XIX. Cathum

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CATHUM

—¿Qué hacemos? —Preguntó Thed.

      —¡De momento todos quietos! ¡Esperamos! No sabemos lo que está pasando. —Contestó Athim.

     La demora fue larga, al menos esa fue la sensación de los chicos, a los que consumía la curiosidad. A esa distancia no podían saber lo que hablaban, de todas formas, las palabras que le llegaban no tenían ningún sentido.

     El mago se volvió y los invitó mediante gestos a unirse a ellos. Niela estaba nerviosa, las historias que contaban sobre estos personajes, no eran buenas.

     —¡Vamos...! Al paso que lleváis nos va a salir barba. —Se Oyó decir a Wonkal.

     Los jóvenes llevaron a la altura del mago deteniéndose.

     —He aquí Qiklols, Hijo de Qouj, Jefe de la tribu de los jinetes del desierto rojo, conocidos como Cathum. Nos va a ahorrar unos cuantos pasos. —Dijo Wonkal sonriendo y señalando al hombre de rojo.

     Athim y Thed saludaron respetuosos, Niela no dijo ni media palabra. Qiklols le respondió con una breve inclinación de cabeza.

     —Esta noche, comeremos caliente y dormiremos seguros. —Indicó de nuevo Wonkal señalando al Cathum—. No os preocupéis, —matizó el mago, observando la cara de desconfianza de los chicos, sobre todo de Niela— conozco a este hombre hace mucho, mucho tiempo y os puedo asegurar que es un buen amigo, junto a él estamos a salvo. Nos dará víveres y agua, nos llevará hasta los dos ríos.

—Ooooh, Ooooh —repitió Wonkal viendo que los chicos no eran muy afines—. Animaros, la suerte está de nuestro lado.

      Qiklols  les hizo un gesto mientras les daba la espalda y se adelantaba hacia una pequeña depresión, Wonkal avanzó tras él poniendo cara de resignación y consternación e indicaba a los chicos que lo siguieran.     

     Anduvieron casi doscientas varas, durante el camino, Athim se dio cuenta que tras ellos solo iban dos Cathum, el resto se habían evaporado. Donde pararon, al igual que en todo el desierto no había nada, algunos montículos de tierra roja, separados entre ellos tres o cuatro varas. Qiklols silbó, apenas se oyó, era más bien una especie de susurro de viento prolongado. Un sonido similar cuando en una noche en calma, el aire pasa a no demasiada velocidad entre aristas de piedras afiladas.

     Thed fue el primero en emitir una exclamación, más bien una maldición. Niela se acurrucó tras el mago. Athim se limitó a abrir y cerrar los ojos, como si viviera en las historias que antaño contaban los abuelos a los nietos. Wonkal los miraba risueño, se notaba que aquella situación le provocaba cierto gozo.

     Nada más cesar el silbido del Cathum, los montículos se movieron levantando leves y diferentes formas de polvo rojo avanzando en su dirección, en su paso hacia ellos, la arena se desprendía del cuerpo de aquellos reptiles. Eran de color rojizo, debían medir tres o cuatro varas de largo por casi dos de ancho, al caminar apenas se elevaban tres cuartas del suelo, tenían cuatro enormes patas,  su vientre iba pegado a la arena, su piel era una autentica coraza y una gran lengua bífida surgía a intervalos de su boca, eran cuatro, espantosos, tenían boca para engullir a un hombre de un solo bocado.

      Hasta Qiklols llegó el primero de aquellos monstruosos seres, este le palmeó la enorme cabeza de forma afectuosa, entre los ojos, como si fuera una mascota.

     —Aquí están nuestras monturas. —Dijo con una gran sonrisa Wonkal.

     —¡Ohhhh...! ¡No! ¡No! Me niego a subirme en esas... esas... ¡Esas cosas! —Replicó tajante Niela mientras ponía cara de asco y hacía aspavientos con el cuerpo como si le produjera escalofríos solo pensarlo.

EL CUARTO MAGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora