Asomó su cabecita cubierta por maraña de pelos rosa en el primer agujero superior que encontró y felizmente, los ratos de sol ya totalmente presente le dejaron observar, guardando cuidado claramente, no quería llevarse un manotazo sorpresa, ya bastantes ganas tenia de picarle los ojos al humano.

No solo era uno... Habían muchos más. Todos increíblemente altos. Podrian reducirlo y aplastarlo en cosa de segundos si lo quisieran, y ese solo pensamiento le hizo estremecer.

Mujeres, hombres y niños se paseaban de aquí para allá. Algunos iban quedando atras porque cierto pedazo de chatarra oxidada tenía mucha prisa al parecer. Su paso era rápido y decidido, porque por alguna extraña razón que desconocía, había tenido que dejar el caballo y continuar a pie.

Quiso llorar mucho. Estaba tan asustado que lo habría hecho sin problema alguno. Pero ya no era una hada bebé y sabía que las lágrimas no iban a teletransportarlo mágicamente a Fairytopia; lo más conveniente era serenarse.

Intentó respirar y contar hasta tres... Efectivamente pudo relajarse un poco, necesitaba estar sereno para pensar. También necesitaba que aquel hombre se distrajera lo suficiente como para dejarlo ejecutar su plan. Pero bueno, debía mantenerse paciente, ¿verdad?

Quería intentar concentrarse en el exterior para tener su mente en otro lado, pero no, parecía que no podía olvidarse de aquello por más que quisiera, ni siquiera lograba pensar en otra cosa, por eso sus pequeñas manos no paraban de temblar.

Las pocas personas que se iban encontrando solamente saludaban a su secuestrador, unas de una forma más simple que otra, pero lo suficiente como para que se diera cuenta de que era bien conocido en aquel lugar.

Pronto la luz del sol dejó de ser tan potente y se permitió sacar un poco más la cabeza, porque en su curiosidad, realmente deseaba ver un poco más. Podría quedarse quieto en el fondo de aquel bolso junto a aquella luciérnaga, eso le hubiera ahorrado el susto que se ganó cuando todo se detuvo y se vio a sí mismo con la cara pegada a una superficie dura.

¿Es que acaso ese idiota no podía poner un poco de cuidado antes de matarlo al menos?

Apenas y tuvo tiempo de sacar su cabecita de aquel apretado agujero para esconderse en el fondo junto a su compañera de celda, que bueno, muy pronto lo abandonó porque el frasco fue sacado prontamente de allí y él nuevamente, volvía a estar solo.

Pronto estuvo hecho una diminuta bola, con sus alas caídas por el golpe de adrenalina tan repentino, tal vez si no se movía podía pasar desapercibido y con suerte podría volar a casa, en cuanto supiera hacia donde ir, claro.

No sabía exactamente el estado en el que se encontraba, pero claro que podía sentir su corazón latir con fuerza, podía sentirlo hasta en sus orejas.

No se sentía capaz de controlarse, en su estado de nervios le era prácticamente imposible porque no es como si el hubiera estado en esa situación antes. No es como si pudiera hacer algo si aquel gigante deseaba solo acabar con él.

Pero en primer lugar ¿Qué razón tendría?

Bueno, Jimin era muy inocente. Porque a pesar de todas las malas historias que las hadas superiores les contaban sobre esos gigantes sin corazón, él elegía pensar que, podían existir muchos humanos agradables.

Sí, eran enormes y aterradores. Podían pisarlo fácilmente si así lo desearan, y claro, muchos lo habrían hecho pero no todos podían estar cortados con la misma tijera, ¿Verdad?

Tal vez pudiera encontrar a uno que le ayudara a volver a su hogar. Uno que mágicamente supiera de la existencia de esa tierra de hadas de donde había salido y fuera tan amable de guiarlo. Tal vez solo debía buscar.

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