Era una enfermedad incurable.

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Desperté con una terrible resaca al día siguiente. Mi mano se aferraba a una botella de licor y me pesaban los ojos mientras trataba de abrirlos. Ni siquiera me había molestado en quitarme el vestido. El incómodo sofá me lastimaba la espalda y mi cabello era un desastre. ¿Qué diablos?

Era patética.

Solté la botella, me froté las sienes y bostecé. Tenía que limpiar este basurero y seguir con la rutina hasta que llegara el gran día de matar a Boticelli. Luego iría por los hermanos Graham. Maldita sea. Las vacaciones se habían terminado oficialmente. Era hora de regresar.

Aguanté la respiración mientras caminaba al baño y me despojaba del vestido. El malestar persistía cuando el sabor a alcohol inundó mi boca. Quería vomitar, dejar de sentirme tan vacía. Necesitaba que el agujero de mi pecho se desvaneciera.

Apoyé las manos contra el lavabo y miré mi reflejo en el espejo. Ningún kilo de maquillaje lograría borrar el dolor que mostraba mi rostro. Eran momentos como este dónde me detenía a pensar cuán sola me sentía. Antes no me importaba, abrazaba la soledad. Las personas cambiaban con el transcurso del tiempo, no siempre para bien.

Me convertí en una idiota que no podía olvidar a un hombre que no la amaba.

—Estúpida—me dije a mí misma—. Estúpida, estúpida.

Abrí la ducha y esperé a que el agua estuviera lo suficientemente caliente. Después me metí bajo el chorro con las lágrimas picando en mis ojos. Día tras día luchaba contra sus recuerdos, pero él siempre lograba regresar con fuerza y no quería irse. No importaba cuanta resistencia ponía.

Luca era mi más grande anhelo y debilidad.

—Vete de mi cabeza y mi corazón —musité —. Vete, príncipe.

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Luca

Fabrizio se había convertido en mi hombre más leal.

Mató a todos aquellos que me cuestionaron o atentaron contra mi vida. Defendió a mi familia como si fuera la suya y me consideraba un hermano. No olvidó que yo era su jefe, pero me respetaba de cualquier forma. Demostró que contaría con su apoyo a pesar de cualquier situación.

Confiaba plenamente en mi seguridad cuando estábamos juntos. Su hermano fue trasladado a Sicilia para trabajar con mi tío Eric. Manejábamos ambas ciudades, cientos de hombres nos respaldaban. No podía decir lo mismo de Roma, pero estaba seguro de que lo tendría en mi poder cuando me encargara de Moretti.

—¿Noticias de Conte? —Le pregunté a Fabrizio.

Mantuvo las manos en el volante sin quitar sus ojos de la Interestatal. Antes de ir a dormir, debía hablar con mi suegro y después investigaría a Boticelli por mi cuenta. Quería saber qué tan confiable era. No permitía que cualquiera introdujera sus mercancías en mi territorio, no me importaba si se trataba de un hombre peligroso.

—Transfirió el dinero como es debido, pero Luciano notó que falta una buena suma.

Observé los grandes edificios deslizarte delante de mis ojos.

—¿Cuánto? —inquirí.

—Medio millón de euros.

Mi sonrisa llegó de inmediato y sacudí la cabeza. Dante Conte era un reconocido banquero que se encargaba de lavar nuestro dinero en Palermo. Su reputación no contenía ni una mancha, era calificado como un hombre incorruptible por las revistas de negocios. ¿Quién diría que era lo opuesto? Era muy cercano a Fernando y no era novedad que fuera otra basura.

El Rey Oscuro [En Librerías]Where stories live. Discover now