El viaje en el tiempo de Bérum

194 48 34
                                    

Cuando eres pequeño llegas a considerar posible lo que sea, hasta lo que un adulto jamás dejaría pasar por su mente para no sentirse tonto, como los viajes en el tiempo, porque cuando la vida no va pasando por ti, sino que eres tú quien va creando la vida, las ilusiones transcurren por tus espabilados ojos como agua que brota de la más asombrosa cascada: de manera continua, refrescante y hermosa. Seguro alguno se estará preguntando si esa cascada de la que hablo tiene alguna posibilidad de secarse, porque posiblemente algo parecido le habrá ocurrido a más de uno de esos grandes e increíbles sueños que tuvo de niño, pero no te adelantes y lee detenidamente esta sorprendente historia.

Bérum era un chico que toda su vida había deseado lo mismo: llenar estadios con su voz; crear su propia música y hacer feliz a todo el que lo escuchara e incluso llenar de ilusión (quizás tanta como tenía en aquel entonces) a cada persona; anhelaba que vibraran y bailaran al ritmo de sus sentimientos. Él estaba convencido de que lo conseguiría.

—¡Bérum, ya deja de cantar con ese peine y hazme caso! —le decía su madre cada vez que lo encontraba entonando las notas de sus canciones preferidas a la vez que usaba aquel objeto como si de un micrófono se tratara en lugar de cumplir con las tareas ordenadas.

Lo que nuestro pequeño infante no conocía era lo difícil que se puede hacer para algunos llegar a ciertas metas y que muchas veces, desde que creemos que estamos ''madurando'' y vamos creciendo, en el mismo instante en que los zapatos que nos llevaban sobre arcoíris ya no nos quedan y la ropa que nos convertía en príncipes se encoge; ese momento en que la asombrosa cascada deja de brotar todo aquel chorro de ilusión, nuestros sueños comienzan a morir, lentamente y, a veces, sin darnos cuenta.

Puede que llegue un día en que te preguntes:

—¿Qué pasó? ¿Por qué no lo conseguí? —Como mismo lo hizo Bérum mientras permanecía sentado mirando el reloj de su casa después de haber dormido a su pequeña bebé en brazos.

Cualquier persona común hubiera reflexionado para obtener respuesta o simplemente no la hubiera tenido, pero por alguna razón con él todo se dio diferente y el tiempo, ese mismo que llegó a considerar culpable, decidió explicarle.

De pronto, y sin ningún aviso, las manecillas de aquel reloj que admiraba comenzaron a dirigir sus pasos hacia el lado contrario en que normalmente lo hacen y Bérum sólo pensó que el viejo aparato se había descompuesto, pero se le olvidó de inmediato cuando la bebé que cargaba comenzó a llorar otra vez, pero su llanto era extraño, diferente. La madre volvió para tomarla, pero no caminaba normal, ¡sino que lo hacía al revés!

Fue entonces cuando se dio cuenta de que el tiempo ya no iba hacia adelante, sino que, de forma traviesa, única y extraordinaria, el tiempo decidía regresarlo, pero... ¿hacia dónde?

Comenzó a ver pasar todo lo vivido frente a él, hasta llegar a un día en específico.

Cayó mareado en un verde pasto y a la vez que intentaba recomponerse un señor mayor, de traje y corbata, con la barba tan blanca como las nubes de un bello día, le tendía la mano para ayudarlo a levantarse. No sabía si ceder ante el favor, pues el mismo viejo portaba un bastón y no parecía tan fuerte como para soportar su peso, pero sólo para no ser descortés extendió su mano, aunque puso toda su fuerza para no probar la robustez del desconocido.

Entonces alzó la vista y no pudo contener la emoción. Vio frente a él la casa donde creció, el pueblo en que nació e incluso pudo reconocer a algunas personas que, a su entender, ya no debían caminar sobre el suelo, sino estar debajo del mismo.

—Nada de esto puede ser real. Yo también debo haberme quedado rendido —se decía a sí mismo intentando buscar una explicación.

—¡Pues no! —aseguró el viejo con sombrero de copa.

—¿Quién es usted y por qué lo dice?

—Porque yo soy el tiempo, querido amigo. Mucho gusto —le dijo mientras esperaba la mano de Bérum para estrecharla.

—Sí, claro. ¿Oiga, de casualidad no se le ha caído ningún diente?

—¿Por qué lo pregunta?

—Porque yo soy el hada de los dientes, encantado —le respondió entre carcajadas.

—¿Sabe por qué lo traje aquí, al pasado? Porque hay mucha gente como usted, que cree conocerme y se pasa la vida hablando de mí. Afirmando que soy cruel, que paso rápido o que voy demasiado lento, ¡hasta me culpan de sus arrugas y sus canas! Sólo por hoy y únicamente a ti me quise permitir darte unas palabras. ¿Ves a aquel niño de allí, cantando con ese peine?

—Claro que lo veo, ¡soy yo! —respondió.

—¡Bérum, ya deja de cantar con ese peine y hazme caso! —escuchó gritar a su madre mientras se le salían las lágrimas por el hecho de volver a escuchar su voz.

—Ese niño vivía con toda la ilusión porque sabía que era posible y sí, yo pasé y tu madre murió, continué y tu esposa llegó, seguí y la pequeña nació, el trabajo te abrumó, el estrés te envolvió y tu sueño no murió; tú lo mataste, porque creías que ya no era posible, que era demasiado tarde, porque te sentías muy cansado y porque ya tu vida estaba hecha. Déjame decirte algo, el tiempo no te pasa factura; la factura te la pasas tú creyendo que no puedes y dejándome toda la culpa a mí. No hay ninguna razón para que no continúes, porque tarde es sólo después de no respirar. Aprovéchame, porque el día que ya no vivas habrá dado igual toda queja que hayas tenido sobre mí. Si en la vida se te presentan obstáculos, supéralos; si el camino se te vuelve cuesta arriba, no te rindas y, sobre todo, no pienses que es imposible, porque todo se puede.

Y fue así como Bérum regresó a su tiempo, sin saber si lo había soñado y sin tener mucha idea de qué había pasado, pero recordando cada palabra y teniendo en mente que cada segundo que pasara lo aprovecharía, porque no quería dejar pasar el tiempo.

Entonces la asombrosa cascada, con agua salvaje en forma de ilusión, volvió a brotar su caudal.

Pequeñas historias del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora