Cinco

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   Aquella tarde el reloj tenía otro ritmo. Las horas volaban, y había tanto que hacer... Katsuki llegaría a las ocho y la casa aún estaba patas arriba. Las cosas del desayuno aun seguían en el fregadero, pero Izuku temía acabar con las únicas pruebas que quedaban de su príncipe azul. Miraba la taza de propaganda de Nescafx en el que él había pasado sus labios.

   Decidieron ponerse manos a la obra cuanto antes. Revisar que las sartén, ollas y cazos tuviesen su color original. Y, por supuesto, comprobar que había stock suficiente de cordones. Atareados estaban al ritmo de la música, cuando sonó el timbre. A Mina le pareció haberlo oído, pero decidió que fuese Izuku el que interrumpiese sus quehaceres para ir a ver.



   – ¿Sí?– respondió nervioso Izuku mientras se acomodaba los rizos con un aire de esperanza y miedo por si fuera Katsuki adelantando la cita.

   – Hola, amor, soy Neito, abre porfi...

   – ¿Abrió? Empuja, sabes que se atasca –miró el reloj para comprobar que no era normal una visita de Neito a esas horas y sin avisar. Fue hacia Mina gritando por encima de la música, que Neito subía y que se avecinaba tormenta– Ayúdame subirle la moral, por lo que sea viene roto. No necesita una lección de sinceridad ¿ok? –Más que nada porque las horas se le echaban encima y Neito era de los que no paraba de hablar. De hablar de sí mismo.


   Ding, dong...

   Neito era como un libro abierto. Tan pronto cruzó la puerta quedaba claro que algo le había pasado. Sus visitas de improviso no eran habituales como tampoco lo era descuidarse lo más mínimo de su aspecto. Su perfume lo precedía en su llegada a cualquier sitio. Besarlo se convertía en un arcoiris de olores frescos y comestibles. También es cierto que Izuku tenía fijación con los aromas y que, con Neito, había de sobra para disfrutar. Solo había algo mejor que el olor a cara recién afeitada de Neito: la mezcla de ésta con el de café recién hecho.

   Llego sin afeitar, con el pelo recién lavado pero despeinado, y totalmente envuelto en un abrigo estilo militar, del que solo se veían las manos y su cabeza. Era tan largo que le cubría los pies por completo.


   – ¡Neitoooo, ven aquí!– Izuku trató de abrazarlo.


   Neito se dejó caer al suelo en posición fetal. Izuku continuaba cogido a él como podía y, por si fuera poco enrredo, se unió Mina.


   – Neito ¿qué pasa? Cuéntanoslo, danos una pista... Pero habla.


   Entre los lamentos y gemidos, Neito intentaba explicarse pero, cada vez que emitía más de tres palabras, rompía en llanto de modo que no había forma de enterarse de nada. Hasta que sonó la palabra clave de semejante dramon: Sen. Tanto Mina como Izuku habían sido testigos de situaciones semejantes pero con diferente denominador, lo mismo daba; todos eran merecedores de una dulce amargura.

  

   – Chicos, chicos, chicos... cordura. Dejémonos de numeritos, las relaciones se rompen – Hizo una pausa, suspiró al mejor estilo Hollywood– Fue bonito mientras duró...


   Izuku y Mina querían guardar la compostura y no romper el momento suntuoso de Neito. La primera en reírse fue Mina. Quiso decir algo memorable pero se le escapó una risita. Y comenzó de nuevo.


   – Neito, Neito mío... cuan tris... –y tuvo que callarse. Para no perder la compostura, Mina trató de aguantar la respiración. Lo intentó... pero no pudo ser. Todo su esfuerzo se fue en una sonora carcajada que retumbó hasta en la azotea.


BreakfastWhere stories live. Discover now