Tú, Yo y El Mal

By MabelPazAvalos

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Dicen que todos tienen un hilo rojo conectado con otra persona. Bueno, pues yo creo que mi hilo es más bien d... More

PRÓLOGO
• CAPÍTULO 1 •
• CAPÍTULO 2 •
• CAPÍTULO 3 •
• CAPÍTULO 4 •
• CAPÍTULO 5 •
• CAPÍTULO 6 •
• CAPÍTULO 7 •
• CAPÍTULO 8 •
• CAPÍTULO 9 •
• CAPÍTULO 10 •
• CAPÍTULO 11 •
• CAPÍTULO 12 •
• CAPÍTULO 13 •
• CAPÍTULO 14 •
• CAPÍTULO 15 •
• CAPÌTULO 16 •
• CAPÍTULO 17 •
• CAPÍTULO 18 •
• CAPÍTULO 19 •
• CAPÍTULO 20 •
• CAPÍTULO 21 •
• CAPÍTULO 22 •
• CAPÍTULO 23 •
• CAPÍTULO 24 •
• CAPÍTULO 25 •
• CAPÍTULO 26 •
• CAPÍTULO 27 •
• CAPÍTULO 28 •
• CAPÍTULO 29 •
• CAPÍTULO 30 •
• CAPÍTULO 31 •
• CAPÍTULO 32 •
• CAPÍTULO 33 •
• CAPÍTULO 34 •
• CAPÍTULO 35 •
• CAPÍTULO 36 •
• CAPÍTULO 37 •
• CAPÍTULO 38 •
Liam Davis
• CAPÍTULO 40 •
• CAPÍTULO 41 •
• CAPÍTULO 42 •
• CAPÍTULO 43 •
Hermes Sevilla
• CAPÍTULO 44 •
• CAPÍTULO 45 •
• CAPÍTULO 46 •
• CAPÍTULO 47 •
• CAPÍTULO 48 •
• CAPÍTULO 49 •
• CAPÍTULO 50 •
• CAPÍTULO 51 •
• CAPÍTULO 52 •
Antonella Pasquarelli
Maxon Lee
Bratt Smith
• CAPÍTULO 53 •
• CAPÍTULO 54 •
• CAPÍTULO 55 •
• CAPÍTULO 56 •
• CAPÍTULO 57 •
• CAPÍTULO 58 •
• CAPÍTULO 59 •
• CAPÍTULO 60 •
• CAPÍTULO 61 •
• CAPÍTULO 62 •
Liam Davis
• CAPÍTULO 63 •
• CAPÍTULO 64 •
• CAPÍTULO 65 •
Bratt Smith
• CAPÍTULO 66 •
• CAPÍTULO 67 •
• CAPÍTULO 68 •
• CAPÍTULO 69 •
• CAPÍTULO 70 •
Lily Brooks
Lily Brooks
Lily Brooks
• CAPÍTULO 71 •
• CAPÍTULO 72 •
• CAPÍTULO 73 •
• CAPÍTULO 74 •
• CAPÍTULO 75 •
• CAPÍTULO 76 •
• CAPÍTULO 77 •
• CAPÍTULO 78 •
• CAPÍTULO 79 •
• CAPÍTULO 80 •
• CAPÍTULO 81 •
• CAPÍTULO 82•
• CAPÍTULO 83 •
• CAPÍTULO 84 •
• CAPÍTULO 85 •
• CAPÍTULO 86 •
• CAPÍTULO 87 •
• CAPÍTULO 88 •
• CAPÍTULO 89 •
• CAPÍTULO 90 •
• CAPÍTULO 91 •
• CAPÍTULO 92 •
• CAPÍTULO 93 •
• CAPÍTULO 94 •
• CAPÍTULO 95 •
• CAPÍTULO 96 •
• CAPÍTULO 97 •
• CAPÍTULO 98 •
FINAL
REPORTAJE POLICIAL
MARILIA

• CAPÍTULO 39 •

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By MabelPazAvalos

Karol Sevilla

Entro al gimnasio que me queda más cerca de la casa de mi madre. Hermes me ha pagado una mensualidad aquí y no pienso desaprovecharla.
Sigo de vacaciones, así que no me cuesta el venir a las ocho de la la mañana.
Recorro el lugar con la mirada y comienzo con mi primera hora de rutina.

Tras pasar el tiempo me dirijo a otro aparato para hacer abdomen y brazo. Cargo con más pesas y miro a través de la gran ventana de cristal que da hacia el bonito jardín del gimnasio. Tengo entendido que aquí es un deportivo y por eso allá afuera hay albercas y canchas de todo tipo; tanto de soccer como de tenis.

Es muy lindo, me gustaría venir aquí todos los días pero sé que no es posible porque soy estudiante de universidad. Pero haré todo lo posible por asistir los días que tenga disponibles.

—¿Tardarás mucho?

—Tardaré lo que tenga que tardar.

—Quiero usar la máquina.

—Que pena tu caso —Volteo la mirada para encararlo pero me encuentro con la bella sorpresa de que es mi profesor—¿No es suficiente el vernos en la universidad? Porque para mi sí.

—Vengo a este gimnasio desde mucho antes que tú.

—Me alegro, me dejas entendido que ya conoces todo el lugar y que te puedes marchar de mi vista para que ya no te vea.

—Creí que tu papel de chica mala solo era en la universidad, pero veo que también aquí afuera.

—¿Papel? Yo no actúo.

—Déjame entrenar contigo.

—No.

—Para mi fue un sí —Ruedo los ojos cuando se sienta a mi lado. Después lo miro con determinación y le noto cada rastro de su aspecto. Su cabello rubio sigue intacto, no tiene ni una gota de sudor.

—¿Acabas de llegar?

—No, ya tengo rato aquí.

—Ah —Miente—¿Y en qué sección estabas?

—No estaba entrenando, estaba viendo la pelea.

—¿Pelea?

—Hay un torneo de boxeo aquí —Wow—Hubo una pequeña pelea en el cuadrilátero hace unos minutos.

—¿Boxeas?

—Pues claro —Se ríe—Se me da muy bien pero no me llevo con nadie de aquí que no tenga pareja de boxeo, así que nunca podré entrar a esa sección.

—Yo soy buena boxeando.

—Uy si, como no.

—Llévame a donde dices —No me contesta—Daniel Jones, llévame al maldito lugar de boxeo porque quiero ir.

—¿Sabes? Me he dado cuenta de que nunca nos hablamos de usted. Desde un principio dejamos las formalidades de lado. Porque yo creo que me deberías de tener un poco de respeto, soy tu profesor.

—Cierra la boca y ya llévame.

Suelta una pequeña risa y no vuelve a decir más.
Toma sus cosas, yo tomo las mías y me dirijo por todo lo largo del lugar hasta salir.
Pasamos por albercas, por el restaurante, por la cancha de atletismo y por fin llegamos a un salón con una gran imagen de dos guantes de box.

Los ojos se me iluminan al ver a algunos golpeando costales, a otros haciendo ejercicios de cuerda y otros calentando con otros compañeros a lanzarse puños pero sin golpearse.

Era como estar en un paraíso.

—Daniel, ¿trajiste a tu novia por fin?—Unos tipos se burlan—El spa está del otro lado del deportivo, aquí te vas a lastimar una muñeca.

—En primer lugar, yo no soy novia de nadie y no me gusta que establezcan una conversación conmigo sino lo pido, y más si son personas que no conozco.
Y en segundo lugar, el que necesitará un spa serás tú porque aquí te puedo vencer en menos de un minuto.

Ambos vuelven a estallar en risa y Daniel me toma del codo para que me vaya de ahí.

—Karol, ellos son los más fuertes de aquí, debes de tener un poco de respeto.

—Mi respeto se tiene que ganar.

—Vámonos.

Me toma de nuevo del codo y me arrastra pero algo llama mi atención.

—¡Sí! ¡Adiós princesa!

Princesa.

—¿¡Muy machito!? ¡Ponte tus guantes y subamos al cuadrilátero!—Todos se quedan callados, la mayoría dejó de hacer ejercicio y se nos quedaba mirando pero no me importaba—¡Anda! ¡Ponte los huevos y subamos!

—Karol...

—No me da miedo golpear a una mujer.

—Ni a mi a un marica.

Lo hice enojar. Su otro amigo entendió que esto había sido un reto y corrió por dos pares de guantes negros. El hombre de tal vez unos 30 años tomó ambos y me arrojó los que necesitaba.
Los tomé antes de que llegasen a mi rostro y se fue a su esquina.

—Estas loca. Te van a matar.

—No si yo lo mato primero.

—¡Te gana por kilos!

—Eso no importa.

—Vámonos Karol, este no es lugar para ti.

Me enfureció que me dijera aquello.
Tres minutos después ya estaba arriba con los guantes y me agradecía mentalmente por haber hecho mi calentamiento.

Todo el público se puso a nuestro alrededor. Estaba en mi esquina con Daniel quien me daba agua y me colocaba un protector de dientes.

Hay mucho ruido en este lugar, pero me siento con la mente ida y lo único que tiene mi atención es mi oponente que me mira con deseo.

No se cuánto pasa, pero para cuando reacciono la pelea ya ha comenzado.

Me zumbaron los oídos cuando él es el primero en golpearme la cara. Casi me caigo, sentí que todo me dio vueltas pero no le di el gusto.
El segundo y tercer golpe también me lo dio él; uno en el abdomen y otro de nuevo en la cara en el mismo lugar que el primero.

Todos gritaban aclamando a mi oponente y me enojé cuando me dijo un comentario vulgar y morboso sobre que le gustaban mis tetas.

—Ve haciendo tu tumba.

Cuando quiso darme el quinto golpe no lo dejé. Me cubrí la cara con los brazos y tomándolo distraído le suelto un golpe muy fuerte en el ojo.
Eso lo desorientó así que aproveché a darle tres golpes más en el rostro.

Me aventó un puño pero me agaché y no lo dejé.
Se enfureció, me lanzaba golpes sin Piedad y aunque la mayoría los esquivé, como quiera sé que me dejará moretones.

El tiempo pasó, se podría decir que yo estaba más golpeada que ese grandulón pero no me rendía.
Tenía una ventaja, esa ventaja era mi estatura que me brindaba agilidad al esquivarlo.

Le solté un golpe en el pecho, justo en un punto dañando una parte interna, ese truco me lo enseñó Hermes pero lo tuve que aprender a la mala.

Aproveché su dificultad de respirar y solté puños tras puños en su rostro. Le di un rodillazo en el abdomen y otro en su punto débil.

No sé cómo lo hice, pero después de mi descarga de furia y adrenalina lo he dejado noqueado en el piso.
No se escucha nada, nadie habla, todos me miran con miedo y eso me gusta; me gusta que me teman, me gusta sentirme con poder.

El primero en gritar es Daniel y es el que provoca la avalancha de aplausos.
Él viene corriendo a mi y me levanto la mano para señalar que he ganado.
Amo ganar.

[...]

Los oídos me chillan aún y me debato en ir o no al hospital a que me vean las heridas pero decido que no porque me siento cómoda entrenando con Daniel. Si, ahora mi profesor se ha vuelto mi pareja de equipo en el boxeo, ya estamos anotados.

—Tienes que enseñarme ese golpe que le diste, ha sido lo mejor que he visto en este lugar...—Dejo de escucharlo cuando el grandulón al que dejé inconsciente pasa por la entrada y me mira furioso.
Sonrío a mis adentros por la victoria.

[...]

Mi mañana se pasa volando y el terrible problema había llevado por fin.
Vengo cansada, moretoneada y con sangre cayendo de mi ceja porque me emocioné tanto que volví a golpearme con otro tipo. Si. Mi madre me iba a matar.

—¡Karol Itzitery Sevilla Cisneros!

Un fuerte ruido se escucha, y para cuando me doy cuenta, mi madre se ha caído porque se desmayó.

[...]

