Negué torpemente con la cabeza tras otros pocos segundos de silencio.

—Supongo que no.

—Mara, pedir ayuda no te hace débil, ni menos orgullosa. De hecho, siempre he creído que es bastante valiente ser capaz de asumir que necesitas ayuda y, especialmente, ser capaz de pedirla. ¿No crees?

Cuando salí de su consulta, me quedé sumida en un silencio pensativo en el que estuve tan inmersa que volví a casa casi automáticamente. Me pasaba cada vez que salía de su consulta. Supongo que era signo de que era una buena psicóloga.

O psiquiatra. No... seguía prefiriendo psicóloga. Sonaba mejor.

Subí las escaleras del edificio, o al menos la mitad, porque me detuve a medio camino y bajé la mirada a mi móvil. El nombre y la foto de Lisa aparecían en la pantalla.

—Hol... —empecé al descolgar.

—¿Por qué no miraste mis quinientos mensajes anoche? —protestó—. ¡O a mis quinientas llamadas!

—¿Eh?

—¡Intenté avisarte por todos los medios posibles de que no fueras al restaurante!

Silencio.

—¿En serio? —pregunté como una idiota.

—¡Pues sí! Resulta que esos dos habían ido a cenar ahí porque la madre de April es la dueña o no sé qué y, en cuanto nos vieron, April se empeñó en cenar con nosotros. ¡Pensé que si te avisaba no vendrías!

Me pasé una mano por la cara. Mierda. ¿Cuánto hacía que no miraba el móvil? Desde ayer por la mañana, seguro.

—No lo vi —murmuré.

—Bueno... —ella suspiró—, si te consuela, no estuvieron mucho más tiempo que vosotros. En cuanto os marchasteis, Aiden empezó a decir que se quería ir a casa. Al final, April no pareció muy contenta por tener que marcharse tan pronto, pero lo hizo. Y Holt estuvo encantado, claro, cuando tiene a mi hermano cerca está más tenso que un cerdo en una carnicería.

Sonreí un poco y sacudí la cabeza, aunque ella no pudiera verme.

—Siento haberte gritado ayer —dije de pronto.

Si había algo que no hiciera muy a menudo, era pedir disculpas.

De hecho, tras más de quince años de amistad con Lisa, quizá le había pedido disculpas... no sé... ¿unas cuatro veces? No lo recordaba muy bien. Pero no era muy dada a disculparme por nada. Al menos, verbalmente. Tenía otras formas de hacerlo. Compraba algo para compensarla, o me acercaba a su casa y accedía a mirar una de esas películas románticas y cursis que tanto le gustaban y yo tanto odiaba... pero pocas veces lo decía.

El silencio que hubo al otro lado de la línea durante unos segundos me indicó que ella estaba tan sorprendida como yo por lo que había dicho. Lisa se aclaró la garganta torpemente antes de ser capaz de responder.

—No pasa nada —dijo finalmente—. Yo... también lo siento. No debí echarte en cara nada de lo que te dije. Y debí decirte antes lo de Aiden.

—Hoy hablaré con él —murmuré.

—Bueno, si se pone pesado, dile que como no te deje en paz llamarás a mi madre. Se callará enseguida. Mi madre da miedo cuando se enfada. Y si se entera de que Aiden te ha estado molestando...

Sonreí un poco al recordar a Claire, la madre de Lisa, Aiden y Gus Gus. La había adorado durante toda mi infancia y una parte de mí siempre se había preguntado si era porque era lo exactamente opuesto a mi madre; responsable, estable, simpática, cariñosa... sí, esos tres tenían suerte. No es que mi madre fuera mala, y mucho menos mi padre, pero no habría estado mal criarme con alguien así en casa.

Tardes de otoñoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon