Capítulo 2.

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¿Cómo puede ser esto posible?

Respirar, tengo que respirar.

Mis manos han empezado a sudar en exceso, y ahora parece que las hubiera empapado en agua. Me las deslizo por la falda y las limpio, aunque termina siendo inútil, porque continúo sudando todo el resto de la jornada.

La clase transcurre lentamente, con las voces de mis compañeras preguntando cosas sobre la vida privada del nuevo profesor, y con algunas risitas tras escuchar su respuesta. El profesor, con un ánimo increíble, empieza a hablar de cosas sin sentido con los demás, pero yo lo ignoro; tras su llegada, mis posibilidades de perder inglés se han incrementado drásticamente, y eso no me permite estar tan feliz con él como los otros.

Escucho fragmentos de sus conversaciones. Descubro que el nuevo profesor tiene 22 años; que su padre, el rector del colegio, le ha permitido trabajar aquí para empezar sus prácticas universitarias; y que quiere que todos nos presentemos frente al salón diciendo nuestros nombres y actividades favoritas.

Entonces me quedo helada, con el cerebro hecho añicos. El sólo hecho de pensar que estaré frente a todos mis compañeros me pone nerviosa; casi tanto como entrar a la habitación de mi padre cuando está furioso conmigo. De repente, empiezo a temblar como si muriera de frío, aunque hace un calor de muerte y el abrigo que tengo puesto hace que mi cuerpo sude sin parar.

No me gusta hablar en público, no me gusta llamar la atención, y no me gustan esta clase de actividades. Quiero permanecer sentada en una esquina del salón, invisible ante el resto de la clase y ocultar toda evidencia de mi existencia a los demás.

Hace siete años, cuando entré a este colegio, estaba tan empeñada en ser la chica invisible que incluso ahora nadie sabe de quién se habla cuando mencionan mi nombre. Quiero que las cosas continúen así hasta que me gradúe y no tenga que volver a ver al resto de mis compañeros; y haré todo lo posible por cumplirlo, así eso implique perder materias importantes por mi mala participación.

Los demás empiezan a salir al frente, uno por uno, con un entusiasmo incomparable. Son tan rápidos que apenas noto cuando el chico que va dos puestos delante de mí se para y ocupa su lugar frente al tablero.
Me gustaría que Aaron hubiera venido a clase, de ser así, sería él quien continuara y no yo.

Aaron es mi amigo, quizá algo más que eso, como un mejor amigo. Lo conozco desde que tenía nueve años, un año antes de que falleciera mi madre, y es la única persona que me valora de verdad en este colegio. Él conoce mis debilidades y mi vida secreta; aunque no tanto como para decir que conoce mis verdaderas pesadillas.

Es un chico amistoso, agradable, y extrovertido. A veces, incluso, me pregunto cómo es que una persona tan alegre y llena de vida puede ser amiga de alguien como yo, una chica introvertida y temerosa que lucha por sobrevivir a la terrible pesadilla que considera vida.

No es hasta después de que el chico regresa a su silla cuando reacciono y me doy cuenta de que he empezado a mirar nostálgica hacia el puesto frente a mí, donde se supondría que estaría Aaron, salvándome en momentos peligrosos como estos.

Alzo la mirada, y advierto que el profesor de inglés me observa como si esperara algo de mí. Bajo la cabeza mientras cierro los ojos con fuerza, lamentando la llegada de mi turno.

- ¿Alguien más? -Dice, aunque sé que quiere que me levante para hablar ante los demás.

No sé qué hacer. Tiemblo, controlada por los nervios, y trago en seco antes de proponerme pronunciar un leve "yo".

- ¡Ya no queda nadie más! -Responde alguien en la primera fila, antes de que yo pueda hacer algo.

El profesor sigue mirándome vacilante, mueve sus labios, y tiemblo otra vez, creyendo que va a obligarme a salir como los demás. Pero no lo hace, en cambio, aleja su mirada de la mía y nos comunica que es hora de empezar con la verdadera clase de inglés.

Los últimos minutos de la clase se esfuman instantáneamente, y el timbre suena tan fuerte que me ensordece. Es viernes, y la última clase ha llegado a su fin.
Todos guardan sus cuadernos de inglés y el profesor va a su escritorio para acomodar sus documentos. Cuando terminan, salen a toda velocidad por la puerta delantera y yo me quedo estática, esperando para que el último de mis compañeros salga por la puerta y me sea posible salir con la plena seguridad de que nadie me verá.

Un chico de ojos grises y cabello alborotado sale del salón, y entonces sé que ha llegado mi turno para hacerlo. Agarro mis cosas y me encamino hacia la puerta, quizá con más lentitud de la que debería, y entonces algo toma mi brazo y me quedo quieta, mirando hacia el solitario pasillo que tengo frente a mí.

Desde que tenía diez años, mi padre me enseñó a no huir de mis miedos; a no ser cobarde; y a enfrentar mis temores de frente, tal como lo haría una persona valiente. Aunque en realidad, yo nunca lo vi de ese modo. Ahora, cada vez que mi padre me enfrenta, estoy obligada a mantenerme parada, como una estatua; y a esperar por la llegada de mi castigo, sin ser capaz de hacer algo valiente para enfrentarlo. Justo como ahora.

- ¿Por qué no fuiste al frente como los demás cuando te lo pedí, Ellie? -No sé qué me sorprende más; el hecho de que el nuevo profesor me haya detenido para preguntarme tal cosa, o que se haya aprendido mi nombre en su primer día, cuando ningún otro profesor lo ha hecho aun después de siete años dictando clases.

Me resulta imposible responder a esa pregunta, así que no lo hago. Sigo con la mirada al frente, sintiendo los dedos del profesor aferrándose a mi brazo con delicadeza. Ha tocado una de mis heridas, y tengo que morderme la lengua para no soltar un terrible grito de dolor.

- Puede que los demás no noten tu existencia-Continúa, soltando mi brazo de golpe-. Pero quiero que sepas que tú no eres invisible para mí.

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¡Aquí el segundo capítulo! Espero que les haya gustado. No se olviden de votar y comentar. Besos.

Maltratada por un profesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora