Si tuviera que definir a mi padre con una palabra sería "egoísta".

―Qué suerte que te aceptaran en esta uni. ―Vincent subió la persiana de la ventana del salón―. Dudo mucho que alguien de Siracusa conozca esto.

―Y si lo conocen, no se les ha perdido nada aquí.

«O eso espero», pensé.

Nuestras cosas habían llegado al piso el día anterior, por suerte, mientras nosotros íbamos en coche hacia la pequeña ciudad en la que nos encontrábamos, Saint Martin, a las afueras de Chicago. Estaba a casi once horas en coche desde Siracusa, la ciudad que nos había visto crecer.

Habíamos elegido St. Martin por nuestra prima. La única prima paterna que nos caía bien; era como una hermana más. Ella se había criado en St. Martin y estaba yendo a la universidad de la ciudad. Gracias a ella conseguí una plaza, pues en esa universidad tenías más puntos de entrar si tenías un familiar cercano en ella. Cherlynn me había salvado la vida casi de forma literal.

―¿Vas deshaciendo las cajas tú en lo que yo voy a la uni y a tu instituto? ―pregunté cuando ya hubimos abierto todas las ventanas del apartamento de tres habitaciones en el que viviríamos los siguientes ¿años? ¿meses? Estaba por ver.

―Claro. Si quieres puedo acompañarte.

―Tranquilo. Desempaca algunas cosas y descansa, ¿vale?

―Tú también deberías descansar...

Le revolví el pelo con la mano y él se quejó mientras se peinaba de nuevo sus indomables rizos castaños con los dedos.

―Nos vemos en un rato, ¿vale?

―Vale.

Salí de casa abrigada hasta la nariz y fui caminando hacia el nuevo instituto de Vincent. Ambos comenzaríamos el día siguiente las clases y tenía que ir a por su horario y libros, los cuales la amable y anciana secretaria del instituto me había informado por teléfono que me los guardaría encantada con la condición de que fuera a buscarlos ese día y no el día que comenzaran las clases. Cuando llegué, llamé al timbre, pues estaba cerrado, y me abrió un conserje. Me indicó hacia dónde debía ir cuando yo le dije que buscaba a Edith, la secretaria.

―Tú debes ser Jolie ―dijo con una sonrisa tras una mampara de vidrio, típica de secretaría de instituto.

―Sí, soy yo. Usted es Edith, ¿verdad?

―La misma que viste y calza, bonita. ―Sonrió. Se agachó y puso encima de su mesa una bolsa de papel―. Aquí dentro tienes todo lo que Vincent Depardieu necesitará para sus clases. Las libretas ya corren de vuestra parte, al igual que el material escolar.

―Ya lo tenemos casi todo ―dije sonriendo cuando me dio la bolsa por el hueco de la mampara―. Gracias de nuevo por guardarme los libros, Edith.

―No hay de qué, Jolie.

Me despedí de ella tras un par de minutos en los que me explicó cuatro cosas básicas que Vincent debía saber y me fui hacia la universidad.

Yo tendría solo tres libros, pues el resto íbamos a tenerlo todo en formato digital, pero aún así debía ir a buscarlos porque tampoco pude ir a comprarlos cuando me tocó hacerlo. Ya me aseguré de que se pudiera hacer fuera de plazo con una justificación válida. La mía era que estaba recibiendo terapia psicológica en Siracusa.

Cuando llegué, fui donde me indicaron y no tardé más de diez minutos en salir de nuevo con otra bolsa de libros. Me gustaba esa universidad; era pequeña y solo tenía dos facultades: la de arte y la de letras. La mía era la de letras, pues en esa universidad la carrera de Traducción e Interpretación estaba dentro de dicha facultad junto a las carreras de historia, filología, lenguas clásicas y varias más.

Antes de ir a casa tuve que pasar por una papelería. No solo estaba muerta de frío, sino también de hambre y las bolsas pesaban como dos muertos. Entré en la papelería más cercana a la universidad y cogí un carrito, más que nada para dejar en él las dos bolsas de libros, porque ya sentía que se me comenzaban a gangrenar los dedos de las manos.

Lo tuve todo listo en diez minutos. De camino a casa llamé a Cherlynn.

Hola, guapa ―me saludó animada.

―¡Hola, Cher! Hemos llegado hace un buen rato y estoy yendo a casa, que he tenido que ir a por los libros y demás, ¿quieres almorzar con nosotros?

¡Por supuesto! Pero cocino yo. Traeré la comida hecha.

―Si no es molestia...

¿Cómo va a ser molestia? En una hora estaré en vuestro piso.

―Perfecto, nos vemos luego.

Escuché cómo me lanzaba besos antes de colgar la llamada.

Cherlynn era la única prima paterna que nos caía bien. También era la única familiar (a parte de sus padres) que vivía en el mismo país que nosotros. El resto de la familia residía en Francia, más concretamente en París y Toulouse. Su madre era la hermana de mi padre y ambos tenían el mismo nivel de buena paternidad: nulo. Cher nos adoraba porque no sudábamos dinero y nosotros la adorábamos por lo mismo.

Llegué a nuestro nuevo apartamento y éste parecía distinto. Ya no había cajas en medio, estaba todo colocado en su sitio. Mis libros en las estanterías, las mantas dobladas encima del sofá y los sillones, los muebles decorados con nuestras cosas, los marcos colgados en las paredes... Ni siquiera olía a cerrado. Parecía otra casa totalmente distinta y no había estado fuera más de dos horas.

―Vaya, Vincent ―dije sorprendida, viendo como enchufaba su Play bajo la televisión.

―¿Qué te parece? ―Sonrió―. He dejado las cajas en la habitación vacía, por si vuelven a hacer falta. Las tuyas están en el pasillo y en tu habitación, y las mías en mi dormitorio. Por la tarde lo organizaré todo.

―¿Has guardado todo lo de la cocina también? ―pregunté mientras asomaba un poco la cabeza. Ya veía, por la puerta abierta, los trapos de cocina nuevos que compramos dos días antes.

―Sí, todo.

―¿Has contratado a alguien para que te ayude? ―bromeé.

―Las cucarachas de debajo de la nevera han sido de mucha ayuda, sí.

Lancé una carcajada y él me la siguió. Saqué el contenido de las bolsas y lo fui dejando todo en la mesa grande del salón. A un lado puse las cosas de mi hermano y en el otro lado las mías.

―Ven, Vincent.

Él obedeció sin rechistar. Vino hacia la mesa y apoyó sus manos en ella para mirar qué había.

―Estos son tus libros. He pasado a comprar también una libreta por asignatura, un estuche y el resto de material escolar. Y este es tu horario ―le expliqué―. Llévatelo a la habitación y esta noche te preparas los libros de mañana, ¿vale?

―Oído, jefa ―respondió mientras apilaba todas sus cosas para llevárselas.

Esa era su frase estrella.

Vincent tenía solo quince años, pero era bastante maduro para su edad, tanto física como mentalmente. Siempre había parecido mayor que el resto y cuando íbamos por la calle la gente nos confundía por una pareja. Entre que no nos parecíamos casi en nada físicamente y que él aparentaba más...

Él era de pelo castaño oscuro y medio rizado, y yo de pelo rubio, largo y ondulado; él tenía los ojos oscuros casi negros y yo azules; él tenía la cara con las facciones bastante marcadas y maduras, en cambio yo tenía el rostro tirando a redondo y algo aniñado, según decía mi madre; él tenía una complexión delgada pero fuerte y a mí me sobraban un par (alguno más que un par, en realidad) de kilos.

No nos parecíamos en nada más que en la nariz y en la forma de ser.

Era un chico atractivo e inteligente, y algo por lo que temí siempre fue que Carolina tratase de tener algo con él.

―Por cierto ―dije cuando apareció de nuevo para ir hacia la consola―, Cher va a venir a almorzar. Traerá ella la comida.

―Perfecto ―respondió dejándose caer en el sofá y levantó el mando―, ¿puedo echar una?

―Sí, pero lo apagas cuando ella llegue, ¿bien?

―Sí, jefa. 

WILLIAM © (DISPONIBLE EN AMAZON)Where stories live. Discover now