Veme allí, junto a las flores.

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Caminando por las solitarias calles de un domingo triste yacía la joven Sara, rumbo a un lugar que visitó con anterioridad, pero que trae tristes memorias de nuevo a su cabeza, como si solo se encargaran de atormentarla, aunque en realidad «atormentar» no es la palabra ideal para describir esos recuerdos.

La primera vez que estuvo en ese sitio, se llevó consigo no solo ese amargo recuerdo de la noticia del deceso de Dennis, sino que la melancolía y el dolor de su madre. ¿Qué la llevó a tomar la decisión un tanto difícil de regresar a esa casa? Fácil:

Se despertó de su último encuentro con su amado en cuanto el hombre gritó «¡uno!», con una expresión de tristeza profunda en el rostro, como si tuviera una herida incurable en el corazón. Estuvo llorando por un rato, asfixiando sus murmullos y sollozos con la almohada. De esta forma, no alertaría a sus padres sobre lo mal que se sentía, por lo que no iban a preocuparse.

Algo que la asustó y la asombró en partes iguales, fue dilucidar en medio de sus sollozos unos lentes en su mesita de noche, junto a su lámpara superflua que necesitaba un cambio urgente de bombilla.

Como era de suponerse, el dueño de dichos anteojos era Dennis, y estaban allí gracias al gesto de buena voluntad que tuvo el propietario de la vivienda al regalárselos.

Unos segundos después de aquello, se fue directamente a la ducha, juagándose la cara para limpiarse y quitarse la sensación de infelicidad de encima.

Quiso dejar que el agua se llevara por el drenaje toda esa melancolía que estaba consumiéndola, como los gusanos a una fruta que nadie quería, y que por ende, está pudriéndose en la basura. Tal vez el baño funcionó un poco, pues se sintió un poco más fresca y vigorosa tras abandonar la ducha.

Se puso ropa casual al salir, de aquella que usas para pasar un domingo relajado en el sofá, con un vaso de refresco en la mano y el control remoto en la otra viendo televisión. Consistía en un saco rojo con letras blancas en el centro, letras de origen mandarín; unos shorts color hueso y botas de cuero marrones.

Tomó asiento en su escritorio donde generalmente dibuja sus obras con optimismo y pasión. Ese momento no era el caso. Tras un rato de estar jugando con su cabello y rascarse la cabeza, decidió escribir una carta, la cual sería dejada en la tumba de su difunto amor, como una clase de despedida definitiva de su persona.

La inspiración o el hecho de escribir cartas no era demasiado agradable para Sara. Nunca fue una chica poética o algo similar. Un claro ejemplo era en sus clases de Literatura con la señora Míriam, ya que sufría bastante a la hora de escribir algún informe o texto de índole parecida, tal como un poema. Los escribía pensando en Daniel, su amor en ese entonces, y así no se volvía tan tedioso. Para terminar de complicar más su tarea, su maestra era gruñona y exigía demasiado con sus trabajos. En el colegio, se corre el rumor de que solo un par de estudiantes han sacado un impecable «diez» en alguno de sus talleres.

Retomando la situación de la chica al escribir la carta para Dennis, tardó alrededor de cuarenta minutos haciéndolo. Puede que no fuera muy buena su redacción, pero expresaba tantos sentimientos encontrados, que era prácticamente imposible no amarla.

Antes de salir de la habitación, vio por el rabillo del ojo el dibujo de Daniel.

«Estoy siendo una idiota y toda una injusta con él. Prometo que lo voy a arreglar...».

Con carta en mano y un bolso de cuero marrón en el hombro, en el cual llevaba los lentes que aparecieron tras despertar, la joven entusiasmada bajó la escalera a prisa. Se cruzó en la sala con sus padres, quienes preguntaron a dónde iría.

—No les mentiré. Voy a ver a mi amigo en el cementerio. ¿Hay algún problema o necesitan que me quede? —cuestionó, en tono amable y desganado a la vez.

Ese Sitio En El Que Te Vi.Where stories live. Discover now