Capítulo 6 - Reflejo

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Tocó el timbre frenética, el sonido le pulsaba en las orejas, no lo recordaba tan molesto

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Tocó el timbre frenética, el sonido le pulsaba en las orejas, no lo recordaba tan molesto.

Nadie respondió.

Miró, a su lado, un cartel indicaba que la casa con el número sesenta y tres estaba en venta. Rompió la reja negra con un jalón y probó con la puerta.

Al no haber respuesta, pegó con el puño pero al oír crujir la puerta se detuvo, pues la destrozaría.

Nadie abrió.

Echó un vistazo por la ventana. Ni un solo mueble dentro.
La habían abandonado.

—¡No pueden hacerme esto! —chilló al tiempo que se dejó caer al lado de la puerta. De sus ojos brotaron lágrimas. Se dio un segundo para fingir su respiración, pues de alguna forma le calmaba y se limpió los ojos.
Había algo en ella que azotaba sus emociones, si se concentraba mucho en ellas. Se sentía como una segunda pubertad.
En realidad no tenía por qué llorar, con una llamada bastaría, no debía preocuparse. Era tarde en ese momento, así que esperaría al día siguiente. Casi en automático fue hacia el jardín, buscó entre la tierra bajo el árbol de naranjas y regresó con la llave de emergencia. Al menos no pasaría la noche en la calle.

La casa aún tenía ese aroma familiar, solo que ahora distinguía qué componía ese particular perfume; vapor de comida que se almacenó en las paredes, rastros de perfumes y colonias atrapados en las alfombras, polvo, limpiador de piso y ventanas.
Corrió hacia su habitación y cerró la puerta para abrir el armario.
Notó el espejo aún pegado a la puerta y se acercó a este, su textura casi líquida la impactó. No verse ahí le originaba un sentimiento de inquietud, como si algo le faltara, como si cayera al vacío. Pasó casi dos horas intentando descifrar qué era lo que sucedía, acercándose y alejándose del espejo.
Tenía que estar loca, se pellizcó una y otra vez hasta que se hirió el brazo.

Nunca despertó.

Su cuerpo cayó rendido sobre el piso. Sus manos temblorosas subieron por su cuello hasta tocar las cicatrices que ahí yacían. Quería ignorar lo que pasaba por su mente, pero el estúpido artículo amarillista del periódico empezaba a tener mucho sentido.

Poco a poco acercó el brazo sangrante a sus labios y cuando la sangre tocó su paladar, una sensación jamás experimentada en vida la llevó a un placer ferviente. Cuando no sintió más aquel sabor embriagante, retiró su brazo.

La herida desapareció.

—No, no, no, no —negó. ¿Qué le aseguraba que no se había vuelto loca?

Un murmullo de voz deliciosa resonó en su cabeza.

Me provoca sed. No, no sed. Demencia.

Se llevó las manos a los oídos. Permaneció silenciosa con la mirada perdida.

𝓒𝐚𝖙𝗿ǐղ𝐚Where stories live. Discover now