La fiesta más horrenda de la historia

Magsimula sa umpisa
                                    

Mi celular vuelve a timbrar con una nueva llamada entrante. Lo miro y lo hago girar entre mis dedos, debatiéndome entre si contestar o no. Decido que el botón rojo es más interesante que el verde brillante, y, tras apretarlo, dejo salir un pesado suspiro. Tal vez no debí dejarlo en visto.

Me levanto de la cama y abro la puerta, dispuesta a bajar al salón. Necesito moverme o me moriré de aburrimiento.

Apenas tengo una vista de las escaleras, escucho a mamá hablando muy enojada con alguien.

―Es la última vez que te lo digo, Frank. Publica la maldita edición, no me importa lo que diga tú sabes quién.

Se refiere a su compañera de trabajo, que siempre intenta usurparle el puesto, y le gusta referirse a ella como los habitantes de Hogwarts se refieren a Voldemort.

―¿Todo bien, mamá? ―le pregunto, poniéndome detrás de ella y masajeando sus hombros.

―Sí, cariño. ¿Qué haces fuera de la cama?

―Es que quería estirar las piernas. Vine por un poco de jugo. ¿Quieres algo? ―ofrezco. Ella me besa dulcemente la mano y asiente con una sonrisa.

―Pon agua para el té.

Lo hago en un santiamén, con el alejado pensamiento de Mittchell Raymond insistiendo en ir a la fiesta del mismísimo demonio.

            Lo hago en un santiamén, con el alejado pensamiento de Mittchell Raymond insistiendo en ir a la fiesta del mismísimo demonio

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Es miércoles y ya no puedo fingir que la cama es el sitio más cómodo del mundo. He estado enclaustrada en estas cuatro paredes sufriendo los daños de mi estómago lo suficiente para haber aprendido la lección. Mamá me prohibió comerlas por un tiempo, hasta que esté totalmente recuperada, y las guardó en la alacena bajo llave. Me siento como cuando era niña y me escondía las galletas para que no me las comiera antes del almuerzo.

Por supuesto que me preguntó sobre su procedencia. No vi nada de malo en decirle la verdad, que mi nuevo "amigo" Mittchell me las dio como agradecimiento por haberlo ayudado en las clases particulares, de las cuales no me habría librado.

Estoy preparándome para volver a la rutina, cuando mi celular comienza a timbrar. Cielos, este chico sí que es persistente.

He estado ignorando a Mittchell desde que estoy aquí. Para mi suerte, se limitó a mensajes y llamadas, conociéndolo, podría haber venido a la puerta de casa, y solo Dios sabe qué hubiera pasado. Todavía no encuentro las palabras para decirle que no voy a ir y que, esta vez, los chocolates o cualquier comida que quiera regalarme no funcionarán para ablandarme.

Bajo las escaleras de manera apresurada. Mamá y papá están haciendo el desayuno en un silencio sorprendente, ni siquiera están hablando de la abuela. Tal vez papá se ha cansado de discutir y aceptó la visita. Es lo que pasa cuando hay dos mujeres en la casa.

Deseo deseo ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon