Mátame Sanamente

By ashly_madriz

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Cualquiera puede creer que la vida de las porristas universitarias solo se trata de las piruetas, los chismes... More

Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58 (final).
Agradecimientos e información importante.
Aviso
Aviso 2

Capítulo 5

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By ashly_madriz

EL ARTE DE LA GUERRA:

No me gusta tu crimen perfecto, ni la manera en la que te ríes cuando mientes. Dijiste que el arma era mía; no está bien, no, no me gustas.


Siempre que cae una reina, otra se levanta. Dios salve a la reina perra.

Esa misma tarde, cuando estuve luego de tanto tiempo cara a cara con Stacy, fue como si todas las emociones que llevaba contenidas por años se hubiesen liberado de mi sistema.

No supe quién era realmente el fantasma, si ella o yo, tal vez ambas.

Ahí estaba Stacy, mirándome y reflexionando si su dosis de metanfetaminas diarias la estaban volviendo más loca de lo que ya estaba. Era instintivo observar cómo había activado su modo automático para sobrevivir. ¿Conocen ese sentimiento de supervivencia que se enciende en tu cerebro cuando sabes que estás en peligro? Ella estaba pensando sus opciones, y claro, no tenía ninguna.

Me encontraba aún sentada en uno de los bancos del baño, cuando Stacy hizo acto de presencia. Inmediatamente su mirada se posó sobre la mía; era como si estuviese observando a través de su fea y asquerosa alma. No podía contenerme y tampoco tenía escapatoria.

La venganza es dulce, eso es lo que dicen de todos modos. No fue hasta que me encontré con ella que pude entenderlo. Así me di cuenta de cuan cierto era este dicho y que tan frágil se volvía la existencia humana ante los ojos de otros.

Era por eso, que si la vida nos había dado libre albedrío y voluntad propia, también nos había puesto en mano el cuchillo para matar.

Y claro, yo mejor que nadie conocía verdadero significado de lo que era bailar con la muerte. Estaba salivando de anticipación, ante el momento en el que sería capaz de poner mis manos alrededor del cuello de la persona a la que un día le había hecho una advertencia, que por muy infantil que fuesen mis palabras en ese entonces, no fueron escuchadas. Yo no daba segundas oportunidades.

Solo tenía una oportunidad para abordarla y no iba a desaprovecharla.

—¿No vas a saludarme? —le pregunté. Mi voz había salido de una forma excesivamente feliz, casi maniática, a tal punto de que era falsa—. Me dueles, Stays. Pensaba que éramos buenas amigas.

A medida en que yo terminaba de hablar, su boca fue abriéndose poco a poco y en un acto reflejo comenzó a retroceder un par de pasos. No iba a acercarme tan rápido, no estaba lista para ponerme de pie.

Aunque no lo crean, estaba nerviosa. Mis nervios habían alcanzado un récord histórico. Lo sé, puedo decir con algo de pena que durante ese tiempo hacer estupideces era mi pasatiempo favorito, aún lo era. No era tan impulsiva como lo había sido de adolescente, pero por lo regular no tenía reparo, ni mucho sentido común cuando se trataba de ensuciarme las manos para sacar la basura, y Stacy era sinónimo de ella.

Con su presencia en el lugar, el espacio se sentía muy estrecho; podía percibir lo asqueroso de su perfume y la laca rancia que traía consigo. Como olvidarlo, sin aún luego de tres años su cuerpo emanaba el mismo olor.

Se detuvo en seco, me miró de frente e intentó fingir confusión, pero nada de eso se comparaba al sentimiento que surgió en mí cuando finalmente dejó salir su voz:

—Pero que sorpresa, ¿no se supone que tú estabas muerta? —recalcó ella, con cierto cinismo—. Aaaag, lo siento, olvidaba que solo desapareciste. Suponía que habías muerto en ese agujero. ¿Qué tal el clima en Europa? Creo que es algo frío allí.

Ella estaba actuando con egocentrismo y sin titubeo al hablar, pero seguía teniendo ese comportamiento errático en el que solo necesitabas darle un par de empujones para hacerla explotar y que perdiera toda la cordura que estaba conteniendo.

—¿Te seguirás portando como una serpiente conmigo? Tendrás agruras demasiado joven, Stacy, porque tú y yo sabemos que muerta, lo que llamamos muerta, no estaba. Aún respiro —sentencié, encogiéndome de hombros.

Ella me fulminó con la mirada.

—¿Y qué quieres que te diga? ¿De qué nos encargamos de que desaparecieras mientras tomábamos el té de la tarde? —bufó, rodando los ojos.

Me quedé paralizada, en silencio.

Lamentaba informarle que ni siquiera había estado en ese accidente que todos ellos habían planificado. Me observó reflexiva. Era una tejedora de mentiras e iba a hacer lo posible por salvarse el pellejo.

Era incómodo como escuchaba de la boca de todos lo muerta que creían que estaba. No podía estremecerme y darle el gusto de saber que sus palabras me estaban desconcertando.

La estudié por un momento, sin apartar la mirada de su rostro. Los años no pasaban en vano, porque ella tenía todo el aspecto de alguien que no quería que la vulnerabilidad le dejara demostrar todo el remordimiento de conciencia que estaba conteniendo. Con porte cansado, ojos inyectados en sangre y la piel amarillenta; sin esa pizca de brillo característico su juventud, incluso su mirada parecía vacía. Stacy era casi como un muerto en vida.

Ella no iba echar a correr aterrada por mi presencia. Quería que fuese así, pero por desgracia, las cosas no eran tan sencillas.

No supe cómo comportarme ante esta y el incómodo silencio que nos rodeaba, por lo que en un acto cansado solo le sonreí para comenzar a romper el hielo.

—Esperaba algo más... como: "oh querida Kira, ¿cómo estás? Cuánto tiempo sin verte. ¿Te apetecería un café para ponernos al día como buenas amigas? Ya que sabes, luego de tres años en la jodida nada, uno no sabe que puede suceder". —Era demasiado fría como para tenerle compasión, pero ella me conocía lo suficientemente bien como para no esperar a mi vacilación. Me comencé a reír a carcajadas, y Stacy frunció el ceño—. "Lo siento. Soy tan zorra que se la mantuve húmeda a tu novio en tu ausencia. Súper divertido. ¿No quieres que te lo devuelva?"

Lo único cierto en mis palabras era que la única forma de ir a tomarme un café con ella, era que se tomará el que estaba envenenado con cianuro.

Stacy me desvío la mirada, haciendo que los círculos debajo de sus ojos se hicieran más oscuros y notorios.

La ira dentro de mí creció en proporciones tan épicas que tuve que recomponerme en mi sitio para no dejar salir toda la furia que estaba sintiendo.

—Sé que me estoy volviendo jodidamente loca, o debo estar demasiado drogada como para alucinar contigo —dijo, con las manos temblándole—. Todo estaba muy bien antes, pero siempre tienes que venirlo a joder todo, Kira Becker.

Me crucé de brazos y miré directamente a mis uñas.

—¿Es que Aiden aún no te quiere? Pobrecita, han pasado en tres años, Stacy.

Sostuve su mirada por un instante. En segundos su aspecto se había vuelto más cansado, su labio le inferior tembló, haciendo que su expresión facial se volviera más afligida. No quedaba mucho de la niña que había conocido en la primaria, pero pareció que la sola mención de Aiden la hizo detenerse por un momento y mostrase vulnerable, porque un sollozo desesperado brotó de su garganta, era como si estuviera pidiendo clemencia por su vida.

La perra no dejaba de ser una gritona reina del drama.

En mi defensa, no esperaba tenerla aquí. No había buscado realmente tener un encontronazo con ella, por lo menos no tan rápido.

Exhaló y caminó un par de pasos hacia atrás, yo me puse de pie y la escuché hablar:

—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué lo siento? Soy una maldita drogadicta por tu culpa, hiciste mi vida miserable. Eso solo fue un pequeño pellizco por toda tu mierda que he recibido de ti.

Las cosas no iban bien, pero no pude evitar reír poniéndome de pie.

—¿Hablas en serio?, porque no me gustan tus juegos. Sabes muy bien que no voy a caer en ellos. Tampoco me gusta el papel de tonta que estás haciendo —dije fríamente. Mi voz se oscureció, tanto que incluso a mí me hizo erizar la piel por lo siniestra que había sonado—. ¿Pero sabes qué? Siempre he sido más inteligente que tú; soy más lista. Siempre el papel de la tonta es el mejor, pero tú, Stacy, ¿no te cansaste de ser la perra de chicle de Aiden? Pobrecita. Siempre masticable y desechable, pero nunca permanente.

»¿No te cansas de que tus ruegos no den fruto? No sé qué me provocas más, si asco o lastima, pero debes tener algo claro; vengo a cobrarte los daños con intereses, perra.

Su presencia era el mero recordatorio de un amor irracional que había estado destinado a fracasar desde el comienzo; porque entre más amas, más sufres. Al principio, todo puede marchar muy bien, pero luego ese mismo sentimiento de añoranza te corrompe el alma, al punto en que te contaminas. El amor es mucho más peligroso que el odio, porque cuando odias no te sientes confundido, no estás en un constante trance en donde serías capaz de hacer todo por esa persona, en cambio, en cuanto más amas, más tonto te haces. Te idiotizas.

El odio es un sentimiento mucho más profundo y genuino que el amor. El amor está sobrevalorado.

Luego de eso, nuestras miradas chocaron, pero ninguna bajó la cabeza.

—Cállate, imbécil. Incluso te diría que te murieras, pero creo que ya todos piensan que lo estás —su voz se entrecortó por un instante, pero luego pude escucharla con claridad—: Y si no desapareces de mi puta cabeza ya, te mataré de nuevo.

A medida que hablaba se fue acercando, no me intimidaba, pero en el momento trastabillé un poco ya que me encontraba de pie delante de la baqueta, y si caía iba a caer sobre ella. Por eso tal vez fue que no la vi venir, hasta que ya la tenía encima con sus manos rodeando mi cuello, al punto de querer estrangularme.

Sus uñas rojas se clavaron fuertemente en mi carne, haciéndola escocer.

Una amenaza vacía, pero con la convicción moral de una enferma mental. Estaba viendo el rostro de una maniática loca. Su raciocinio también se había ido —junto con su dignidad—, el poco sentido común que le quedaba de su época de adolescente se esfumó junto con el rechazo de Aiden.

Aún con mi cuello siendo rodeado por sus manos, sentí una descarga eléctrica que me llevó a acercarme a ella. A pesar de que me estaba reteniendo en un punto fijo estuve tranquila en todo momento, imperturbable, aguantando la respiración antes de ponerme azul por la falta de aire.

Intenté aclararme la garganta, pero la presión de su agarre no me dejó. Había olvidado lo exasperante ella que podía llegar a ser en ocasiones.

Stacy tenía esa particularidad, sacaba lo peor de mí. Siempre había querido ser una imitación hecha en China, y lo barato siempre terminaba arruinándote a largo plazo.

—Te diría que me besaras el culo, pero ya el tipo que te gusta lo ha hecho por los últimos quince años. Sin embargo, si a él le gustaras la mitad de lo que me ama; que lo dudo, no me hubiese rogado en la primera oportunidad que tuvo para verme —le aseguré sin vacilación, apretando los dientes. Cada palabra salía cargada de una rabia intensa, firme y agresiva—. Yo al menos si tengo el dinero para la terapia y la otra mitad de su alma para tomar, ¿pero que tienes tú?

Le sonreí y ella apretó más.

Quería ver hasta dónde podía llegar y qué tanto sería capaz de decir.

Un segundo después, sus manos temblaron con movimientos torpes que la hicieron liberarme sin quererlo. Tenía ese tic en el labio superior que me decía que la descomponía de sobremanera lo que acababa de escuchar; aun así, no retrocedí a su alcance y me mantuve con la frente en alto sin bajar la guardia.

Sus ojos marrones estaban vidriosos. Oscurecidos y ennegrecidos sobre mi rostro.

Fue extraño e incómodo de ver cómo su cara pasó tan rápido de un gesto de obstinación a hacer ademán de una tranquilidad casi perturbadora. Su cerebro estaba maquinando algo lo suficientemente grande como para soltar una bomba sobre mi cabeza.

Se me hizo inevitable no quedarme observando por unos segundos su presencia. Cargaba con una necesidad constante de estudiar su rígido lenguaje corporal y la forma en la que se movía. Creo que eso me sumergió tanto en mis pensamientos que solo desperté del trance cuando vi venir el roce de su palma contra mi mejilla.

No sentí el impacto hasta mucho después de que retirara la mano de mi rostro. Como acto reflejo e instintivamente, llevé una de mis manos contra mi piel para frotar mi cara. No ardía lo suficiente como para hacerme gemir de dolor, pero sus uñas si me habían arañado un poco como para dejar un raspón.

Me acababa de dar una bofetada, y la agresión y el contacto físico eran cosas que mi cerebro y mi cuerpo no toleraban muy bien.

Eran acciones que eventualmente hacían que el monstruo en mí tomara el control.

—Mira a tu alrededor. Abre tus putos ojos y toma un buen vistazo. Mira donde estamos justo ahora y a quien tienes al frente. —Ella pareció dudosa luego de mis palabras; casi como un perrito asustado, pero me obedeció mirando hacia las paredes, luego me observó de pies a cabeza—. ¿Con quién estás, Stacy?

—Estamos... aquí, las dos —jadeó.

—Correcto. Estamos aquí las dos. No tienes que extrañarme más, ni cuidar de lo mío; ya estoy aquí. Mala hierba nunca muere. ¿Recuerdas? —le dije con simpleza—. Siempre contigo. Vigilándote. Vigilándolo a él.

Eso me causó cierta gracia, pero la tensión era tan palpable en el ambiente, que si no me calmaba enseguida no sabía de lo que era capaz.

—Sabes bien que los diré. Debes irte, se supone que te habías ido para siempre. —Tragó en seco mientras negaba con la cabeza. Sus ojos parecieron salirse de órbita.

Con eso había comprobado algo. Ella estaba desquiciada.

—Joder, amiga. Siempre estaré aquí. No puedes hacer que me vaya si aún lo tienes a él. ¿Con qué derecho? Pero si crees que tienes problemas en la cabeza que tu psiquiatra no ha podido solucionar, lo mejor será que consigas al sacerdote del Exorcista, para que venga a removerte el espíritu que se comió tus neuronas —anuncié cruzándome de brazos. Hice un gesto con la mano para restarle importancia a lo que decía, mientras me acerqué unos pasos más. Estaba a punto de darle una patada en la cara.

Sus ojos se abrieron como platos, y al verme más cerca ella hizo un acto contrario. Retrocedió, chocando con las baldosas sin escapatoria.

—Déjame en paz. —Su cara se contorsionó para soltar un jadeo psicótico que me hizo poner los ojos en blanco. Joder, pero que genio era Stacy—. ¿Por qué siempre apareces cuando todo va de la mierda? ¡¿No te cansaste de arruinar mi vida?! —gritó—. Toda tu vida alardeaste de lo que tenías en mi puta cara. ¿Y yo qué? Yo no tenía nada. Incluso lo único que quería, me lo quitaste de las manos.

»¡Tenías todo lo que querías y más. Belleza, popularidad, una familia rica y perfecta. Mientras que yo... yo solo lo tenía a él. Era mío. Mío para tomar, pero siempre estuviste ahí para humillarme y tomar malditamente todo en mi vida —comenzó a sollozar, al tiempo que soltó un sonido inentendible, pero que parecía la mezcla entre una carcajada y un grito ahogado—. ¿Pero sabes algo? Te gané. Te gané cuando disfruté ese falso funeral. Fue una mierda genial, solo debías desaparecer para poderlo consolar en mis brazos. Estuvo muy triste. Me hubiese encantado ver tu cara cuando nos convertimos en el rey y la reina del baile. Lucía tan feliz.

Ella no sabía con quien se había metido, porque esas palabras fueron la sentencia que el monstruo necesitaba para ejecutar la venganza con su propia mano.

Me acerqué a ella, con paso ligero. No lo pensé mucho hasta que arremetí a golpear contra su pecho.

Ella me observó con horror, casi como si se hubiese dado cuenta que sus palabras y hechos habían cavado su propia tumba.

