5. ¿Os está gustando la lasaña?

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Jolie

Hice botar el balón contra la pista mientras esperaba que Barney y Jaime acabaran de abrocharse los zapatos. Solíamos jugar al baloncesto muchas tardes de la semana y algún que otro sábado por la mañana en el caso de que el viernes no hubiésemos salido de fiesta; las resacas del sábado no solían ser del todo agradables.

Había jugado al baloncesto desde muy pequeño. Cuando vivía en Nueva York, estaba apuntado en el equipo del instituto y se me daba bastante bien. Al mudarme a St. Martin dejé de lado el deporte para centrarme en otras cosas (estudios, no meterme en líos...), pero nunca dejé de jugarlo del todo. No debería haberlo dejado, en realidad, porque era una de las cosas que más me tranquilizaba en el mundo, y no era un misterio para nadie que a mí me convenía estar tranquilo. Mi control de emociones, especialmente de la ira, era pésimo; nefasto.

Cuando mis dos amigos acabaron de calzarse, nos plantamos en el centro de la cancha. Estuvimos horas jugando, soy incapaz de decir cuántas porque el tiempo siempre nos pasaba volando. Hasta mi perro, Ettiene, se había aburrido de perseguirnos por la pista y se había echado a dormir entre nuestras maletas, resguardado completamente del frío.

―Will está recibiendo clases particulares de francés ―comentó Barney con cierto tono de burla a Jaime, mientras tratábamos de quitarle el balón.

―¿Te están dando clases particulares? ―Jaime me miró extrañado solo un instante para no perder de vista a Barney.

―Sí, el miércoles y ayer tuve clase ―afirmé.

―¿Por qué?

―Porque no nos van a hacer exámenes de recuperación a los que suspendamos, y no me da la gana que me quede la carrera solo por francés. Paso.

―No apruebas francés porque no quieres. Eres más bueno que yo ―admitió Barney.

Supe que le había dolido en lo más hondo de su corazón tener que admitir eso. El cabrón tenía más ego que espalda.

―Nunca he tenido una motivación para aprobar francés, salvo graduarme. Ahora la tengo.

Esbocé una sonrisa pícara antes de avanzar dos pasos apresurados hacia Barney y quitarle el balón de las manos. Lancé el balón a canasta y, escuchando el bufido de mi amigo por haber encestado, fui a por él. Miré la hora y vi que ya era tarde.

―¿Ya tienes motivación? ―preguntó Jaime con sus cejas alzadas, curioso.

―La profesora de francés ―respondí acercándome a ellos.

―Will, tío, ¿no es un poco mayor para ti la señora Dubois? ¿No tiene ciento cinco años?

―La señora Dubois no, hombre. ―Lancé una carcajada―. Me refiero a la chica que me da clases los miércoles y los jueves.

―¿Quién es?

―La rubia con la que me siento en francés la mayoría de los días ―le recordé a Barney.

Le había insistido en que se sentara con nosotros, pero siempre se quedaba en última fila para echar una cabezadita.

Barney alzó sus cejas e hizo un dibujo al aire con sus manos, simulando la curvilínea figura de Jolie Depardieu.

―Sí, ella ―afirmé ante su pregunta silenciosa―. Es francesa nativa y el día que consiga piropearla con un halago francés aprendido de verdad y no buscado en el Traductor de Google, sabré que aprobaré francés sin problema.

―¿Tu motivación es meterte entre las piernas de tu profesora particular? ―Jaime puso sus brazos en jarra, mirándome con reproche―. Míralo, Barney. El que en las vacaciones de Navidad dijo que se habían acabado los rollos y quería sentar la cabeza de una vez.

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⏰ Última actualización: Sep 02, 2022 ⏰

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WILLIAM © (DISPONIBLE EN AMAZON)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora