Nadie es perfecto

By DianaMuniz

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A los ojos del mundo, Adam Alcide es el flamante heredero de la A&A. Pero bajo su perfecta fachada se encuent... More

1- Nadie es perfecto (1ª parte)
1- Nadie es perfecto (2ªparte)
1-Nadie es perfecto (3ª parte)
1-Nadie es perfecto (4ª parte)
2- Navidades Perfectas (1ª parte)
2-Navidades Perfectas (2ª parte)
2-Navidades Perfectas (3ª parte)
Navidades Perfectas (4ª parte)
3- Lo que está muerto (1ª parte)
3.-Lo que está muerto (2ª parte)
3.-Lo que está muerto -3ª parte-
3.- Lo que está muerto (4ª parte)
4.-Sombras del pasado (2ª parte)
4- Sombras del Pasado (3ª parte)
4- Sombras del pasado (4ª parte)
4-Sombras del pasado (5ª parte)
5-El pájaro enjaulado (1ª parte)
5-El pájaro enjaulado (2ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (3ª parte)
5.-El pájaro enjaulado (4ª parte)
6.-El otro lado del cristal (1ª parte)
6.-El otro lado del cristal (2ª parte)
6.-El otro lado del cristal (3ª parte)
6.-El otro lado del cristal (4ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (1ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (2ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (3ª parte)
7.- Un gato sin sonrisa (4ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (1ª parte)
8.- Un refugio lejos del mundo (2ª parte)
8.-Un refugio lejos del mundo (3ª parte)
9.- Hoja de Ruta (1ª parte)
9.- Hoja de Ruta (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (1ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (2ª parte)
10.- Recuerdos que no deben ser (3ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (1ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (2ª parte)
11.- ¿Cuántas veces puedes morir? (3ª parte)
Unas palabras a los lectores...

4.-Sombras del pasado (1ª parte)

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By DianaMuniz

«El tiempo es relativo».

Quien dijera eso, seguramente no había estado encerrado en una habitación durante días, sin más mecanismos para medir el paso de las horas que las visitas de sus carceleros y los platos que con ellos portaban. Zero suponía que los sucedáneos lácticos y las galletas eran el desayuno, y eso marcaba su pauta de que un nuevo día comenzaba.

Ya que se habían acabado las visitas médicas, los interrogatorios y la amabilidad, solo restaba el breve espacio en el que alguien entraba con su plato y formulaba un cortés «buenos días», antes de dejar la bandeja encima de la mesa.

Al miedo de los primeros días, le sucedió la curiosidad de saber cuál sería su destino. Pero ni siquiera ella había perdurado lo suficiente y ahora solo el aburrimiento hacía mella en él.

El aburrimiento y las pesadillas.

Miedos viejos, miedos nuevos, terrores del pasado y de un futuro probable, horadaban su cordura  en la duermevela y atacaban sin piedad desde las sombras de su subconsciente cuando el sueño se adueñaba de él.  Para su desgracia, demasiado a menudo.

Era demasiado pronto para que la puerta se abriera y entrara un nuevo plato. Así que, cuando lo hizo, supo que ese silbido marcaba el fin de un periodo. Puede que no de su cautiverio, pero había algo diferente y eso era algo.

Era extraño ver a un léonida con el pelo del color de las zanahorias y el rostro cubierto de pecas. Dorrick era desgarbado, casi demasiado alto. Nariz afilada, rostro de facciones angulosas, ojos azules y despiertos… Cogió la única silla que había en la habitación y tomó asiento. Bien, eso significaba que la visita iba para largo. Zero aparcó el libro que había leído por enésima vez y se sentó en la cama, dispuesto a ejercer de buen conversador. Cualquier cosa por romper la monotonía.

—Te ha crecido el pelo —comentó el leónida tras un largo silencio.

—Me crece deprisa —contestó Zero, recordando su intención de colaborar, aunque su interlocutor se lo pusiera difícil. Se pasó la mano por el cabello, sí, estaba más largo, pero distaba mucho de ser lo que había sido. Aun así, podía esconder los dedos dentro de la nueva mata—. ¿Cuánto tiempo…?

—El necesario —dijo Dorrick—. Pero ya llegamos.

—¿A dónde? —preguntó.

—A donde teníamos que llegar. ¿Cómo debo llamarte: Adam o Zero? ¿Prefieres algo más impersonal? ¿Señor Alcide, tal vez?

—No… no quiero problemas. —Todo su cuerpo le pedía que contestara Zero, pero sabía que eso podía ser problemático en determinados contextos. A veces, lo más sencillo era decir el nombre del traje.

—Ni yo —replicó el leónida—. Tengo muchas preguntas, muchísimas, y lo más probable es que consiga pocas repuestas. Pero esta pregunta no tiene truco ni trampa y esperaba una respuesta sencilla. En Elíseo dijiste que te llamabas Zero. Es más, te enfadaste cuando te llamamos Adam.

—Me llamo Zero pero es… complicado —se defendió. Procuró controlar el tono de voz, que no delatara su ansiedad, y desvió la mirada. A la gente le molestaba que les mirara a los ojos. Él no quería molestar a nadie. Ya había jugado a eso antes, ¿verdad?

—Está bien, Zero —suspiró Dorrick—. Oye, esta situación… No sé a ti pero a mí me molesta bastante. Creo que me estoy perdiendo una parte grande de la historia y eso empieza a desquiciarme.

—Si pudiera… —comenzó.

—No —negó su interlocutor—, ni se te ocurra ir de modosito. Yo encontré los cadáveres, ¿sabes? Vi lo que les hiciste. Y me dan igual las órdenes y los objetivos y toda esa mierda. Esta es mi casa y no voy a dejarte suelto por ella.

Los cadáveres… Zero no tenía más que un montón de imágenes confusas que se mezclaban con otras en su mente. Pero recordaba a Sybill, ella le había salvado, le había cuidado, se había preocupado por él… «Y me traicionó, ¡iba a matarme!», se dijo. Pero eso apenas podía mitigar la presión que sentía en su pecho y comprimía su corazón. «La maté…», y no había sido la única.

¿Cómo podía convencer a alguien de que no era un monstruo si incluso él mismo lo dudaba?

—Llevarás esto puesto —dijo Dorrick mostrándole unas esclavas magnéticas. Zero suspiró pero asintió con la cabeza y extendió sus manos, con las palmas hacia arriba, hacia el leónida. En cuando los brazaletes se activaron, sus antebrazos se afianzaron en una incómoda y firme unión—. Me ocuparé de que te consigan algo de ropa decente—. Aunque la habitación tenía ducha y había recibido mudas limpias con cierta periodicidad, lo que llevaba puesto no era más que un pijama de hospital. Zero iba limpio y tapado, pero no se podía decir que estuviera vestido—. No empezarás una conversación pero responderás con educación cuando te hablen —continuó el leónida—. Obedecerás las órdenes sin rechistar y, en definitiva, serás el visitante modelo.

—¿Todas las órdenes? —preguntó extrañado—. ¿No importa quién…? —La mirada que Dorrick le dirigió hizo que Zero se replanteara la pregunta—. No importa —dijo con un suspiro.

—Si te sirve de consuelo —dijo el leónida, comprobando la resistencia de las esposas—. Ha insistido mucho en que te trajéramos sano y salvo así que no tiene intención de matarte. Claro que, eso no significa que no lo vaya a hacer. —Añadió, y en su tono de voz no había rastro de burla.

—¿Quién, Dorrick? —suplicó—. Por favor, solo una respuesta. ¿Quién?

—Me gustaría poder responderte pero no es tan sencillo. Verás, si tú crees que tienes problemas para responder cómo te llamas… —No continuó. Le miró y negó con la cabeza—. Nadie. Oye, yo tampoco lo entiendo, pero se lo puedes preguntar tú mismo cuando le veas. ¿Vale? ¿Preocupado? —preguntó antes de abrir la puerta.

—La verdad es que sí —confesó con una sonrisa nerviosa—. Pero dudo que sea peor de lo que ya he pasado.

—Yo que tú no lo diría muy alto. Le encantan los retos.

***

—Esto no me gusta —dijo el gigante, porque no había otra forma de definir al leónida que tenía delante suyo, mientras le inspeccionaba con la mirada. Zero recordó sus deberes y desvió la mirada, dispuesto a parecer poco más que una maceta—. ¿Qué demonios es este… despojo? He tenido que mirarle dos veces para saber que no era una mujer.

Zero le miró de reojo, y multiplicó sus esfuerzos para conservar el control. Le habían dicho cosas peores, mucho peores. Apretó los dientes y se concentró de nuevo en convertirse en una maceta.

—Yo que tú no me fiaría del despojo, Garou. Mató a dos personas en Elíseo —advirtió Dorrick, empujándole para que avanzara por el enorme pasillo. Zero contempló a su alrededor con curiosidad. El sitio era muy grande pero no tenía la estructura de una estación espacial. O al menos, no de una en la que hubiera estado.

—¿Se supone que eso debe impresionarme? —se burló el tal Garou.

—Lo hizo después de haber estado enterrado durante cinco días y llevar tres sin dormir.

Zero no pudo disimular una ligera sonrisa con más amargura que humor. Después de todo, le estaban vendiendo como el gran asesino y ni siquiera conocían todos sus crímenes. «Es mejor que eso, Dorrick, con ocho años maté a mi hermano».

—Está muy delgado —observó un tercer leónida. Este tenía el pelo oscuro y los ojos completamente negros y no parecía mucho mayor que él, pero tenía un aire familiar que no conseguía ubicar. Tal vez se habían cruzado en algún momento. Zero había viajado mucho.

—Cinco días enterrado, Artos, eso incluye sin comer. Y puede que fueran más —añadió Dorrick haciendo referencia al vacío total y absoluto que había entre que desapareciera en el crucero y apareciera en una fosa común.

—O eso o que no ha sido capaz de comerse la comida que prepara tu mujer —se burló el más joven de los tres, pero el gigante coreó su comentario con una sonora carcajada.

—Ja, ja —dijo Dorrick poniendo los ojos en blanco—. ¿No se suponía que tú tenías que estar en clase?

—Ya no —dijo el tal Artos con aires de suficiencia—. Dentro de una semana salgo para Galileo; iré a la academia.

Zero no entendía de qué iba la conversación. Los tres personajes parecían viejos amigos aunque el más joven, permanecía algo apartado. Intentó no perder coba del diálogo que mantenían, pero al mismo tiempo, seguía adoptando una apariencia sumisa que, pronto, surgió efecto, y la conversación derivó en otra dirección como si él no estuviera presente. Hablaron de escuelas, academias, las Termópilas… Pudo enterarse de que la visita del tal Garou era una sorpresa no esperada y que se marcharía en unos días, en cuanto hubiera acabaran con una reunión que parecía ser muy importante. Zero asimiló toda la información que pudo retener, aunque de vez en cuando, descubría miradas esquivas cargadas de curiosidad.

«¿Por qué?», pensó. «¿Qué demonios pinto yo aquí?». Pero no tenía a nadie a quién preguntarle. Lo había intentado pero Dorrick parecía tener tantas respuestas como él. Antes de lo que quiso, sus ojos se perdieron en algún punto del eterno pasillo que recorría el pequeño vehículo. En algunos sitios, se abrían puertas que se cerraban sin que pudiera vislumbrar nada de lo que se ocultaba tras ellas.

—¿Ya sabes a dónde vamos? —preguntó Dorrick. El leónida no se había separado de su lado, pero miraba con cierta suspicacia al joven conductor.

—Ja, muy gracioso —exclamó Artos—. Mientras no estabas, hemos abierto los pasillos superiores.

El vehículo se detuvo y Dorrick le instó a bajarse de un empujón.

—¿No se supone que tenías que traerlo sano y salvo? —protestó Artos cuando Zero tropezó y se golpeó contra la pared.

—¡Se ha caído! —se defendió Dorrick.

La pared entera se deslizó, mostrando una puerta donde antes había una superficie lisa. El pequeño salón que aparecía al otro lado del umbral parecía una invitación a entrar. Dorrick dio un pequeño respingo.

—Estás sano y salvo —murmuró en un tono tan bajo que apenas pudo entenderlo.

—Estoy bien —corroboró Zero con voz firme.

—¿Te hemos maltratado? —le preguntó de nuevo, en voz baja.

—No —dijo Zero negando con la cabeza. El aburrimiento no podía considerarse un maltrato. Había tenido comida, bebida, ropa limpia y un baño privado. No había gozado de libertad pero no, no podía decir que lo hubieran maltratado. Es más, debía agradecerles toda la atención médica que había recibido.

—No dudes en decírselo si te lo pregunta.

—Si me lo pregunta, ¿quién?

No tuvo que esperar para saber la respuesta. Una nueva puerta se abrió para dejar pasar a un personaje que parecía surgido de sus recuerdos y de sus noches sin pesadillas. De nuevo, como hiciera entonces, su corazón emprendió una carrera contrarreloj y no se sorprendió al darse cuenta de que había empezado a temblar.

—Nadie —musitó.

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