QUÉDATE EN INVIERNO

By RozarioNunez

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Harley Wood es uno de los muchachos más asociales de la universidad de Emory, repele a todo aquel que quiera... More

Tardes de invierno
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Ocasos bajo nieve
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28

Capítulo 27

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By RozarioNunez

La verdad en una risa

El fluorescente en el techo brillaba con potencia, pero Jude imaginaba que recién lo habrían colocado, ya que había zumbado tres veces en los minutos que llevaba en la sala; parecía averiado. Esa luz la enceguecía, pero cubrir su rostro con el antebrazo la distraía del dolor que sentía cada vez que la enfermera estiraba su pierna y luego la flexionaba. Eran como cinceles martillando su fémur. Pero quería darse el valor, incluso si debía centrarse en la mosca que volaba cerca de su oreja, en el cabello que hacía cosquillas su párpado, o en la comezón que fastidiaba la base de su cuello, pero no podía aliviar con facilidad debido a su chompa de cuello de tortuga, la capucha de su chaqueta y su chalina enroscada en toda la zona con la molestia.

—Lo haces muy bien, Jude. Casi terminamos —comentó la enfermera en un tono maternal.

—Quiero intentar ponerme de pie —dijo atropellando sus palabras.

—Todavía es una mala idea, Jude. Apenas soportas las flexiones con tus piernas en alto, cuando superes esto deberás...

—Por favor... —interrumpió con una voz quebrada—. Quiero caminar lo antes posible.

—Si sigues con tu tratamiento paso a paso pronto podrás ponerte de pie por tu cuenta y en menos tiempo, volverás a caminar, luego a correr y a...

—¿Pueden entrar mis padres un momento? —interrumpió una vez más—. Necesito decirles algo importante.

La enfermera contuvo un bufido, tensó un poco el gesto y suspiró antes de dejar con suavidad la pierna de la joven sobre la camilla en la que se hallaba.

—Claro —respondió la mujer.

La enfermera le dio la espalda a Jude para retirarse los guantes quirúrgicos y dejarlos sobre la bandeja a un lado en una mesa de metal. Apretó con más fuerza el nudo que sujetaba todo su cabello en una coleta, rascó su cien y se alejó yendo hacia la puerta de la sala. Al abrirla tan solo asomó su rostro fuera y dijo "Ya pueden ingresar". Tan pronto como se dio media vuelta dejando la puerta y los padres de su paciente a sus espaldas, Jude cayó de bruces sobre el suelo.

—¡Jude! —exclamó la enfermera corriendo a auxiliarla.

Los padres de la muchacha ingresaron también con violencia al escuchar el golpe y la voz de la mujer. A pesar de que solo se necesitaba a una persona para levantar a la joven por lo liviana que era, su madre también se arrodilló para ayudarla a levantarse.

—Te dije que aún no puedes ponerte de pie, tus piernas están muy débiles todavía —regañó la enfermera—. Necesitas construir músculo, uno fuerte que aguante tu peso, y para eso necesitas comer y ejercitarte como lo estamos haciendo. Después irás a la piscina, pero con calma, no puedes saltarte los pasos, podrías lesionarte, la rehabilitación se hará más larga y difícil si no escuchas y...

La enfermera siguió hablando mientras dejaban a Jude sentada sobre la camilla. Sus padres no quitaban su expresión de cejas fruncidas y labios apretados, miraban a su hija como si trataran de comprender en qué estaba pensando, por qué se estaba precipitando con su recuperación al volver a la universidad y cambiar de opinión de pronto sobre la rehabilitación. Mientras tanto, en la mente de Jude no ingresaba la llamada de atención, ni siquiera las recomendaciones para su pronta recuperación. Solo podía sentir el fracaso en su nariz roja por el golpe y en una lágrima que forzaba a no brotar de su ojo derecho. Estar enferma en cama solo era divertido si Riley se quedaba más tiempo a su lado, pero si ello lo perjudicaba, entonces prefería curarse para acompañarlo a donde él fuera. Sin embargo, en el fondo sabía que su verdadera recuperación no llegaría cuando caminara si no cuando su propio reflejo fuera capaz de sonreírle, pero sumida en la oscuridad, esa imagen ni siquiera se asomaba.

