3.-Lo que está muerto (2ª parte)

Magsimula sa umpisa
                                    

—Esto no es un destino turístico. No entran y salen naves todos los días. Si no hace más de cinco días que fue enterrado solo tenemos que encontrar las naves que han entrado en Elíseo en ese rango de tiempo —comentó el leónida ignorando la súplica de su mujer.

Entendía su malestar pero había sido idea de ella la de llevarle a conocer a sus padres a Óptima-prima. No había ido todo tan bien como querían pero claro, si sus suegros tenían que compararle con el brillante y exitoso, «y arrogante e irritante», ex­-yerno, pues Dorrick tenía todas las de perder y era muy consciente de ello antes de que su familia política se lo recordara. Ambos estaban deseando volver a la fría tranquilidad de la Odisea y el griterío de cachorros leónidas recuperados de los centros Valicourt. Pero una de las condiciones para que pudieran hacer el viaje era una semana de supervisión en Elíseo.

La luna estaba lejos de las principales rutas y lo único que estaba mínimamente cerca era Óptima-prima. Las noticias que recibían de la población leónida eran buenas, siempre eran buenas y no tenían motivos para dudar de que no fuera así, pero el espíritu controlador de su jefe solo se aplacaba si había alguien de confianza que echara un vistazo de vez en cuando. Y le había tocado a él.

—Quiero volver a casa —repitió Null—. No quiero camarotes ni habitaciones de invitados. Quiero mi habitación, en mi nave, con mis encantadores robots y mi adorada independencia lejos de toda mi familia.

—Fue idea tuya.

—No me lo recuerdes —gruñó—. La distancia hace que se idealice a las personas.

—¿Incluyendo a tu ex? —bromeó Dorrick.

—Él se idealiza solo, sin necesidad de ayuda —sentenció la óptima—. Además, deséame suerte porque tengo que pedirle ayuda con esto y eso significa que tendré que arrodillarme, y aguantar su sentido del humor y…

—Mucha suerte—le deseó con total sinceridad.

***

Cuando lo sacaron de la fosa, completamente desnudo, su cabello era tan largo que, por un momento, Sybill creyó que era una mujer. Justo antes de que su anatomía revelara sin ninguna duda, «ninguna en absoluto», que ese no era su sexo. Estaba delgado como el esqueleto de un suspiro y largos hilos de sangre ennegrecida recorrían sus muñecas desde unos dedos inflados y amoratados que habían perdido la forma.

Le habían rapado la cabeza, por cuestiones de higiene dijeron, pero ella casi quiso llorar cuando vio como caían los largos hilos de plata que tejían su melena. La doctora óptima había clavado tantas agujas en su cuerpo que parecía un acerico de piel blanca. Sybill acarició su mejilla con delicadeza, estaba dormido, seguramente uno de esos cables que salían de su brazo era el responsable de su inconsciencia. Otro le daba agua y sales, otro le daba alimento. Pasarían unos días antes de que pudiera volver a asimilar la comida normal.

Temblaba.

Sybill cogió la manta que estaba a los pies de la cama y la extendió sobre sus hombros. No hacía frío. La temperatura de la pequeña enfermería estaba controlada con matemática precisión pero el chico seguía tiritando.

—¿No ha habido cambios? —preguntó la doctora Nullien en voz baja, mientras revisaba las lecturas de la máquina.

—No —negó Sybill con la cabeza—. Le he puesto otra manta, no para de temblar.

—Ya casi ha recuperado la temperatura normal para un humano original, y aquí empieza a hacer calor. Pronto se le pasará el frío, no te preocupes —dijo con una sonrisa tranquilizadora. La misma que daría a la madre de un hijo convaleciente. Pero ese muchacho no era su hijo.

Nadie es perfectoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon