El día en que mi reloj retroc...

By Marluieth

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¿Qué harías si un día lograras regresar tu vida desde el principio? Helena Candiani pudo hacerlo. No sabe có... More

Prólogo
1. Lo que fuí
2. El veneno que no quise ver
3. El acabose
4. Cuando despierta una estrella
5. Mi comienzo
6. Una nueva vida
7. Charly
8. Déjà vu
9. Argelia
10. Lucha de egos
11. Contra corriente
12. Una deuda pendiente
13. San Valentín
14. Detonante
15. Adicciones y otras cosas
16. La historia de un riñón
17. El jardín de las pitayas
18. Una fiesta de niños
19. La casa del monje
20. Bajo una nueva luz
21. Zona Cero
22. Principio de doble efecto
23. Damasco Cortés
24. Indicios
25. Corvus
26. Carpe Noctem
27. Remembranza
28. Estigma
29. La serpiente del Edén
30. Las hermanas de la Merced
--•Espacio para fanarts•--
31. Bajo Juramento
32. No todos los caminos llevan a Roma
33. Una descarga y una verdad
34. El museo
35. Cuando las máscaras caen
36. Marbella Duchamps
37. Una fachada perfecta
38. El novenario luctuoso
39. Alyeska Bélanger
40. Puesta de Sol
41. Las cartas
42. El mensaje oculto
43. La hoguera y el pájaro
44. Planes y costumbres
45. "V" de Vendetta
46. Verónica Burdeos
47. La madre superiora
48. La pieza que faltaba
49. Lyoshevko Lacroix
50. El Coliseo de las Bestias
51. La marca y la lechuza
52. Suspensión Activa
53. La hora de las bestias, los espíritus y los malditos
54. Bailes que matan
55. La Resistencia
56. Libertad
57. La Máscara Tribal
58. La Permuta del Siglo
59. Herejía
60. Resplandor
61. Hypnos II
62. La prima hora I
62. La prima hora II
63. La Pastorela
64. El último cuervo blanco
65. EL día en que mi reloj retrocedió
꧁༒☬ Epílogo ☬༒꧂
❧Dudas y Curiosidades del Reloj❧

61. Hypnos I

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By Marluieth



"Las personas decían que ella no era bonita, lo escuché muchas veces. Decían que era una niña como cualquier otra; una más del montón.

Nunca he entendido muy bien qué cosa ven los humanos en otros humanos. Pero sí, Helena no se parecía en nada a las niñas que salían en las portadas de las revistas que leían mi novia o sus amigas, ni tampoco a las que siempre mencionaban mis compañeros de clase... pero de todas formas yo no podía dejar de pensar en ella;

En las ondas infinitas que se formaban en los mechones de su cabello.

En su olor a manzanilla fresca.

En la forma en que se le arrugaba la nariz cuando estaba enojada. Cosa que me gustaba tanto que me descubrí a mí mismo provocándola solo para mirarla hacer sus muecas, no tenía muchas, Helena era más bien inexpresiva comparada a otras niñas, vaga, como si todo el tiempo estuviera perdida en un mundo dentro de su cabeza, incluso en la escuela comenzaron a apodarla "Astronauta" a sus espaldas porque todo el tiempo estaba en la Luna. Así que cuando descubría una nueva fórmula para obligarla a cambiar de expresión, la explotaba hasta que descubría otra.

Me odió algunas veces por ello.

Tal vez muchas...

Pero no podía dejar de hacerlo. Me sentía como un niño que había descubierto un nuevo juguete.

Eso fue lo que pensé al principio...

La diferencia fue, que todos los juguetes te cansan tarde o temprano, o sé rompen. Pero yo no me cansé nunca, incluso cuando encontré la forma de romperla, o cuando se rompió sola.

'Pero estamos a mano, moco' —pensé mientras la observaba dar otro cabezazo en misa.

No se había dado cuenta de que gracias a mí, hoy los profesores no le habían puesto ningún reporte. Porque los había distraído cada vez que había vuelto a dormirse.

Que niña tan rara.

¿Quien se duerme con los ojos abiertos, Helena?

Y aunque se merecía todos los reportes del mundo, yo no iba a dejar que le pusieran ninguno.

Porque eso significaba que iban a mandarla a la dirección, y a mí me gustaba verla.

Sonreí para mis adentros.

'Y porque eso es lo único que puedo hacer...'

Intenté dejar de pensar en ella muchas veces.

Porque era antinatural.

Que ella lograra captar toda mi atención sin esfuerzo, no podía significar nada bueno.

Además estaba prohibido.

Involucrarse con un ser humano de esa forma, traía consigo la deshonra de toda tu familia, de tus guardianes, y una muerte segura; significaba acabar como carne fresca para alimentar al próximo Coliseo.

Lo sabía.

Lo sabía bien, pero...

Pero cuando la tenía así de cerca quería creer qué tal vez luego de tantas generaciones de luchar contra el monstruo, de privarlo de comida, de encerrarlo, eso finalmente había logrado matarlo.

O debilitarlo lo suficiente.

Quería creer que por eso, no era imposible que ella me gustara.

Que podía permitirme mirarla.

Tocarla.

Que ella me volvía humano.

Que me acercaba a Dios, por muy hereje que fuera.

¿Pero cómo es posible que la persona que se supone que te acerca a Dios, que te purifica, es la misma que no deja que le pongas un gramo de atención a lo que esta diciendo el sacerdote, porque los bigotes de espuma que le dejó el chocolate caliente que se tomó antes de entrar, te resultan mucho más interesantes que todo lo que está sucediendo a tu alrededor?

'Porque es una hereje' —pensé —'Es una hereje a la que un día suspendieron por decir que el Cielo debía ser un paraíso nudista porque sino Dios habría creado a Adán y a Eva con todo y ropa'

"Alan" —la voz de mi novia me sacó de mis pensamientos —"Es hora"

La observé mirarme y asentí.

Cuando pasé al lado de Helena le di un ligero puntapié.

Eso la hizo emitir un quejido y brincar, y yo sonreí hacia mis adentros.

Ojalá eso fuera suficiente para mantenerla despierta, al menos, hasta que bajara del estrado"

—Alan Garcés Belmont Chevalier




Deimos dijo que Damasco iba a estar inconsciente un tiempo, que iba a tardar en despertar.

Esbozó una sonrisa mientras dejaba caer la piel de Alan Garcés al piso, para meterse de nuevo en la propia.

El sonido que hizo al caer, fue muy parecido al que hace un cascaron cuando lo pisas, incluso puede que fuera el mismo.

Pero yo no me inmuté.

En ese momento la forma en que tronaban las pieles que las serpientes mudaban y desechaban, no podía importarme menos.

Había otro tipo de dudas carcomiéndome ferozmente las entrañas.

Hundiéndome...

¿Cuanto es un tiempo?

¿Unos días?

¿Semanas?

¿Meses?

Pero Deimos no quiso ser tan especifico.

Simplemente se rió de la situación y dijo:

"Un tiempo es un tiempo, gatita. Al tiempo le gusta pasar diferente para todos... pero si yo fuera tú, esperaría sentada. Y mientras tanto vería la forma de conseguir mi propia silla, porque no es ningún secreto que los muebles de este tipo de lugares suelen ser duros y terriblemente incómodos y yo soy partidario de disfrutar de absolutamente todo lo que hago, ¿Ves?"'—sus ojos de hielo se deslizaron con minucia a lo largo de la habitación, hasta detenerse sobre el cuerpo inmóvil de Damasco—"Incluso si es algo estúpido, tedioso y soso. Como dedicarme a espantarle las moscas con una mano a un cadáver, mientras me seco las lagrimas con la otra... Bueno, a alguien que estuvo a nada de serlo. Sí te fijas bien no hay mucha diferencia entre un cadáver y eso, son exactamente igual de entretenidos... solo que al cadáver lo cuidas únicamente un día, y luego le lloras un poco ya sea por compromiso, pena, o mi favorito: culpa. Normalmente nadie nota la diferencia. Ese es uno de los mayores encantos de los rituales humanos, por eso me encanta verlos. Es como jugar mentalmente a las adivinanzas; ¿Por qué cada quien hace qué cosa? Es divertidísimo. Muchísimo mejor que cualquier juego de mesa que conozca, te lo aseguro. Sobretodo porque lo puedes jugar en solitario, mientras estás haciendo cualquier otra cosa; como degustar los postres que ofrecen los servicios funerarios en turno, arrancarle las alas a una mariposa o sentarte a escuchar las lamentaciones de los dolientes y ensayar uno que otro gesto de preocupación, para ver cuáles funcionan mejor y usarlos cuando sea realmente necesario".

Luego jaló su larga gabardina del perchero, esta vez en color rojo óxido, se la colgó al hombro y se giró hacia mí, sacándose unas llaves del bolsillo, para después colocarse la argolla alrededor del índice y comenzar a girarlas, creando un diminuto remolino metálico del cual tenía perfecto control, cosa que no tardó en sacarle una de esas sonrisas anchas y repletas de malicia, acaparando por completo su focalizada atención de reptil.

Sí, Deimos no se esforzaba ni un poco en disimular la enorme satisfacción que sentía en cuanto se sabía con el control, incluso de los más pequeños objetos inanimados.

Sobretodo la parte en la que los hacia trizas.

Aunque prefería a los seres vivos.

Porque a ellos podía hacerles creer que dentro de él existía algún tipo de piedad mientras jugaba con ellos.

A veces su juego era largo y otras muy corto. Pero todos terminaban exactamente igual.

Volteó a mirarme de reojo, como si hubiera leído mis pensamientos:

"Ahhh, tienes toda la razón gatita. En cierta forma es una metáfora, ¿Te gusta?" —cuestionó.

Pero no le respondí.

Y al parecer no le importó.

Porque pronto volvió a fijar sus pupilas negras, alargadas, y animales sobre aquel remolino metálico que lo sumergía en un trance.

Asumí que había dejado de parecerle entretenida, al menos, no lo suficiente como para mirarme.

Y también asumí que cualquier cosa que tuviera que decir con respecto a la pregunta que me había hecho, había sido respondida de una manera mucho más interesante dentro de su cabeza, y por lo tanto había preferido quedarse con esa respuesta.

Las manecillas del reloj se habían detenido.

Seguía siendo 05 de Abril.

El tiempo puede llegar a ser algo aterrador.

En ese momento me di cuenta de que no importaba realmente si eran días, semanas o meses, porque de todas formas iba a ser la época más larga de mi vida.

Deimos no tardó en aproximarse a la puerta, murmurando (más para sí mismo, ya que aunque a simple vista parecía un gran conversador, lo cierto era que su completa falta de tacto lo había orillado a perfeccionar los monólogos) que había dos cosas en el mundo a las que intolerante: a la lactosa y a las tragedias humanas insaboras, y que necesitaba con urgencia mirar algún filme gore o una película alusiva a los trabajos forzados que realizaban los judíos en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, para quitarse el mal sabor de boca que le había dejado venir y hacer de la Madre Teresa de Calcuta, para un simio.

Luego soltó una de esas carcajadas burlonas y guasónicas, y añadió (sin despegar ni un poco los ojos de su llavero) que sí él pudiera señalar el error más grande que habían cometido los Nazis, habría sido sin duda el no haber exterminado a todos los Judíos. Que uno siempre tiene que terminar lo que empieza, y que era muy triste que después de tanto trabajo estratégico la causa hubiera terminado de todas formas en la basura, sin mencionar que ahora que estaban de moda los derechos humanos y los discursos de paz (en su mayoría doble-moralístas), vivíamos en una época tan desafortunada y poco pintoresca.

Yo lo dejé seguir soltando todos los discursos de odio que quiso soltar, sé que lo hacía para provocarme, cosa que normalmente habría logrado, pero hoy no tenía energías para llevarle la contraria.

Mi cabeza estaba en otro sitio... lejos.

Muy lejos de ahí.

No sé si dijo algo más o sí ya no dijo nada.

Pero recuerdo haber fijado los ojos en la puerta entreabierta de la habitación, por la que había salido.

Se había marchando silbando.

Únicamente Máxime Bautista podía tener la sangre tan fría como para sacar inspiración musical a mitad del ala de terapias intensivas y pacientes que tenían más parecido con un vegetal que con un ser humano.

Y sus pasos se fueron haciendo un eco cada vez más y más tenue, hasta que se mezclaron con el ruido sordo que hacían los murmullos, los autos de la calle, los aparatos que traducían los signos vitales a un triste *beep* y todo lo demás.

Y finalmente, cuando decidí utilizar las boronas de las fuerzas que me quedaban, mis ojos se deslizaron en cámara lenta hasta el chico que yacía inconsciente frente mí, con el pecho subiendo y bajando con dificultad.

Y los ojos abiertos, fijos sobre mí a pesar de estar inconsciente.

Aquello fue el inicio de nuestra cuenta regresiva.

"Perdóname Damasco..." —susurré, acercándome a pasos temblorosos, para cerrarle los ojos con las yemas de mis dedos —"Perdóname por favor"

Luego tuve la intención de apartar un par de mechones de su frente, pero me detuve en el último momento.

No podía tocarlo.

Cuervo lo había dicho.

Yo era como veneno para él.

Ni siquiera era prudente estar así de cerca.

Me mordí los labios, y salí lo más rápido que pude de ahí, cerrando la puerta detrás de mí con fuerza.

Y una vez que lo hice, me recargué en ella y me deslicé hacia abajo, completamente derrotada, vacía.

No sabía si me estaba rompiendo yo, o sí el mundo se me estaba cayendo a pedazos.

Pero había grietas.

Había grietas por todas partes.

Ese día lloré y lloré hasta que me quedé sin fuerzas... Hasta que los cristalitos de sal que se acumularon en mis pupilas fueron tantos que al otro día se distorsionaron todos los colores en mi campo de visión, haciéndome ver pequeños arcoíris por todas partes, sobretodo alrededor de los focos, de las lámparas, de la Luz del Sol... y también, alrededor de esos recuerdos que ahora solo eran míos.

Tal vez eso es lo que siente un loco.

Tal vez cuando el mundo que está afuera de nosotros se vuelve demasiado duro, no hay refugio mas grande que... cerrar los ojos y ver lo que no puede ver nadie más.

Yo cerré los ojos y nos vi a nosotros en nuestros mejores momentos.

Y cuando me los acabé, y me di cuenta que en realidad eran muy pocos, tuve que repetirlos de nuevo.

Y de nuevo...

Y una vez más...

Después de unos días se me secaron las lágrimas.

Ya no salían a borbotones

Mis ojos habían dejado de ser una maquina infinita de agua.

Estaba averiada.

Nadie puede llorar todo el día, todos los días, aunque quiera.

Yo tampoco sé decirte con exactitud cuanto tiempo pasó, pero cada día se sintió como una eternidad.

Tal vez a esto se refería Deimos cuando dijo que al tiempo me gustaba pasar diferente para todos.

Yo no sé si existen unas eternidades más grandes que otras, pero puede que sí, porque esta devoró al Sol.

Yo la vi hacerlo.

Nunca deje de ir al hospital.

Aunque no podía hacer mucho...

Me movía en camiones porque aún no tenía edad para tomar un auto sin la supervisión de un adulto, y yo no conocía a muchos adultos que quisieran llevarme.

Todos tienen una vida, y tienen que encargarse de ella antes de ver por la de alguien más. Funciona así.

No importa.

Estaba acostumbrada a hacer las cosas por mi cuenta de todas formas.

Y no me gustaba acostumbrarme a cosas, acciones, o personas, que no estaban en la palma de mi mano.

Porque acostumbrarse a algo que está fuera de ti, significa que puedes perderlo en cualquier momento.

Y debo confesar que aún después de todo este tiempo, y de todo lo vivido...

Sigo sin saber perder.

¿Y tú Damasco?

¿Aprendiste a hacerlo?

¿O seguimos siendo igual de malos perdedores?

Hmm...

Tal vez eso sea lo único que tenemos en común al día de hoy.

Pero verás, en una guerra alguien tiene que ganar.

Y para que eso pase, debe haber perdedores.

Es una lástima que estemos en lados tan opuestos del tablero.

Pero nunca estuvimos del mismo lado de todas formas.

Eso lo sabes bien...

¿Verdad?

Sé que hice un buen trabajo en dejártelo claro.

Tal vez... demasiado.


*****


"Ya sé que no te gustan las plantas que no tienen raíces" —susurré mientras reemplazaba las flores del jarrón de la habitación por unas nuevas—"Pero tienes que reconocer que la habitación se ve muy lúgubre. Necesita color. Además son lindas... ¿No crees?"

Había hablado con Deimos días después de aquello, y él me había dicho que no podía estar a menos de 5 metros de distancia de Damasco, mientras despertaba.

Y después de todas formas iba a tener que evitar estar cerca.

Así fue como terminé haciendo una marca diminuta dentro de la habitación; con cinta adhesiva roja para que no me costara encontrarla, y además había contando seis metros y medio y no cinco.

Lo quería lo suficiente como para mirarlo recuperarse a través de un cristal de ser necesario.

Y también lo suficiente como para estar al otro extremo del continente cuando llegara el momento.

Acaricié los pétalos de las flores, cerrando los ojos unos segundos para poder recordar como se sentían.

Ahora debía tocarlas con guantes para no marchitarlas. Era como si fuera un veneno ambulante para todos los seres vivos, y eso se notaba mucho más rápido en los más frágiles.

Así que ahora además de llevar lápices y libertas en la mochila, también cargaba con una caja de guantes quirúrgicos, porque con los de estambre no podía realizar mis actividades nórmales.

Lo miré de reojo.

Él yacía postrado sobre la cama, con una manguera de suero conectada a la muñeca y una sonda que se asomaba apenas bajo su bata quirúrgica y la sábana, hasta desembocar en un recipiente que estaba a un costado de la cama, y que se tenía que cambiar cada tanto, porque servía para que pudiera orinar.

También había algunos magnetos sobre su cuerpo, unos más grandes que otros, se supone que median sus signos vitales y llevaban un registro de su actividad cerebral.

Hasta ahora todo había arrojado un inmenso sueño REM.

Lo cual quería decir que no podía escuchar absolutamente nada de lo que le decía, y también que no iba a recordarlo.

Volví a fijar la vista en las flores.

"Nunca te pregunté cuál era tu flor favorita. Así que las he traído de todas. Hoy tocó un trío de girasoles sonrientes. Seguro las conoces, son como los girasoles normales pero más pequeñitos. Los girasoles del reino oompa loompa." —continué —"Ah, y con decir que hoy tocaron girasoles, no quiere decir que todos los días te traiga flores diferentes. Tampoco soy una deforestadora de closet, al menos no todavía. Normalmente las reemplazó un poquito antes de que se marchiten, y las pongo a secar entre las páginas de mis libros... las uso como separadores para marcar frases que me gustan. Ya sabes, hábitos extraños de un ratón de biblioteca" —le vacié agua fresca al jarrón, y metí las flores viejas en una bolsa de plástico —"¿Y sabes por qué siempre traigo tres flores? Porque tú abuela me dijo que cada flor equivale a un deseo. Y yo solo tengo uno, pero traer una sola flor era muy triste, y traer demasiadas se sentía como hacer trampa"—corrí las persianas de una ventana para abrirla.

Afuera estaba soleado con un poco de aire, y se escuchaba el sonido de una ambulancia a lo lejos.

Suspiré y me acerqué hasta dónde podía permitirme hacerlo.

"Por cierto, ellos están bien..." —se formó un nudo en mi garganta. Tragué saliva con dificultad y desvié la mirada de nuevo—"Convencí a los dos de hacerse estudios de oncología y los dos están limpios y sanos. También aprovechando que hemos pasado tanto tiempo en el hospital, los hice revisarse la tiroides, el azúcar y la presión."—sonreí con tristeza—"No fue fácil convencerlos. Tú abuelita es un amor pero es casi tan terca como tú. De ahí lo sacaste." —solté una risa absurda —"Tú abuelito tiene el azúcar un poco alto, pero no es diabetes, no todavía. Aún así tiene que cuidarse. Entonces también los obligué a ir al nutriólogo... Tú abuela me odio un poquito más por eso. Y tú abuelo se quejó y dijo que no era un borrego para estar pastando todo el día... creo que no es muy fanático de comer verduras" —comencé a jugar con mis zapatos, haciendo pequeños topecitos con los talones y con las puntas —"Pero yo he estado inventándome algunos aderezos para que las coma. No todos han tenido éxito y definitivamente no voy a volver a intentar hacer el de mostaza dulce... aunque se veía fácil y es rico, a mí me salió muy mal. Cuando había logrado que supiera dulce le había quitado todo el sabor a mostaza, y cuando sabía a mostaza, solo sabía a mostaza."—retrocedí y me dejé caer sobre el sofá de la habitación —"Así que ya tienes una cosa más que hacer cuando despiertes."

Apoye mi barbilla sobre mi palma para poder observarlo con detenimiento, mientras le contaba mis días.

Después de todo, estaba a acostumbrada a hacerlo y solo iba a poder hasta que se despertara.

Este era todo el tiempo que nos quedaba juntos.

Al menos a mí.

A él ya se le había acabado.

"Ah, y estoy aprendiendo a bordar en punto de cruz... pero soy en verdad muy mala. Tú abuela me dijo que soy la peor alumna que ha tenido en la vida. Incluso me consiguió estambres gordos y tela de cuadritos para principiantes, pero de todas formas mis champiñones parecen todo excepto champiñones. Y como eres un malpensado de lo peor, ya sé que cosa dirías que parecen si pudieras hacerlo..." — una pequeña ráfaga de aire se coló a la habitación. Fijé los ojos en el movimiento leve de las persianas. En la luz que se colaba a través de las rendijas—"Marina Silva... tú amiga; la enfermera. Ella borda bien. Muy bien, de hecho. Empezamos casi al mismo tiempo pero ella ya hace de todo. Y sus dedos nunca parecieron trozos de quesos gruyère con curitas"—me observé la mano —"Ella ha estado usando en Mustang para llevar a tus abuelos a todas partes. Tienes mucha suerte de que tanta gente te quiera... así que tienes que despertar pronto ¿está bien?"

Deslicé mis ojos hasta su rostro.

Se veía tan pálido...

Y delgado.

No tanto como cuando lo había conocido pero los médicos me habían dicho que debido a que ahora llevaba una dieta líquida, era normal que hubiera perdido varios kilos.

La culpa me invadió por completo.

"No puedes rendirte. No puedes... Hay muchas cosas que tienes que hacer todavía... Muchos conciertos que dar. Muchas canciones que cantar..." —tragué saliva para humectar mi garganta—"Además me prometiste que cada vez tus conciertos iban a ser mejores. No puedes romper esa promesa, me pondría muy triste." —mis ojos se humedecieron un poco—"¿Sabes? La otra vez estaba viendo la única fotografía en la que salimos algo bien. " —las sombras de las flores que se dibujaban sobre el piso de la habitación, hasta alcanzar los bordes de la sabana que lo cubría y la piel de su mano, la otra, la que no tenía ninguna aguja —"Y... me di cuenta de que sí es posible reír y llorar al mismo tiempo. Tú ya me lo habías dicho, pero yo no te creía." —tracé desde mi sitio la silueta con el dedo— "Para mí eran emociones opuestas. Pero resulta que también pueden ser la misma." —dejé caer mis manos a mis costados —"Es un poco chistoso porque ni siquiera estás ahí pero sigues teniendo la razón en muchas cosas"

Una sola lágrima comenzó a deslizarse sobre mi mejilla y me la limpié tan rápido como pude con el puño de mi sweater.

"Sé que todo esto fue mi decisión, que tú no lo querías, y aunque no me arrepiento, eso no lo ha hecho más fácil" —el corazón se me encogió pero al mismo tiempo se volvió más pesado— "Te extraño... Te extraño mucho, mucho... Te extraño como nunca imaginé que se podía extrañar a alguien... Y me da mucho miedo pensar que... que voy a tener que extrañarte toda la vida." —bajé la mirada—"El año que viene, el que le sigue, e incluso después de ese" —sonreí mientras me limpiaba otra lagrima—"Pero siempre voy a estar agradecida de que hayas venido a este mundo. Todos los días voy a dar las gracias por que la persona que amo, está respirando y está bien en alguna parte"

"Y voy a pensar en ti, aunque estemos lejos. Voy a pensar en ti y en todo lo que queríamos hacer juntos. Y tal vez haga algunas de esas cosas. Nos lo debo; al Damasco y a la Helena que éramos antes de que sucediera esto" —comencé a guardar mis cosas, no faltaba mucho para que terminara la hora de visitas y no éramos familia, ni tampoco era mayor de edad para decidir por mí cuenta y quedarme —"Dicen que se pone mejor, que hay cosas con las que te acostumbras a vivir. Qué hay golpes que se vuelven parte de nosotros... Mi abuelo dice que son los que te dan carácter. Y yo... Yo no lo sé... No tenía idea de que me hiciera falta tanto carácter..."

A veces me quedaba leyéndole fragmentos de libros, o cuentos, en los días más duros; las noticias; y en los mejores; agarraba fuerzas de quien sabe dónde para recitarle los poemas que aún no me había dejado olvidar mi cabeza.

Antes de irme siempre le ponía canciones, las que le gustaban.

"¿Te acuerdas cuando me dijiste que nos íbamos a hacer viejitos juntos?" —lo miré desde donde estaba. Aún me sorprendía lo perfectamente angulares que eran sus pómulos, haciendo que una línea recta se dibujara sobre su piel de bronce, como un pliegue que enmarcaba su quijada. —"Creo que no va a suceder... pero no importa, ¿Sabes por qué? Porque no quiero ver esa cara tan bonita que tienes cambiar, y la verdad... tampoco soy muy fan de la idea de que me veas convertirme en una horrible ciruela deshidratada, sé que no voy a envejecer con gracia porque nadie en mi familia lo hace. Así que lo mejor es ponerle fin a todo ahora. En realidad no vas a perderte de nada... A partir de hoy yo voy a ser cada día un poco más fea. No quieres ver eso" —musité, derrotada. Y volví a ponerme de pie para quedar lo más cerca posible de él que podía—"Vas a empezar de cero, sin que nada te estanque, sin que nada te ate.
Así que sólo voy a pedirte una cosa. Sí me ves en otra vida, dime hola. Dime hola siempre por favor" —mis rodillas se sintieron débiles, frágiles, como si de pronto hubieran dejado de estar hechas de carne y huesos.

"Amé todas las vueltas al Sol de tu mano.Gracias por tanto y perdón por tan poco" —Le di un pequeño beso a las puntas de mis dedos y los coloqué apenas un par de centímetros lejos de aquella marca que delimitaba la pared invisible que ahora nos separaba.

Y qué tal vez, siempre lo haría...

Un par de golpecitos a la puerta, acompañados por el sonido de la misma abriéndose, me hicieron brincar.

"Helena ¿verdad?" —susurró una voz femenina —"Perdón sí te asusté; ¿necesitas algo?"

"No... Ya me iba" —me giré para agarrar mis cosas —"¿Vas a quedarte hoy?"

"Sí. Convencí a Mami Chelo de que me dejara quedarme en su lugar todo el fin de semana. Esta no es vida para unas personas de su edad, además si pudiera me quedaría todos los días" —susurró acercándose con genuina familiaridad, para colocar su palma sobre la frente de Damasco. Ya era rutina que lo hiciera. Pero yo no había logrado acostumbrarme todavía a que ella sí pudiera tocarlo cuando quisiera y yo no. Se giró hacia mí —"Pero ya sabes, no puedo aunque me encantaría. Tengo un trabajo y dos chiquitos que alimentar... ¡Dios como me gustaría trabajar en este hospital!"

"¿Necesitas de una niñera o algo durante el fin de semana?" —pregunté.

"No te preocupes. Lo tengo resuelto" —se quitó la chamarra beige que traía puesta, la dejó sobre el sofá y regresó para retirarle la sábana y descubrirle las piernas. Luego comenzó a masajearle los talones, las pantorrillas, las rodillas, y los muslos. Lo hacía para que no se atrofiaran sus músculos —"Es muy lindo que vengas todos los días. Dam tiene en ti a una verdadera amiga" —susurró —"Yo te lo agradezco muchísimo porque no me gusta que esté sólo, pero tampoco me gusta que Mami Chelo y Papi Joel se la pasen en el hospital. Y ya sabes, además de ellos no tiene a nadie más"

"Rufián" —susurré.

"¿Huh?" —continuó masajeando.

"En el pueblo tiene un labrador que se llama Rufián. Pero no sé lo pudo traer cuando vino"

"Ahh... No lo sabía..." —siguió en lo suyo —"Pero que bueno que me lo dices. El departamento tiene una terraza grande y estoy segura de que puedo hacerme un espacio para sacarlo a pasear por la mañana y por las tardes. Voy a ver la forma de traerlo. Seguro que en cuanto despierte eso lo haría muy feliz"

Asentí y me despedí de ella.

Camino al ascensor, me compré dos cafés de una de esas máquinas expendedoras de instantáneos. Un expreso con un shot de almendras que me bebí ahí mismo, antes de convertirlo en hielo, y otro que no me importó de qué sabor fuera porque de todas formas lo había comprado solo para robarle el calor. Todo el que tenía. Eso me hacía sentir mejor de muchas formas que no podía explicar.

Suspiré sin ganas y oprimí el botón que llamaba a los ascensores.

El pitido que emitían cuando llegaban al piso no tardó mucho en sonar y arrojé los vasitos de cartón al basurero, sorprendiéndome aún por esa nueva puntería que había adquirido de alguna forma.

La había descubierto hacia no mucho... por accidente.

Sacudí la cabeza.

No había sido mi intención asesinar a esa Paloma, solo quería asustarla.

Pero había terminado dándole un golpe bastante certero con un chícharo; Justo en medio de la cabeza.

Estoy segura de que no lo vió venir... y yo tampoco.

El golpe seco que hizo su cuerpo contra una maceta llena de las plantas de Damasco que se me habían muerto (por sobredosis de Sol o de sombra) fue lo que hizo que me volteara.

Las puertas del ascensor se abrieron de par en par y sacudí la cabeza aún más fuerte para ahuyentar esa imagen llena de plumas y sangre.

Sólo que en vez de toparme con el cubículo vacío como de costumbre, un par de ojos verdes me recibieron de regreso.

Ah...

Siempre pensé que parecían dos canicas brillantes e inertes rodeadas por largas hileras de pestañas que tenían un color muy especial, como si hubieran sido previamente sumergidas dentro de una pileta repleta de oro viejo derretido, y luego las hubieran salpicado de cobre, pero muy poco, sólo para obtener aquellos minúsculos destellos que solo se notaban con la luz del Sol, y solo si las observabas a detalle...