El día siguiente era 31 de diciembre. Estoy castigada. Bueno, no sé si estoy castigada porque a mi no me importa eso y como quiera ayer salí a ver a Valentina a escondidas de mi madre.

Ahora estoy en la cocina con mi hermano, mi mamá está en su habitación y creo que él también está enojado conmigo porque nos mantenemos en silencio.

—Dame un beso —ruedo los ojos cuando la rubia de mi amiga le cumple su deseo y lo besa como una perrita faldera. Si. Valentina también está con nosotros y ellos ya se hicieron novios. No falta nada para que se vayan a vivir juntos porque sus cosas ya están en la nueva casa—Tengo hambre, ¿quieres que pida algo para comer aquí? O quieres salir a un restaurante.

—Todo está cerrado Hermes, recuerda que es fin de año.

—Nada está cerrado para mi, ¿lo recuerdas?

—Entonces hay que pedir algo de comer. Aún no está la cena y muero de hambre.

—¿Qué quieres?

—Pizza.

—¿De?

—Carnes frías.

—Karol, ¿de qué quieres la tuya?—Los miro extrañada ya que creía que Hermes no me dirigía la palabra a propósito.

—Igual.

—Es que creí que querrías de mora azul.

—Ese sabor ni existe, ¿por qué creías...?—Cuando se echa a reír y se va comprendo que era una burla a cómo se me veía la cara con los moretones. Había tratado de cubrírmelos con maquillaje pero ha sido imposible por lo marcado que se veían.

Las dos de la tarde. Las pizzas ya habían llegado y mi madre seguía enojada por irme a pelear.

Yo estaba en la isla de la cocina. Valentina le ponía sal a la sopa de no sé qué y Hermes había ido a ver a mamá.

En eso, de reojo veo que alguien camina en mi patio pero no está solo, hay otra persona con un bolígrafo y papel en la mano.
Me asomo más por la ventana y me doy cuenta que es Ruggero.
Abro tantito para escuchar lo que dicen y me quedo en shock.

—Aquí quiero que me pongas un portón de alta seguridad con corriente eléctrica. Quiero que me bardees todo alrededor de la casa y me pongas equipo de cámaras de vigilancia en todos los rincones del patio.

—¿Es una persona importante la que vive aquí?

—Eso a ti no te importa, haz tu trabajo.

—Lo siento señor.

—Todas las cámaras estarán conectadas a mi y en caso de emergencia necesito que uno de tus hombres me coloquen un botón que llame a mi personal en busca de ayuda.

—¿A la policía no?

—No.

—Bien señor. ¿Entonces quiere el paquete de seguridad más equipado para...?

—¿¡Satán está dejando escapar a sus demonios!? ¡O por qué estás en mi casa dando instrucciones para poner cosas!—Ambos giran a verme.

Me sorprende tanto el porte de Ruggero. Siempre viste tan elegante pero con un toque de no sé qué que le da una vista de maldad y superioridad.

—¡No te confundas princesa! Yo soy satán, no un demonio.

Ese comentario casi consigue que se me escape una sonrisa pero la contraigo.

—Lárgate de mi casa Ruggero, hoy las personas de aquí no andan de buenos ánimos.

—No te vine a ver a ti, no te hagas ilusiones.

—Pues si piensas acostarte con mi madre pues adelante, pero no hagan ruido porque me dan nauseas.

—Qué asco, tu madre es la mujer más repugnante que se me ha cruzado y no vengo por ella —Percibo que su mirada cae detrás de mi—Vengo por él.

Volteo, es Hermes.

—Ya quedaron las instrucciones, comiencen a trabajas lo antes posible.

—Sí señor.

Camino de nuevo a la isla de la cocina que da justo enfrente de la puerta de entrada.
No se limita a tocar, solo entra como si fuera su casa.

—No me gusta que te pasees por aquí. Así que dile a tu trabajador que si empieza a construir algo en mi patio que le voy a dar con la manguera. —Lo amenazo, más sin embargo me ignora y se dirige a Hermes.

—Cuñado.

—No soy tu cuñado, mi hermana no es tu novia.

—Me la cojo cuando quiero, así que sí es mía

—Hijo de...—Me interrumpe.

—Pero ahora no vengo a hablar de ella —Suspira—Te necesito. Te necesito y quiero que vuelvas a trabajar para mi en el laboratorio.

—No.

—Te pagaré el doble.

—¿Por qué tan interesado en mi? Hay miles de escuincles que morirían por trabajar para el rey.

—Ninguno de esos escuincles me satisface como lo hace tu trabajo. Eres bueno en lo que haces, Hermes. Y sería una decisión muy estúpida el que dijeras que no.

—No.

—Pon precio. Dime cuanto quieres ganar o lo que quieras.

—¿Lo que yo quiera?

—Lo que sea. Pero trabajarás en las mismas jornadas del día como ya lo habías estado haciendo.
Me di cuenta que no me interesa estar peleado contigo porque al fin y al cabo somos familia y para la mafia eso es lo más importante.

—Quiero una isla.

—Hecho. Escoge qué isla quieres y yo te la voy a financiar.

—Estaré trabajando contigo cuando terminen las fiestas.

Me quedo con la boca abierta al ver lo fácil que se ha vendido mi hermano contra este inútil.
Se dan las manos como si cerrasen un trato y cuando Ruggero me mira, hace que Hermes también lo haga.

Pero después Rulitos parece enfadarse y me frunce el ceño.

—Dime por favor que te has merecido los golpes en la cara. Porque si no te los merecías, habrán muertos.

—Pelea de box.

—¿Ganaste?

—Si.

—¿Luchaste una vez?

—Dos.

—¿Los dejaste noqueados? O los mataste.

—Noqueados.

Me dedica una sonrisa torcida y un poco seductora. Ahí me doy cuenta que le ha encantado mis respuestas y ahora se dirige a mi.
Cuando pienso que me besará me quiero quitar. Pero no lo hace. Me toma de la barbilla con fuerza inmovilizándome para verme los moretones.

—Eres mía.

—No es cierto.

—Aquí el único que te puede golpear soy yo, ¿me escuchaste? Esos moretones deberían ser a causa mía y de mis puños.

Un escalofrío me recorre. Ruggero puede llegar a decir cosas tenebrosas pero aún así no le demuestro inseguridad.

—Y, ¿qué harás?

—Lo dejare pasar sólo porque ganaste —me besa con fuerza—Te ves tan sexy con la cara moretoneada. Me dan ganas de golpearte para que te veas así siempre.

—Lo haces cuando tenemos sexo.

—Te dejo marcas que no se ven, esa es una gran diferencia.

—Y si tú te atreves a golpearme, no vives para contarlo. Yo no te tengo miedo Pasquarelli.

Me fulmina por un buen rato al igual que lo hago yo.
Siento que sus ojos se transforman en un café más oscuro, nada comparado con su color miel.
Se siente la tensión entre nosotros y no sé si estar molesta o excitarme.

—Deja a mi hermana —Le ordena Hermes y tarda un par de segundos para alejarse de mi.

—Cuñado. Le harán un par de remodelaciones a esta casa. Solo te aviso para que estes al tanto y si quieres le informes a la bruja de... lo siento, a tu madre.

—¿qué clase de remodelaciones?

—Tenía pensado...

Dejo de escuchar su conversación y me voy con Valentina. Ella sigue preparando la cena así que no le estorbo en su camino.
Tomo una rebanada de pizza de las que quedan y la veo trabajar.

—Deberías poner a Ruggero en su lugar. Cree que eres parte de su propiedad y te está rebajando. ¿O es acaso que te convertiste en una princesa...?

—Cierra la boca Valentina, tú ya no eres nadie para andarme diciendo esas cosas porque ahora eres la lame botas de Hermes.

Mis palabras salen sin pensarlo. O tal vez sí lo pensaba pero no lo quería decir porque me vería muy grosera.

—Es diferente Karol.

—Ilumíname.

—Me enamoré de tu hermano, él se enamoró de mi y estamos a nada de comenzar una familia en nuestra nueva casa. Eso es lo que lo hace diferente, el amor. Tú no amas a Ruggero. Él es malo contigo y tú con él. Ese hombre te pisotea.

—A mi nadie me pisotea. Yo lo puedo traer comiendo de mi mano si así lo deseo.

—¿A qué precio? ¿Perdiendo la dignidad?

—Soy astuta, eso es lo que a ti te falta porque te ciega el "amor". Sé que Ruggero no me va a dejar en paz y ya me cansé de repetirle que no somos nada.
Lo conozco, es necio, sé que haga lo que haga tardaré en alejarme de él. Así que por mientras disfruto el increíble sexo que me brinda.

—Bien, solo digo que la Karol de antes jamás dejaría que le llamasen tan feo a tu madre. La Karol de antes la habría defendido hasta la muerte y...

—Si a él le cae mal ese no es mi problema, yo no estoy para meterme en asuntos ajenos.

—Es tu madre.

—No me importa.

Me considero de esas personas que no les importa la opinión de los demás. En este caso tampoco me importa lo que Valentina me dice pero lo que sí me irrita es que tenga la decencia de encararme algo cuando es a ella a la que la traen con la correa.

Finalmente regresa a continuar con la comida y minutos después Ruggero se acerca y toma una rebanada de pizza.

—Como ya sabes haré remodelaciones aquí. ¿Hay algo que quieras que tenga en mente?

—¿Pasarás aquí la cena?—cambio de tema.

—¿Quieres?

—Pregunto, porque tal ves tu mamá te quiera allá para...

—Mi madre se fue de la casa.

—¿Cómo?

—Bueno, sigue en Los Ángeles porque ese fue el trato al que llegó con mi padre. Él quiere lo mejor para ella y todos sabemos que es peligroso que se regrese a Italia.

—¿Se han peleado?

—Se van a divorciar.

—Ya sabía que tu padre no era nada para tu madre. Ella se merece a alguien que no sea amargado y estúpido.

—Tal vez —Se alza de hombros—Pero ahora tengo a Leo en mi equipo.

—¿En contra de su voluntad?

—Obvio.

—Pobre chico —suspiro—Caes mal Ruggero. Te aguantamos porque no tenemos de otra.

—Me alagas.

—¿Entonces dónde pasarás la cena?

—No me apetece estar con la bruja de tu madre. Pero tampoco con los pocos que estarán en la mansión porque mis amigos se irán a no sé dónde ya que mi madre era la que organizaba todo.
Propongo que vengas conmigo a divertirte. Es fin de año y no hay mejor despedida que alcoholízanos hasta que pierdas el conocimiento.

—Que tú no tengas a dónde ir no significa que yo no tenga una familia con la cual pasaré la cena.

—Sabes muy bien que no quieres estar aquí —se me acerca—Quieres estar conmigo en un antro. Bailando y bebiendo. Te conseguiré la droga que quieras.

—No quiero drogarme.

—Yo si. ¿Entonces?

Mi madre estaba furiosa conmigo. Hermes estaría con su novia y yo haría mal tercio. Sabía que la cena iba a ser un fracaso pero otro fracaso sería ir con este tipo cuando lo único que quiero es que me deje en paz.

—No. Me quedare aquí.

—Tú te lo pierdes.

Se hizo las cinco de la tarde. Aún había sol pero ya no con tanta intensidad.
Miraba a Ruggero desde lo lejos de la cocina; habla por teléfono y sólo tiene una ligera camisa elegante, se había quitado sus abrigos y me doy cuenta que él no es de los que tienen frío.
A mi tampoco me da frío, por eso he aceptado entrar al supermercado con sólo el sujetador. Si. Estoy loca por haber acotado ese reto pero no me importa, sólo se vive una vez.

Tiene el ceño fruncido, generalmente siempre lo tiene así hasta cuando está conmigo.

Sí que tiene un porte de rey. De hecho, si nos ponemos a comparar, siempre creo que Bratt o mi hermano harían muy bien del jefe de mafia. Pero lo cierto es que no. Ellos dos pierden el control y no saben llevar las situaciones. Si, ambos son muy inteligentes pero es Ruggero quien transmite ese aire de maldad tan solo cruzártelo.

De pronto me acuerdo de los tatuajes que tiene en el abdomen, tiene un león con una corona; el hijo de puta sabe que siempre será el rey.

—Iré a ver a nuestra madre —Hermes me saca de mis pensamientos. Antes de marcharse le da un beso a Valentina en la boca. Se supone que la estoy ayudando a poner la mesa pero he puesto la excusa de que me duele el cuerpo.

—Te maquillaré bien para que no se te noten los moretones.

—Me se maquillar.

—Te aseguro que te los cubriré, vamos, te acompaño a tu habitación.

No reprocho, pero sí suelto un suspiro cuando voy detrás de ella.

[...]

Para las siete de la noche ya hemos pasado la discusión de mi madre al ver a Ruggero. Él la ha ignorado en todo momento y se limita a hacerle mala cara nada más.

Ya estoy vestida con un vestido corto, brillante y sexy con un abrigo que le hace conjunto.
Me veo bien, Valentina ha hecho un gran trabajo con el maquillaje y ahora Ruggero no me quiere dejar de besar el cuello.

—Mi hermano está aquí, no quiero que vea que me beso contigo.

—Por eso estamos escondidos. Déjame ver si la bragas que traes le hacen juego a tu vestido. Levántatelo.

—¿Ahora eres perfeccionista de la moda?

—Si. Déjame ver.

Suelto una risita y lo aparto empujándolo del pecho y me voy antes de que me vuelva a acorralar como lo hizo en el patio, en mi habitación, en el baño, en la entrada y ahorita en la cocina.

El comedor, la cocina y la sala de estar se encuentran todas juntas en la casa, así que cuando salgo de nuestro escondite todos notan nuestras presencias.

Mi madre le rueda los ojos a Ruggero, pero yo hago como si no la viera y poso la mirada bajo el árbol de navidad.
La tradición Sevilla es que también nos damos regalos en este día y se supone que este debe ser mejor que el de navidad. Es una ridiculez.

—¿Te quedarás a cenar?—le pregunta Valentina a Ruggero—Para servirte un plato.

—No. Pero gracias.

Ella asiente y de nuevo Pasquarelli se dirige a mi.
Sus ojos están perdidos en mi busto sobresaliente, al cual ya le ha metido mano más de veinte veces en media hora. Y no es que yo se lo permita, es que de la nada sale de sus escondites y me acorrala.

—Bueno, que te la pases bien.

—Iré a un antro, seguramente algunas mujeres me bailaran para ponerle relleno a tu ausencia. No te molesta ¿verdad?

—¿A ti te molestaría que le bailase a hombres?

—No.

—Pues a mi tampoco.

Sonríe con maldad y paso la mirada a mi madre que nos observa con el ceño fruncido.
Hermes no sé dónde está. Lo más probable es que subiera a cambiarse.

Se escucha el timbre de la puerta y Valentina es la que va a abrir.

—Diviértete con las prostitutas.

—Mi lealtad de hombre me prohíbe acostarme con alguna. No te confundas. Yo veo y toco, pero no me pueden tocar y no puedo meter mi verga en coños desconocidos.

—Bien, pues disfruta tocándoles las bubis a las otras para que así te canses de las mías y me las dejes en paz.

—Nadie se les compara a mis nenas.

El muy descarado quiso tocármelas frente a mi madre pero no lo he dejado.
Frunce el ceño y decide marcharse.
Pero al ir detrás de él se queda parado a mitad de camino y lo escucho decir:

—Vaya mierda, tiempo sin verte.

—¿Señor Pasquarelli? ¿Usted...?

—Le volveré a preguntar. ¿Quién cojones es usted y por qué viene a molestar?—Valentina se enoja.

—Esto se va a poner bueno.

—Necesito ver a Hermes Sevilla. Su madre vive aquí.

—Es mi hermano.

—¿Tú eres Karol? Wow, nunca te conocí.

—Perdona, ¿quién eres?

—Anderson. Mi nombre es Elena Anderson.

El mundo se me detiene al escuchar a esa hermosa mujer decir que es la que le rompió el corazón a mi hermano.
Me quedé helada, ¿qué hace aquí?
Es una pregunta que no sabía su respuesta pero sí que sabía el final.
Esta hija de puta la mato yo.

—Perdona, pero aquí no necesitamos a zorras infernales como tú. Ahora lárgate antes de que te pegue con un martillo.

—Tienes el mismo carácter que tu hermano. Me ha hablado tanto sobre ti.

—Perdona, sigo sin entender, ¿quién coño es ella, Karol?

—Valentina, la mujer que tienes enfrente es el ex amor de la vida de tu ahora actual novio —Ruggero me gana al hablar y mi amiga palidece—Elena, te presento al ahora actual amor de Hermes.

Pasquarelli se da la vuelta y se aleja de ahí para dejarlas solas e incómodas.
Me quisiera reír, pero no lo hago y me voy con Ruggero.

Las observamos de lejos y recuerdo la historia con la venganza que le preparó Bratt en forma de disculpa hacia Hermes.

—La odio —susurro y Ruggero me ve—Dame tu pistola.

No recibo un: "no lo hagas, no vale la pena" "no te ensucies las manos" "déjala en paz" por parte suya.
Pero lo que sí recibo es su arma sin el seguro puesto.

—Mátala. Disparale en la frente o en el corazón. En dado caso que quieras hacerla sufrir primero pues dispara en la pierna.

—Entiendo.

La escondo. Pero no porque quiera, sino porque Hermes baja y se las encuentra.

—¿Elena? ¿Qué mierda haces aquí? Lárgate de mi vista —Le dice él y yo me sorprendo porque mi madre no sabe lo que sucede a pocos metros de ella.

—Hermes, tengo que hablar contigo.

—Yo no. Largo.

—Hermes, me está persiguiendo la policía.

—Ese es tu problema.

—Sé que es mi problema pero...—los ojos se le llenan de lágrimas—Te necesito.

—Dispara —me susurra Ruggero como si fuera mi diablito sobre mi hombro—Acaba con ella princesa, tira del gatillo.

Levanto el arma y le apunto a la frente.

—Dispara —me vuelve a susurrar—Ella estorba aquí.

Pongo el dedo en el gatillo y cuando estoy a punto de disparar, se me detiene el corazón.

—Mamá, ¿él es papi? —dos niños bien vestidos se ponen a los lados de Elena. Todos nos quedamos en silencio y el tiempo se detiene a nuestro alrededor. Pero más en el de Hermes que ha quedado estático.

—Hermes, ellos son tus hijos. Apolo y Helios. Tienen tres años casi cuatro y necesitan de su padre para estar protegidos.

—Mientes, ellos no son mis hijos.

—¡Mírales el rostro! ¡El cabello negro como la oscuridad! ¡Los ojos verdes como los árboles!—suspira—He seguido la tradición y les he puesto nombres de dioses griegos como el tuyo, el de tu padre y el de todos los Sevillas —Hermes se queda congelado, esos niños eran la viva imagen de mi hermano cuando era pequeño—No puedo huir con ellos, prometí no volverte a buscar pero te necesito —lloriquea—Tus hijos te necesitan.

—Mami, no quiero que te vayas.

—Helios, estarás bien aquí.

—No llores mami, no me gusta verte llorar.

—Prometan que se portarán bien y no le harán mucho desorden a su padre. Prométanmelo mis niños—Asienten—Bien...

—Mátala —Me vuelve a susurrar Ruggero—Primero a ella y después a los niños.

—Son ¿mis sobrinos?

—¿qué más da? Mátalos a todos.

Bajé el arma. Creo que nadie sabía la bomba que acababa de explotar.
¿Hermes tiene dos hijos con Elena?
Por lo que veo es que ni él lo sabía y esto nos ha tomado de sorpresa.

Helios y Apolo Sevilla. Hijos de Hermes. ¿Quién lo diría?

...


Mabel Paz

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