―Buenos días, entonces. ―murmura y se inclina para darme un beso en la mejilla. Un cosquilleo agradable se extiende hasta mi pecho y resisto la necesidad de atraerla a mis brazos.
Peter pasa por nuestro lado, pronunciando una advertencia en mi dirección sobre que no lastime a su amiga, y sale caminando rápido. A lo lejos veo a su galán, pero él lo ignora. El chico baja la cabeza y sigue su camino. Triste, raro. Yo también lo estaría si alguien que quiero me ignora de esa forma. Tal y como ha hecho Bárbara hace un par de días, pero quiero creer que todo está bien ahora.
―¿Vamos a desayunar? ―ofrezco. Conociéndola, todavía no hay nada en su estómago―. Yo invito.
―Hoy va a llover. ―se burla. Le doy un empujoncito con la cadera y andamos hasta la entrada, no sin antes estacionar bien el automóvil. Si lo dejo en el medio del camino, corre el riesgo de que sea aplastado, y no quiero pedirle a mi padre otro.
Todos nos ven cuando pasamos por allí, pero a ninguno nos importa. Pasamos por la cafetería a robar unas galletas antes de dirigirnos a nuestra primera clase. No es para nada común lo que estamos haciendo, y se siente bien. ¿Eso está mal?
―No estoy drogado. ―dice el profesor de química cuando entramos. Ella ríe y niega―. No ha explotado ninguna fórmula.
―Tampoco está alucinando. ―respondo, de la manera más respetuosa que puedo―. ¿Sigo teniendo compañero?
Asiente, y me dirijo a mi sitio a regañadientes. Puedo ver que ella se sienta delante de todo y abre su cuaderno para ponerse al día. El maestro comienza a hablar de fórmulas y mezclas y yo subo los pies sobre el asiento. Tengo mucho sueño, mis ojos comienzan a cerrarse, pero antes, por el hueco de su hombro, Cerecita me dirige una sonrisa y una mirada que claramente significa que no me atreva a dormirme o sentiré su furia nerd.
Contra mi voluntad, lo hago.
Sí, todo está volviendo a la normalidad.
Creo que debí haberlo pensado mejor.
Estamos a media mañana, hemos tenido dos recesos y no he podido hablar seriamente con ella debido a que estuvo todo el rato revisando apuntes con sus amigos. Está bien, me convenzo, también tengo que atender a los míos. Devan ha estado molestándome más de lo usual y no ha querido decirme por qué.
Estoy con ellos amontonados en mi casillero e inmediatamente empiezo a entender la razón del asalto.
―A Caleb le gusta una chica. ―explota el rubio. El mencionado abre la boca, ofendido―. ¿Qué? Si no lo decía yo, tú te habrías tardado años. ―se excusa.
―¿Y? A todos nos gusta alguien. Como Mittchell, anda pegado al trasero de esa chica Bárbara. Ha quedado encantado. ―acota Tyler.
―Oye, solo yo puedo decirle así. ―salto. Todos se dan miraditas cómplices y me encojo de hombros―. Yo creé el apodo, me estás plagiando.
YOU ARE READING
Deseo deseo ©
Teen Fiction¿Qué pasaría si a un chico le viene la regla? Lo sé, lo sé, vas a decirme que estoy loca y delirante, pero lo curioso es que es posible. ¿Sabes qué descubrí? Que son iguales o peores que nosotras. Mi vida cambió completamente cuando pedí aquel deseo...
Inoportuna clase de matemática
Start from the beginning