El baile de año nuevo

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Meg y Jo habían sido invitadas a un
sencillo baile la noche de Año Nuevo por la señora Gardiner.

Esa noche Meg y Jo platicaban acerca de como irían.

-¿Qué nos vamos a poner?‐dijo Meg

-¿De qué sirve preguntarlo, cuando sabes muy bien que nos pondremos nuestros trajes de muselina de lana, porque no tenemos otros? ‐dijo Jo

‐¡Si tuviera un traje de seda! ‐suspiró Meg ‐ Mamá dice que quizá pueda hacerme uno cuando tenga dieciocho años; pero dos años es una espera interminable.

‐Estoy segura de que nuestros trajes parecen de seda y son bastante buenos para nosotras. El tuyo es tan bueno como si fuera nuevo; pero me olvidaba de la quemadura y del rasgón en el mío; ¿qué haré? La quemadura se ve mucho y no puedo estrechar nada la falda.

‐Tendrás que estar sentada siempre que puedas y ocultar la espalda; el frente está bien. Tendré una nueva cinta azul para el pelo, y mamá me prestará su prendedor de perlas; mis zapatos nuevos son muy bonitos y mis guantes pueden pasar.

‐Los míos están arruinados con manchas de limonada, y no puedo comprar otros, de manera que iré sin ellos ‐dijo Jo, que no se preocupaba mucho por su vestimenta.

‐Si no llevas guantes, no voy ‐gritó Meg, con decisión ‐. Los guantes son más importantes que cualquier otra cosa; no puedes bailar sin ellos, y si no puedes bailar voy a estar mortificada.

‐Me quedaré sentada; a mí no me gustan los bailes de sociedad; no me divierte ir dando vueltas acompasadas; me gusta volar, saltar y brincar.

‐No puedes pedir a mamá que te compre otros nuevos; ¡son tan caros y eres tan descuidada! ... Dijo cuando estropeaste aquéllos que no te compraría otros este invierno. ¿No puedes arreglarlos de algún modo?

‐Puedo tenerlos apretados en la mano, de modo que nadie vea lo manchados que están; es todo lo que puedo hacer.

-No; ya sé como podemos arreglarlo: cada una se pone un guante bueno y lleva en la mano el otro malo; ¿comprendes?

‐Tus manos son más grandes que las mías y ensacharías mis guantes-comenzó a decir Meg.

‐Entonces iré sin guantes. No me importa lo que diga la gente ‐gritó Jo

‐Puedes tenerlo, puedes tenerlo, pero no me lo ensucies y condúcete bien; no te pongas las manos a la espalda, ni mires fijamente a nadie; ni digas "¡Cristóbal Colón!" ¿Sabes?

‐No te preocupes por mí; estaré tan tiesa como si me hubiera tragado un molinillo, y no meteré la pata, si puedo evitarlo.

Al llegar Meg se veía en espejo del tocador de la señora Gardiner.

-Ahora no olvides de mantener el paño malo de tu falda de modo que no se vea, Jo. ¿Está bien mi cinturón? ¿Se me ve mucho el pelo? ‐dijo Meg, al dejar de contemplarse en el, después de mirarse largo rato.

‐Sé muy bien que me olvidaré de todo. Si me ves hacer algo que esté mal, avísame con un guiño ‐respondió Jo, arreglándose el cuello y cepillándose rápidamente.

‐No, una señora no guiña; arquearé las cejas si haces algo incorrecto, o un movimiento de cabeza si todo va bien. Ahora mantén derechos los hombros y da pasos cortos; no des la mano si te presentan a alguien: no se hace.

Momentos: Jo & LaurieWhere stories live. Discover now