❂ 4: Primera Alianza. ❂

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N/A: Mini escena random que escribí y que luego me di cuenta que es BIEN EXTRA, pero honestamente, AMO.



Cinco años después de que Maekhar y Meerah Akgon se casaran con ropa prestada en un pequeño templo de Dorado, la gran ciudad comenzó a tener la silueta del tan aclamado imperio que su Lord quería su gente.

En el sur de Goré, la Luz del medio día, proyectada por la diosa Salthé, caía como una llovizna de oro sobre sus montañas, bajaba entre las calles, enredándose entre sus casitas y calles de piedra, pintando a la ciudad con ese destello ardiente de calidez, Dorado se alzaba con elegancia, poder; los cimientos de lo que más adelante se convertiría en la ciudad más poderosa del mundo, Maekhar se aseguraría de eso.

Pues cada día, la gente llegaba y llegaba, barcaza tras barcaza de nuevos habitantes arribando en las costas; templos y edificaciones erigiéndose bajo sus días soleados y calurosos, con el pueblo feliz, bien alimentando, rico y protegido; en los pocos años que Dorado llevaba prosperando, ya se posicionaba como una de las naciones más fuertes en Goré, por no decir la mejor. Maekhar Akgon estaba logrando lo que alguna vez se propuso cuando llegó a esa costa, los bosquejos que alguna vez se tallaron en las paredes de su mente ahora estaban tomando forma y la ciudad se alzaba más brillante cada día.

Aunque no todo lo había hecho por su cuenta.

Y es que su vida, llena de cálculos y metas, plan tras plan para su reino, siempre fue un tanto monótona y aburrida; una escala de grises que se atenuaba tantas veces como se oscurecía, encontró la pizca del color cuando ella lo miró aquella noche de su cumpleaños veintisiete; Meerah lo había visto bajo las estrellas, tan brillante y radiante como si ella misma fuera el Sol. Como si la luz emanara de ella... Maekhar conoció los colores y fueron pintándolo en diferentes tonalidades, explosiones de ardientes naranjas y suaves azules, verdes tranquilos y morados relajantes... su vida se había transformado en una pintura que a cada día se le agregaban más detalles.

Ella se convirtió en su esposa, llevó su apellido y su pueblo de la mano. Meerah se convirtió en Lady Akgon y pudo jurar que desde entonces... el cielo brillaba todavía más.

Pues la joven mujer, en la flor de su juventud, se paseaba por las calles del sur con la mirada perdida en los callejones más profundos. Siempre iba en busca de quien la necesitara por el día. Ayudaba a las mujeres viudas que llegaban a Dorado con una incesante necesidad de olvidar su pasado, a los niños pequeño correteando en las calles, faltos de familia o de un techo, ella se encargaba de que todos tuvieran un estómago lleno y una cama cálida antes de marcharse. Se movilizaba entre los mercados y sonreía al pueblo que se convirtió suyo, como si ella los hubiera conocido toda la vida.

Con esa seguridad, ese calor, ese oro radiante que eclipsaba sus sonrisas, el pueblo confiaba en ella. Parecía que el mundo entero se estremecía cuando los rayos de Sol bañaban su cabello y la cortina ardiente de fuego que le caía por los hombros, llamaba a todos como un faro a través de la tormenta; Era como si Meerah Akgon fuera la luz, tan espectacular, tan brillante. Todos se sentían atraídos a su calor y ella no tenía nada más que ayuda que ofrecer.

Ella era la mujer que Maekhar amaba.

Su esposa.

Juntos llevaron a su pueblo amor y prosperidad; condujeron a Dorado por el camino de la Luz, el imperio que crecía más cada vez y ellos, unidos, forjados a través de la devoción, comenzaron la cadena de una historia poderosa.

Y en el cielo, los dragones volaban sobre las nubes.

(...)

—Es una belleza inmaculada, Lord Akgon, lo que usted tiene aquí —murmuró el hombre rubio, con sus ojos cálidos y la sonrisa auténtica bailando entre sus labios.

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