Desde que murieron sus padres se había mantenido en soledad, y apartado del mundo, pero reinando como se debía, y asistiendo a todas la reuniones importantes habidas y por haber, eso era debido al sentido del deber que se le había otorgado.

Tras haber leído lo suficiente cerró su ejemplar y decidió contemplar su vacía alcoba de gran tamaño. Las paredes estaban formadas por piedras, con una perfecta coordinación, a su lado derecho yacía un ventanal con vista al relieve de las montañas y bosques, y una cama con marcos en cada esquina, enormes. Sólo para él, ya que aún no se había consagrado en matrimonio, pero eso estaba por venir. No estaba nervioso, para nada. Cumpliría su deber a como fuera.

Después de un instante de estar mirando a la nada, su guardia de más confianza irrumpió en su alcoba y entró en ella con atrevimiento —cosa común del varón—, este se quedó parado en frente de su majestad con una mirada curiosa y de burla.

–¿Qué lees? –le preguntó.

Su majestad rodó los ojos dando a entender su desagrado por su imprudencia, pero acto seguido esbozó una pequeña sonrisa, al parecer le pareció gracioso su irrupción repentina. Suspiró antes de contestarle.

–¿Será que podré privacidad? O al menos, ¿podrías haber tocado la puerta? –inquirió indignado.

–¡Por favor! Te conozco desde que te meabas la cama... ¿y crees qué te voy a tratar como mi amo?

–No puedo contigo, Joseph –se rió.

Su majestad Nate se crió con Joseph, y desde entonces se trataron con confianza, mucho más para Joseph, así que no solía obedecerle y le gustaba hacerle bromas y jugarretas, ya que Nate siempre se encontraba sombrío y distante, hacía lo posible para entretenerlo.

–Sabes que no… Y, ¿me vas a responder la pregunta?

–Leo la Biblia, es todo.

Su respuesta produjo que Joseph rodara los ojos debido a la irritación y la necedad de su amigo. Ya antes lo había observando leyendo esos tipos de libros, común de él, pero de cierta forma le preocupaba.

–Deberías de dejar de leer libros así, si sigues con ello un día vas a terminar loco.

–No estoy obsesionado con esto, sólo lo encuentro interesante –admitió. Ya antes había tenido esas conversaciones, no planeaba debatir.

–¿Encuentras interesante el incesto, lujuria, pecados, demonios, y los Apocalipsis? –inquirió arqueando una ceja. Su majestad lo miró con ojos llenos de ironía y incomprensión a lo que dijo. Por supuesto que lo encontraba interesante, para él enseñaba mucho, y le valía un pepino lo que pensara Joseph –Cambiaré de tema si eso es lo mejor –añadió.

–Sí, por favor –farfulló casi en suplica.

–¿Qué vas hacer con las esclavas y esclavos que trajimos de Jumbel? Te recuerdo que debes elegir un premio –le dijo –. Y si no lo olvido, creo que deberías elegir a una mujer.

–Lo sé. Ya tengo decidido a quién elegiré –aseguró –¿Cómo se encuentra la chica de Jumbel?

–¿Ella? No lo sé, tengo que ir a averiguarlo con el anciano. ¿Crees que sea la hija de Rufel? —le preguntó. Nunca la conoció, tampoco sabía cómo era.

Nate no recordaba el rostro de la chica, sus ojos sí. Si ella despertó de su insconciencia, probablemente la reconociera, solo hacía falta ver esos ojos, pero ¿qué haría si lo confirmara? Solo tenía que verla para saber.

–Traédmela a la alcoba —pidió mientras analizaba la situación.

–Como ordenes –dijo con cierto sarcasmo en su voz.

Eternos finales © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora