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Llevaban ya poco más de una hora en aquel departamento, dándole los últimos retoques al plan mientras esperaban a que el celo repentino de Gustabo cesara. La impaciencia empezaba a hacerse notar, sobre todo sabiendo que la noche pasaba, y que aquella era la única oportunidad que tenían de acabar su misión.

Horacio, un poco ajeno a aquel sentimiento, observó al ruso sentado en frente suya, mientras miraba al suelo, como pensativo. El omega no había dejado de pensar en que aquel hombre le había salvado la vida en la explosión. Sin duda, Horacio se sentía demasiado agradecido, pero, a su vez, demasiado vergonzoso, y es que aquel alfa, junto con su embriagador aroma, intimidaban al omega. Por no hablar de la belleza del ruso, la cual no había pasado desapercibida para el de cresta.

Decidido, se levantó del sofá para tomar asiento al lado del alfa, captando su atención.

—¿Cómo te encuentras?— preguntó Volkov, empezando él la conversación.

—De momento estoy bien, pero creo que tú te has llevado la peor parte— dijo haciendo referencia a su caída al salvarle— Por cierto, no te lo he dicho antes porque íbamos con prisa— comenzó a jugar con sus manos nervioso, cosa que el alfa notó— Pero gracias por lo de antes, te debo la vida.

El ruso sonrió, dispuesto a hablar, cuando, de pronto, unos disparos empezaron a sonar, alertando a todo el grupo, los cuales cogieron sus armas de inmediato.

—¿Qué ha sido eso?— preguntó Volkov.

—¿Es la gente de Smith?— habló esta vez Greco, alarmado.

Se mantuvieron en silencio, escuchando cómo aquellos ruidos se acercaban cada vez más, hasta que unos agujeros de bala empezaron a aparecer en la puerta. Les estaban atacando.

—Omega— cantó uno, alargando las sílabas.

—¡Joder!— murmuró Brown, visiblemente furioso— Sabía que iba a dar problemas.

Greco le disparó en el momento en el que aquel alfa tiró la puerta abajo, solo para darse cuenta, que no se trataba solo de un alfa, sino de varios que habían captado el aroma de Gustabo.

—Mierda— soltó Conway— Cubridme, voy a por Gustabo.

Tras la afirmación de sus acompañantes, salió del lugar en el que estaba y echó a correr a la habitación, encontrándose al menor sentado en la cama con su arma en la mano.

—Lo siento— dijo sabiendo que aquello era por él.

Conway se acercó a él, ayudando a levantarle y, una vez estuvo de pie, hundió su cara en el cuello del omega mientras lo rodeaba con los brazos, bajo la sorpresa del menor, el cual soltó un pequeño jadeo al notar su boca tan cerca del punto en el que algún día le morderían. El alfa comenzó a restregar su rostro y sus brazos para marcarle con su aroma. Sabía que no iban a poder seguir quedándose en aquel departamento.

Gustabo intentaba contener su excitación, pues su celo no había pasado del todo, y las acciones del alfa le habían pillado desprevenido, pero le estaba siendo difícil. El mayor se despegó de él en el momento en el que notó sus manos explorar su torso, el cual carecía del chaleco antibalas.

—Era necesario— dijo al ver el rostro sonrojado del omega— Tenemos que irnos.

Agarró del brazo a Gustabo y lo arrastró con él, manteniéndolo a sus espaldas al escuchar todavía disparos. Se acercó al marco de la puerta y se asomó, logrando ver a tan solo dos alfas disparando contra sus acompañantes. Entonces él también disparó, acabando en seguida con ellos.

—Vamos— dijo llegando a la sala y cogiendo su chaleco antibalas para ponérselo para, posteriormente, dirigirse a Gustabo— No te separes de mi.

El rubio solo pudo asentir, todavía sintiendo cómo sus piernas temblaban por el celo, pero haciendo un esfuerzo para mantenerse cuerdo. No debía olvidar que era la noche de la Purga, y cualquier despiste podía provocarle la muerte.

Comenzaron a bajar por el edificio con mucha cautela por si se encontraban a alguien. Greco les guiaba hacia el garaje, donde, al llegar, les mostró un furgón blindado.

—Lo he conseguido específicamente para esto— comentó sonriendo mientras miraba el vehículo.

—Estás bien servido eh— respondió el ruso.

Greco y Conway subieron primero, posicionándose en la parte de delante, mientras que los otros dos alfas, junto con los omegas, subían a la parte de atrás. Gustabo se tiró en el suelo de aquel furgón para intentar controlar su respiración. El celo aún le seguía dando problemas.

Y por fin, después de aquel necesario parón en aquella larga noche, se pusieron de nuevo en marcha, dispuestos a cumplir su misión.

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