—En eso tienes razón, no parece del tipo descuidado —coincidió Nathanien.

—No se mortifique tanto, solo debemos estar alerta y planear las cosas bien —aseguró Soger.

—Lo dices como si estuvieras muy seguro de lo que pasará en un futuro próximo. Aveces me asusta tu seguridad —admitió ella.

—Sé muchas cosas de las que no debería.

Ella lo miró extrañada, era cierto que Soger podía ser un hombre misterioso, pero por alguna extraña razón se podía tener su total confianza hacia él, parecía ser el tipo de persona confiable, amable, y seguro. Tenía un aura acogedora y protectora, pero seguía siendo un enigma, ni siquiera sabía de dónde provenía.

—De las cuales quisiera saber —declaró ella. Iba a decir algo más, pero un estremecimiento la detuvo, su cabeza daba vueltas, su estómago se removía, no estaba del todo bien. Y no era el primer momento en que se sentía así, días después de su boda con Nathanien, mareos, nauseas, poco apetito empezó a surgir en su cuerpo. No lo entendía. Y eso le preocupaba.

Nathanien notó su repentino callar, no era normal verla así, presentía algo, enigma que no lograba identificar. Le tomó la mano con la suya y la apretó tiernamente para verificar que tan mal se encontraba.

—¿Qué te sucede? —le preguntó claramente preocupado.

—No sé… —respondió desconcertada —de repente me dio un poco de mareo, pero no es nada grave —aseguró —Iré a descansar un poco…

Él asintió y le permitió irse.

—Algo me dice que vendrá un futuro heredero —mencionó Soger al momento en el que ella se fue.

—¿Lo crees? —inquirió.

—Lo apuesto.

⪰+⪯

—¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? —se preguntó. Veía el lugar completamente blanco, no había absolutamente nada.

Era abrumador y aterrador, pero de algún modo tranquilo, no se escuchaba ni un sólo ruido, más bien ni ella misma podía oír su propia voz. Caminó por ese lugar amplio y desconocido sin ningún rumbo, lo peor de todo es que de repente una niebla se hizo presente empeorando la vista y la orientación.

Se detuvo y empezó a ver a su alrededor, trató y trató en buscar un camino, pero no le fue posible. Estaba por rendirse, luego se fijó en algo, en un punto negro entre la neblina, era una silueta pequeña y sin forma, o eso parecía hasta que dio unos cuantos pasos hacia ella, al estar lo suficientemente cerca, poco a poco fue tomando forma. Era una persona pequeña.

Era un niño.

—¡Oye! —lo llamó, pero no logró captar su atención, además no podía ver su rostro ya que se encontraba de espaldas —¿Qué haces aquí? ¿En dónde estamos? —siguió hablándole pero este no le respondía.

El niño se volteó y juró poder ver una sonrisa, pero en cuanto iba a verle el rostro, un impulso la hizo reaccionar. Al percatarse de que yacía en su cama, terminó desconcertada, sudorosa, y asustada. Aún era de día, se había quedado dormida.

—¿Qué fue eso? ¿Quién era ese niño? Puedo jurar que me dijo su nombre, pero no lo recuerdo —se dijo a sí misma asustada.

No podía seguir pensando en ello, no era una opción en aquel momento, sus mareos y nauseas no habían parado, por lo que tuvo que dejar su habitación e ir hacia la única persona que podía darle un diagnóstico. Lizian. Una médico que años atrás buscó alojo en Jumbel, del cual Eri le permitió, además de que era una excelente médico y sabía hacer medicinas con todo tipo de plantas. Era una mujer joven, de su misma edad. Aunque para serlo, tenía un carácter fuerte, era seria, paciente y algo cortante. Pero era una persona agradable.

Eternos finales © ✔️Where stories live. Discover now