Nadie es perfecto

Par DianaMuniz

87.3K 6.6K 1K

A los ojos del mundo, Adam Alcide es el flamante heredero de la A&A. Pero bajo su perfecta fachada se encuent... Plus

1- Nadie es perfecto (1ª parte)
1- Nadie es perfecto (2ªparte)
1-Nadie es perfecto (3ª parte)
1-Nadie es perfecto (4ª parte)
2- Navidades Perfectas (1ª parte)
2-Navidades Perfectas (2ª parte)
2-Navidades Perfectas (3ª parte)
Navidades Perfectas (4ª parte)
3- Lo que está muerto (1ª parte)
3.-Lo que está muerto (2ª parte)
3.-Lo que está muerto -3ª parte-
3.- Lo que está muerto (4ª parte)
4.-Sombras del pasado (1ª parte)
4.-Sombras del pasado (2ª parte)
4- Sombras del Pasado (3ª parte)
4-Sombras del pasado (5ª parte)
5-El pájaro enjaulado (1ª parte)
5-El pájaro enjaulado (2ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (3ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (4ª parte)
6.-El otro lado del cristal (1ª parte)
6.-El otro lado del cristal (2ª parte)
6.-El otro lado del cristal (3ª parte)
6.-El otro lado del cristal (4ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (1ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (2ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (3ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (4ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (1ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (2ª parte)
8.-Un refugio lejos del mundo (3ª parte)
9.- Hoja de Ruta (1ª parte)
9.- Hoja de Ruta (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (1ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (3ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (1ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (2ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (3ª parte)
Unas palabras a los lectores...

4- Sombras del pasado (4ª parte)

2K 154 21
Par DianaMuniz

Salió de la ducha y se puso de nuevo el mismo pantalón. Tanto Dorrick como Artos se habían comprometido a conseguirle ropa pero no debía de ser su prioridad. El espejo devolvía una imagen de sí mismo que apenas podía reconocer. Su pelo estaba corto como nunca lo había llevado y su cuerpo… Bueno, eso era algo aparte.

Cuando era niño, el médico que se ocupaba de cuidarle a él y a sus hermanos calculaba hasta la última de las calorías que gastaban para hacerles una dieta acorde a su gasto energético, así que nunca había estado gordo. Pero en ese momento estaba alarmantemente delgado. Las costillas se dibujaban alrededor del esternón y parecía que se pudiera atar una cuerda por el hueco que dejaban sus clavículas.

—Bueno, ya no soy perfecto —dijo. Pero ese sentimiento, que una vez creyó que le reconfortaría,  no hacía más que acentuar el lastre que parecía hundir su ánimo—. Toca algo —dijo al robot que permanecía inmóvil en una esquina del salón—. Por favor —repitió, recordando el consejo de Nadie—. ¿Podrías tocar algo de Tartini?

El robot no se movió. Zero frunció el ceño y se agachó para contemplar al pequeño músico a la altura de donde debía tener los ojos.

—¿Paganini? ¿Vivaldi? —Nada, ni siquiera se movió—. ¿Mozart? —preguntó comenzando a irritarse—. Vas a seguir ignorándome, ¿no es eso? Te lo he pedido bien, te lo he pedido por favor. ¿Qué más se supone que tengo que hacer para que hagas tu maldito trabajo y toques ese…? —Se contuvo antes de soltar más improperios. Discutir con un robot no iba a solucionar sus problemas. Pero a lo mejor conseguía relajarse—. Si no lo haces tú, lo haré yo mismo —dijo y agarró el violín son las dos manos dispuesto a hacerse con él.

El pequeño robot pareció adquirir vida propia de un instante para otro. Sus manos y sus largos dedos arañaron el aire buscando el instrumento mientras Zero se peleaba por recuperar también el arco.

—Has tenido tu oportunidad —dijo amenazándole antes de acomodarse el violín en la barbilla. Lo hizo de forma natural, sin pensarlo siquiera. Zero se sorprendió. Llevaba casi diez años sin acercarse a ese instrumento musical y sentía como que todavía formaba parte de él. Casi podía sentir la vida del árbol en su madera. Memorizó en un momento una partitura y tañó las cuerdas con el arco.

Los gemidos que se liberaron poco tenían que ver con lo que estaba acostumbrado. Los dedos dolían mucho y estaban demasiado hinchados. Sin querer, rozaba las cuerdas vecinas y no podía hacer toda la presión que requería. Tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no arrojar el violín contra la pared.

—Es temporal —se dijo—. Las uñas crecen. Una vez lo hice —recordó—, una vez aprendí.

Se sentó en el sofá. Tenía ganas de llorar de pura frustración. Por estúpido que pareciera, siempre había creído que si hubiera querido tocar el violín, habría podido hacerlo igual que como lo hiciera entonces. Pero era evidente que eso no era así. Había perdido la memoria muscular que tanto había valorado su predecesor. Se lo habían quitado todo: el pelo, las uñas, su cuerpo perfecto y su inútil talento.

Pero si era necesario aprendería de nuevo.

—Piensa, piensa —se dijo dándose golpecitos con el arco en la frente. Intentaba recordar sus primeras piezas, aquellas con las que había comenzado. Estaba el Adagio del concierto de Mozart. Si el genio lo había escrito con menos de diez años, él podría tocarlo con veinticuatro. Aunque lo que salió del violín fue una versión retorcida y dolorosa que apenas se parecía al concepto original.

Suspiró y echó la cabeza hacia atrás sintiéndose muy cansado. Se quedó un rato así, con la vista clavada en el techo, pensando en que apenas unos meses antes, le habría importado una mierda que alguien le dijera que no podría tocar el violín de nuevo.

—Toma —dijo, tendiéndole de nuevo el instrumento y el arco al pequeño robot—, está visto que yo no puedo hacerlo.

La puerta se abrió y Artos asomó la cabeza por ella.

—Toc, toc —dijo—. ¿Puedo pasar?

—¿Tengo elección?

—La verdad es que no —dijo, entrando y cerrando la puerta tras sí—. Tienes al violinista —dijo percatándose del pequeño robot que rodaba deprisa a esconderse en su rincón agarrando con fuerza su pequeño tesoro—. Ese debía de ser el sonido espantoso que he oído hace un momento. Pensaba que este trasto sabía lo que hacía pero…

—No traes ropa, ni comida —observó Zero ignorando el comentario—. ¿Debo interpretarlo como que ya está todo decidido y ya no es necesario?

—No, más bien es que me acabo de acordar de lo de la ropa al ver que sigues en pijama. Pero le pondremos remedio a eso.

—¿Y la comida? —preguntó.

—Pues es trabajo de los robots. Así que deberías echarle la culpa a Ulises.

—Robots —dijo con una mueca amarga—, creo que no les caigo bien. Ni siquiera puedo hacer que eso funcione.

—¿Eso? —preguntó Artos—. ¿Te refieres al violinista? Bueno, siempre ha sido un poco especial pero… Toca algo, cualquier cosa —le ordenó. Y casi al instante, el pequeño robot empezó a tocar el mismo concierto de Mozart con el que se había peleado Zero minutos antes—. No parece que vaya mal. ¿Qué? ¿A qué viene esa cara?

—Esta nave me odia —sentenció—, y no tengo ni idea de por qué.

—Ulises odia a casi todo el mundo —dijo Artos—. Creo que odia a todo el mundo que no sea Tristan y él no está mucho tiempo por aquí así que, odia a todo el mundo. Estoy bromeando, Ulises —añadió en voz alta—. Vamos a dar una vuelta —le informó—, ponte la camiseta.

—No tengo camiseta —dijo Zero.

—¿Por qué no? ¿Qué le ha pasado?

—No quieres saber la respuesta a esa pregunta —dijo Zero, permitiéndose una sonrisa.

—Te creo. Ahora vuelvo —No tardó ni un minuto en regresar con una camiseta limpia que le arrojó desde la entrada—. Vamos a buscarte algo de ropa. Pero antes… —Artos juntó las manos de Zero y activó las presas magnéticas de nuevo.

—¿Otra vez? Odio las esposas —protestó Zero, pero no ofreció resistencia.

—Bueno, en algunos contextos pueden ser divertidas —bromeó Artos.

—No, créeme, lo he probado. Las odio en todos los contextos.

***

Atención. Está entrando en una zona de peligro. No puedo garantizar su supervivencia si traspasan los límites de seguridad establecidos. —La voz de la inteligencia domótica resonó por el pasillo en el momento en que su acompañante abrió aquella puerta.

—No le hagas ni caso —le susurró Artos al oído mientras le empujaba a entrar en la habitación—. Es un poco quisquilloso para ciertas cosas.

