3 Un viejo huraño

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Ya era más mayorcita de lo que la gente creía. Ella sola podría apañárselas y encontrar la solución a la pata maltrecha de su caballo. Ya que, abandonarlo, no era de ni de lejos para ella una opción. Muchos otros lo habrían dejado atrás, junto a la carreta, cual objeto inservible más, pero Anne-Marie sentía una pena tan grande por el animal... se veía incluso reflejada en él, tanto, que ni por asomo iba a seguir su camino sin su corcel, por muy viejo que le hubiesen dicho que era.

–Hades, tienes que aguantar un poco más, vamos... –animaba Anne-Marie para que el caballo no dejase de caminar, por muy despacio que fuese– estamos muy cerca. ¿Ves aquello de allí? Ah... espera, un castillo. ¡Un castillo! Seguro que ahí pueden ayudarnos.

El corcel relinchó andando al lado de ella en desaprobación y volvió a quejarse, malhumorado.

–Ya... ya... ya estamos casi. Estoy tirando yo más de ti que tú de mí. Vamos. No. No. No te pares ahora. Si ya estamos llegando a la puert...

Se le heló la sangre de los pies a la cabeza al visualizar la entrada. Una puerta alta, gigante, oscura, una escalinata de baldosas grises, piedra dura y a ambos lados... Dos cuerpos sin vida, descarnados y que ahora eran hueso y jirones de tela. Dos esqueletos empalados.

¿Pero quién habitaba aquel lugar para tener semejante presentación a los transeúntes tan incómoda? Quizá eso ahora daba igual y, o bien llamaba al aldabón y se arriesgaba a que le ayudasen, o bien pasaba de largo, se quedaba sin caballo y sin su victoria en la misión.

No. La misión, la aprobación de papá. Sólo estaba eso en su mente. Así que, Anne-Marie, algo inconsciente y con su mejor sonrisa, cogió el gran aldabón de la puerta tras asegurar las riendas de Hades y llamó varias veces.

Nadie contestó. ¿Acaso era que ya nadie vivía ahí?

Probó de nuevo, con más fuerza y tras esperar unos instantes, la puerta crujió sonoramente. Desde el interior de la casa se escuchaba a alguien acercarse a la puerta. Alguien muy, muy malhumorado.

–¿Es que los cadáveres de la puerta no son aviso suficiente? ¿Quién intenta molestarme ahora? Tsk, tendría que haber añadido los carteles, maldita sea. «Peligro de muerte», «no visitas», «cuidado con el monstruo», ¡¿Qué más tengo que hacer para que me dejéis tranquilo?!

El dueño de la casa asomó su cabeza por la puerta. Anne-Marie intentó graparse su sonrisa y miró nerviosa a Hades. El caballo le retiró la mirada al instante.

–Animal ingrato, ya podrías animarme –dijo entre dientes hacia su caballo–. Discúlpeme, señor... verá yo... yo... Yo no quería molestarle.

Intentó disculparse, haciendo una ligera reverencia hacia el señor de la casa. Un hombre alto, con la ropa algo maltrecha y envejecida. Vestía un pantalón oscuro, unas botas altas y una ancha camisa que en su mejor día seguramente sería blanca. Ahora estaba un poco roída y sucia. Tenía el cabello bastante largo, rubio, ligeramente ondulado pero muy poco cuidado. Su cara parecía estar casi escondida tras una larga barba que parecía la de un pobre vagabundo y no la del señor que tendría ser, pues con semejante casa... Aunque su rostro no parecía el de un anciano, sus ojos... ¡qué ojos! Pensó Anne-Marie. Aquella mirada era la más intimidante y amarga que había visto en muchísimo tiempo. Ni la de su abuelo, el cascarrabias mayor de la comunidad en la que creció, podía compararse a ese ceño tan fruncido y sombrío. Pero eso no era lo más inquietante, el color... Ese último detalle ya no le pareció tan negativo. Eran ámbar líquido, un iris dorado dentro de unos ojos felinos enmarcados entre largas pestañas.

–Para no querer molestarme, ¿qué haces entonces llamando a mi puerta? –espetó de mal humor el señor.

Anne-Marie sentía su frente sudada. Ahora hacía una gran reverencia, apartando su mirada de la del propietario de la casa.

–Se trata de Hades, que diga, mi caballo. Mi caballo está herido –balbuceaba y estaba tan nerviosa que no pensaba con claridad–. Viajaba en mi carreta, la he dejado atrás buscando ayuda, necesito llegar al pueblo vecino. Por favor, señor, ayúdeme.

–Pues vuelve atrás, recoge tu carreta y ve al pueblo. Aquí no tienes nada que hacer.

Cerró la puerta de golpe, pero Anne-Marie, que sabía que ya estaba anocheciendo y no se terminaba de creer que hubiese alguien con tan poco corazón, volvió a insistir.

–¡Por favor, tan solo necesito unas herramientas! –exclamó con voz preocupada mientras golpeaba con las palmas de las manos abiertas la puerta–. Su castillo es gigantesco, seguro que usted puede facilitármelas. Arreglo la pata a mi corcel y me marcho. Ni notará que estuve aquí. Por favor... no tengo a nadie más que él... Necesito llegar al pueblo, pero con mi caballo así no será posible.

El señor de la casa gruñó.

–He dicho que no recibo visitas. Lárgate.

Anne-Marie paró de golpear la puerta y sollozó. Ya era de noche. Se había quedado atrapada ahí, en medio casi de la nada, sin retorno. La carreta pesaba, pero tal y como había dicho ese señor tan huraño, había conseguido volver tras sus pasos, donde la había dejado y arrastrarla. No sin pasar miedo a que saliese alguna criatura nocturna, no sin haberse visto llorando de nuevo y tirando prácticamente todas sus pertenencias del viaje para dejar lo justo y necesario. Así podría arrastrarla ella sola, pues Hades seguía en la puerta de la fortaleza, atado y sin moverse.

Y ahí estaba de nuevo, esta vez en los alrededores del castillo del hombre más maleducado y huraño que jamás había conocido. 

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Puedes leer mi otro proyecto de escritura si te gustan los vampiros! El chico de la jaula de murciélagos: https://www.wattpad.com/story/304827040-el-chico-de-la-jaula-de-murci%C3%A9lagos


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Heridas (Alucard + OC, fanfic Castlevania) Lara Herrera.Where stories live. Discover now