11 Adrián Tepes

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Las noches se convirtieron en días y pasaron varias en las que el señor de la casa comprobó que su huésped no había mentido en cuanto a que no notaría que ella estaba allí, pues apenas hacía ruido, evitaba molestarle y solo le hablaba cuando era solamente necesario. Annie era todo lo independiente que podía ser, eso era de agradecer por su parte, ya que Alucard todavía no parecía dispuesto a bajar la guardia. Donde que sí notó claramente la estancia de la humana en su casa fue volver a entrar aquel día en la cocina y darse cuenta de que hacía años que no la veía tan ordenada, limpia y luminosa, como también ocurrió con la salita e incluso las escaleras y el suelo del pasillo del segundo piso. La muchacha se había esmerado a fondo en dejarlo todo impoluto. Esto provocó en él una sensación incómoda, quizá debería haber sido quien, hace ya unos meses, se hubiese encargado de aquel desorden. Por eso, cuando aquella mañana decidió mirarse al espejo por primera vez en un tiempo, no pudo evitar ahogar un grito de horror.

La imagen que le devolvió el espejo fue una semi transparente, pues apenas se reflejaba, donde se veía a un Alucard muy desmejorado.

¿Cómo se había permitido abandonarse tanto? Apenas se reconocía bajo aquella barba larga, espesa y la acumulación de la suciedad, ya que en los últimos meses, poco le importaba ciertos asuntos que tenían que ver con la higiene personal.

Pensó en su yo del pasado, aquel muchacho de pelo largo, perfectamente afeitado, con su abrigo elegante y su espada, alargada y fina, letal, dispuesta para luchar siempre. Él había sido la profecía cumplida y ese yo del ayer había quedado devastado siendo lo que ahora era, un recuerdo vago, sucio, dejado y abandonado.

Se sintió avergonzado. Aquello no podía seguir así. Aunque fuese tan solo por amor propio, se debía como mínimo un baño y un afeitado.

Bajó las escaleras del segundo piso, pasando por delante del dormitorio de Anne-Marie, esta no se encontraba en el interior.

Alucard salió del castillo, derecho al río. En el camino, vio a su huésped cepillando a su caballo y hablando sola. Puso los ojos en blanco y se aguantó una risa seca cuando escuchó lo que le confesaba en voz alta al corcel.

Sí, sí que debía estar loca y desesperada para acceder a estar en ese castillo abandonado con un viejo diablo como él.

El río tenía las aguas claras y el sol bañaba la piel de Alucard. Se desnudó por completo y se sumergió en lo hondo del arroyo. Pescó un par de truchas para la comida, depositándolas en una cesta de la que sacó una pieza de jabón y se frotó con ella por todo el cuerpo y el pelo a conciencia.

Después, volvió a la entrada de la parte trasera de la casa, cerca de la cocina, y con un espejo de mano, a la luz del sol, intentó afeitarse.

A pesar de que los Damphir son medio vampiros y que sí se reflejan en los espejos, Alucard recordó al mirarse la razón por la casi nunca se miraba frente a estos objetos. ¡Cómo le costaba ver bien las partes que le quedaban por apurar!

–Ojalá ser imberbe de nuevo... –se lamentó decaído.

Había conseguido quitarse gran parte de la espesa y larga barba pero todavía le quedaba apurar bien el afeitado, sin embargo se sentía como un gran miope frente al espejo, intentando ver correctamente su reflejo y atinar con la navaja en el sitio correcto.

Anne-Marie se encontraba en el interior del castillo, en la cocina, abrió la ventana de en frente de la pila de platos fregados sin hacer apenas ruido y vio al señor de la casa en el exterior, sentado en un tocón de madera, sin camisa, con el pelo limpio, seco y sedoso, intentando afeitarse sin mucho éxito.

Heridas (Alucard + OC, fanfic Castlevania) Lara Herrera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora