Parte XII

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Sin embargo, no todo había terminado ahí.

Para cuando volvieron a casa, Nicholas iba adormilado. Caminar desde el auto hasta la puerta de entrada le pareció un camino de mil pasos. Se apoyó en James cerrando sus ojos.

—Ya casi estamos, amor —Este le pidió buscando las llaves en su abrigo. —Aguanta hasta llegar al dormitorio. Apuesto a que Mika estará esperándonos allí. Además, aun hay una parte de la sorpresa que te mencioné que...

La puerta fue abierta desde el interior y una silueta que Nicholas conocía muy bien se paró a contraluz contemplándolos con una estoica cara.

—¿Pretenden congelarse allí solo viéndome? —preguntó Miguel.

Con un chillido, Nicholas salió de su entumecimiento, echándole los brazos al cuello para un apretado abrazo.

—Jodido bastardo, me has engañado. —Habló en el cuello de su hermano con voz llorosa de emoción.

Miguel le abrazó por el medio cuerpo, mitad abrazo, mitad cargándolo en vilo.

—Hey, amigo. —Aun con su pequeño Nicky aferrado a él, Miguel se las arregló para hacerse atrás permitiendo a James entrar y estrechar su mano con firmeza. —No estaba seguro de que lo lograras.

—Fue un infierno de viaje, hermano. Ni te imaginas. —dijo encogiendo sus hombros. Ocultar su viaje de Nick había sido de sus tareas más arduas. Había tenido que esquivar sus llamadas. Fingir decepción al hablar sobre las fiestas. Y más difícil aun, había tenido que contener a su madre y a su hermana Annie de seguir el juego del silencio.

Nicholas se desprendió de su hermano mayor para mirarle con tierno enfado en sus facciones.

—Me la has hecho pasar de cuadritos... —Le recriminó picando su pecho con un dedo.

Miguel se rio muy a su pesar. Lo que solo hizo a Nick enfadarse aun más y abalanzarse encima de él nuevamente, solo que ahora sus acciones estaban lejos de ser amorosas.

Por suerte, el grito de dos chicos entrados en su adolescencia le llegaron por el final del corredor y ellos se vieron distraídos por besos y abrazos por doquier. Nick tenía lagrimas en sus ojos en cosa de minutos. Sus sobrinos le llenaban los oídos de palabras rápidas. Su hermana estaba pegada a su torso cual alimaña y su madre no dejaba de besar sus mejillas. Toda su familia estaba allí. Todo el mundo había venido.

¿Qué más podía pedirle a la navidad?

Entre el barullo, alzó su vista para conectarla con la de James, quien se mantenía en silencio apostado en un costado con el hijo de ambos en brazos. Ambos varones le miraban con nada más que amor en sus ojos.

Él tenía que haber hecho algo muy bueno en otra vida para merecer todo lo que tenía.

Sí, señor.

Era el hombre más feliz de la tierra.

Los padres de James hicieron su aparición y tras otra ronda de besos y abrazos por aquí y por allá, fueron capaces de trasladarse a la sala de estar donde los adultos no dejaron de conversar y ponerse al día hasta que los niños comenzaron a caer dormidos en los sofás y el sol se asomaba por la ventana con tonos anaranjados.

Era la reunión familiar perfecta.

No importaba la falta de sueño. No importaba el jet lag de los recién llegados. Al día siguiente todos se vistieron con sus mejores ropas y fueron al estreno de la obra de Nick. La cual fue un éxito, por supuesto. Los fantasmas de Scrooge le dieron el toque final a la etapa que estaban viviendo, notó James mientras se alzaba a aplaudir con el resto del público lleno de orgullo ante el trabajo de su esposo.

Habían aprendido sin duda una lección, más de uno de ellos.

Él, por ejemplo, había aprendido un nuevo significado para la palabra amor. Aprender a esperar lo inesperado; sin juzgar, sin miedo.

La cena de noche buena y de celebración se llevó a cabo entre vitoreos, risas y demostraciones de afecto. Su mesa no tenía nada que envidiarle a la escena de una película navideña, con todos los presentes sonriendo y chocando sus copas dando gracias.

Gracias porque se tenían los unos a los otros.

Ellos podían ir a sus camas en paz.

James observó el rostro dormido de Mika; era pacifico, suave, sin nada malo que lo molestara; agotado después de corretear detrás de sus primos con sus juguetes. Solo podía imaginarse el desastre de energía que sería al día siguiente.

Él lo esperaba con ansias.

Depositó un beso en su frente, su hijo no despertó, solo se removió en sus sueños.

Al otro lado de Mika, Nicholas estaba cayendo en el sueño también. Se esforzaba por mantener los ojos abiertos, bebiendo de las facciones de su esposo, pero fallando.

—Duerme —James le incitó extendiendo su mano y tocando su rostro de porcelana. —Mañana nos espera un gran día.

Nicholas negó contra la almohada.

—No, quiero verte ahora. Quiero ver tu rostro así de feliz.

James corrió sus nudillos a lo largo de la mejilla de Nick. Tan frágil, tan inocente. No importa la edad que Nicholas cumpliera, él siempre luciría puro para James. El chiquillo que debía ser cuidado de todo el mundo. Sin embargo, James sabía bien, que quien le sostenía a la tierra era Nicholas. Quien le cuidaba. Quien le refugiaba. Quien era su hogar.

—Soy feliz, puedes verlo cualquier día que desees. Tenemos un hijo increíble, que es bueno y nos ama. —susurró. Se movió hacia él, buscando el roce sus labios. El escalofrío que recorría su cuerpo ante el contacto. —Y Dios, te tengo a ti, eres mi mejor regalo, todos los días.

Hubo una lagrima de emoción que se escapó del ojo de Nicholas, pero él estaba sonriendo. James la limpió con su pulgar.

—Feliz navidad, Nicky.

—Feliz navidad, James. 



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