CAPITULO 2: "El jefe"

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Hace ya 3 años, que las extravagantes fiestas que ROTHSCHILD'S COMPANY, ofrece cada 4 de julio para todos sus empleados, que se han vuelto todo un acontecimiento, el cotilleo sobre los pormenores son esperados por todo mundo. Y no es para menos, después de todo asisten alrededor de quinientos invitados, sus trabajadores y familias completas. El fin de semejante celebración, en la que no escatima en precios y siempre exige lo mejor de lo mejor, es premiar el buen trabajo de todos sus empleados, ya que de lo contrario no estarían presentes.

     La fiesta que anualmente organiza el muy respetado señor Rothschild, tiene como gran atractivo las grandiosas vacaciones que suele regalar a un par de familias al azar. Aunque siempre están los rumores que insinúan que dicho "regalo" viene con algo más, una condición de la que nadie tiene idea pero de la que todos tienen conciencia. Aun así ser reconocidos por el señor Rothschild, es todo lo que ansían, eso y las 3 semanas libres de trabajo. El hecho que al menos uno de los "elegidos" termine con generosos ascensos, no les causa especial interés.

  Para Matthew Rothschild, dar esta fiesta era casi tan importante como sus ejercicios matutinos. No se los salta. No los posterga. No los olvida. El hecho de ser un correcto hombre de negocios, conocido por toda la ciudad y más, no lo aleja de "su gente", si bien, su determinación lo ha llevado a, en ciertas ocasiones tomar drásticas decisiones, provocando que la prensa le diera el apodo "Hombre de hielo", no lo aleja de su lado más "humano", el que según sus propias palabras, la gente de su círculo tarde o temprano termina perdiendo al verse seducidos por lujos y beneficios.

  La cantidad de edificios a su nombre, le ha otorgado cierto poder ante posibles rivales, los que han aprendido a respetarlo pese a su corta edad, sin embargo, no por eso corta experiencia. Con empresas multinacionales, franquicias, edificios, y lo más importante, un desarrollado instinto para los negocios. Donde quiera que vaya, siempre alguien sabe sobre él, y no solo porque generalmente va acompañado por una pared humana a la que llama "asistente personal", o por los periodistas que no tienen nada mejor que hacer que seguirlo por toda la ciudad.

   Miller Anderson, es quien vela por su seguridad y privacidad. Nadie llega al señor Rothschild, sin antes haber pasado por él. Una regla que solo se rompe cuando se encuentra en el trabajo y solo por su asistente ejecutivo, David Miles.

  Volviendo a la fabulosa fiesta de este año, con música en vivo, inmensas barbacoas, barras libres todo el día, buffet de frutas, postres gourmet, la más selecta selección de vinos, champagne por doquier. Entretención para los más pequeños, era mucho más de lo que los invitados pudieran pedir. Pero ¿qué la hacía diferente a años anteriores?

¡La presencia del gran jefe!

     El señor Rothschild, suele aparecer cada año, al inicio de la celebración, saludar a la gente a su paso con cortesía y diligencia, mientras hace su camino al balcón en el interior del restaurante del campo de golf (del que obviamente es propietario). Ese es todo el contacto que tiene con sus invitados. Pero este año, no solo decidió quedarse, si no que se presentó en la fiesta ataviado en uno de sus perfectos trajes hechos a medida, y con unos elegantes lentes de sol, caminó con calma entre la multitud, saludando a cada uno de los trabajadores que se acercaban a agradecerle por todo, estrechando sus manos, haciendo una que otra pregunta, siempre manteniendo bien marcada su formalidad característica. El respeto para el señor Rothschild, era primordial.

   En el interior del palco desde el cual se podía apreciar todo el campo, y la fiesta en todo su apogeo, el señor Rothschild, bebió una copa, mientras Miller, su asistente solicitaba el menú para su jefe.

-Señor, ¿desea que inicie con la búsqueda de este año?
-No, esta vez yo voy a escoger.
    Le informó con la mirada tan seria y sin expresiones que tanto lo caracterizaba, sobre todo a la hora de hacer negocios.
-¿Está seguro, señor? No debería perder su tiempo de ese modo.
    Insistió sorprendido por su decisión, ya que siempre evitaba este tipo de "eventos". 
-No vuelva a decirme cómo administrar mi tiempo, señor Anderson.
    Espeta dirigiéndole su intimidante mirada, dejando bien claro que contradecirlo no es buena idea.
-Mis disculpas, señor
-Para el almuerzo quiero, carne roja con vegetales, fruta fresca y vino tinto.
-Enseguida lo ordeno
-Para más tarde, ahora vamos a bajar.

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