Habían llegado a ese lugar eludiendo las vías principales. Atravesaron un laberinto de alacenas y pasillos estrechos por donde apenas pasaban los robots de mantenimiento, una red de conductos secundarios que evitaban las zonas habitadas. No se habían cruzado con nadie e incluso, un par de veces, Artos había asomado la cabeza para corroborar que siguiera siendo así.

—Más vale prevenir —se había limitado a contestar el leónida, cuando Zero le preguntó por su actitud.

Y ahora, al entrar en ese extraño pasillo envuelto en tinieblas, incluso la omnipresencia de Ulises se había desvanecido. La presa de sus esposas se soltó nada más atravesar el umbral de oscuridad. Zero levantó las manos en un gesto interrogante.

—Es una zona de nulidad electromagnética —explicó Artos y cogió una barrita química de un montón que alguien previsor había colocado allí, y la sacudió para que se encendiera. El resplandor verdoso iluminó el espacio en el que se encontraban reanimando recuerdos de pesadillas que no venía al caso recordar pero que le produjeron un sudor frío—. Según me han contado, hace tiempo, alguien sufrió un ataque por parte de Ulises y para defenderse, provocaron un campo de nulidad electromagnética que apagó por completo la nave. Pero Ulises era listo y ocultó su consciencia en un pequeño robot. —Artos continuaba avanzando y Zero le seguía sin decir una palabra, escuchaba atentamente toda la explicación y contemplaba con curiosidad todo lo que le rodeaba. El joven no había hecho ningún comentario respecto a sus esposas y no parecía tenerle miedo—. Cuando activaron la nave de nuevo, la personalidad de Ulises tomó otra vez el control y llegó a un trato con Tristan. No me preguntes cómo sucedió pero fue una especie de pacto con el diablo. Al parecer, originalmente esto era una nave ciudad cargada de colonos. La mayoría estaban en sueño criostático. Hay una enorme sala llena de ataúdes de sueño criostático estropeadas, llena de cadáveres. Tienes que verlo. Es muy... impresionante. Y pone los pelos de punta. Pero en fin, como te contaba, se supone que esta era una nave que tenía que estar llena de gente y en ese momento la nave estaba desierta, así que Ulises no tenía su finalidad. Tristan le prometió que otra vez llenaría de vida La Odisea a cambio de su ayuda. Costó mucho que Ulises dejara escapar a Tristan. Y con escapar me refiero a salir de la nave, aunque siempre vuelve. Pero por ahora ha mantenido su promesa y ambos cuidan mutuamente del otro. Lo que sucede es que, como has podido comprobar, Ulises sigue teniendo problemas de personalidad. Cuando La Odisea volvió a la vida, algunas zonas quedaron inmersas en restos del campo de nulidad. Estamos arreglando la mayoría pero se ha mantenido esta porque… a veces se necesita un poco de intimidad.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Zero. Se habían activado todas sus alertas, quizá estaba siendo suspicaz pero la última vez que se había alejado con alguien a un sitio solitario, habían intentado matarle. Las cosas no habían acabado así, era cierto, pero no quería tener que decidir entre salvar su vida o acabar con la del hermano de Nadie.

Ese tipo de cosas solían lastrar una relación.

—Buscarte ropa —dijo sin variar un ápice el tono de voz. Pero la situación era tan esperpéntica que Zero no pudo creerle, así que la sorpresa fue mayúscula cuando llegaron a una sala enorme llena de ropa—. Hemos sacado un montón pero cada vez que entro me parece igual de llena —comentó—. Supongo que no se ha vaciado tanto como creía, después de todo, tampoco es nuestro estilo. Pero se parece mucho a la moda de Paris Noveau, ¿no es así? Por eso pensé que preferirías esto a nuestra ropa de trabajo.

—Así llamaré más la atención —murmuró contemplando los brocados de las chaquetas que parecían sacadas de un agujero temporal.

—Eres un príncipe de Origen —sentenció Artos—, vístete como tal. No vas a pasar por uno de nosotros aunque te crezca pelo en el pecho así que no es necesario que te esfuerces por encajar. Este no es tu sitio.

—¿Eso significa que me podré ir? —preguntó, intentando no transparentar la rabia que le había producido el comentario de Artos.

—No lo sé. Cámbiate y coge más ropa —dijo mostrándole un par de camisas—. Lo que necesites para hacerte un guardarropa completo. Coge bastante, con esta luz apenas se distinguen los colores y podrías acabar vestido de color verde limón.

—Parece ropa para muñecos —dijo. Si aquello era la ropa de Origen, él no la había visto. Se había pasado casi toda su vida en pijama, había algo casi nostálgico en la ropa que llevaba. Sin contar que parecía infinitamente más cómoda.

—Supongo que es la idea —comentó Artos sin darle importancia.

—¿La idea es que parezca un muñeco? —El rostro del joven indicaba que lamentaba el comentario. Zero clavó sus ojos en los suyos exigiendo, en silencio, una explicación. Artos titubeó y desvió la mirada.

—Yo… a lo mejor meto la pata más pero… ¡Joder! No puedo decírtelo.

—Está bien —dijo Zero cruzándose de brazos—, pero no seguiré el juego sin saber de qué va. Me quedaré con mi pijama, gracias.

—No seas crío —murmuró cogiendo él mismo un montón de ropa—. Oye, no deberías darle importancia, seguramente Tristan te lo explicará todo. Ya lo verás. Ha sido idea suya y… bueno, tampoco es que tuviera mucha opción pero… ya no sé qué pensar. Yo solo sé lo que pasó en la reunión y no tengo ni idea de lo que hay entre vosotros ni…

—Artos, dime lo que pasó en la reunión y yo ya extraeré mis conclusiones —ordenó Zero. Y, para su sorpresa, su tono de voz pareció influir en el joven leónida.

—Nunca pensé que la vida sexual de mi hermano centrara una reunión de estrategia comercial —explicó con la cabeza gacha—. La mayoría de los socios Mar-en-Calma son antiguos señores de Sparta que fingen adaptarse a las nuevas costumbres. Tristan les da un poco de poder y ellos, a cambio, siguen las órdenes como buenos perros, creyendo que siguen mandando. Pero a veces, no es tan fácil mantener los perros a raya y esto era… demasiado para ellos. Pero Tristán le ha dado la vuelta a la tortilla y lo que antes era una debilidad inmoral, ahora es una muestra de superioridad mercantil porque ha convertido al dueño de la A&A en su… putita particular.

La expresión de bochorno dibujada en el rostro del joven leónida le dio a entender que esa expresión no había salido de su boca.

—Supongo que es mejor eso que muerto —suspiró Zero, dando voz a lo que decía su parte más racional mientras la emocional se sacudía por dentro y se sentía traicionada. Dolía. Dolía mucho, pero no podía demostrar el daño que le habían hecho—. Por eso tengo que dar mi mejor imagen, ¿no es así? Tengo que parecer el dueño de una de las Aes y no un prisionero. Porque tiene que parecer que todo es por propia voluntad, porque… soy un estúpido… ¿enamorado?

—Sí, creo que se trata de algo así —dijo Artos—. Pero ya te digo que no tengo ni idea de lo que hay entre los dos y hasta qué punto es verdad lo que ha dicho en la reunión. Puede que solo fuera para salvarte la vida, aunque… —Artos tragó saliva— Aunque si fuera algo así, sería la primera vez que hace algo por alguien. Por eso ha sido tan fácil convencer a todo el mundo; Tristan no tiene sentimientos.

—Acércame esos pantalones, ¿quieres? —dijo Zero haciendo acopio de toda su sangre fría. Lo primero era sobrevivir, y luego, se ocuparía de recuperar su dignidad si aún quedaba algo de ella.

—Si te sirve de consuelo, te dará libertad de movimientos dentro de la nave. Supongo que Tristan habló con Dorrick porque no ha hecho mención del incidente de Elíseo así que todos te ven como alguien inofensivo y valioso.

—Fantástico —dijo con apatía mientras se peleaba de nuevo con el nudo del pantalón, y esta vez, solo en parte era por culpa de sus dedos. Sus manos temblaban tanto que apenas podía agarrar el cordón—. No habrá ropa interior por aquí, ¿verdad?

—Puede ser, pero no tengo ni idea de dónde puede estar. Si quieres, puedo mirar por allí… ¿Quieres ayuda con eso? —preguntó, al ver que la pelea con el nudo seguía. Zero suspiró y le dejó hacer—.  ES la primera vez que le desato los pantalones  a un hombre —bromeó, pero Zero no estaba de humor para replicar al chiste, así que Artos optó por cambiar de tema—. Tienes que visitar a uno de los médicos —comentó fijándose en sus manos—. Seguro que pueden arreglártelo. A mí, una vez, me pusieron una uña artificial que se desplazaba empujada por la nueva. Me extraña que la doctora Nullien no te lo haya comentado.

—No es mortal, me lo he hecho yo mismo y solo era un prisionero. Supongo que ahora que he ascendido a la categoría de mascota sexual tendré derecho a que me curen las heridas y me den de comer.

—Y a un paseo de vez en cuando, y a que te rasquen la barriga —bromeó Artos. Zero sonrió a su pesar, era tomárselo con buen humor o pegarle un puñetazo y la intención del leónida no había sido hacerle daño, sino todo lo contrario—. Hasta te podría conseguir uno de esos collares y una chapita con tu nombre.

—Estaría bien —murmuró.

—Pensaba que te pondrías furioso —dijo Artos recuperando el tono serio—. Yo en tu lugar… No sé lo que habría hecho, pero seguro que no hubiera sido nada muy inteligente. Cuando era pequeño, Tristan insistía siempre en toda esa mierda del autocontrol, yo le respondí que para qué, me pondría el brazalete y viviría la vida al máximo. Creo que desde entonces está decepcionado conmigo.

—Tu vida ha sido muy dura —dijo Zero con sarcasmo.

—¿Y la tuya sí? —replicó Artos, enfadado—. ¡Pobre niño rico de Origen!

—Supongo que hay vidas peores —dijo encogiéndose de hombros—. Pero dame tiempo, la cosa se pone emocionante por momentos.

***

Diez uñas.

Tal y como le había dicho Artos, la doctora Nullien le había colocado unas prótesis artificiales a medida. Y apenas le había llevado quince minutos. Ahora, tocar cualquier cosa no se convertía en una tortura. Gracias a ellas, abrochar los botones de su chaqueta no supuso una nueva prueba de habilidad y resistencia.

Vestido con las nuevas ropas, Zero era una representación perfecta del príncipe original que debía ser. La rígida tela de la prenda que le cubría disimulaba su extrema delgadez y sus mejillas enjutas hacían que destacaran unos pómulos afilados que le daban cierto aire felino. Estudió su imagen en el espejo y luego, se quitó la chaqueta de nuevo y la arrojó al suelo.

«Estoy muy cansado», pensó frotándose los ojos una vez más. Según su desfasado reloj horario, hacía ya rato que debería estar durmiendo pero Zero quería ver a Tristan. Algo en su interior insistía en que debía esperar, que él vendría y se lo explicaría todo. Porque esa parte de él insistía en que todo era un truco de Nadie para mantenerle con vida. Pero él no tenía nada para avalarle. Nada. Era triste reconocer que, en realidad, no sabía nada de ese hombre.

En algún momento, Zero había perdido el control de su vida, si es que alguna vez lo había tenido. Su misterioso secuestro, su entierro, su cautiverio… El pequeño paranoico que también vivía dentro de él había empezado a trabajar con una curiosa teoría de la conspiración. Si llevaban tres años siguiendo todos sus movimientos, ¿cómo habían podido secuestrarle sin que nadie se diera cuenta? ¿Y por qué, entre todos los lugares del sistema, había ido a aparecer en una colonia de la corporación Mar-en-Calma? El pequeño paranoico pensaba que quién mejor que alguien que le había seguido durante tres años para encontrar el momento oportuno para hacerle desaparecer. Y qué mejor que hacerle sufrir su infierno personal para debilitarle anímicamente, tanto, como para que un fantasma de su pasado se presente como un salvador y personifique todo lo que significa seguridad. Hasta el punto de dejar que le convierta en una marioneta que destruya su propia compañía.

—Tonterías —dijo en voz alta, furioso consigo mismo—. No soy tan débil.

«¿No? Entonces, ¿por qué esperas a que venga Nadie? ¿Por qué crees que a su lado no tendrás pesadillas? Eso es fortaleza, sin duda».

Pero cuando la puerta se abrió, Zero alzó, esperanzado, la cabeza. Pero no era Tristan quién estaba allí. No.

Era él mismo.

Perfecto.

Continuer la Lecture

Vous Aimerez Aussi

114K 10K 71
Júlia Fort García es la hermana mayor del joven lateral del Fc Barcelona Héctor Fort,el club invita al equipo a un partido de la sección femenina,est...
62.5K 10.1K 39
Que pasaría si tienes 17 años y de quién pensabas estar enamorada no lo estás y sin embargo te sientes atraída por una mujer 8 años mayor que ella...
102K 13.2K 163
Entra para obtener más información de la historia 💗
1.9M 133K 90
Becky tiene 23 años y una hija de 4 años que fue diagnosticada con leucemia, para salvar la vida de su hija ella decide vender su cuerpo en un club...