Mis pies no se movieron.

A diferencia de mi dedo índice, que en ese momento se convirtió en el fanático más grande de Interestelar, y prácticamente dobló el espacio y el tiempo, debido a la atracción gravitatoria que sintió hacia ese otro botón que solo existía por sí llegabas a cambiar de opinión y decidías que mejor querías seguir una vida más saludable y utilizar las escaleras.

Pero no fue por ese primer par de ojos, si no por los almendrados con destellos amarillos que iban a su lado.

No todas las criaturas del mundo podían llevar una simple sotana y hacer que luciera así de poderosa y sofisticada.

"Hel-" —escuché la mitad de mi nombre. Pero solo la mitad.

Así es amigos.

Porque mi completamente eficaz reflejo de supervivencia, llamado: si no lo veo, entonces no existe. Había tomado completo y total control de mi cuerpo.

Y así fue como les cerré las puertas del ascensor Justo en la cara a Alan Garcés y al sacerdote Ramiel.

Oh. Por. Dios.

¡¡Oh por Dios!! ¡¿Qué hiciste, Helena?!

Volví a abrir las puertas del ascensor en cuanto hice consciencia de lo que había hecho.

Solo para toparme a un Alan Garcés algo confundido y con un Ramiel, portando aquella mirada de moda y autosuficiencia tan característica en todos los reptiles o por lo menos, en todos los que yo conocía.

"¿Van-a-bajar-en-este-piso?" —pregunté tan rápido que casi se escuchó como un trabalenguas.

"Ehm, no. En realidad nosotros sólo-" —pero tampoco deje que Alan Garcés terminara esa otra oración.

"¡Genial!" —grité, cerrándoles en la cara, las puertas del ascensor una vez más.

Pero pronto las volví a abrir.

Porque necesitaban una explicación.

¿Verdad?

"Helena ¿Qué dem-"—Ahhh. Pero es que hoy yo tenía un talento especial para interrumpirlo.

"¡Quiero-llevar-una-vida-más-saludable!" —grité un nuevo trabalenguas —"¡Las-escaleras-son-muy-buenas-para-ejercitar-los-músculos! ¡Y-para-la-circulación! ¡Y-en-mí-familia-hay-varices!"

"¿Qué?" —preguntó Alan Garcés, con el ceño fruncido.

"¡Varices! ¡Grandes-moradas-y-verdes! ¡Con-formas-de-arañas!"

"¿Arañas?"

"Bu-Bueno ¡También-tienen-otras-formas-no-solo-de-arañas-o-de-bichos! ¿Quieres-que-te-las-diga?"

"¡No!"

"¡Genial! ¡Porque-en-este-momento-no-me-acuerdo-de-todas! ¡Pero-sé-que-son-muchas!" —oprimí nuevamente el botón para cerrar las puertas del ascensor.

Pero pronto me di cuenta de que me había faltado decir algo, así que las abrí de nuevo.

"¡Usar-las-escaleras-en-lugar-de-los-ascensores-no-es-la-única-forma-de-evitarlas!" —solté —"¡También-es-necesario-comer-muchas-frutas-y-verduras! ¡Sobretodo-los-que-tienen-grasas-buenas! ¡Porque-en-este-mundo-hay-grasas-buenas-y-grasas-malas! ¡Pero-no-estamos-hablando-de-eso! ¡No-precisamente! ¡En-conclusión: coman-muchos-aguacates! ¡Adiós!" —y cerré nuevamente las puertas.

Pero las volví a abrir, amigos.

¡Porque no se cuando parar cuando me dan ataques de verborrea!

Porque aunque mi mente grita: ¡Ya, Helena! ¡Fue suficiente!

A mi cuerpo le gusta hacer todo lo contrario.

"¿Algo más?" —preguntó Alan con evidente molestia.

"¡Los-arándanos! ¡Las-uvas! ¡Y-la-col-morada! ¡Esas-también-son-importantes-porque-tienen-betacarotenos! ¡Y-en-este-momento-no-recuerdo-qué-tienen-que-ver! ¡Pero-Oh-Demonios! ¡No-soy-su-maldita-enciclopedia! ¡Yo-también-tengo-cosas-que-hacer! ¡Así-que-pueden-buscarlo-en-Google!"

"Señorita Candiani" —habló Ramiel por fin —"¿Es esta una forma de decirnos que deberíamos salir del ascensor y usar también las escaleras?"

"¡¡¡NO!!!" —grité con todas mis fuerzas. Cerrándoles la puerta... por milésima vez.

Solo para abrirla medio segundo después por vez milésima uno.

El ceño de Alan se había fruncido aún más y la mirada de ambos estaba completamente fija sobre mí: la loca de los ascensores.

¡Ay Diosito! ¿Qué demonios estaba haciendo?

"¡Qu-Quiero-decir! ¡No-es-porque-no-quiera-porque-obvio-sí-quiero! ¡Pero-las-piernas-de-ustedes-dos-son-fuertes-y-muy-muuuuy-lindas! ¡Así-que-no-lo-necesitan! ¡Pero-no-vayan-a-pensar-que-yo-me-la-paso-mirando-sus-piernas! ¡Porque-obviamente-no-lo-hago! ¡Simplemente-me-las-imagino!" —Dios, Dios, Dios... Eso había sonado mucho mejor dentro de mi cabeza —"¡Bueno! ¡Ahora sí adiós!"

Y les cerré la puerta por última vez.

¿Había forma alguna de que esto hubiera salido peor?

Bueno... no era mi culpa.

Ramiel me daba mucho miedo.

Y mi cerebro simplemente era del tipo de cerebro que sacan tu lado más estúpido cuando tienen miedo.

En fin.

Decidí esperar un tiempo prudente para llamar al próximo ascensor.

Porque, vamos ¡Estaba en un octavo piso!

Y Ramiel y Alan ya se habían ido a cualquiera de los 28 pisos de este lugar.

Así que ya no tenía motivos para usar las escaleras.

El pitido del siguiente ascensor sonó, y en cuanto las puertas se abrieron me encontré con un Alan Garcés bastante molesto del otro lado.

"¿Me estás acosando?" —mi pregunta salió completamente a la defensiva.

"¡Eres una mentirosa!"

No supe que contestarle.

Así que hice lo que cualquier persona madura en mi situación hubiera hecho...

Y le cerré las puertas del ascensor, je.

Porque ya sabes, ley número 1 del manual mental de supervivencia de Helena: si no lo veo, entonces NO existe.

Es algo bastante efectivo la verdad.

Y rápido.

"¿Pero qué demonios estás haciendo ahora?" —cuestionó con cierta euforia, abriendo las puertas de nuevo.

"¡Nada! ¡Sólo decidí que ya no quiero usar ese ascensor!"

"¿¡Que tiene de malo este ascensor!?"

"¿Y que tiene de bueno?"

"¡Eso no tiene ninguna lógica Helena Candiani!"

Así que la volví a cerrar.

Y él la volvió a abrir.

"¡Mierda moco! ¿Cuál es tu problema? No, espera: ¿Cuál de todos los problemas que sabemos que tienes es el que te está haciendo actuar como una niñita inmadura de preescolar esta vez?"

"¿Esta ve-? ¡Tú eres el que tiene un montón de problemas!"

Lo oprimí.

"¿Yo? ¿¡YO!?"

Lo oprimió.

"¡Sí! ¡Tú!"

Lo volví a oprimir.

Y él hizo lo mismo.

Y así mis queridos lectores, así es como se hace para provocarle un ataque epiléptico agudo a un ascensor. Convirtiéndolo en un aparato completamente disfuncional para que nadie pueda entrar ni salir.

"¡Es tu culpa!" —rugió.

"¿¡Disculpa!?"

"Ah. Alguien por fin aprendió a disculparse. Bravo"

"¡Nadie se está disculpando contigo, tarado!" —exclamé —"¿Ahora además de ser completamente insufrible también sufres delirios?"

"¡Ah! ¡Se me olvidaba que el tamaño de tu madurez es del mismo tamaño que tú estatura! ¡Básicamente inexistente!" —soltó con una mueca burlona. De esas que solo me hacia a mí. Cretino. Pero de todas formas yo no me iba a rendir. Oh n0—"¡Ya deja de picarle al maldito elevador para que se cierre!"

"¡No! ¡Tú ya deja de picarle al maldito elevador para que se abra!"

"¡Lo vas a descomponer!"

"¡No! ¡Tú lo vas a descomponer! ¡Yo lo único que quiero es no volver a ver a ese ascensor nunca más en mi vida! ¿Es mucho pedir? ¡No lo creo!"

"¡Pero sí tú fuiste la que llamó a este ascensor! ¿¡Quien te entiende!? ¡Seguro que ni tú misma!"

"Sí, bueno, pues ¡las personas podemos cambiar de opinión! ¡Sorpresa! ¡Un dato más acerca de cómo funcionan las personas y el mundo!"

"¿¡Por qué siempre tienes que ser tan infantil, moco tonto?!"

"¿Acabas de llamarme infantil? ¿¡Tú a mí?! ¡Claro! ¡Seguramente porque yo soy la que sigue usando apodos que me inventé en quinto de primaria ya que mi cerebrito de canario comienza a sobrecalentarse si le exijo más! ¡Oh Dios Mío! ¡DIOS MÍO! ¡Tienes la boca llena de razón! ¡Soy la persona más infantil de este hospital! ¡No! ¡Soy la persona más infantil del mundo entero! ¡Y de la galaxia! ¡Y también de todas las galaxias que existen!"

Y la puerta se cerró.

Pero yo continué apretando el botón sin cesar. Porque éste señores, este era momento: El gran momento de mi Combo Fatality en contra de aquella avezucha pomposa que debió estar en alguna iglesia, vomitando un pulmón luego de cantar con todas sus fuerzas: ¡La sangre de Cristo tiene poder! En lugar de estar aquí. Inventándose nuevas formas de molestarme.

Volví a esperar un tiempo que consideré prudente para que llegara el tercer ascensor.

¡Porque la tercera es la vencida!

¡Sí señor!

Y en cuanto escuché el familiar pitido y me cerciore de que el ascensor estaba completamente vacío esta vez, me preparé dar el paso lo más rápidamente posible.

Pero... no pude hacerlo.

Porque un par de brazos fuertes, cubiertos por un sweater de cashmere en gris, acababan de rodearme los hombros para impedírmelo.

"Oye... moco..." —susurró en voz baja muy cerca del lóbulo de mi oreja, jadeando. Como si hubiera usado todas sus fuerzas para subir o bajar un montón de escaleras. Cosa que probablemente había hecho —"Vamos a deshacernos de tus varices inexistentes juntos"

"Humm..." —musité —"No gracias."

"Que chistosa" —me lo imaginé muy claramente sonriendo porque no podía verlo —"Pero no te estaba preguntando" —dicho eso me hizo girar sobre mis talones, tomó mi mano y me jaló escaleras abajo. Como si fuera trapo. Un trapo que no sabía si estar más molesto que asustado porque básicamente estuve volando durante ocho jodidos pisos.

Estúpido Garcés, con pestañas estúpidas y sus piernas estúpidamente largas.

¿Lo peor?

Se detuvo en seco.

Así: haciéndome rebotar de lleno contra su enorme y cuadrada espalda con contextura de piedra.

Me sobe la frente antes de comenzar a quejarme, porque el cabezazo había aturdido todas mis neuronas, y si supuestamente sanas y en todo su esplendor, habían demostrado que podían fallar épicamente, no quería ni imaginarme lo que podían ocasionar así.

"¿Ya comiste?" —susurró sin mirarme

Levanté las cejas.

"¿Qué clase de pregunta es esa? Por supuesto que sí. Son las 6:00 de la tarde, Garcés, por Dios, ¿En serio me crees tan irresponsable como para venir hasta acá sin haber comido absolutamente nad-?" —pero a mi estomago se le ocurrió la brillante idea de gruñir justo en ese momento.

¡Vaya! ¡Hoy mi mente y mi cuerpo estaban completamente sincronizados!

¿¡Pero por qué siento tenían que sincronizarse para las cosas malas?!

¿Qué clase de castigo karmático tan más aterrador era este?

"Ah" —Alan ladeó la cabeza, sonriendo —"¿Por qué pensaría eso de ti? No es como si te la pasaras haciendo cosas irresponsables y extrañas todo el tiempo. Y tampoco creo que seas el tipo de niña que tiene una cicatriz justo aquí" —colocó su pulgar en uno de los costados de mi frente —"Por haberse sentido un bicho supersónico justiciero ¿Verdad? Creo que te estoy confundiendo con alguien más. Una niñita enana, molesta, tonta y muy terca que conozco"

Mi boca se abrió y se cerró dos o tres veces, pero nada coherente quiso salir de ahí.

Mi indignación me había bloqueado el habla.

"T-Tú..."

"¿Yo?" —esbozó una sonrisa soberbia, tomó de nuevo mi mano, y me guió fuera del hospital —"Apúrate. Vamos a comer"

Y mi estómago protestó una vez más y con mucha más fuerza que antes.

"¡Oh, vamos! ¿Quieres callarte? ¡Ya vamos a hacer lo que quieres! ¡Así que basta! ¡Ya quedé como un jodido payaso!" —me dirigí a mi estómago.

"¿Por qué lo callas? Si el sonido de unas tripas suplicantes es algo a lo que estoy acostumbrado, básicamente es música para mis oídos"

Bísiquiminti is misiqui piri mis oídis!" —lo arremede —"Que te quede claro que no soy tu jodida obra de caridad ambulante"

Soltó una carcajada divertida.

Pronto estuvimos frente a su auto.

"Sube" —abrió la puerta del copiloto.

Era un Mercedes del año.

Alan Garcés siempre había tenido autos así; ostentosos, llamativos, elegantes, todos en color plateado, todos último modelo.

Exhale y me crucé de brazos.

"No quiero. Y deja de darme órdenes. Solo me llevas 2 años y solo biológicamente, porque mentalmente soy mucho más grande que tú ¡Soy una anciana!" —solté con orgullo.

Suspiró y se giró hacia a mí con una sonrisa extraña. De esas que a veces ponía cuando miraba a Deimos torturar bichos.

"Como quieras..." —cerró la puerta, se giró hacia mí y tomó un suspiro largo—"¡Helena Candiani Yolotl!" —gritó lo más fuerte que pudo—"¿¡Cómo se te ocurre?! ¡Tal vez no seas una persona que cree en la religión y en las Iglesias, eso lo entiendo! ¡Pero igual eso no te da el derecho a tener toda clase de fantasías sexuales con los sacerdotes! ¡Ni de acosarlos en los elevadores para gritarles que te gustan sus piernas! ¡Y que te las has imaginado! ¡Todo eso mientras no dejas que el pobre hombre llegue a donde quiere ir! ¡Por Dios! ¡Además es alguien que prácticamente te dobla la edad! ¿¡Que vas a hacer si el video del ascensor se llega a filtrar en internet?!"

Todo el calor de mi cuerpo escaló hasta acumularse en mis mejillas.

Las personas nos observaban con toda clase de gestos de preocupación.

Sobretodo a mí.

Porque en algún momento de todo ese griterío se habían aglomerado a nuestro alrededor en una especie de círculo.

¡Dios!

¡Dios! ¿Por qué?

¡Maldito Alan Garcés!

"¡Agh!" —me quejé, abriendo la puerta por mi misma y deslizándome lo más rápidamente dentro del auto para poder refugiarme de todas las miradas curiosas.

Un pequeño*pip* me obligó a girarme  indignada a mirarlo.

"¿¡Acabas de poner el seguro de niños?!" —golpeé el cristal de la ventana con la palma.

Él golpeó con el nudillo del otro lado.

"Si algo he aprendido, es que nunca se toman precauciones suficientes con las personas imprudentes. Acabo de verte acosar a un hombre de Dios y jugar con las puertas de los elevadores sin importarte que estabas dentro de un hospital. Eres una amenaza" —sonrió.

Ese día me llevo a comer a un restaurante de espadas Brasileñas.

Me dijo que su carne favorita en el mundo era la giba. Que es un tipo de carne que se extrae de la joroba de los cebú.

Le dije que quería probarla.

Y él sonrió.

Estuvimos hojeando una revista en lo que nos atendían. Yo la llevaba en la mochila, la había comprado porque aparecían él, Deimos y Verónica en un evento importante.

Me dijo que en ese evento había habido un brote de varicela, pero que a ellos les había dado cuando niños.

Entré en crisis porque en esta vida a mí aún no me había dado varicela, y sabía que mientras más grande te diera era peor. Así que lo obligue a compartir una paleta conmigo.

Para que me regalara los restos del virus qué tal vez aún tenía dentro de su sistema.

Al principio se negó...

Y después de hacerlo se fue corriendo al baño.

Tal vez le había dado asco. No sé...

En ese momento tampoco sabía que un trío de mariposas nocturnas habían comenzado a seguirme a todas partes. Que me cuidaban y que estaban bajo mis órdenes.

Bueno no, no exactamente las mías.

Las de Alondra.


*****

Nota de Autor: Hola hermosas. Aquí @Marluieth, Malú para los amigos Hahahahaha. Perdón por tardarme tanto en actualizar. Estaba asimilando mis medicamentos... pero creo que lo logré.

Este capítulo tuvo un poco de todo. Creo que muchas veces en los momentos más tristes, llega una persona a cambiar nuestro humor de la manera más inesperada.

Por cierto, hay convocatoria en el grupo del reloj para las que quieran unirse a la familia de las cuentas de ROL.

Así que ya saben, busquen el link en mi perfil o pídanmelo por mensajito si les interesa 🙈

Este capítulo será largo y por eso lo partí en dos, aquí les dejo la primera parte porque no quería dejarlas sin actualización.

PD: le dedico este capítulo a Dama Lei, Tamy Mego y a Evelyn Argote 🙈💕 por ser unas lectoras que todo escritor añora tener. GRACIASH. No lo saben pero ustedes fueron mi motor para este cap 🙈

PD2: lo edite pero algunas partes también salieron de brote artístico de ahorita así que seguro hay errores de dedo. Sí encuentran alguno muy catastrófico no duden en marcarmelo, me ayudarían mil ochomil chocomilk! De todas formas lo puliré más al ratoncillo 🐭

Marluieth.

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