—Quiero hacerlo... —murmuró Horacio. Con rapidez, le soltó el botón del pantalón y le abrió la cremallera. Le acarició el miembro por sobre la ropa interior.

—Estamos en la calle... —pero el cresta parecía no oír. —Horacio... —quitó la mano de su compañero y retomó la marcha en busca de algún callejón o lugar oscuro en el que meterse.

Era un pasillo más bien estrecho y largo, que atravesaba la cuadra. Más de alguna vez le había tocado meterse allí con la mery. De noche, la luz casi no llegaba al callejón, los contenedores de basura cubrían casi todos los ángulos de las cámaras de tránsito. Besó a Horacio con entusiasmo, poniéndolo contra la pared. El cresta le tomó por las caderas y se frotaba contra él. Jamás pensó que sería tan estimulante besar a alguien mientras sonreía y le susurraba guarradas.

—Quiero chupártela... —le decía mientras presionaba con más fuerza contra su entrepierna. —Volkov... —decía entre gemidos.

—No seas tan ruidoso, nos descubrirán...

—¿Quién?

—La gente que vive por esta zona. También hay casa-

—Déjame chupártela... —repitió mientras le abría el pantalón. Le besó y sonrió mientras bajaba, poniéndose de rodillas en el suelo.

Le miró hacia arriba, sonriente, a la vez que le sacaba el miembro. Apoyó una de sus manos contra la pared mientras que, con la otra, le acariciaba el rostro. Horacio le besaba el miembro, introduciendo tan solo la punta en su boca, humedeciéndolo, rodeándolo con su lengua.

—¿Te gusta? —preguntó antes de lamer, desde la punta a la base y desde la base a la punta.

—Está bueno. —dijo tras aclararse la garganta.

Horacio cerró los ojos y metió el falo en su boca, lo más profundo que pudo. Tomó aire y volvió a introducirlo, esta vez sin llegar al fondo. Por el costado que Volkov le acariciaba, dejó que el miembro chocase con su mejilla, permitiendo que el ruso sintiese sobre su mano cómo su propio pene recorría la boca del cresta. Menudo guarro, pensó con una sonrisa de satisfacción.

—¿Está bueno?

—Me encanta. —balbuceó, con su boca ocupada. Volvió a introducirlo lo más profundo que pudo, abriéndose paso hasta su garganta. Una vez más. Otra. Se apartó para tomar aire y el hilo, espeso, de saliva cayó desde sus labios. Le miró hacia arriba, orgulloso de su hazaña. —Buenísimo. —dijo mientras se limpiaba los labios con el dorso de la mano.

Volkov le hizo levantarse para poder besarlo.

—Acabo de chuparte la polla... —dijo burlón.

—No me importa. —y volvió a besarle de la manera más guarra que sabía, dejando que la saliva se escurriese, sin cerrar los ojos, emborrachado por las sensaciones que abordaban su cuerpo y mente.

—¿Me follarás? —susurró.

—¿Promete no hacer ruido? —Horacio se volteó, mirando hacia la pared, levantando la cola y restregándola contra el comisario.

—No prometo nada. —volvió a sonreír de aquella manera tan lasciva.

Le bajó los pantalones hasta medio muslo, dejó caer un poco de saliva entre las nalgas del cresta y, con cuidado, comenzó a penetrarle. ¡Cielos, estaba tan caliente! Le agarra por la cadera con fuerza, enterrando sus dedos en la piel morena de Horacio. Entraba lentamente, sintiendo, disfrutando cada milímetro. Cuando ya logró penetrarle por completo, con la diestra, le cubrió la boca antes de comenzar a embestirle. Intentaba hacerlo lento y calmado, procurando no apresurarse para disfrutar, pero le era imposible, cada vez que sus caderas hallaban el tope quería volverse loco. Horacio se irguió, apoyando sus manos contra la pared y dejando caer su cabeza en el hombro del ruso; movía ansioso sus caderas. Volkov introdujo los dedos en su boca, forzándole a abrirla y le besó la sien izquierda.

Los gemidos se hacían más fuertes, al igual que el ruido húmedo de sus pieles chocando, que la hebilla del cinturón colgando, que el desesperado roce de las telas. Jamás habría pensado que tendría sexo en la calle, mucho menos con otro hombre. Besó a Horacio. Comenzó a acariciar el pecho del cresta mientras seguía embistiéndole con fuerza. Quería intentar otra posición, pero las opciones eran limitadas. Se decantó por detenerse e intentar bajarle por completo los pantalones a su compañero. Por supuesto que Horacio comprendió la señal y lo hizo por su cuenta. Volkov le cogió una de las piernas y se la levantó, dejando al cresta medio volteado, lo suficiente para entrar aún más profundo y poder verle el rostro con mayor claridad.

Horacio gemía, demasiado fuerte, pensó. Le gustaba que la estuviese pasando tan bien, pero si no tenían cuidado algún vecino podría reportarles a la policía y... ¿qué más incómodo que tener que encontrarse a sus compañeros en aquella situación? Le acarició el torso y encontró la respuesta: le subió la camiseta y le pidió que la sostuviese con la boca. Horacio obedeció, quedando semidesnudo contra la pared. Si alguien, por casualidad, les veía, definitivamente podría recordar hasta el último detalle del cuerpo de Horacio. Aquello le excitó aún más.

—Volkov... —balbuceó entre gemidos y mientras intentaba sostener la camiseta, fallando en lo último. —Volkov, quítate la camisa. —quería verle.

Mientras se desabotonaba la camisa dejó de embestirle tan duro, y en cuanto acabó con el último botón, Horacio extendió una de sus manos y le recorrió el abdomen duro, de músculos marcados. Soltó un gemido. Quería poder tocar aquel cuerpo tan firme de mejor manera, quería sentirlo pegado al suyo, quería besarlo. La expresión de Volkov era exquisita, pensó mientras se apartaba del ruso.

Una mirada de confusión. Horacio se apegó a él, de frente, para besarle. Le guio para que le sostuviera por una de las piernas y, una vez listo y completamente apegado al ruso, con su propia mano le ayudó a ubicar la entrada. Presionó ligeramente sobre el falo del comisario hasta que entró. Le besó el cuello mientras intentaba moverse torpemente. Volkov le apoyó contra la pared, dobló un poco las rodillas, y comenzó a embestirle de nuevo, pero estaba vez pudiendo besarle sin ningún problema.

El ritmo aumentaba. Rozaban sus labios, se besaban, Horacio recorría su pecho hasta colar sus manos entre las ropas del comisario y tocarle las nalgas. Se sentía tan caliente, tan húmedo, tan placentero. Volkov comenzó a penetrarle de manera más brusca, más rápida. Parecía ser que estaba a punto de llegar al final.

—Ah... me gusta así, duro... —susurró mientras comenzaba a masturbarse. —Volkov... Más duro...

Chasqueó con la lengua. Le besó. El sonido de sus pieles cada vez más rápido, más violento. Los gemidos de Horacio. El olor cálido del verano mezclado con sus cuerpos. El sabor a vodka de su boca. La oscuridad de callejón. La posibilidad de que alguien les descubriese. Ah... una mezcla de sensaciones que le estaban volviendo loco. Besó a Horacio y, como si aquella fuera la última gota de bebida que debía ser saboreada, comenzó a ralentizar las embestidas. Se estremeció, sintiendo cómo toda la energía de su cuerpo se alborotaba para luego escaparse, desvanecerse y disolverse dentro de su compañero.

Durante un par de minutos se mantuvo abrazándole, aun sosteniéndole la pierna, inmóvil, intentando recuperar el aliento. Aquello se había sentido bien, demasiado bien. No estaba seguro de si ahora se hallaba más sobrio o incluso más ebrio. No le importaba. Quería quedarse allí, en ese momento, por un poco más de tiempo, pero Horacio bajó la pierna y le miró, recorriéndole con la punta de los dedos el abdomen.

—Terrible... —balbuceó al llegar a la zona del ombligo y hacer evidente el espeso líquido blanco que se deslizaba sobre su piel. —Terrible... —repitió antes de dejar caer un suave beso sobre sus labios.

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