Genio raro (2)

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  —Señor Gustoc ¿Me podría responder algo? —La mirada de Amaris era seria, ocultaba la confusión en aquellos bellos ojos. Gustavo la observó y asintió—, sé que lo que le voy a preguntar es muy personal y, le juro en nombre de los Altísimos, que no divulgaré lo que me diga, pero ¿Cuántos aros posee dentro de su núcleo mágico? —Gustavo guardó silencio, no porque no quisiera responder, sino porque sentía que la respuesta que iba a dar, confundiría a las damas.

  —No poseo ninguno. —Respondió. Las damas reaccionaron como lo esperado, frunciendo el ceño.

  —Eso es imposible, no es que dude de sus palabras, pero ¿En verdad no posee ningún aro en su núcleo mágico? —El joven negó con la cabeza.

  —De verdad, no poseo ninguno —Sonrió apenado—. Yo también lo encontré extraño la primera vez que lo noté y, no entiendo la razón por la que soy así.

  —Hay muchos genios raros en éste mundo —Dijo Frecsil repentinamente—, algunos desarrollaron hechizos que nadie ni siquiera podía imaginar, mientras que otros blandieron sus armas, provocando que la tierra temblara por su poder —Su mirada se volvió cálida al observar al joven—. Aunque desconozca la razón de su poder y de qué guarda en su interior, estoy segura de que usted pertenece a ese grupo de individuos y, algo dentro de mi alma me dice, que usted marcará la historia. —Sus ojos honestos dejaron una huella en el corazón del joven, provocando que, al verla, sus palpitaciones aumentaran. Amaris asintió, ella también tenía ese presentimiento y, no podía esperar para observar hasta donde llegaría aquel joven de mirada tranquila, pero decidida.

  —Agradezco sus palabras —Dijo con una sonrisa— y, les prometo, que siempre las recordaré. —Las damas sonrieron, lamentablemente no entendieron la profundidad de aquellas palabras, pues si lo hubieran hecho, no hubieran sonreído.

La conversación continuó, pero los temas no fueron muy importantes, dando paso a una plática amena y, aunque el joven Gustavo no había logrado saber a qué elemento era afín, su buen humor no disminuyó, ya habría tiempo para descubrirlo, por lo que no quería apresurarse. La tarde llegaba a su fin, dando paso a una noche tranquila. Frecsil se despidió, aún con las objeciones de Amaris que pedía que se quedará a cenar. Gustavo había propuesto acompañarla a su hogar, pero fue rechazado, pues la dama deseaba pasar a su gremio a resolver un par de cosas.

  —Vine aquí con la intención de invitarle en nombre del gremio de exploradores de mazmorras, a nuestra siguiente expedición. Será una misión oficial y se le pagará una buena suma, por lo que podrá comprarse un mejor equipo —Sonrió al recordar su ida a la tienda del herrero, pero suspiró cuando recordó que aquella vestimenta estaba hecha trizas—. Además de que tengo dos noticias que darle, la primera es que retiraron la misión de ejecución o captura por usted —Amaris frunció el ceño, se había enterado de aquello y estaba furiosa, porque intuía quién había hecho aquel encargo—, y la segunda es que, tengo la aprobación del gremio central en la ciudad real, de promoverlo directamente a un explorador de mazmorra de siete estrellas —Sonrió orgullosa—. Solo necesitaré que vaya al gremio para actualizarle su identificación —Se dio media vuelta y se retiró a la entrada de la casa de la familia Cuyu, pero al estar a solo un paso de la salida, giró su cuello para observar atrás—. Una cosa más, si gusta puede nombrar a su compañero <Wityer>, en el idioma de las hadas significa: Hijo de Dios. —Gustavo asintió, pero luego se extrañó por una palabra que dijo la dama.

  —(¿Hadas? ¿Por qué siento esa palabra tan familiar?) —Se preguntó mentalmente.

Frecsil volvió a girar su cuello, retirándose de la casa de la familia Cuyu.

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En una ancha y larga sala, un joven se encontraba meditando de rodillas con las palmas apuntando al cielo, sus labios se movían lentamente, su respiración era ligera y suave.

El hijo de DiosWhere stories live. Discover now