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Catherine Jane Grant era exactamente como Kara la recordaba. Elegante, pretenciosa, excéntrica y dulce, sin mencionar la devoción a su pareja, Siobhan, una chef franco-canadiense. Kara las saludó a ambas como si fueran viejas amigas. Después de todo, una vez que cantaron Mariah Carey en un bar de karaoke parisino, no había vuelta atrás. Además, las había visto a ambas en la gran fiesta de Navidad de su madre el año pasado, así que no había pasado tanto tiempo.

–¡Kara! Mon cherie, tienes el mismo aspecto de siempre–. Kara sonrió ante el saludo, Cat era la única persona que hacia que su nombre sonara más como un «Ke-rah». Una Kara más joven le habría insistido en que así no se pronunciaba ¿Pero ahora? Ahora después de tantos años estaba acostumbrada a la fonética de la mujer con respecto a su nombre. Cat le besó ambas mejillas con entusiasmo. –¿Tal vez más alta?– Guiñó un ojo.

Ella puso los ojos en blanco, recordando la primera vez que se conocieron, en el set de su romance película La Chute des Pétales de Rose: La caída de los pétalos de rosa, en el que había trabajado su madre. Kara, que entonces tenía trece años, había estado lamentándose de su baja estatura ante un elegante francés que había descubierto tirado detrás de una caja de equipos de iluminación, mordisqueando el almuerzo. Por supuesto, eso había sido dos rachas de crecimiento y muchos años atrás. Ahora sabía que los miembros de los equipos de iluminación nunca usaban moda a medida ni se complacían en platos de almuerzo de queso y paté.

Kara miró a su alrededor. Podía oler la cocina, así que obviamente la suite de lujo tenía su propia cocina. ¿Era todo esto para impresionar a Lena?

–¿Cómo está tu padre?– Preguntó Cat. –¿Sigue chocando contra las cosas?– Antes de que ella pudiera responder, Grant se apresuró. –He hablado con tu encantadora madre, por supuesto. Eliza está encantada de que tengas a Lena en tu vida. Ella me habla de este poderoso amor entre ustedes que cruza todas las fronteras.

La cabeza de Lena se giró para mirar a Kara. Los ojos de Andrea se volvieron especulativos.

De acuerdo, definitivamente tendría que matar a su madre más tarde. No era de extrañar que Cat estuviera tan convencida de que Andrea estaba mintiendo. Había ido directamente a su fuente interna, quien había confirmado los rumores como un hecho. Porque Eliza nunca escuchó una maldita palabra de Kara y le encantaba inventar sus propias narrativas cuando la verdad no encajaba.

Cat se volvió y saludó a Lena con un roce de labios en cada mejilla mientras murmuraban sus saludos.

El teléfono de Andrea sonó y murmuró una disculpa a medias, anunciando «llamadas de servicio» antes de salir corriendo al balcón con un tintineo de cuentas y brazaletes, cerrando las puertas francesas detrás de ella.

–Siéntense–, dijo Cat hacia un sofá mullido. Tomó una de las sillas frente a Kara; Siobhan, la otra.

Con una mirada mesurada, Lena tomó la mano de Kara y la llevó al sofá, donde se sentaron una al lado de la otra. Sus muslos se tocaron; pantalones azul marino contra el delgado vestido amarillo de Kara. El calor de esa pierna recorrió su piel arriba y abajo como un incendio forestal.

Lena no soltó su mano. Kara aún podría estar molesta, pero se necesitaba cada gramo de concentración para no reaccionar ante esa calidez. Maldijo sus hormonas por no haber recibido aún el memo de arriba. Esta mujer estaba fuera de los límites, porque era inalcanzable, heterosexual, por no mencionar grosera y egoísta y ... todavía heterosexual ... y ... un montón de otras cosas que no podía recordar en este momento mientras Lena le tomaba la mano.

De repente todas estaban mirando. Empezó Kara. –¿Perdón?

Cat ladeó la cabeza. –Pregunté qué es lo que te atrajo de tu hermosa mujer.

I'ᴍ ɢᴏɪɴɢ ᴛᴏ ᴋɪss ʏᴏᴜ. I ᴍᴇᴀɴ ɪᴛ!/ SᴜᴘᴇʀCᴏʀᴘ / AUTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon