porque era humana, tenía instintos y hormonas y si no era una cosa siempre terminaba siendo otra.

Los oficiales tomaron por escrito la declaración de cada uno. Tenía la coartada perfecta: ese día había salido para encontrarme con alguien y Aiden había certificado aquello. El día siguiente a los sucesos me había despertado confundida y desorientada en mi cama, ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí. 

Días después, las personas volvieron a su rutina; la muerte de Stacy había quedado en el pasado y las clases volvían a comenzar.

Samantha y Sidney se agruparon como cada mañana en la isla de la mesa de la cocina, la más afectada de las dos, por increíble que pareciera, había sido Sidney, quien aún se mantenía pálida y afligida, lamentándose cada día lo que había sucedido; en cambio, Samantha había vuelto a su rutina de chica fitness, vociferando ordenes que nadie iba a parar el concurso de fin de año.

A esta no le importaba que su mejor amiga hubiese muerto, en cambio, Sidney se ponía ebria una como cuba todo el tiempo, solo que ese día la situación se sentía diferente.

Algunas de las chicas nos habíamos reunido para visitar a la madre de Stacy y presentar nuestras condolencias, yo misma había quedado de verme con ella la mañana siguiente al entierro. Todas nos habíamos vestido de negro por respeto, ropa recatada y nada reveladora, pero Hannah y la capitana seguían oliendo a lo que parecía un brandy añejo.

No quería estar en aquel pueblo, mucho menos en mi casa, y para poder llegar a la casa de Stacy primero tendría que pasar frente a la mía, por eso, en ese momento, cuando todas salimos del campus rumbo a la pequeña ciudad en la que crecí decidí llevar a Katherine conmigo.

—Aún no puedo creer que esté muerta. —La voz de Kate llenó el auto, haciendo que sus pasaran por mi mente, luego la miré de reojo sin despegar la vista de la carretera.

Yo sí podía creerlo.

—Si... creo que yo tampoco —suspiré pesadamente.

—¿Cómo la conociste? ¿Fueron cercanas?

Quise lanzar algún comentario sarcástico por su pregunta, pero en vez de eso, le negué con la cabeza.

—No lo sé. —Por más que lo reflexionara, lo cierto era que nos habíamos conocido desde siempre—. Supongo que no nos conocimos nunca en realidad, pero sé de su existencia desde que tengo uso de razón.

Para mi desgracia o tal vez mi fortuna, Katherine era demasiado receptiva. Logró captar enseguida que, la mención de Stacy, era algo que me incomodaba, tal vez demasiado. Si ocultaba el hecho de que nos conocíamos, sería demasiado obvio y ya tenía suficientes cosas para esconder de la que preocuparme.

Estábamos muy cerca de la casa de la familia Torres, aquella que estaba a las afueras del pueblo, mucho más lejos que la mía.

Una vez giré en la esquina, al final del camino, pude ver de frente la parcela en la que había crecido; esa gigantesca casa de campo que a pesar del poco tiempo que llevaba abandonada se veía lo suficientemente deteriorada.

La maleza cubría lo que alguna vez había sido el jardín favorito de mi madre, la pintura parecida craquelada y los barrotes de la cerca estaban oxidados y corroídos por el sarro que se encontraba en ellos. Vi a Kate maravillada desde la ventana; parecía el castillo de alguna película de cuento de hadas. Grande, solitario y lúgubre, con la diferencia que la princesa ya no se encontraba en el.

—Ahí vivo —le manifesté, con cierto toque de vehemencia—. Bueno, vivía.

—¿Ah? —articuló confundida.

—Sí, mi casa.

Ella se quedó mirando perpleja por mi respuesta, por lo que fui disminuyendo la velocidad para que pudiera observar mejor.

—Pero sí parece un castillo —agregó sorprendida—. ¿Ya te dije que estás podrida en dinero?

—Sí, de hecho si lo hiciste —reí, apretando el volante, porque se me dificultaba un poco articular las palabras por la incomodidad del momento.

Antes de ver aquel lugar con mis propios ojos, me lo seguía imaginando tal cual lo había dejado. Hasta para aquella casa el tiempo no había pasado en vano. A diferencia de mi hogar, la casa de Stacy era modesta y pequeña, pero aun así tenía ese aspecto acogedor de las casas del sur del país: cálidas y pintorescas.

Cuando entramos la mujer nos recibió a ambas con un abrazo y una mirada de tristeza, mientras le tendíamos el pastel que le habíamos horneado por cortesía. Nos hizo pasar y tomar asiento en la sala, donde ya se encontraban nuestras demás compañeras.

Vicky y Hannah estaban calladas, una al lado de otras, con la mirada perdida en sus celulares. Vestida así y sin el coma etílico, Hannah parecía una joven sofisticada y con clase, era extraño. La forma en la que estaba sentada, la ropa y zapatos que llevaba e incluso su forma de sentarse hablaban más que la actitud con la que solía tratar a las personas.

Lucia estilizada y con clase, como aquellas mujeres con las que se rodeaba mi madre.

Vicky fingía tener clase, pero hasta para eso había diferencias; mientras Hannah cruzaba y descruzaba sus largas piernas con estilo, Vicky parecía estar bajándose de una silla de montar cual campesina en mula. Mi dedo meñique tenía más clase que todas las células de su cuerpo.

Nos había invitado con una mirada de melancolía a acompañarla durante el almuerzo, por lo que Samantha y yo nos habíamos ofrecido a cocinar. Entre nosotras todo parecía un campo minado a punto de estallar y nuestro ofrecimiento no era por cordialidad, se sabía más a nuestras ganas internas de tener una competencia silenciosa entre nosotras que al querer cocinar.

Anteriormente no sabía ni freír un huevo, pero en la abadía nos obligaban a cocinar por turnos. Cocinar para muchas mujeres, por lo que me había visto obligada a aprender. Siempre me había gustado hornear y hacer postres, por lo que era algo que estaba en mi ADN.

La madre de Stacy se colocó a mi lado mientras me observaba picar los pimientos, por alguna razón se mostraba compasiva conmigo, tal vez no era consciente del daño mutuo que su hija y yo nos habíamos hecho, pero no lo creía así, la mujer no había sido una madre ausente como la mía. Recuerdo que siempre estuvo ahí para apoyarla en cada momento.

Podía ver con la devoción y la dedicación con que la había criado, la mujer no parecía estar ligada al bajo mundo de los hermanos del infierno. Tenía todo el aspecto de una típica ama de casa latina, joven, rozagante y con la piel olivácea.

Continúe cortando verduras en el proceso, intentando dejar de divagar en mis pensamientos, ya que por desgracia mi cerebro no funcionaba con el de las personas normales, tendía a sobre analizar a las personas a mi alrededor.

—Entonces... ¿Cuándo regresaste a la ciudad, querida? —me preguntó la madre de Stacy, sacándome de mis pensamientos.

Esta no me miró a la cara para hablar, en cambio estaba dirigiendo su total atención a los movimientos que hacían mi mano con el cuchillo.

—Unos días antes de comenzar el semestre —le respondí, sin dejar de picar. No tenía por qué mentir sobre eso.

La señora Torres levantó la cabeza y sus ojos negros se posaron sobre mí con una sonrisa compasiva.

—Tú y tu padre desaparecieron de la nada, pero realmente me alegra de que hayas regresado con bien al lugar donde creciste, ¿qué tal está él?

Al escuchar la mención de mi padre Samantha levantó la vista, enarcando una ceja en mi dirección. Le divertía la situación porque ella suponía conocer la verdad.

—Sinceramente creo que está viajando por el mundo con su nueva esposa, no nos hablamos mucho. —le sonreí al hablar, esperando que la mujer no lograra detectar el brillo de la mentira en mi voz.

Esta se aclara la garganta y me miró con compasión de nuevo, tenía ese gesto casi que programado en su rostro.

—Espero volverlos a ver algún día, tu padre y Amanda eran un par de feligreses muy queridos para la comunidad de nuestros pueblo. —La señora Torres tuvo un leve ademán de nostalgia en su rostro, como si le guardara una especie aprecio absurdo.

Yo también quería volverlos a ver a los dos alguna vez en mi vida, pero no en la misma tónica amistosa; la señora torres hablaba demasiada mierda. Ya sabía de dónde había sacado la adulación falsa Stacy, aunque muy mi interior quería pensar que solo estaba siendo amable conmigo por cortesía, aunque no tenía porqué serlo.

Luego del almuerzo la tarde transcurrió con lentitud, tanta que estaba agobiada y desesperada por regresar a mi habitación y no salir jamás. A pesar de que Stacy estuviese muerta, estar en su casa se sentía como como un juego mental que tentaba con la vacilación de mi poca estabilidad y cordura.

Samantha estaba poniendo a prueba mi paciencia, luego de obligarnos a permanecer horas en aquel lugar. Sus sonrisas cínicas y engreídas me hacían querer abofetearla.

La más ajena a todo era Katherine, que parecía más enfocada en sonreír como una estúpida e ilusionada cada que miraba en dirección a su teléfono.

La señora Torres y yo nos encontramos en la isla de la cocina limpiando mientras nos servía a todas lo que parecía ser una taza de té humeante.

Sinceramente, era una fanática empedernida de los tés, por lo que me pareció un buen momento para relajarme, pero aquella bebida no iba a funcionar; para aguantar todo ese suplicio y continuar sentada en aquel lugar con una sonrisa en el rostro necesitaba un trago largo y seco de una botella de vodka.

La taza estaba caliente y olía familiarmente dulce, como las infusiones de menta que me obligaban a beber en la tarde en las reuniones de las amigas de mi madre. Cuando me la llevé a los labios para degustarla de inmediato noté que misma poseía un sabor extraño, una mezcla entre agrio y amargo que me quemó la garganta y me descompuso el estómago al instante.

Mis tripas sonaron y las náuseas subieron por mi tráquea. Mierda, era el mismo efecto que tenía cuando era niña, pero por desgracia las mujeres sureñas creían que la menta era milagrosa, medicinal y que tenía un efecto rejuvenecedor para la piel.

La señora Torres enseguida fue consciente que algo no andaba bien, era ese sexto sentido que tenían algunas madres en poder leer las emociones de los jóvenes, o tal vez se pudo deber a la mueca de desagrado en mi rostro y a la contracciones que hizo mi estómago, porque enseguida preguntó:

—¿Estás bien, cariño? —asentí con la cabeza al escuchar sus palabras, pero de nuevo estaba esa intuición maternal que le decía que no—. Oh Dios, yo creo que no. ¿Quieres ir al baño?

Nuevamente, aunque quería negarme, mi cuerpo dijo lo contrario. Quería descargar mi estómago en el retrete y no volver jamás.

—Creo que fue el té, no soy muy buena tolerando la menta —le confesé, resistiéndome al mareo.

—Vamos, le diremos a las chicas que te llevaré al baño un momento.

Me condujo por la pequeña casa, que sin duda tenía el aspecto de una vivienda de campo. Se veía limpia y sin ningún rastro de polvo o telarañas.

Las paredes y los pisos estaban revestidos por un caico de color terracota y sobre los mismos se encontraba una serie de fotografías de Stacy y sus padres durante la infancia de esta, pero la que más me llamo la atención fue esa imagen en plano general de una mujer cargando a un bebé en los brazos; una versión más joven de la señora Torres y su hija. En el pecho de la niña colgaba un collar hermoso con aspecto de ambarino que parecía sobresalir de los relieves de aquel cuadro.

No era menos humana porque me diera igual la muerte de una persona que en algún momento de mi vida conocí, no podíamos existir las dos en un mismo plano luego de lo que me había hecho.

Ya casi, al final del pasillo, nos encontramos con una puerta de fondo, donde supuse se encontraba el baño. En el momento percibí a la señora Torres tensarse, pero rápidamente se recompuso volviendo a su usual expresión tranquila.

—Entra y espérame, quiero hablar algo contigo. —Aunque su rostro era sereno al hablar, su tono de voz había sido tan firme que pareció más una orden que otra cosa.

Antes que me diera tiempo de responder la mujer se había dado media vuelta y comenzó a caminar de regreso a la sala.

Iba a regresar, pero las náuseas ya no eran tan fuertes y solo parecieron momentáneas, en realidad iba a cometer una nueva estupidez, pero algo me decía que debía entrar. ¿Que podría conversar la mujer conmigo? La curiosidad nunca es una buena señal, por eso y a pesar de la negativa en mi cabeza, giré el pomo de aquella puerta y me deslicé a lo que era una habitación.

Pero como quien dice... La curiosidad mató al gato.

El lugar era extraño, como si hace un buen tiempo una persona no estuviese ahí, porque olía a polvo y humedad.

Había una cama de color rosa pastel pegada a la pared y del techo bajaban unas cortinas de mosquitero en color blanco que tocaban el piso.

Una letra S brillaba en la pared capto toda mi atención, haciendo que me congelara en el sitio, porque no era un baño, ni mucho menos una habitación cualquiera de aquella casa. La madre de Stacy me había traído a la habitación de la misma Stacy.

Quise salir enseguida del lugar, pero mis pies se congelaron sobre el piso de madera, porque maldición, no esperaba estar en un lugar tan sagrado como aquel.

Pero eso no era lo que más me perturbaba, era ese uniforme de porrista en la cama rodeado por ropas mucho más pequeñas, ropas que tal vez, en algún momento, pertenecieron a un niño o niña.

Mis pulmones se sofocaron y estaba a punto de estallar en medio de una crisis respiratoria, pero aun así, no podía caminar. No podía hacer nada más que quedarme de piedra en medio de la habitación. Mi maldito cerebro no terminaba de funcionar como el de las personas normales.

Se había terminado de dañar cuando estuve en Europa, pero había dejado de ser normal cuando vi a Aiden desmembrando al padre de Stacy.

Todo el lugar apestaba a muerto.

Mi garganta se secó, y una exhalación profunda brotó por mis fosas nasales.

Pero luego pude notar algo que terminó por dejarme nocaut.

En la habitación de Stacy había cosas que me perturbaron enseguida las vi... cosas que no estaban en la delgada cuerda de cordura por la que caminaban las personas normales. Un collage de fotos revestía casi por completo una de las paredes y en otra se encontraban un montón de nombres escritos con marcador de color rojo; en y al centro de la misma se posaban cuatro nombres muy familiares en color negro y tachados tres veces.

Kira Becker. Aiden Jackson. Samantha Jefferson y por último el de su madre.

Miranda Torres.

¿Que teníamos en común los cuatro para estar en el muro de deshago de alguien como Stacy? Podía entender la razón por la que me odiaba a mí, pero Aiden era su delirio, Samantha siempre había sido su mejor amiga, y ella y su madre tenían un lazo abnegado y envidiable que no era tan común por aquellos lares.

Pero no podía sacarme la duda de la cabeza y la curiosidad latente, ya que cuando finalmente mi cuerpo reaccionó y aceptó colaborar en vez de salir corriendo, me acerqué hasta la primera pared, para detallar mejor las imágenes que había en ella. Lo que encontré, fue más perturbador aunque los nombres escritos en su compañera de al lado.

Una composición de fotos pegadas en forma de collage cubría la superficie. Todas esas fotos eran Aiden, de ella y de otra persona con la cara tachada o con agujero en medio que hacía a la figura prácticamente irreconocible. Eran imágenes de la vida de esas personas por sus diferentes etapas, desde niños hasta convertirse en adultos.

Si hubiese sido otra persona, no hubiera adivina jamás quién quien era el tercer sujeto de la foto, pero mi memoria estaba tan fresca que inmediatamente me di cuenta que esa persona era yo.

Fotos de mi niñez decoraban la estancia, fotos de mi graduación de la primaria, de mi primer recital de ballet, de mi primer juego de fútbol... de ese fatídico cumpleaños número quince.

En fotos que no recordaba habían sido alguna vez tomadas.

De ellos dos siendo niños, de él en la primaria, de él en nuestro baile de la escuela media, de él en su primer juego.

Ella era una enferma.

Asquerosamente enferma y obsesionada.

La mayoría de esas fotos habían sido tomadas en momentos en lo que Aiden y yo estábamos inmersos en algo, por lo que nunca nos dimos cuenta, conversando o incluso basándonos en medio del salón de clases.

Fotografías que habían pasado desapercibidas en aquel entonces y que en vez de traerme buenos recuerdos de aquella época, solo acababan de infundir una especie de terror en mí.

Pero de entre todas las cosas hubo algo que llamó más mi atención. Por delante de la pared y sobre un buró se encontraba un cuaderno de cuero forrado, de color rojo brillante decorando la estancia.

No pude evitar que mi curiosidad me ganara, así que tome asiento sobre la cómoda, rogando a los cielos que la madre de Stacy no se apareciera para darme más de ese dichoso té y tener el tiempo suficiente de saber qué más podía encontrar en aquel lugar.

Cuando le quité el seguro lo primero que pude divisar fue esa absurda presentación, con una caligrafía que se parecía a la de una niña pequeña que estaba aprendiendo a escribir.

Fechado en el año 2010. Cuando los tres teníamos diez años.

Un decadente dibujo hecho con muñecos de palo y una casa de color rosado con un escrito de que decía:

Para mi mejor amigo, te querré por siempre.

Seguí pasando las páginas hasta toparme con el 2014, una edad más adecuada en donde de seguro ya Stacy había dejado de ser esa dulce niña que le hacía dibujos a su mejor amigo.

Esta vez la caligrafía era más entendible, evidentemente mejor. Tenía fecha del mes de septiembre, cuando comenzábamos la preparatoria en el instituto.

Hoy te he vuelto a ver, la vida apesta. Incluso le pedí a mi padre que me cambiara de escuela por ella, pero sabes que estoy becada y que mis ellos no tienen dinero para llevarme a otro lado. Debo estudiar si quiero mantenerla. Ella me está presionando para que sea diferente a ellos. No tienes ni ideas del daño me causó tu traición, y sin embargo sigo aquí, aún estoy esperando el momento en que me mires, pero ya hace un año de tu rechazo, cuando me dijiste que estabas esperando por ella.

Mi padre dice que debemos estar juntos, que serás un gran líder para los hermanos. ¿Puedes creerlo, Aiden? Te amo tanto que soportaría verte rodeado de todas esas mujeres. Sé que nunca leerás esto, pero espero estar ahí un día para ti, sé que me necesitaras... alguna vez, creo que tú también sientes lo mismo que yo.

Pasé la página un poco confundida por lo que acababa de leer. Era como estar dentro de la cabeza de Stacy, tal vez en esa época solo estaba pasando por el típico enamoramiento adolescente, pero detrás de todo había algo más. Una enfermiza obsesión por obtener lo que no podía.

Las siguientes páginas no eran exactamente sobre Aiden, ya que por lo visto siempre escribía el título en grande con el nombre sobre a quién estaba dirigido el párrafo de ese día. Por extraño que fuera habían muchos dirigidos a su madre, pero se sentía demasiado íntimo como para leer e inmiscuir mis narices en ellos, y sinceramente le tenía algo de respeto a dicha mujer, por mucho que mi odio a Stacy estuviese aún caliente.

Febrero 2015.

Es tu cumpleaños, rechazaste mi pastel, pero igualmente tu madre lo aceptó por ti. Es genial que ella me acepte, ¿no crees? Dice que nos veremos hermosos juntos; por cierto, me he teñido de rubio, pero aún no logro ser tan rubia como ella. Soy más bonita y te juro que aún no puedo entender porque me cambiaste, ¿qué tiene ella que no tenga yo? Intenté ser su amiga porque pensé que eso te haría feliz, pero incluso me pediste que me mantuviera lejos de ella. Te odio tanto, pero es confuso, si te odiara no sería capaz de amarte. ¿Si soy más bonita te fijaras en mí? Ella dice que no soy mucho más bonita, que lo hará mejor para mí. Que debo luchar por nosotros si es lo que quiero, tal como ella lo hizo.

Quería besarte en ese primer juego. Te veías tan guapo con tu uniforme, pero no creerás cómo esa perra me trató. Me hizo sentir menos. Rechazaste mi cuerpo cuando te dije que podías tomarlo, seguro ella ya te dio el suyo. ¿Tan mal estoy? Prometo que cambiaré para ti.

La siguiente página era dedicada también a Aiden, era en el que su padre había muerto. El día de mi cumpleaños.

Marzo 2017.

¿Se verá bonita cuando le corte la boca?

Incluso siendo una perra todos la aman, hasta tú, ¿qué le ves? Quiero entender que tiene, que la hace tan especial como para que no puedas aceptar lo que dice tu tío. Me esforcé, incluso hice todo cuanto pude para ser la persona que tú querías que fuera. Alguien a quien estuvieras feliz de amar. No entiendo en qué me equivoqué o si pude haberlo hecho algo mejor, pero creo que ya no importa.

No quiero seguir amándote porque claramente tú no me amas, pero aún así lo hago, no mereces todo lo que yo o alguien más pudiera sentir por ti, incluso pude perdonarte al saber que fuiste tú quien mató a mi padre porque te amo y que día a día te follas a esa perra. Mi madre dice que él traicionó a la hermandad y me duele, pero ella dice que ellos nos darán protección. Me siento algo culpable, porque se lo entregamos a tu tío, mi madre dice que no me sienta culpable si estamos juntos y seremos perdonadas.

Ella me usó para llevarlo a tu cabeza... lo lamento demasiado, no sabía que ese día era tu iniciación.

Y de verdad deseo que estés fuera de mi corazón, porque nada ha valido la pena. Desperdicié una gran parte de mi tiempo, creyendo que de verdad compartiríamos un vínculo que no se podía romper, pero esa sucia zorrati nos lo robó todo. ¿Y qué fue lo que hiciste tú con eso? Ni siquiera te esforzarte por mantenerlo a salvo y ahora jamás podrá recuperarse. No solo enterraré a mi padre, Aiden Jackson; también la enterraré a ella por ti. Sí quiero tenerte, tarde o temprano ella tendrá que desaparecer.

Y cuando llores, yo secaré tus lágrimas.

Ya verás, me amarás. Mi madre dice que haremos hermosos bebes juntos, quiero eso.

Cerré el libro aun sin soltarlo, con un jadeo y una respiración forzada. Todo mi cuerpo estaba temblando, jodidamente lo hacía, porque lo de Stacy no había sido algo a la ligera. Fue premeditado.

No era el acto inmaduro de un adolescente de quince años, era alguien que había jurado con la vida de su padre. Una adolescente de quince años que había entregado la cabeza a alguien que verdaderamente la había querido.

Esa noche, por lo demacrado de su aspecto no pude reconocerlo, pero su padre a diferencia del mío, siempre la había mirado con una abnegación tremenda. De una forma en la que mi papá no me miraría alguna vez.

Y por eso me di cuenta que aún quedaba algo de humanidad en mí...

Si yo era un monstruo, Stacy era uno peor.

Rápidamente me dispuse a colocar el diario tal como lo había encontrado sobre la mesa de noche en la que estaba y me levanté de mi asiento aún tambaleando y sin recomponerme.

Mis palmas me quemaron y una extraña comezón se deslizó desde mi cuello hasta mis brazos.

Como pude me quite el sudor de la frente y comprobé mi aspecto en mi celular. Era como si me hubieran cargado con miles de preocupaciones en el rostro. Mi cara me delataba.

No era un alma inocente, estaba manchada por el pecado, pero aún así acababa de descubrir que habían almas en este pueblo incluso más manchadas que la mía.

No tenía más nada que hacer en ese lugar, y estaba a punto de colapsar y no era por las náuseas de hace un rato, aquello había representado un esfuerzo sobrehumano para mi mente.

Y como alma que lleva el diablo salí de aquella habitación. Rápidamente me arrepentí de no esconder el diario entre mi ropa por más notorio que fuera, había algo más, si eso era un diario para su desahogo emocional por algo había tantas páginas dedicadas a su madre, la mujer que la había manchado antes que todos por el pecado. Porque algo no estaba bien, acababa de descubrir que Miranda Torres no era una mansa paloma, solo que ya no tenía el tiempo ni la forma de averiguarlo.

Pero como si del mismísimo demonio se tratara, por el pasillo la menuda figura de Miranda apareció en la estancia, con aquella sonrisa en el rostro, que ahora más que nunca me parecía fingida.

Detrás de toda esa fachada de viuda y mártir, había una perra cruel

—¿Ya estás bien, dulzura? —Ella caminó rápidamente, y luego me tomó por los hombros, su tacto se sintió asquerosamente frío—. Creo que estas aún algo pálida.

Quise reclamarle, era obvio porque esa mujer no se veía para nada afectada por la pérdida de su hija. Si había prácticamente asesinado a su marido.

—Yo... —balbuceé de forma casi inentendible.

La mujer me miró reflexiva, analizando que estaba mal conmigo, pero tal pareció que yo era como una hoja en blanco.

—Oh... no pensé que te fuera a afectar tanto estar ahí dentro, lo siento si me tardé. Quería que vieras el uniforme de Stacy —espetó—. Ustedes se conocían de toda la vida, creo que le hubiese gustado que lo tuvieras.

Ese día regresé a casa con un uniforme más en mi armario, uno que no me pertenecía y al que no me pude negar. Aiden había vivido todos esos años con la culpa de haber asesinado al padre de aquella chica.

Aiden se creía un monstruo, pero el verdadero monstruo en la historia siempre había sido Miranda Torres. 

X

Hagan sus apuestas. Estoy muy feliz por actualizar, vengo algo tarde porque mi internet andaba lento. Muchísimas gracias por leer, espero les haya gustado. Recuerden, no confíen en nadie. Ya comienza lo bueno, los momentos que más he disfrutado escribiendo en esta historia. Sangre, sudor y lágrimas.

¿Teorías?

XOXO; Ashly. Recuerden que tenemos un grupos. 

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