***

Camile tuvo que cubrir su boca y darle la espalda a un comensal por unos segundos mientras emitía el bostezo que no había podido evitar. Había estado detallando el pedido que acababa de anotar cuando su alerta de cansancio se hizo presente.

—¡Mil disculpas! —exclamó apenada dirigiéndose de nuevo al delgado y joven hombre que se sentaba en la mesa que atendía—. Las horas extras en esta época del año no le sientan tan bien a nadie, ¿verdad? —Soltó una risa suave.

El comensal le devolvió la sonrisa.

—No, no te preocupes, linda. Te entiendo, espero que pronto termines tu turno.

—¡Muchas gracias! —Hizo una leve y apresurada reverencia—. Ahora, desea una ración para uno del platillo tres y el postre número siete, ¿correcto?

—Así es —respondió asintiendo.

—¡Listo! En un momento se lo traemos, ¡disculpe la molestia! —exclamó mientras se alejaba de prisa con su pequeña libreta y lapicero en mano.

Mientras cruzaba el restaurante para llegar a la cocina y dejar su orden frotaba sus ojos con fuerza y bostezaba una vez más. Sobre la isla que separaba la cocina del comedor se ubicaban dos portacomandas en forma de rueda. Camile, con los ojos entrecerrados debido al ardor que los invadía, dejó la hoja con el pedido de su comensal entre las dos ruedas. Dio media vuelta dispuesta a marcharse cuando alguien llamó a sus espaldas.

—¡Eh, muchacha! —vociferó uno de los cocineros captando la atención de la joven—. Tienes que enganchar el papel —explicó colocando con precisión la hoja de Camile en el portacomandas—. ¿Qué hacemos si la hoja se vuela? El reclamo del cliente lo pagas tú.

Camile se giró hacia el hombre con las mejillas ligeramente encendidas, llevó ambas manos a la altura de su pecho y esbozó una sonrisa apenada.

—Lo siento mucho, no volverá a pasar. Me distraje un segundo nada más —excusó.

—¿Y qué no ves que hay platillos ya servidos? —Extendió su brazo mostrándoles platos, en efecto, con comida y puestos sobre la isla—. Aquí están sus números de mesa, ¡despierta, por el amor de Dios!

Dicho esto, el hombre de espesos vellos en los brazos de mangas remangadas se marchó hacia el interior de su atolondrada área, la que se perdía entre el vapor de las ollas y sartenes, el cual solo dejaba a la vista las borrosas figuras blancas de los cocineros corriendo de un lado a otro con cuchillos y cucharones en manos. Camile se acercó a la isla casi arrastrando los pies, todavía tallando sus ojos. Observó los números en los pequeños papeles junto a los platillos y suspiró. Casi de forma automática cogió una de las bandejas que se apilaban a un lado sobre la isla y colocó tres platillos de tres mesas diferentes en ella. Evidenciando lo desconectaba que se encontraba de su entorno, demoró en darse cuenta de que una mano tomaba con cierta presión su delgado brazo. Entonces alzó la vista.

—¿Te sientes bien, bonita? —preguntó Josua inclinándose casi a su altura.

Camile retiró su brazo de pronto.

—Sí, sí. Solo ando algo distraída.

—Tienes unas ojeras bien marcadas —señaló llevando su mano al rostro de la muchacha, a lo que ella se sobresaltó y se apartó unos centímetros.

—Olvidé maquillarme, siempre las tengo —objetó frotando con el dorso de sus manos las medias lunas oscuras bajo sus ojos—. Nada de qué preocuparse, Jos, en serio.

—Es desagradable que nos griten, si estás cansada...

—No lo estoy —interrumpió agitando las manos y tratando de sonreír—. En serio, gracias, Jos. Seguiré con mi turno, sigue con el tuyo, grandote.

Josua iba a insistirle con algo más, pero un comensal gritó a unos metros de ellos: "¡Camarero!" Así, el muchacho resopló antes de marcharse con prisa. Camile suspiró y de repente su vista se tornó difusa, un mareo la asaltó, lo que le quitó el equilibrio y ni siquiera la cercanía que tenía con la isla evitó que cayera en el suelo cual tortilla al girar sobre una sartén.
Ningún cocinero en su propio afán se percató de la caída de la joven, algunos comensales cerca a su ubicación se giraron a verla, pero cuando ella se incorporó decidieron no darle mayor importancia. Cerca de una ventana, una mesera codeó a Melissa, quien dejaba unos platillos en la mesa de un comensal, y le susurró al oído "¿No es una de tus amigos?" señalando a la rubia joven.

Camile se puso de pie con torpeza, aun algo mareada; volvió a tallar sus ojos ejerciendo más presión que la última vez. Sacudió su cabeza y tomó la bandeja con los platos de comida que ya comenzaban a enfriarse.

—¡Camile! —llamó Melissa acercándosele—. Sí eres Camile, ¿verdad?

La aludida vio a su compañera de universidad expectante, parpadeando varias veces.

—Hola.

—Hola, Camile, lo siento. Te ves muy cansada. —Tomó la bandeja que sostenía Camile—. Estoy algo desocupada ahora, ¿te cubro un rato? Así puedes descansar, aunque sea unos minutos...

—Oh, no, no, no —Negó seguidas veces—. Ya nos ayudas bastante viniendo, estoy bien, no te preocupes.

—Vengo en reemplazo de su amiga porque Riley me lo pidió y le debía un favor. —Sonrió suplicante—. Nos llamarán la atención si ocurre algún accidente. Ahora no tengo prácticas de atletismo por los finales y estoy relajada, pero sé lo que es estar exhausta.

—Es que... —balbuceó sujetando con más fuerza la bandeja entre sus manos—. Ni siquiera estás recibiendo algo por esto y yo solo...

—Yo solo quiero evitar que los cocineros griten, Camile. —Rio—. Todos saben que somos compañeros los seis.

La joven resopló y llevó su mirada cansada al suelo antes de soltar la bandeja.

—Está bien. No sabré cómo devolverte el favor. —Sonrió llena de compasión.

—Luego hablamos, anda, corre a la sala de descanso antes de que nos vean.

Dicho aquello Melissa caminó de prisa hacia las mesas dueñas de la comida que llevaba y Camile subió al tercer piso del restaurante ya que allí se encontraba la sala de descanso para los camareros. No había nadie en su interior a esa hora ya que por la noche era cuando más se llenaba el local de clientes. Como hormigas retrasadas todo el personal de Mex debía de correr con su labor, sobre todo si llegaban comensales con exigencias especiales, aquellos que tenían poca paciencia, contaban cada minuto que se demoraban en servirles la comida, criticaban cada detalle desde la intensidad de la luz de los focos hasta la marca de lapicero con el que tomaban su orden. Los muchachos se habían acostumbrado un poco a seguir el protocolo: solo asentir con la cabeza, pedir disculpas y decir "Sí, señor", incluso si les era más difícil a jóvenes y orgullosos empleados como Harley. Aún así, todos sabían lo valiosa y necesaria que era su ayuda a partir de determinadas horas; por ello Camile no había cedido tan rápido a la petición de Melissa. De cualquier modo, recostada en el sillón no tardó en quedarse dormida.

El ya de por sí bullicioso y alocado interior de Mex se perturbó aún más cuando una sopa de papa y poro se estrelló contra el suelo. Algunas gotas del caldo salpicaron en las zapatillas que llevaba Penélope, quien miró el plato roto en el suelo y sus manos temblaron al llevar de nuevo su mirada hacia el hombre que había realizado tal acto. El piso entero se silenció, tanto meseros como comensales detuvieron lo que hacían y centraron su mirada en la estudiante que recién le había llevado su comida al hombre robusto y de facciones toscas que tenía en frente con el ceño fruncido.

—¡Muchacha del carajo, está fría! —vociferó el hombre alzando en alto el brazo con el que había lanzado la sopa—. ¡Encima le falta sal! ¡Es imperdonable que no solo demoraran más de 10 minutos en cocinar un plato tan sencillo, si no, que ni siquiera lo hagan bien!

—Mi-mis disculpas, señor, le...

—¡No! —interrumpió rasgando su garganta. Todos los testigos casi pudieron sentir el calor de su aliento para ese instante—. ¡Yo no quiero tus disculpas, estúpida! ¿¡Tú sabes quién soy yo!?¿¡Acaso tan malo es tu servicio que le das a la gente lo que ves en la mesa sin cerciorarte de lo que es!?

—Señor, yo... —balbuceó Penélope entrelazando sus manos sobre su pecho.

—¿¡O sea que podrías haberme dado veneno sin siquiera saberlo!? —El hombre se puso de pie delante de la joven sin que le importara pisar el caldo, poro y los trozos de la loza rotos en el suelo—. ¡Contéstame, pedazo de idiota!

—Obtuviste más de lo que mereces, imbécil. —Harley se interpuso entonces entre el hombre que no medía más de un metro setenta y su compañera de universidad. Miró al sujeto fijo a los ojos y frunció el ceño al igual que él.

Detrás de Harley, Penélope vio que a su alrededor los demás meseros estaban tanto o más asustados que ella, algunos sí demostraban en su gesto tenso la molestia que ello les causaba, pues, ella imaginaba, eran conscientes de que cualquiera pudo haberse chocado con ese tipo. A un lado Riley estaba delante de Melissa, quien sujetaba su antebrazo con fuerza, como si lo hubiera frenado de acercarse a ella con Harley o, tal vez, antes que él incluso. Pero solo era lo que suponía.

—¿Qué dijiste muchacho ignorante? ¿Eres consciente de que puedo arruinar tu futuro entero con solo chasquear mis dedos? —amenazó en un tono sarcástico.

—Yo puedo arruinar su cara aquí y ahora usando solo una de mis manos —retó el chico.

—¿¡Qué dices, pedazo de imbécil!? —Se acercó un par de pasos rompiendo algunos trozos de loza al pisarlos.

—Vete... —susurró hacia Penélope.

La muchacha se disponía a alejarse de la situación cuando el comensal furioso tiró de su brazo exclamando:

—¡No he terminado contigo!

La faz de Harley se ensombreció por completo y no dudó un instante antes de disparar su puño hacia la mejilla del hombre, impacto que lo dejó sentado en el suelo. Antes de que pudieran reaccionar, corrieron dos guardias de seguridad del local hacia donde se desarrollaba el evento y sujetaron al comensal agresivo de ambos brazos para ponerlo de pie.

—¿¡Es así como tratan a sus clientes, malditos miserables!? —Los hombres de seguridad, mucho más altos y robustos que el tipo que gritaba y pataleaba, se alejaron por las escaleras con él para bajar al primer piso y sacarlo del local—. ¡Vas a oír de mí, imbécil! —gritó por última vez hacia Harley antes de perderse escaleras abajo.

Riley se convirtió en el foco de atención cuando se acercó a Harley y Penélope y expresó fuerte y claro con una sonrisa relajada:

—La casa se hará cargo de sus postres, lamentamos el desagradable espectáculo. Pueden centrarse en sus cenas de nuevo, y si aún no han recibido su comida, va en camino. De antemano, mil disculpas si el cocinero se emociona con la sal.

Algunas risas, muy breves y casi imperceptibles, se hicieron presentes antes de que el movimiento y jaleo en el piso regresara a la normalidad de forma gradual. Entonces Riley se dirigió a sus dos compañeros ya con una voz moderada.

—Alguien más se hará cargo del plato roto, nosotros vayamos con el gerente antes de que nos llamen primero. —Empujándolos con suavidad de la espalda, condujo a sus compañeros al tercer piso del restaurante. La verdad era que solo él se veía listo para escuchar lo que tuviera que decirle el superior, ya que Harley todavía trataba de modular su agitada respiración y Penélope sentía en su pecho los golpes de su corazón acelerado.

Riley fue quien llamó con suavidad a la puerta de la oficina del hombre que les había dado la bienvenida cuando los contrataron junto con los demás camareros. Su jefe era latino, de origen colombiano, pero en lo particular aficionado a la cocina mexicana: el señor Ramírez. Había estado ocupado con papeleos cuando los tres meseros ingresaron a su despacho a explicarle lo sucedido desde su propia perspectiva. Ramírez tenía un temple sereno, no se veía disgustado en lo más mínimo por lo que oía, escuchó con paciencia y atención a los involucrados del incidente y asentía cada vez que los chicos decían lo que habían sentido o cómo habían reaccionado ante tal comensal. Desde que se había inaugurado Mex no había tenido lugar un hecho similar, por lo que no existía en su protocolo un código de conducta cuando llegaba un cliente con ese nivel de agresividad, pero les hizo saber a los chicos que permitir que los golpearan era tan inaceptable como golpear a alguien, no importaba quién fuera si se daba dentro de las instalaciones.

Riley, desde luego, no recibió ningún tipo de sanción, más bien, el señor Ramírez agradeció que intentara tranquilizar a los clientes que seguían expectantes de lo sucedido una vez que los de seguridad se hubieran llevado al sujeto que, al parecer, había intentado agredir físicamente a Penélope. Le pidió que se marchara a retomar con su turno y así lo hizo. Con Penélope y Harley presentes en su oficina, le dejó algunas recomendaciones a ella: que verifiques la temperatura de la comida antes de llevarla a la mesa del cliente, que sé más veloz y atenta con todos, no te pongas nerviosa si alguien te grita y, por supuesto, jamás nadie tiene el permiso de golpearte aquí, hiciste un buen trabajo, disculpa por lo sucedido, puedes ir al baño antes de retomar a tus cosas, gracias. Con ello, la joven pudo marcharse dejando solo a Harley con el gerente. Aquel no recibió un grito ofuscado de parte de Ramírez, solo comprensión como ser humano que se dirigía a él, pero la exigencia que debía de tener un jefe. Harley fue sancionado con 3 días de suspensión, tiempo en el que no podría acercarse a más de cien metros del restaurante, no se le pagaría por ese tiempo y debería de encargarse de sacar la basura del local al final de su turno durante dos semanas consecutivas. Eso sí, si acaso volvía a golpear a alguien en Mex, sin importar el contexto, sería despedido de inmediato.
Harley salió de la oficina resignado, sabiendo que a partir de ese instante y por los próximos tres días, no trabajaría.

Wood suspiró y estiró sus brazos mientras se dirigía a la sala de descanso. Todavía quedaban dos horas para finalizar el turno de ese día, así que pensaba quedarse dormido en uno de los muebles hasta que Riley lo llevara a su casa en su auto. Al entrar a la sala solo halló a Camile durmiendo con la boca abierta en el sofá personal, quien despertó de un brinco en cuanto Harley cerró la puerta detrás de él.

—¡Qué hora es! —exclamó Cam.

—No estoy seguro, pero creo que son las... —respondió buscando su teléfono en sus bolsillos del uniforme.

—¡Ya es tarde! —vociferó antes de salir corriendo de la sala. Dejó la puerta entreabierta, por lo que cuando el chico se acercó para volver a cerrarla vio a Marks a punto de tocar la perilla de la puerta para ingresar.

Él se sobresaltó y se alejó un poco sin quitarle la mirada de encima.

—Deberías estar trabajando —señaló él.

—Sí, es que... —musitó ella cerrando la puerta a sus espaldas. Tenía la mirada en el suelo y sus mejillas se tornaban cada vez más rosadas—. Es solo que quería agradecerte por defenderme... al menos antes de que pierda el valor para venir a decírtelo.

Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Harley de forma súbita, se estremeció desde las entrañas, por lo que decidió darle la espalda a Marks y cruzar sus brazos sobre su pecho. A los pocos segundos, él habló:

—No sé qué te ha pasado. Cuando éramos niños tú te hacías cargo de los más grandes. Tirabas de su cabello, los golpeabas con palos que encontrabas, no les tenías miedo.

Marks tardó unos segundos en contestar.

—Eh, ¿cómo recuerdas eso? —Rio—. Creo que tenía como seis o siete años...

—Teníamos seis... Y golpeaste a un niño que me amenazaba.

—¿Qué? ¿A ti? —Soltó una breve carcajada—. Hay muchas cosas que he olvidado por completo, la verdad es que casi todas las veces que nos cruzamos antes de la universidad se me han borrado.

—¡No me sorprende! —Se giró hacia ella con cierta violencia—. Seguro tampoco recuerdas todas las veces que pisaste mis zapatos cuando corrías por el salón como una niña loca.

—Oh, lo siento tanto, Harley. —Sonrió apenada viéndolo a los ojos—. Es cierto, hay muchas cosas que no recuerdo de la primaria, secundaria o preparatoria tal vez. Era muy tosca cuando jugaba y siempre me andaba golpeando la cabeza. ¿Será por eso?

—Eres un desastre. —Wood suspiró.

—Pero... hay muchas otras cosas que sí recuerdo. Como las melodías que tocabas en el piano en los primeros años de primaria, recuerdo lo rubios que se veían tus rizos cuando les llegaba la luz del sol de verano, lo blancos que son tus dientes para alguien que fuma desde la secundaria y es una lástima que no se vean mucho porque nunca sonríes y apenas hablas con otras personas... o al menos conmigo. —Dejó de mirarlo a los ojos y bajó la vista al suelo mientras se le dibujaba una nostálgica sonrisa—. Recuerdo que tus manos siempre están frías, que tu mirada fue cambiando con los años y a pesar de que era muy dura e inaccesible al empezar este semestre, creo que poco a poco está cambiando... Porque si no, no hubieras defendido al debilucho de Parker en medio del campus, no me hubieras llevado a la enfermería cuando me golpeé la cabeza, no me hubieras ayudado a salir de ese montón de nieve en Aspen, no cuidarías tanto de Jude Lessin después de su accidente. Y sé que tú lo provocaste, que fue tu error, pero lo estás enmendando... Y recuerdo que viniste a trabajar por Camile sin que casi no tuviéramos que insistirte, y es que he escuchado cómo hablas con los clientes, por eso sé que te late un corazón más cálido de lo que parece y tal vez es por eso que me gustas.

Para ese instante el rostro de Wood se tornó rojizo por completo y alzando ambas cejas bajó la mirada cubriéndose la boca. Su reacción hizo que Marks también se ruborizara y desviara los ojos en cualquier otra dirección. Parecía que intentaba añadir algo más, pero decidió quedarse callada.

—No te puede gustar alguien que apenas conoces... —comentó Harley emulando un tono áspero antes de apurarse en salir de la habitación.

Trotó hacia el baño aún ocultando parte de su rostro, no se fijó en quiénes se encontraban en el urinario o lavándose las manos, pues su objetivo era una de las casetas. Dentro, cerró su puerta con el cerrojo y solo entonces se detuvo a examinar lo agitada que era su respiración debido a la velocidad de sus latidos en ese momento. Palpó sus mejillas, cada vez más calientes como si alguien lo hubiera abofeteado. Sin embargo, lejos de que toda esa sensación inconfundible le produjera una molestia, soltó una carcajada desde el abdomen. Su risa fue cada vez más estridente hasta el punto en que tuvo que abrazarse a sí mismo por el fastidio que le producía en el estómago. Se sentía como un idiota, se lo repitió varias veces en su mente, pero en ese momento no iba a detenerse, creía que lo que hacía era sano y por eso iba a permitírselo.

No lo diría en voz alta, se juró que jamás lo expresaría con palabras claras, pero en ese instante, sentado junto al retrete, abrazando su estómago, con el rostro colorado de tanto reír y sus mechones de cabello alborotados por toda su frente, se supo feliz; incluso si ello duraba tan solo unos segundos más, incluso si era un sueño, incluso si había escuchado mal las palabras de Marks, la única chica que le gustaba.

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