Mátame Sanamente

By ashly_madriz

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Cualquiera puede creer que la vida de las porristas universitarias solo se trata de las piruetas, los chismes... More

Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58 (final).
Agradecimientos e información importante.
Aviso
Aviso 2

Capítulo 10

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By ashly_madriz

TOQUES PERVERSOS:

Perderlo fue azul, como nunca había conocido, echarlo de menos fue gris, oscuro a solas. Olvidarlo fue como tratar de conocer a alguien que nunca conociste, pero amarlo fue rojo. Rojo ardiente. 


Las nubes sobrecargadas estaban bajas y parecían llenas como algodones, la brisa era fresca a pesar de estar en Septiembre. Inhalé un profundo olor a tierra húmeda, aunque todo a mi alrededor era de ladrillo rojo. Giré a la derecha, corriendo en dirección a la cancha. Después de mi conversación con Katherine en la cafetería, lo que restaba para finalizar con mi horario académico era ir al entrenamiento con el escuadrón.

Todas andaban súper animadas y eufóricas con la futura competencia en California, pero para eso faltaban más de más de seis meses. Ni siquiera podía asegurarles que aun fuera a estar ahí para esa fecha.

Hice tiempo dando un paseo por la zona e incluso me cambié a mis shorts de lycra y sujetador deportivo, disfrutando del aire fresco y de mi soledad. No me encantaba este lugar, pero eso se relacionaba directamente con mi pueblo natal, aun así era bastante interesante.

No podía pasar por alto que era entretenido. En los pasillos todos parecían estudiantes aplicados haciéndole frente a sus deberes, pero lo cierto era que todos estaban esperando las fiestas nocturnas y obtener una buena dosis de alcohol para sacar a los demonios de su sistema.

Eran demasiado bulliciosos, demasiado brillantes y me estaban volviendo loca, porque no podía soportar ver como los emos, nerds, kpopers y deportistas se congregaban en un solo lugar; todos vestidos con los colores de la universidad: carmesí y blanco.

Este lugar era un ejemplo claro de selva de cemento, en donde los estudiantes tenían su propia cadena alimenticia y por consiguiente, los de la cima dictaban sus propias las reglas.

No pude dejar de apreciar a los árboles que bordeaban las aceras, las plantas y setos que estaban asentados en lechos de flores fuera de los edificios. Era realmente impresionante y único.

En mi camino al entrenamiento no pude evitar fijarme en los estudiantes. Todos parecían personajes de una mala película de Hollywood: con sus sombreros vaqueros y camisas a cuadros; esos eran los que querían encajar. Se notaba que no eran de la zona. Estábamos en Oklahoma, pero en su cabeza estábamos dentro una película de una cinta country con baile incluido.

No estábamos en la peli de Rango.

Hasta unos pocos meses mi vida había estado en Europa, aunque realmente en esos tres años no fui consciente de mi ubicación exacta. Todo sobre este lugar se sentía nuevo, emocionante y la imagen perfecta para comenzar con el desastre.

Casi sentía que el personaje que estaba creando pertenecía aquí. Aunque pertenecer, no era algo con lo que hubiese tenido mucha experiencia antes. Ya habrán notado que era un poco irritante a propósito. Qué ironía, porque gracias a eso nunca hice amigos fácilmente, tampoco tenía mucho interés en ello.

Muy en el fondo, realmente, quería vivir todas esas experiencias que me habían arrebatado. Las fiestas universitarias, las clases y los amigos nuevos. Obvio, siempre sin desviarme de lo que en un inicio había querido.

Aunque no lo crean no quise ser una perra horrible en el pasado, o creerme superior a los demás como para no hablarles a mis compañeros, sino que estaba acostumbrada a guardar toda la mierda que llevaba dentro para mí misma sin querer compartirla con más nadie.

Cuando me hablaban, la mayoría de las veces, no sabía cómo responder y si los extraños invadían demasiado mi espacio personal me congelaba.

Poco a poco las desagradables situaciones se fueron acumulando, una tras otras, hasta que todas se terminaron convirtiendo en muerte y secretos. Unos muy sucios, oscuros y desagradables secretos.

Tenía una vida manchada de sangre, muerte y mentiras.

Por eso, hace mucho tiempo, aprendí una valiosa lección; para conseguir todos mis objetivos tenía que usar todos los recursos necesarios, hasta los más viles y sucios. Si debía ir por los caminos irregulares para ganar, debía tomarlos sin retroceder y sin pisar en falso.

En la universidad Kelsen no me conocían, me escondía detrás de la fachada de otra porrista plástica y de juguete. Una muñeca Barbie coleccionable.

Adiós la pobre niña solitaria que solo hablaba con un niño sentada en un columpio. Adiós a la adolescente inestable que entraba en crisis y hacía cosas imbéciles cuando se le acercaban a ese único amigo. Hice cosas que no son muy morales y de las cuales no estaba arrepentida del todo.

Incluso ser una perra con todos por él, lo había disfrutado un poco.

No. Ahora era yo quien movía las piezas del tablero, no era el peón que manipularon a su antojo en el pasado.

Y si debía nuevamente mancharme las manos, lo haría.

Ahora era libre y desgraciadamente mi madre no había seguido su propia mantra.

Con esa determinación giré a la izquierda para encontrarme con las gradas; el lugar estaba desierto, pero aún era temprano. La Coach no nos llamaría hasta dentro de una hora más o menos.

Un fuerte chapoteo detrás de mí llamó mi atención, cuando fui jalada de la nada y arrastrada hacia los palcos. Quise gritar, pero el shock del momento me lo impidió y todo estaba pasando demasiado rápido como para que mi cerebro quisiera colaborar y reaccionar a las emociones.

—Tú y yo necesitamos hablar. Ahora. —Mis ojos giraron en sorpresa para posarse en Aiden, quien me sujetó por el brazo y hablaba con un tono encolerizado.

Verlo y tenerlo tan cerca era desconcertante, porque ciertamente, él había tenido la oportunidad para hablarme antes en la clase. No tenía el derecho de venir y exigir cosas, no conmigo.

Si por mi fuese, se iría a la misma mierda.

—¿Ya no estamos hablando? —le señalé lentamente—. No importa. Perdiste tu tiempo esta mañana cuando te di la oportunidad. —No me di cuenta de que estaba alzando la voz hasta que le grité por encima del hombro, empujando su pecho para que me soltara.

No había terminado bien de hablar, cuando aún sin soltarme, me estaba llevando por un camino rodeado de árboles debajo de las gradas de la cancha del equipo de fútbol.

Protesté, pero las cosas no estaban teniendo el efecto que yo hubiese querido. Íbamos a hacer las cosas a su modo.

Aiden me agarró bruscamente de la cintura, girándome para mirarlo al rostro. Intenté soltarme nuevamente, pero solo estábamos forcejeando. Causando así que el impacto azotara por el aire mientras mi cabello saltaba a través de la superficie.

No sabía qué quería, pero no estaba dispuesta a aceptar que primero me hablara mal y luego viniera a reclamar cosas cuando ya su tiempo había pasado. Le había dado una oportunidad. Esto no era un maldito tugurio en donde solo el tenia voz y voto.

Fuimos esquivando las plantas hasta que llegamos a un área desierta con unos pequeños bancos a los lados. Me miraba de forma analítica y expectante, casi como si estuviera creyendo aún que lo que veía no era verdad. Me sentía de la misma forma al observarlo.

Quería gritarle de la rabia, pero me contuve.

—Mierda —masculló, mirando directamente al suelo—. Siento lo de hace rato. No es como si hubiese querido hablarte cuando estabas en plan divertido con Félix.

Me observó reflexivo, haciéndome hervir la sangre. Para nada una disculpa era lo que quería en ese preciso momento.

No le respondí, pero él se mantuvo impasible.

—¿Cómo me has encontrado? —inquirió, en tono serio sin levantar la cabeza.

—¿Y por qué te crees tan importante como para pensar que estoy aquí por ti? —pregunté con ironía, tomando asiento en una de las banquetas y lanzando mi bolso al suelo—. Solo para que sepas, he vuelto a mi estado materno. Pensé que irías a Stanford o alguna mierda de la Ivy league para genios. No fue intencional encontrarte aquí.

Era una buena mentirosa, porque obvio. Eso era mentira, solo que intentaba sonar convincente.

Me crucé de piernas, pensando en qué decir cuando él me interrumpió soltando una respiración cansada.

—Puedo explicarme si tú lo haces primero.

¿Cuando llegamos tan rápido a la fase de la negociación? No deseaba negociar, pero si quería escuchar lo que tenía que decir.

Me encogí de hombros mientras lo miré estando de pie, me sentía pequeña por la forma en la que me observaba.

—Bien, supongo que tienes tus razones, pero no quiero escucharlas tampoco. Se te agotó el tiempo esta mañana —le respondí finalmente, completamente calmada. Era una sorpresa incluso para mí que la voz me saliera con tanta frialdad, no iba a quebrarme tan fácil.

Se llevó las manos a la cabeza con una mirada hastiada.

—¿Es qué no lo entiendes? Malditamente te odio. No puedes entender que te detesté como la mierda y no podía verme con más nadie que no fueras tú. —Me señaló de forma acusatoria con el dedo al hablar, sus palabras sonando como veneno contra mis odios—. No eras más que un puto fantasma, Kira.

Aiden no iba a irse con rodeos, diría lo que quería y sentía sin importarle herir mi susceptibilidad. Antes siempre había sido prudente conmigo.

Di un suspiro pesado que me llevó a pensar que lo mejor sería quedarme callada y no contestar a sus acusaciones, pero luego de lo que pareció una eternidad por fin hablé:

—¿Sabes? Esperaba que a pesar de todos estos años no avanzaras. Soy egoísta. Pero quería volver y creer que encontraría lo que dejé y que podríamos comernos el mundo juntos. Era muy estúpida como para guardar la esperanza de una adolescente asustada que creyó tener toda una historia de amor asegurada. No me juzgues. Bien nos dijeron en la primaria que terminaríamos en la locura infinita. Demasiado dependientes desde la infancia el uno del otro.

»No esperaba que brincaras en un segundo al regazo de Stacy, pero igualmente lo hiciste. ¿Cómo crees que me he sentido en todos estos años? ¿Me buscaste alguna vez o siquiera pensaste en mí? Te aseguro que no.  —Mis reclamos salieron casi como un gruñido ahogado que no pude controlar. Su expresión era ambigua, pero demostraba que estaba completamente abrumado y eso no se me hacía tan lamentable—. Eras un mocoso torpe, cobarde y asustado. Viviendo tras los pantalones de tu tío el matón y de toda una puta secta. Eres una mierda demasiado falsa, Aiden.

»¿Cómo crees que se sentirían de asqueadas todas esas chicas con las has follado después de mí, si se enteraran claro, de lo jodidamente mal que estás la cabeza? Dormirán con un ojo abierto y otro cerrado. Tendrán miedo a que le claven el puñal por la espalda. Ya que sabes que luego te bañarás en su asquerosa sangre como un jodido enfermo.

—Oye, ya para —me interrumpió, su voz salió de forma tan ligera que había sonado casi como un globo desinflándose—. Siempre eres tú, tú y tú. Siempre la mierda se trata de ti, pero ¿acaso tú pensaste en cómo me sentía yo?

Luego alzó las manos para llevárselas a la cabeza, mientras soltaba algunas maldiciones.

—No me interrumpas —le ordené—. Eres un maldito sádico, cariño. Y siempre has tenido claro que solo yo podré entenderte. Porque tú sabes perfectamente que preferí callar y decirte que no vi nada esa noche. Que jodido buen cumpleaños el que tuve. Cuando sabes realmente que vi y escuché toda la mierda sádica que hicieron ustedes.

—Kira... —Me volvió a detener, esta vez con hilo de voz y un rostro contorsionado en una mueca de dolor.

—Déjame terminar por favor —agregué, pese a que eso pudiera molestar a Aiden—. Nunca te reclamé por todas las pesadillas que causaste en mí por lo de esa noche. Tampoco nunca te dije nada, y sin embargo, rompiste tu promesa. ¡Rompiste lo único que nos unía! Yo solo era una adolescente asustada metiéndose en la boca del lobo.

»Eras lo único que tenía en la vida y sentí la necesidad de darte la poca estabilidad mental en mi mundo como para ser consciente de que me habías arrastrado en el proceso. ¿Ya cuántos llevas encima, Aiden? ¿Quieres que nos besemos en tu cama como esa noche? Sé que quieres que te haga sentir normal. ¿Sientes que necesitas que te consuele de nuevo como todas esas veces?

Silencio. Completo silencio. Luego de esas palabras parecía como si me hubiesen despegado de esa carga tan pesada que había traído en los hombros desde los quince años, pero ahora Aiden llevaba una más grande, y era lo que en el pasado había querido evitar.

Mi respiración estaba descontrolada y mi pecho subía y bajaba de una forma casi errática.

Me incliné sobre la banca moviéndome contra la tibia madera, con mi cabeza oculta entre las piernas. Me entraron unas ganas enormes de echarme a llorar. Habría querido dar rienda suelta a todas las lágrimas que había estado conteniendo durante años, pero algo me impedía derramarlas. Algún bloqueo mental me imposibilitaba la expresión emocional que tanta falta me hacía.

En cambio, me eché a reír como si no hubiese un mañana. Cuando quería llorar y no podía, siempre resultaba emocionalmente inestable.

La mayoría de los días lograba ocultar mis inseguridades y mi espantoso pasado detrás de mi mal genio. De hecho, esa era la forma que tenía parar encubrir la inestabilidad emocional me venía ocurriendo desde que era una niña.

Para cualquier otra persona que no fuese Aiden podía pasar como alguien normal, el solo debía decir las palabras indicadas y me quebraría en el acto.

—Siempre supe que había algo mal en ti —habló finalmente, resoplando. La forma tan directa de Aiden de abordar el tema me había tomado por sorpresa, confundiéndome. Pero a pesar de eso, no estaba tan mal, Me gustaba su sinceridad. Era mejor eso que nada—. Incluso siento que me enfermas un poco, pero aún más me siento enfermo de mí mismo.

Soltó una exhalación profunda y tomó asiento a mi lado. Su cabeza inclinada en sus jeans.

—Oh, cariño, creo que por eso te atraigo tanto. ¿Qué se siente ser el chico bueno del campus? —Al hablar mis manos se deslizaron sobre su mentón alzándolo, mis uñas largas rozando con su incipiente barba—. ¿Quién querría a un enfermo como tú? Creo que nadie lo haría... excepto alguien de igualmente trastornada y perturbada como tú.

Ahí estaba yo, sentada al lado de la calamidad personificada; alguien que si permitía que entrara en mi vida de nuevo me arrastraría a un pozo sin fondo. Se me acercó de repente, me rodeó con un brazo y me estrechó contra sí. Tendría que haberme resistido, o por lo menos poner cierta resistencia, puesto que seguía sin saber nada del pasado, el presente y el futuro de Aiden, ni él del mío, pero eso no fue lo que hice, claro.

—Oye —dijo con la voz amortiguada por mi cabello.

—¿Qué? —pregunté, al momento en el que me incline más sobre él, sintiendo su temperatura.

Aiden Jackson era una belleza de hombre, pero también era mi objetivo. Lo admiraba y odiaba desde la distancia porque me aterrorizaba el hecho de que me tentara a pecar. Sabía tantas cosas feas sobre Aiden. Cosas horribles. Y supongo que eso era lo que lo hacía tan irresistible para mí.

Anécdotas gráficas que nadie debería haber visto jamás. Él tenía un instinto para la brutalidad, y claro, conocía los detalles sórdidos. No importaba de todos modos; su mirada siempre parecía deslizarse a través de mí. A su alrededor, ya no era invisible como antes.

Hacía más fácil intentar fingir que más nada existía. Una tontería, teniendo en cuenta que el mundo desaparecía con un lejano murmullo con él en el lugar. Hasta hace pocas horas, cada interacción con él me hacía sentir impotente y cabreada, pero justo ahora, me estaba mirando de la misma forma en la que un cazador mira a su presa.

Chicos como él no respondían a las oraciones, ni a las súplicas. Hombres como él, te hacían sentir en el cielo, pero también te hundían en la miseria del infierno.

La grava crujió cuando Aiden tiró más de mí contra él, para murmurar de forma ronca contra mi oído:

—Gracias.

—¿Ah? —articulé, retrocediendo hacia atrás como un cangrejo, pero su agarre me detuvo. Le di un puntapié pero aun así siguió estrechándome contra su forma—. ¿Por qué estás haciendo esto? ¿A qué juegas? —inquirí firmemente, intentando alejarme.

—Porque creemos en el ojo por ojo —respondió Aiden—. Y de alguna forma te lo debo.

Él puso sus manos en alto, soltándome y de repente extrañé el contacto de su piel contra la mía.

Era algo lamentable, pues seguía teniendo el mismo efecto abrumador contra mí. Movía mi mente y mis emociones.

—Solo éramos adolescentes, Aiden. —Me encogí de hombros, y él se rió de eso.

Se volvió para mirarme con una expresión gris en los ojos.

—Dos piezas lamentables de mierda —respondió vacilante.

—Sí. Éramos dos peones en un tablero de ajedrez, pero ya no más.

Mis zapatillas crujieron en el suelo, y me detuve para simplemente escucharlo hablar:

—¿Dónde estuviste? ¿Por qué no me contactaste? —Me removí en mi asiento, incómoda por la forma en la que me hablaba, esperando que desapareciera. Su imagen endurecida me dijo que no se iba a mover. No me iba a permitir escapar, pero aun así yo no iba a hablar—. Parecer estar bien —el afirmo para desviar el tema, había notado la tensión en mí.

¿A que venía su pregunta? Había tenido el tiempo para ver cómo estaba yo antes.

—Y tú también parecer estar bien, por lo que veo—respondí con notorio sarcasmo.

—Deberíamos hablar —cuestionó de nuevo, con lo antes mencionado.

— ¿Y ya no estábamos hablando? —Puse los ojos en blanco y alcé una ceja en respuesta—. ¿Sobre qué quieres hablar?

—Sobre porque desapareciste cuando quedamos en vernos y porque jodidamente tu padre dijo que estabas en el accidente con tu madre —manifestó él, pero junto a su alarido las nubes centellaron. Nada podía ser peor que un cielo gris para una pregunta gris. La mirada en el rostro de Aiden se tornó sombría, haciendo que sus ojos parecieran más oscuros de lo que naturalmente eran—. Solo vienes y exige. Tu falta de respuesta hace que sea más difícil para los dos.

—¡No estoy aquí para exigirte nada!—protesté cortándolo, así de plano sin dejarlo terminar de hablar.

No podía mirarlo a los ojos, sin que viera toda la mierda que traía encima.

—Entonces mírame —exigió, con un tono desafiante.

No podía. Sentiría algo, y no quería hacerlo. Cayó la lluvia, gotas mojaron mi top golpearon mi frente.

El quería respuestas, yo necesitaba respuestas. Nunca llegaríamos a una conclusión.

—Acabo de regresar del extranjero —le confesé, y es que literalmente si acaba de regresar del extranjero—. No tengo mucho que decir.

—Mientes —aseguró—. No tengo mucha paciencia en este momento, pero si quiero una explicación real y te conozco lo suficiente como para saber cuándo te estás llenando la boca de mentiras.

Aiden era el de la exigencias, no yo. Y si, él era muy del tipo que se pasaba mi dolor por el trasero.

Si, tenía razón. Le estaba mintiendo y si aún no me conociera lo suficiente, no sería capaz de detectar mi mentira en el aire.

—Tú hiciste tu vida, Aiden. Yo ni siquiera sé que hice en tres años. Para serte sincera, fue un infierno —admití, ya que ¿para qué ocultarlo? Tarde o temprano lo sabría.

Pareció descolocado.

—Mi vida continuó, Kira. Lo creas o no, debía hacerlo. Eso no quita que no pensara en ti cada maldito día, o no viviera con el hecho de que desapareciste. Te odié por eso. No sé por qué mierda piensas que tuve algo con Stacy, es un jodido y total no. Tengo arcadas de solo pensar en follármela.

Tragué en seco, no quería admitirlo, pero de alguna forma era liberador.

—¿Qué quieres hacer? —Fue lo que salió de mi boca, completamente seca ya.

Por un instante sus movimientos fueron dudosos, como si tuviera miedo de qué hacer o qué decir. No quería unas palmaditas en la espalda o un pañuelo para secarme las lágrimas.

—Realmente estoy en una especie de shock aún, y hasta que no me digas que realmente sucedió no podré entenderte. —Hizo ademán de frustración, cuestionando sin apartar la mirada de mí—. Pero en nombre de lo que sea que nos haya unido alguna vez, te daré una oportunidad y veremos las dos caras de lo que sea que sucedió.

Sopesé mis opciones. Claramente, correr no funcionaba, gritar tampoco, y decirle porque estaba molesta no funcionaba, de nuevo, no servía. No tenía más opciones. Tampoco confiaba en él como para ser totalmente sincera. Nada me confirmaba que me estaba diciendo la verdad aunque parecía sincero, solo que ya no lo conocía. Por ahora no estábamos del mismo lado y aún quería estrangularlo.

—No quiero lidiar hoy con más drama, Aiden.

Oh, pero a mí me gustaba causarle drama a los demás.

—Tendrá que pasar, Kira. —Se encogió de hombros deslizando sus palmas contras sus jeans—. Realmente me estuve comiendo la cabeza el fin de semana pensando si estaba alucinando o me habían drogado. Tal vez me había vuelto loco, no podía pensar en otra cosa.

La agonía me hinchó el pecho cuando me alejé unos centímetros de él. Estaba confundida. No podía luchar contra ello mucho más tiempo. Mi futuro se había reescrito en el momento en que él había salido de ese horrible lugar. La liberación emocional no llegaría, mucho menos la redención. La tensión me apretaba las tripas. Fue un infierno como nunca el que había experimentado.

—El pasado se ha ido —le afirmé con un hilo de voz.

—Lo sé, no es novedad —contestó. Su toque rodó sobre mi hombro y apretó mi costado, a través del sujetador húmedo.

Estaba tocando el tatuaje.

Aiden era un animal y tal vez por eso el contacto se sentía insanamente íntimo. Fue como si una vez tocada mi piel el interruptor bestial que llevaba dormido durante en mi cerebro se hubiese encendido en el acto con un brillante. Me recompuse, odiando cómo su mirada absorbió cada detalle de mi persona.

No había ninguna discreción por forma en la que su sonrisa se alzaba con aires de superioridad, era una versión mucho más arrogante que la anterior, por lo tanto más peligrosa.

Sinceramente la pasada no tenía nada que ver con esta. Por lo visto la arrogancia era una nueva adquisición de él.

—¿Quieres saber porque me quedé aquí? —preguntó, con una promesa de confesión en sus palabras. Un bulto del tamaño de un puño se alojó en mi garganta impidiéndome hablar, así que solo pude asentir repetidamente con la cabeza—. No quería terminar en una bolsa negra con una etiqueta en el pie, pero aparte de eso; fue el hecho de que tu recuerdo era lo único que podía obtener de ti. Estoy furioso, pero no te odio. No realmente. Aún lo estoy procesando, porque pensé que había avanzado.

—No te creo —espeté apresuradamente, una punzada de dolor golpeó contra mi pecho—. Pero tampoco sé qué decirte.

Nada de Aiden era suave, pero bajó la voz para que fuera menos dura.

—Entiendo que hayas sufrido, lo sé. Pero realmente necesitamos hablar este tema en un punto neutral. Con suficiente tiempo para destapar la olla.

—Puedo hacer eso —acepté lo que dijo, encogiéndome de hombros.

Su expresión consternada se había vuelto serena en segundos, como si estuviera más aliviado.

—No me gusta ser un imbécil, Kira. No tiene sentido. Esta postura es una pérdida de tiempo y como te dije no fue exactamente intencional.

Aiden me estaba dando una ofrenda de paz, pero su insensibilidad me había contorsionado mentalmente.

—Ya me desquitaré. No te preocupes —comenté, arrastrando las palabras con chasquido de lengua, ciertamente, me iba a desquitar.

Él estalló en una risa profunda y sonora. Fue un gesto rápido pero real. Ensanchó los labios y me mostró una sonrisa con dientes blancos y alineados. Verlo sonreír lo hacía parecer más a la versión que había conocido, incluso daba la impresión que había perdido toda esa amargura acumulada que siempre cargaba encima, adquiriendo un brillo de vida en su cuerpo.

El Aiden que siempre tenía una expresión hastiada era caliente como México, pero el Aiden feliz era una cosa completamente irresistible.

Tragué fuerte cuando se hundió más contra el banco. Su cuerpo se pegó al mío de nuevo. Sus dedos me rozaron la mandíbula cuando me volví hacia él, desencadenando una serie de impulsos eléctricos a los que no les importaba la lealtad a mi cerebro o mis convicciones.

Nuestras miradas chocaron.

Tragué saliva y mi lengua se sintió como si estuviera hecha de gelatina. Estaba fría y caliente  por todas partes.

—No voy a caer en tu juego —le susurré.

No era una pequeña niña estúpida a la que podía engañar con sus sucios trucos de seducción masculina.

—¿Qué? No estoy jugando —preguntó en un tono ridículo —¿No querías que te besara hace un rato?

—¿Ah? Yo no... —tartamudee, no sabiendo cómo responder a eso. Mierda, sí. Sí había querido besarlo, pero caer en la trampa era igual a eso—. ¿Eres siempre tan odioso?

Me puse de pie al instante, a la defensiva.

—Me conoces —enfatizó lo obvio, solo que recordando sus palabras de esa mañana, él había dicho que era ahora éramos meros desconocidos.

—¡Eso no fue lo que dijiste hace rato! —Mi boca se retorció en una mueca de desprecio al hablar.

Me di media vuelta, tomando mi bolso entre las manos, pero con su voz y su agarre sobre mi muñeca me detuvo.

—¡Espera! —pidió firme, con un tono de exigencia. No era un suplica—. Quédate.

Reflexioné unos segundos, pensando que podía hacer o decir.

—No lo sé —le respondí, girándome para mirarlo a los ojos, siempre tan azules, solo que ahora tenían un tinte sombrío—. No esperes que venga a ofrecerte galletas y leche, coqueteando y todo eso.

Él sonrió, enarcando las cejas.

—¿Y si te beso? —bramó, jalándome contra su cuerpo.

¿Por qué no logré detenerme en ese momento? No era una máquina. Me había confundido con lo que había visto en sus ojos y el fuego que había sentido de su boca cuando me había hablado. Él me deseaba ¿no? Dejé escapar un suspiro, tratando de conseguir equilibrar mi respiración.

Estábamos dando vueltas, vueltas y vueltas... él presionó, yo presioné. Él empujó, yo empujé. Luchamos y gritamos, nos enfrentamos y desafiamos, pero nunca cedió. Nunca nos juntamos, fusionamos o tomamos lo que había allí. Y yo estaba tan cansada.

Había algo conteniéndolo para accionar.

—Si tú estás preparado, yo también —le confesé sugerentemente, pues ¿a quién quería engañar? Obvio que a ustedes no.

Era incapaz de pensar. Daba la impresión de que no había pregunta ni respuesta capaz de cambiar lo que sentía por él, lo cual era en conclusión, algo muy poco alentador en relación a lo que me mantenía cerca de alguien como Aiden, pero también era malditamente satisfactorio. Por si no estaba bastante claro, me faltaba un tornillo.

—¿Me vas a detener? —Se volvió para mirarme.

Pero antes de que lograra responderle me tiró hacia él, yendo más rápido y más duro. La sensación de él deslizándose dentro de mi boca, fuera de mis sentidos y mi cabeza fue fascinante. Finalmente tomándome, no estaba haciendo nada para aliviar mi necesidad. Estaba hambrienta.

Aiden me besó. Y sí, él me beso primero.

Su boca se relajó sobre la mía haciendo un sonido bajo y salvaje que, por alguna razón, movió en mí un deseo secreto que estuvo dormido el suficiente tiempo como para olvidarlo. Fue loco, fuerte e ingobernable. Casi traté de retroceder, pero sus manos me sostuvieron en el lugar reteniéndome.

No me dejó alejarme. Sus labios se sentían suaves, pero al mismo tiempo firmes. Seguros. Hambrientos más allá de lo creíble. Y cuando su lengua tocó la mía, un ansia salvaje e incontrolable se apoderó del espacio.

Era simplemente un juego en el cual él era un mejor jugador.

Y yo  estaba muy frustrada por mi enfermiza atracción por él.

Besarlo a él era tan íntimo. Olía tan bien. A ese aroma suyo. Delicioso e irresistible. Su atractivo caliente me inundaba porque era como una droga. Si lo probaba iba a querer más.

Nuestras lenguas se enredaron y se deslizaron. Tal vez fueron los sentimientos que aflojaron algún límite en mí, o tal vez fue el propio Aiden, pero mi boca tenía hambre de probarlo.

Mi cuerpo se sentía suave y resbaladizo. Aiden tocaba suavemente mis labios y una ola de calor me atravesó. Me sentí imprudente. Quería probar más de él. Mis manos tejieron sobre los mechones húmedos de su cabello que estaban como seda gruesa al tacto.

Él sabía a reconocimiento.

Su cuerpo era grande, húmedo e increíblemente macizo. Murmuró mi nombre, metiendo su lengua en mi boca como si fuera la fruta más dulce que jamás había probado. Dios.

Los dedos de Aiden rozaron lentamente la piel de mi estómago desnudo. No lo detuve, porque una vez que comenzaba esta extraña cosa que teníamos los dos, no podía detenerme, solo podía desear más hasta hundirme en la perdición del pecado. Sus manos se posaron en mis caderas, agarrándome. Todo era gentil, pero había un poder desbordante en él que era inconfundible.

La comprensión de lo fuerte que era, la conexión entre nosotros en lugar de asustarme, tuvo el efecto contrario; fue alentador. El apretón de sus dedos alimentó una corriente de algo nuevo directamente a la boca baja de mi estómago. Estaba en el borde de la desesperación porque no fue suficiente.

No era nada como la otra noche donde los dos estábamos tomados, en ese momento todo me supo a alcohol y odio. Me gustaban los juegos perversos y yo tenía uno favorito. Aiden Jackson.

¿Qué era un poco de sangre derramada si aun así podía tenerlo nuevamente comiendo de mi mano?

Lo que teníamos se sentía como si hubiera tomado todo el infierno entre nosotros, todo el estira y afloja y lo desatara en mí, porque por un beso sello nuestros destinos. Los monstruos no nacen, son creados. Y de una relación de dos personas malditamente enfermas no podía salir nada bueno.

Y ciertamente, él y yo estábamos conscientes de esas emociones y lo irresistible que éramos el uno para el otro.

Tuve uno de esos raros momentos donde mi cerebro se calentaba y hacía algo completamente fuera de lugar. Estaba tan fuera de mi código de conducta personal que probablemente iba a revivir el incidente una y otra vez tratando de averiguar lo que accionó el interruptor. Por el momento, le eché la culpa a las palabras y al tiempo. Estaba condenada.

Nos separamos por un momento por la falta de aire. Me miró a los ojos, tenía las pupilas dilatadas. Con detenimiento, apartó unos mechones de mi frente y me pasó una mano por la mejilla sin decir palabra. Era una especie de deja vú.

Olía a loción de afeitar y a madera de pino fresco, o con lo que había lavado su caliente y firme cuerpo.

Me he preguntado varias veces como todo pasó tan rápido, el estar discutiendo, peleando y gritarnos a luego comernos con la boca. Debí levantarme e irme simplemente. Solo que, muy en el fondo, yo realmente quería que pasara esto.

Contuve una sonrisa, sorprendida por su ingenio. La mayoría de los chicos no esperaban instrucciones.

Entrecerré los ojos, cuando se recostó contra el espaldar de la banca, sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa y sus antebrazos se posaron en el respaldar de la silla.

Abrí mi boca para protestar, pero entonces me congelé, sintiendo sus brazos apretarse alrededor de mi cintura y su aliento cayendo en mi cuello, sobre la piel del hueco de mi clavícula. Dejé de respirar, dejando que mis ojos se cerraran y mi piel ardiera. Mi cabeza estaba nadando en un torrente de emociones.

—Oye —artículo, suavizando su voz—. Supongo que tarde o temprano simplemente tenemos que hablar de porqué callaste todos estos años.

Me tensé. Porque a nadie le había hablado de lo que sucedió la noche en la que ellos lo mataron.

—Ambos sabemos lo que sucedió, pero no sé realmente el contexto—manifesté, centrándome en sus palabras.

—Jesús, Kira —siseó suavemente, dándose cuenta de que acababa de admitir lo del asesinato en voz alta.

Cerré la boca por el momento incómodo. Él miró lejos de mí.

—Nunca quise involucrarte. Estabas el día equivocado en el lugar incorrecto, pero, ¿realmente qué tanto sabes? —inquirió pensativo, su voz con un carraspeo.

Me quedé mirando la parte de arriba de su cabeza, negándome a ceder ante la necesidad de mirar al suelo. No iba a responder a su pregunta, pero tampoco le daría razones para asumir alguna respuesta.

Mi silencio le hizo levantar el rostro para enfrentarme. Sus suaves ojos azules estaban inyectados en sangre. Se acercó a mí, sus manos agarraron mis hombros para encontrar su mirada con la mía.

—Lo necesito, Kira. ¿Entiendes?

Una única lágrima contenida cayó por mi mejilla, y mi pecho se apretó por lo que pude adivinar qué pasó por su mente. Él y yo éramos, con mucho, los más cercanos antes. Se suponía que estaría conmigo esa esa noche, pero los planes cambiaron, y terminó no llegando. Eso probablemente salvó su vida, pero destruyó la mía.

Él entendió que no saldría nada de mi boca.

—Supongo que los dos tenemos entrenamiento —me recordó, con la voz alejada de mi cuello, sacándome de mis pensamientos.

Aiden me liberó de su agarre girándose de espaldas, para frotar las hebras de su cabello que cayeron por su frente. Me miró de cerca, probablemente preguntándose cuál era el infierno estaba pasando entre nosotros, pero en vez de eso le dediqué una mirada nerviosa. No supe qué más podía decirle.

—En cualquier momento podemos hablar —le dije alegremente—. Puedo darte mi número y así nos contactamos, para conversar de ese tema. Ya sabes, si tú quieres.

—Sí, claro —murmuró incómodo, mirando a la nada—. Ya deberíamos irnos de aquí.

—Sí, claro —imité sus palabras.

—Supongo, claro. Solo que podemos hacer una última cosa antes —dijo al mirarme, sus pupilas estaban dilatadas y cristalinas.

Sentía que podía ver hasta el último pecado de mi contaminada alma.

Su expresión perdida había desaparecido y ahora solo estaba dibujado una sonrisa petulante en su rostro.

Aiden se destornilló de risa mientras me ponía carmesí por la mortificación. Se lo estaba tomando con calma, pero me hacia sentir terriblemente avergonzada.

Entonces no sé qué pasó, o quién lo hizo primero, si él o yo. Me gustaría pensar —para no pasar vergüenza— que fuimos los dos los que tomamos el impulso de volver a chocar nuestros labios segundos después.

Lo agarré del cuello, sin vacilar, una de mis manos jalaron de su camisa cuando llevó su rostro contra el mío. Su boca se sintió más suave y cálida que antes. La ligera barba en su mentón rascó contra mi piel, y me gustó.

La boca de Aiden se movía a un ritmo demandante y yo lo seguía sin poner objeción.

Él sí sabía cómo dar un beso y desarmarme. No había margen de error en la forma en la que su boca hacía contacto con la mía o como succionaba ligeramente mi labio inferior. Se sentía suave, cálido y húmedo y se volvía aún más suave, cálido y húmedo.

Su mano extendió un rastro caliente a lo largo de mi abdomen, y me jaló para apretarme contra él. Eran todos bordes duros y calientes cuando sentí que me movió de mi lugar para colocarme sobre su regazo, sintiendo así cosas que no debía haber sentido.

No era mi imaginación.

La delgada cuerda de mi control se rompió, mi boca se estrelló contra la de él, mientras enroscaba mis manos en su cabello y me apretaba contra sí. No me importaba perder el entrenamiento, porque el sabor de sus labios sobre los míos era como el del éxtasis. La forma en que mi lengua se estaba deslizando contra la de él, me consumía ahogándome en nada más que Aiden.

Este no era el beso de un adolescente inexperto. Para nada.

Su mano bajo a mi cintura, deslizándose alrededor de mi trasero para acercarme más a su cuerpo, me lamenté por haber llevado unos short tan cortos en ese momento porque la piel desnuda de mis piernas ardía. Estaba uniendo nuestros cuerpos como dos piezas de un rompecabezas que por fin encontraban con cual encajar.

Sus palmas eran ágiles y correctas haciendo que se sintiera bien su toque, hundiendo sus dedos contra mi piel encendiéndome más.

Maldición, agradecía el haberme cambiado la falda que llevaba antes, pero mi pequeño conjunto deportivo no ayudaba en mucho. Incluso estaba rodando mis caderas contra las de él para obtener un poco más de fricción.

De mis labios se escapó un sonido vergonzoso, pero que gracias al cielo se perdió en su boca por el contacto. Oh Dios mío. Era un desastre nervioso, pues cada nervio debajo de mi piel se disparó con electricidad.

Sus manos se enredaron en mi cabello, jalando mi cuello hacia atrás para tener mejor acceso de una forma efusiva. Era el mejor jodido beso que había tenido en mi vida. De la escala del uno al diez se había sentido como un cien. Y todo eso era lamentable, porque ¿a quién más había besado antes y después para comparar? A nadie más.

Después de muy poco tiempo para mi gusto, rompió el beso, arrastrando sus labios por mi mejilla hasta mi oído antes de dejar un rastro de besos por mi garganta. Estaba más eufórica de lo debido, porque probar de él me encendía a un punto estratosférico.

Ese beso había sido mejor de lo que esperaba.

La forma en la que se movió junto a mi cuerpo, no tenía otra palabra calificativa más que sensual.

Abrí lentamente los ojos y me quedé inmóvil. Aiden estaba observándome con una mirada de suficiencia en el rostro.

Y fue ahí cuando recordé que el tiempo pasaba volando. Exclamé una serie de maldiciones antes de quitarme de sus piernas y ponerme de pie.

—¡Es jodidamente tarde y no se supone que deberíamos estar haciendo estas cosas aquí, vámonos! —le exclamé de forma lunática.

Él me miró negando con la cabeza y se puso de pie también.

—Pff, fue solo un beso, nada del otro mundo. Hay gente que folla en los pasillos —resopló como si no fuera nada—. ¿Entonces me darás tu número?

Me sonrió.

Sus palabras me recordaron que no tenía como contactarme, así que procedí a buscar un marcador de mi bolso para escribirle en la mano los dígitos de mi número de celular. Él los miró y asintió, dedicándome una media sonrisa que me incomodó. ¿No pensaba volver a su faceta odiosa e indiferente? ¿No podíamos volver a la normalidad? Era perturbador verlo sonreír tanto.

—Entonces me voy primero —me apresuré a decir, colocando la tira de mi bolso sobre mis hombros. No quise mostrarle lo que me pasaba por la mente.

—Oye —Pareció dudoso al hablar, pero negó con la cabeza rápidamente como si no fuera importante y alzando las manos al aire—. Pronto te mandaré un Whatsapp. ¿Va?, tal vez mañana o pesado.

Asentí con la cabeza disponiéndome a girar mi cuerpo para irme. Sentí el peso de su mirada recorrer mi espalda. Eso me hizo experimentar cosas completamente extrañas y un sentimiento de añoranza. Quise regresar y encararlo, pero no me atreví, simplemente no podía.

Para completar la fiesta, había algo que no estaba bien en la ecuación. Una de mis compañeras del escuadrón nos estaba mirando fijamente con la mandíbula tan abierta que casi tocaba el piso y los ojos tan furiosos como si me hubiese querido asesinar. Tenía la cara de alguien a quien habían descubierto viendo algo que no debía. Eso hizo que todo se fuera a la mierda.

La había cagado y en grande.

Ese era el principal problema de mi relación con Aiden. Era como una adicta, buscando más de una droga y confraternizando con el enemigo.

Porque si los besos tuvieran nombres, los de Aiden Jackson seguro se llamarían perversos. 

X

 —Insertando gritos de loca—. Este cap es largo, muy largo, pero Dios; cuando lo escribí estaba demasiado eufórica y luego de leerlo siete meses después he estado más eufórica aun, porque solo faltan unos dos o tres caps para que las cosas se comiencen a poner feas. Falta poquito para la sorpresa. 

Suelten las teorías. 

¿Alguien ha notado que las canciones que les dejo tienen que ver o son pistas de la historia? 

XOXO; Ashly. 

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