Detuve la motocicleta frente a la casa y me quité el casco. El pelo me cayó por la espalda y tomé una respiración profunda. El aroma del bosque, los pinos, la nieve y los musgos me envolvieron. Era un alivio después de haber vivido la mayor parte de mi vida en las molestas ciudades ruidosas.

No me agradaban las personas, en mi nuevo hogar nadie perturbaba el silencio. Vivía en los suburbios de Siberia. Una casa de dos pisos perdida entre árboles. Tenía instalada un equipo de seguridad y trampas que mataría a cualquiera que no estuviera invitado. Allí sentía libertad. Sin mafia, sin crímenes, sin idiotas que quisieran controlar mi vida. Solo era yo.

Inserté el código en la puerta y entré mientras me quitaba el abrigo y los tacones altos. No era algo común para mí quedarme tanto tiempo en un país, pero Rusia era mi hogar y me sentía increíble con el perfil bajo.

Me serví una copa de vino tinto y colapsé en el sofá. Mis ojos atentos en el reloj que marcaba las 12:00 p.m. Mi rutina se basaba en lo mismo todos los días. Simplemente sobrevivía. Sin adrenalina ni peligros, pero era lo que quería, ¿no?

La duda era la peor parte. Me hacía cuestionar todo lo que había hecho y si realmente valía la pena el sacrificio. ¿Las cosas pudieron ser diferentes? ¿Debí ignorar a Eric y aferrarme a Luca como mi salvavidas? Permití que un desconocido dictara mi destino. Él no sabía mis luchas, mis sueños, mi dolor... Nada.

—Imbécil—susurré, bebiendo otro sorbo.

Mi celular emitió un pitido y me paralicé como era de costumbre. Había cambiado mi número, pero deseaba que él lo consiguiera de algún modo y no se rindiera. Quería que atravesara mi puerta y me pidiera regresar a su lado. Estúpida.

Era un hombre casado.

Ya no era mío.

Quizá nuestro amor era una brillante estrella fugaz, destinada a perderse en la oscuridad. Solo quedó polvo en su lugar. Restos de escombros que fueron llevados por el viento. Contuve el aliento y revisé la bandeja de entrada dónde su mensaje de texto estaba fijado.

Te amo, vuelve a mí, mariposa.

Las lágrimas pincharon los bordes de mis ojos y lancé el aparato en la alfombra. Lo echaba de menos. Tres jodidos años y la herida seguía fresca como la primera vez. ¿Cómo pudo salir adelante tan rápido? ¿Cómo logró superarme? Necesitaba el secreto porque esto me mataba por dentro. Él me tenía en cuerpo y alma. Me poseía completamente y su ausencia dolía.

Tarde, Alayna.

No había forma de regresar al pasado, el daño ya estaba hecho. Me acurruqué en el sofá, abrazando mis piernas, preguntándome si alguna vez dejaría de odiarme a mí misma. Si algún día todas mis piezas estarían completas nuevamente.

El celular volvió a sonar y maldije cuando vi el nombre de Eloise en la pantalla. Le advertí que nuestras llamadas deberían ser mínimas. No era buena para ella y no quería exponerla otra vez. Su seguridad no estaba a salvo conmigo. Si seguía insistiendo me vería en la obligación de cambiar mi número por milésima vez.

—Hola, duende —Mi voz sonó sin ningún entusiasmo y escuché su resoplido.

—¿Esas son formas de saludarme? ¿A tu única amiga?

Rodé los ojos y estiré las piernas.

—Llamaste hace una semana cuando te advertí que no debes ser frecuente. La prudencia es importante. ¿Acaso olvidas quién soy?

—No, no lo hago —dijo—. Pero no puedes culparme por llamarte. Me dejaste preocupada después de nuestra conversación. Necesito saber cómo estás.

El Rey Oscuro [En Librerías]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن