2. Tuve un incidente navideño

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William

Adoraba vivir en Saint Martin durante todo el año excepto en invierno. Para la gente de la ciudad, el invierno significaba Navidad y eso les llevaba a decorar absolutamente todas las calles y casa con motivos navideños: guirnaldas de luces, renos, más renos, el señor vestido de rojo con un saco que parecía que te iba a secuestrar y no a dejar un regalo... De noviembre a enero, casi febrero. Yo quería morirme.

Detestaba la Navidad. Desde pequeño me parecía un evento al que se le tomaba demasiada importancia. Seamos sinceros, a la gente le gusta la Navidad porque les regalan cosas y les dan vacaciones ya sea en el trabajo o en la escuela. La Navidad es una fiesta cristiana y se celebra el nacimiento de Jesús, ¿no? Pues ya me explicaréis qué cojones celebra la gente de mi ciudad si es, probablemente, la ciudad menos cristiana del mundo. Solo teníamos una iglesia y ésta permanecía abierta solo para dos ancianas.

Qué superficiales son todos.

¿Que por qué os estoy contando esto?

Porque acababa de caerme de culos al suelo por culpa de una puta bola que había caído del árbol de uno de los vecinos. Y yo la había pisado sin querer. En vez de romperse ella, me rompí yo el trasero.

Otro motivo añadido a la lista de odio a la Navidad.

¡Enero y la gente seguía con sus casas decoradas! Venga ya. Cada año lo alargaban más. Estaba seguro que cuando fuera mayor, los adornos de Navidad permanecerían en la ciudad todos los días del año.

―¡Aparta, gilipollas! ―escuché que me gritó un tío que me esquivó con la bicicleta (una amarilla muy fea, por cierto) mientras me levantaba del suelo.

―¡Aparta tú, imbécil! ¡Ojalá te pille un camión!

¿Que me apartara yo? Ese tío iba con la bicicleta por la acera cuando estaba más que prohibido. Encima, yo estaba en el suelo medio muerto. No había tenido ni una poca compasión por un pobre viandante víctima de la Navidad.

Respiré profundamente y conté hasta diez antes de seguir mi camino.

Llegué a la universidad a tiempo. A tiempo para entrar diez minutos antes de que terminara la primera clase del día. Subí de tres en tres las escaleras hacia mi clase de francés, abrí la puerta súper poco a poco para que nadie se enterara de que estaba entrando. Ya había hecho eso muchas otras veces. A medida que la puerta se fue abriendo, un estruendoso chirrido fue sonando.

«Hostia. Joder. Mierda».

―Puede entrar, monsieur Shilton ―dijo la señora Dubois, la profesora de francés, con un tono de cansancio hacia mí bastante notorio.

―Lo siento ―me disculpé cerrando la puerta. Le sonreí―. Tuve un incidente navideño.

―Siéntese y ahorrese sus excusas, s'il vous plait.

Me senté en el primer lugar que vi libre, en el asiento de la última fila que daba al pasillo. Le di un codazo a Barney, mi mejor amigo, el cual dormía encima de la mesa. Éste levantó la cabeza sobresaltado y me miró.

―Buenos días ―dije con diversión. Tenía la marca del bolígrafo en la mejilla.

―Llegas tarde.

―No sé qué es peor, si llegar tarde o dormir toda la clase ―indiqué sacando mi libro de francés.

―Llegar tarde, definitivamente. Yo atiendo en clase a pesar de estar medio dormido. ―Se frotó la cara.

―¿Qué has aprendido hoy? ―pregunté con burla.

Puis-je prendre un café avec de l'urine de vache, s'il vous plaît?

WILLIAM © (DISPONIBLE EN AMAZON)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora