Día 2.

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Las preguntas y las múltiples dudas que brotaban de la cabeza de Sara empezaron a resonar en su mente mientras tomaba una ducha de agua tibia, a diferencia del nitrógeno líquido con el que se duchó el día anterior.

«Todo eso se sintió tan real...».

Incluso para los propios estándares de la chica, todo lo de su sueño estaba fuera de lo común. No era ese típico sueño que olvidas apenas abres los ojos... La sensación que dejó era muy trivial y babélica.

La jovencita ya lista y uniformada para ir al colegio, salió de su casa para ejercer su recorrido diario por las calles, algunas con la basura que niños y adultos no se dignan a tirar al bote, o con las hojas anaranjadas y amarillentas de la zona. Los autos de todos los colores cruzaban por esas calles con algo de prisa. El aire se sentía puro y limpio, fácil de aspirar.

El ambiente se mostró más fresco cuando Sara finalmente llegó al colegio, y lo primero que vio fueron los ojos de Daniel; los ojos más preciosos del mundo para ella.

Él saludó desde la distancia moviendo la palma de su mano hacia los lados con emoción, como si le hubieran dado la noticia de que se ganó la lotería de ese viejo boleto que compró en la estación de servicio. Ella solo le sonríe y no se dispone a hacer nada más que solo desviar la mirada.

Daniel siempre fue muy amable con Sara, hasta el punto en el que la considera una buena amiga de la infancia. Todavía recuerda cuando amarró sus cordones: era un día soleado de recreo. Todos los niños jugaban en el tobogán, los columpios, y algunos otros corrían por ahí jugando atrapadas o al escondite.

Ella se acercó tímidamente hacia él, y le preguntó con palabras recortadas y mal pronunciadas si podía ayudar a amarrar sus agujetas. Mostrando su amabilidad de la forma más tierna, Danny acudió en su ayuda. Comenzaron a jugar a perseguirse en cuanto los cordones estaban en su lugar.

El chico de la patineta salió de su recuerdo cuando el maestro Damián le reclamó por no estar en clase cuando todos los estudiantes ya se encontraban en las aulas. Sin dejar de sonreír, arribó a su salón sin muchas quejas ni inconvenientes.

Las clases se tornaban igual de aburridas y repetitivas como todos los días comunes. Las únicas asignaturas de las que realmente Sara gustaba de recibir educación, eran las de Inglés y Arte. Podría decirse que ella era la mejor de la clase en esas materias específicas, pero no corrió con el mismo desempeño en las demás. Sus habilidades para pronunciar y leer escritos enteros en inglés eran sobresalientes para la percepción de la maestra de la asignatura.

Aunque intentaba prestar atención a las enseñanzas y explicaciones de sus diferentes maestros, no podía concentrarse lo suficiente en ello; parte de la culpa la tenía su extraño sueño, el cual, recordaba constantemente y se perdía en él. En sus visiones, un chico molesto aventó un teléfono con agresividad, para luego irse. Ese momento en particular resaltaba más que todos los demás, sobresalía por imaginarse que, pese a ser una cosa muy desubicada, Dennis podría llegar a existir en algún lugar desconocido.

De todos modos, el tema expuesto en el aula no era de vital importancia para un futuro cercano, así que, sacando su libreta, empezó a dibujar de forma muy vaga a su compañero de aquel sueño. Lo recordaba mejor de lo que pensaba, teniendo en cuenta los detalles de su cara, de su cabello, y de sus ojos en especial.

Horas pasaron antes de que Brenda y sus amigas vieran a Sara una vez más en el recreo como ya era costumbre. Saludaron con besos en la mejilla, y comenzaron a dialogar sobre diversos y triviales temas.

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