Mi uñas de clavaron en su blusa tan fuertemente que los botones salieron volando de la tela. No pude resistirme, quería hacerle daño.

Tan solo tener mis manos sobre ella hacia que me quemara la piel al punto de ser repulsivo. Me hacía sentir esa necesidad de querer gastarme toda la pastilla de jabón al lavarme las manos para que no se me pegara la suciedad que emanaba de su cuerpo.

La reacción que tuve a esa sensación fue aventarla contra las baldosas del baño, haciéndola resbalar fuertemente contra la encimera del lavamanos. Sabía que le había dolido porque su rostro expresaba con obviedad el daño causado.

Stacy Torres no era más que una sucia alimaña; no solo quería lastimarla. Quería eliminarla.

—¿Recuerdas mis palabras de aquel día? Alguien me dijo que me alejara de las cosas que no eran mías, pero, ¿él era realmente era tuyo si me deseaba tanto? —Mi carcajada retumbó con un eco cruel contra las paredes del baño.

Tirada en el suelo como un sucio trapo viejo, aún me miraba con desafiante egocentrismo.

—No debiste salir de la jodida tumba, Kira. Si tocas a los demonios, te puedes quemar —anunció, solo que en ese momento no entendí a qué se refería.

Stacy y yo estábamos llenas de una mezcla de odio, dolor y miedo a perderlo todo. La diferencia que teníamos, era que yo siempre iba a ser mejor que ella.

—¿Ha crecido bien? —inquirí, con una fingida preocupación. Ella enarcó una ceja, confundida—. ¿Sus ojos siguen siendo tan azules como el primer día? —Me volvió a mirar fijamente, llena de desconcierto por mi bombardeo de preguntas—. ¿Le diste el beso de buenas noches antes de llevarlo a la cama?

Pero luego su mirada brillo con algo que supuse fue reconocimiento, porque rio entre dientes.

—Creo que conoció el producto de primera al dejar de comer carne blanca sin sazonar.

Ella no lo había entendido del todo, por lo que me incliné hacia su cuerpo y entre mis manos sostuve sus mejillas, obligándola así a alzar la cara y a hacer un puchero con sus labios.

Su cuerpo tembló, mientras que el mío luego de mucho tiempo estaba a punto de estallar por la ira acumulada.

Y así fue, porque con todo lo que tenía para dar la golpeé en pecho con una de mis rodillas.

Stacy gimió, al tiempo en el que envolvió sus brazos alrededor de su sección media para proteger su estómago. Fue extraño, porque en ningún momento intentó defenderse.

—¡Te dije que te mantuvieras alejada de lo que es mío! —Volví a arremeter de nuevo contra su abdomen.

Ella intentó luchar e ir contra mí, pero en el proceso no logró levantarse. Parecía una niña indefensa frente a mi rabia acumulada por años.

Cada músculo y hueso de mi cuerpo se había incidido, tenía la temperatura caliente por la adrenalina. El tiempo trascurrió, mientras seguí golpeándola, una y otra vez en el torso.

Use cada gramo de poder que poseía para dejarla sin aliento. Ella se retorció en el intento fallido de tomar aire, en vez de eso, solo terminó tosiendo violentamente por el esfuerzo.

La fuerza bruta de mi subconsciente se apoderó de mi raciocinio. Por más que quisiera dejarla e irme, no podía.

Sus mejillas se sonrojaron cuando la sangre debajo de su piel se apresuró a llenar su rostro hinchado. Me pregunté cómo de asquerosa olería esa sangre. Me pregunté qué tan rápido saldría de su vena si le arrastraba un cuchillo por la garganta como había visto esa noche de mi cumpleaños.

Mi postura era la de alguien que deseaba ver correr hasta la última gota de vida de su enemigo. Un halo negro rodeó mi visión, y no puede ver nada más allá de la rabia que sentía.

Me visualicé a mí misma. Observando los moretones en mi piel hace tres años, la oscuridad en mi entorno y el miedo de en los ojos de una adolescente asustada. Era el mismo miedo que ahora estaba experimentando Stacy en su rostro cuando me incliné frente a ella, poniéndome así a su altura.

La agarré del brazo, jalándola hacia atrás con tanta fuerza que se estrelló contra las baldosas nuevamente. Estaba agachada en el suelo húmedo, tosiendo y temblando bajo por mis golpes.

La ira me nubló el juicio cubrió como una nube negra. Quería verla desaparecer, sacarla del camino.

—Vale, te lo he pedido con educación, pero la próxima vez no será así —le advertí, con veneno. Era cierto, si ella no se iba, las cosas no terminarían bien—. Vete. Ya.

—Puede que antes no me hayas oído bien. ¿Por qué ibas a esperar por alguien que no te pertenece, Kira? Hicimos nuestra vida, ¿no te parece suficiente?

No se detuvo, y yo solo estaba temblando porque no podía contener mis emociones.

—Si crees que vas a conseguir algo más de mí, ya puedes esperar sentada. ¿Hicieron su vida a costa de la mía? —bufé con dificultad, intentando no tragarme sus palabras—. Si lo que me ofreces es un hombro para llorar, solo te diré que ya no lloro y tú, zorra, tienes la culpa de que no pueda volver a hacerlo.

—En realidad —me interrumpió Stacy—, si has venido a decirme toda esa bazofia de que ya me lo habías advertido o a convencerme de que me aleje de Aiden, ahórrate la saliva. Entiende de una puñetera vez que no tenemos quince años. Puede que para ti no haya pasado el tiempo, pero para todos nosotros sí. Pisa tierra y regresa a tu mundo, huye, y huye muy lejos, porque sabes que te encontraran y ahí si no vivirás para contarlo.

Mi cuerpo tembló y me quedé en silencio, reflexionando si esa de verdad era la oportunidad que tenía para sacar toda la rabia que llevaba.

Mi cuerpo se estremeció, cuando de nuevo golpeé su cara con dos bofetadas que se sintieron afiladas como un cuchillo caliente contra mi palma, pero ni siquiera reaccioné al ardor que me causó en las manos. En vez de eso, solo pensé que quería verla sangrar. Golpe, tras golpe, mi furia reinaba sobre mi razón.

Ella se había atrevido poner sus manos en mi mundo y yo pondría las mías sobre su cráneo.

Deseaba ver su piel bronceada poniéndose hinchada y desgarrada, derramando rojo en donde mis puños tocaban, una y otra vez hasta que sus rasgos se transformaran en algo irreconocible. Quería ver como su engañosa y plástica apariencia de chica "bonita" desaparecía.

—¿Crees que estos años han sido buenos? —su voz sonó más a una súplica que a una pregunta—. Aiden nunca estaba ahí para mí, ni siquiera podía soportar tenerme cerca si no era una copia tuya, ¿sabes? Por muchos años te envidié, no porque fueras bonita o supuestamente rica, o cualquiera de esas cosas.

»Supongo que era la forma en la él que te miraba, incluso, aún después de no saber ni de coña si ya te estabas pudriendo en el maldito infierno de donde nunca debiste salir, él se lamentaba por ti. Si, siempre fuiste mejor que yo, incluso para ser una perra falsa. Eres ególatra y nunca quisiste mostrarle a Aiden lo vil que eras y lo podrida que estás por dentro, claro que fuiste mejor.

Sus palabras me impactaron, no lo soportaba. No era una persona envidiosa, pero sí mezquina por naturaleza y atacar era la reacción instintiva en mí cuando me sentía amenazada. Justo como en ese momento.

—¿Y qué quieres que te diga? —Hice una mueca de asco, porque me invadieron las ganas de vomitar, pero eso no impidió que contestara a sus palabras.

—Se supone que ella se encargaría de ti, pero supongo que debo hacer las cosas por mí misma. —Hizo un ademán de burla, sin importarle que un hilo de sangre rodaba por su lesionada nariz.

Levanté la mano y le mostré el dedo del medio. Que se fuera a la mierda.

Sabía que estaba fuera de lugar, y aunque era evidente que golpear a Stacy no iba a retribuirme el daño causado, ni a servirme de nada, en ese momento se sintió bien.

—Voy a disfrutar viéndote arder, pequeña zorra —solté, tomándola de la cara—. Deberías haber gritado o haber echado a correr. Se te acabó el tiempo porque a mí no se me olvida lo que te dije.

Stacy se quedó boquiabierta, como si no diera crédito a lo que estaba diciendo. En respuesta, le sonreí con desdén, como si fueran al entregarme un óscar por mi brillante actuación.

—¡Suéltame ahora mismo! —bramó, cuando la tomé por el pelo acercándome más a su cara. Ella comenzó a forcejear para liberarse de mis garras contra su cuero cabelludo—. ¡Suéltame, maldita loca!

—No va a venir a rescatarte, cariño —le dije, señalando con el dedo a la puerta—. Aiden no tiene nada de héroe, deberías saberlo. Si no lo hizo conmigo, contigo menos lo hará. Eres un sucio peón. Míralo, él es más bien un rey oscuro jugando a ser Dios. No le importará que ya no tengas esa linda sonrisa.

—De tal palo tal astilla —murmuró, a la vez que escupía sangre en el suelo—. Ustedes tres lo llevan en la sangre.

—Qué bonito —le espeté dulcemente—. No hay tres para ti, ¿cierto? Porque morirás sola, no tienes a nadie.

Ella por lo menos sí tenía madre.

—Ni que lo digas —soltó ella, rodeando los ojos—. ¿Tú crees que no soy el tipo de persona que sabe reconocer a un demonio?

Una expresión asesina centelleó en el rostro de Stacy, tenía razón, ella era uno.

—¿Qué estás intentando decirme exactamente? —Entorné los ojos y clavé los talones de mis zapatillas de deporte en una de sus piernas.

—Que se le acaba de caer el reino, su majestad —sus palabras fueron firmes, a pesar de que las dijo con cierta dificultad.

Se movió lento, intentando incorporarse.

—Pensaba dejarte con vida —le susurré al oído, mientras le rodeaba el cuello con los dedos—, pero eso era antes del último comentario.

Aparté mis dedos de su rostro y los acerqué hacia su cabeza para tirar de sus gruesos mechones rubios con tanto ímpetu que no me quedó duda de que le había arrancado la mitad del cabello.

Cerré los ojos e inhalé profundo mientras escuchaba su llanto. En ese momento esperaba que el grito causado por el siguiente tirón de pelo quedara grabado en sus entrañas para siempre. Luego hubo otro; era un grito que encerraba desesperación y furia, parecía que el mismísimo diablo hubiera decidido hacer una visita.

Abrí los ojos y lo primero que vi fue que el rostro de Stacy pasaba del dolor al terror al momento en el que cayó de espaldas.

—Siempre te odié, ni siquiera podía soportar fingir ser tu amiga sin tener arcadas. —Cada palabra que soltaba me hacía querer asfixiarla.

No me importaba si la mataba. No sabía si debía sentirme aliviada o asustada, pero no valía la pena ensuciarme las manos con una cosa tan asquerosa.

—¿Le gustaba estrangularte cuando te besaba? —expresé, empujando un dedo contra su hombro adelante y hacia atrás en forma de reclamo. No hubo respuesta, así que continué—: Siempre fue suave conmigo, me trataba como una muñeca de cristal.

Stacy se volvió hacia mí, con sus ojos oscuros inyectados en sangre.

Mi respiración resonó en mis oídos. Mis manos llenándose de sudor tratando de eliminar rápidamente esos pensamientos sangrientos y recomponer así mi estado.

—¿Crees que haces el bien, Kira? Todos seguimos sin ti. Solo te convertiste en un horrible recuerdo de mierda. Hiciste mi vida miserable, me humillaste delante de todos, me agrediste e incluso intimidaste para salirte con la tuya, ¿o no eres capaz de recordarlo?

»Tomaste mis sueños los hiciste añicos, ¿para qué? ¿Para sentirte mejor? Incluso quisiste dejar claro el punto de que ustedes estaban juntos. Lo hacías cada que parecía que te lo querías comer delante de todos como en un concurso de meadas. Cuando me mandaste ese montón de fotos regocijándote que te lo habías follado me hiciste sentir fea e insuficiente. Hacerte lo que te hice, fue una pequeña retribución de toda la mierda que he soportado por tu culpa.

Me alejé de ella, tomando asiento al frente, en el banco donde estaba hace un rato. Sentí tanta ansiedad que me temblaban los huesos, ya había terminado de darle lo que quería. Ahora mismo, ella era solo un pequeño eslabón en la cadena alimenticia que debo eliminar para minimizar el daño.

Debía ser más mala, más cruel de lo que puede ser una adolescente.

—Recuperaré mi vida. Incluso a Aiden lo volveré a tomar y lo follaré mejor de lo que tú lo hiciste con tu feo trasero flácido. —Le sonreí con suficiencia. Quería reírme en su cara cuando pensé que Aiden era el único chico con el que me había acostado. Sabía que le estaba dando en donde más le dolía—. Oh, y buena suerte para convencer a todos que soy una perra turbada. Aiden y yo tenemos una cosa en común. Los dos jugamos un juego realmente bueno. Los partidos son mucho mejores cuando los celebramos juntos, ¿sabías eso?

—¿A qué mierda te refieres? —Ella tragó en seco, poniéndose de pie por fin.

—¿Crees que él no era consciente de lo que te hacíamos? Era un excelente juego doble, cariño.

Esa en teoría, era una mentira blanca.

—¿Tú crees que Aiden va a quedarse contigo? —dijo con su tono venenoso—. Estos años conoció cosas mejores que tú. Sabe lo que quiere y es un hombre. Si lo atrapas de nuevo él podría dejarte mañana cuando se dé cuenta que eres solo una perra con nada bueno que ofrecer, excepto dinero. Recordará pronto que él es mejor que tú y se irá. ¿Qué puedes ofrecerle? Eres mala y retorcida.

—Ahí es donde estás jodidamente equivocada —le dije—. Tú obviamente no me conoces muy bien. No lo quiero de regreso... excepto para jugar. No es una opción. No recojo las sobras que yo misma deseché.

—Eres un monstruo, ¿sabes? Tú y yo no somos tan diferentes después de todo. Eso me reconforta —dijo sarcásticamente, sus pupilas tan grandes como las cuencas de sus ojos.

—Estás mal —le corregí—. Mírame, Stacy. Yo sí consigo lo que quiero. Mientras tú estabas llorando, yo sí tuve a Aiden

—¡Esto no es justo! —Su respiración se volvió más y más entrecortada y sus palabras tomaron de gran esfuerzo para salir. —¡No quiero hablar contigo! ¡Solo quiero que me dejes paz y regreses de donde nunca debiste regresar!

—Lo siento. Ser una perra es mi vicio, cariño.

La súplica en su voz fue tan chillona, que me destrozó los tímpanos y por un momento, realmente le creí. Quería creer sus llantos para no sentirme como una malvada perra miserable, pero solo fue por unos instantes, ya que caí en cuenta nuevamente de que lo merecía. Merecía creer que la persona que más deseaba en el mundo le había hecho tanto daño como el que merece. Lo siento Stacy, pero había momentos en la vida en los que el mal se apoderaba de nuestra alma, y no había escapatoria.

La sangre se le está escapando de la cara, se encontraba aferrada al borde del lavabo como si su vida dependiera de ello. Me levanté y di unos pasos hacia delante. Hoy le perdonaría la vida, mañana tal vez no.

Ella no valía la pena.

—Imagina mi sorpresa cuando regresé y vi que aún en mi ausencia no eras mejor que yo. Sí, puede que te hayas convertido en voladora, pero sigues viviendo en un frío castillo de mentiras donde te sientes más insegura y sola de lo que yo estoy. Eres una pequeña perra falsa, vengativa y asustada de que descubran que su crimen perfecto no salió tan bien como esperaba. Nunca serás feliz, Stacy, y esa es la mejor venganza que podría recibir; así que mereces morir  sanamente. No me debes nada.

X

Hello, lo siento por la tardanza. He estado con mi beta corrigiendo arduamente los capítulos porque soy demasiado tiquismiquis. Kira hará lo posible por eliminar a su enemiga, ¿lo logrará?

Los amo. Gracias por leerme.

XOXO; Ashly.

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