Capítulo 12 - Huracán de Flechas

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En el Ojo de la Tormenta se encuentra la respuesta.

La tan anhelada paz que todos los sabios buscan.

La tan anhelada gloria que los guerreros persiguen.

Las respuestas a aquellos con enigmas en el alma.

El olvido para los que quieren desaparecer.

Sólo en el Ojo se encuentra todo;

sólo enfrentando de frente la Tormenta, sólo atravesándola

se puede encontrar.

Sólo enfrentando la Tormenta.

La lluvia había empezado a aligerar su intensidad. Minúsculos rayos de día se filtraban entre los agujeros de las nubes de Tormenta. Tenoch jadeaba sintiendo el agua recorriendo su piel agrietada, agachado en el lodo de la selva. Delante suyo, el Sacerdote de Fuego Xiuhtzin se encontraba medio de pie, escupiendo sangre. Llevaban horas combatiendo a las orillas de la muralla de ahuehuetes, el principio de la entrada a la Pirámide de Huitzilopochtli. A su alrededor montones de armas, cadáveres, espíritus y árboles cercenados, decoraban cada metro del suelo. Sólo quedaban unos cuantos de pie, incluidos los dos líderes de ambos ataques.

Mientras más tiempo seguían combatiendo, Tenoch era consiente que el Sacerdote comenzaba a analizarlo más y más, descubriendo como esquivarlo y dañarlo con más profundidad. No podían luchar más tiempo así.

Xiuhtzin alzó las manos invocando un maleficio potente.

— ¡Ahora! —Ordenó Tenoch.

Su ejército de Maciltonaleques lanzó flechas llenas de veneno a las manos, garganta y ojos del Sacerdote de Fuego. Xiuhtzin gritó de dolor haciendo que su maleficio se saliera de control, golpeando todo a su alrededor. Los árboles se secaron al instante, los Maciltonaleque se convirtieron en cadáveres petrificados. Tenoch quedó de rodillas, siendo atrapado por sombras que perforaban las grietas de su piel.

El Tlatoani gritó liberándose de la maldición.

Caminó hasta tener la cabeza de Xiuhtzin en una de sus manos, la apretó escuchando el crujido del cráneo del Sacerdote de Fuego. En lugar del sonido, una llamarada de color negro comenzó a invadir la mano del Tlatoani. El Hechicero enterró sus dedos en el brazo de Tenoch e hizo crecer raíces que impidieron poder separarse.

— ¡SUFICIENTE! —El grito fue acompañado de una barrera de luz que los separó dejándolos flotando en el aire— ¡NO PERMITIRÉ QUE NADIE PASE ESTAS MURALLAS! ¡NO PERMITIRÉ QUE NADIE MÁS LOGRÉ HACERLO JAMÁS!

La figura delgada hecha de luz azul, de tonos sumamente agresivos los hizo desvanecerse.

.

Caminaba usando su macuahuitl como bastón. Estaba cubierto de vendajes hechos con hojas de árboles y cortezas cortadas de magueyes y otra variedad amplia de flores y brebajes en sus cicatrices. Cada paso era cómo respirar fuego, pero no era tan distinto a sus años de niño. Miguel había decidido ir caminando por su propia cuenta, quitándole el esfuerzo de hacerlo a Xiuhcitlalli, quien se lo agradecía profundamente. Yareth había desaparecido en el instante en el que los hermanos de Citlalli se esfumaron, tal vez había un trato de por medio y el Tlatoani de los Maciltonaleque ahora se encontraba cruzando un Reino muy anterior del Mictlán.

Xiuhcitlalli y Miguel se habían detenido a descansar a orillas del comienzo del Sexto Reino, justo como llevaban haciéndolo desde hacía semanas apenas lograron escapar del Árbol de la Noche. Miguel no paraba de hablar emocionado de sus aventuras dentro de la Biblioteca del Gato Estelar, lo que le dejaba al Guerrero dejaba la sencilla tarea de sólo escuchar y ser paciente.

Los Guerreros del Quinto Sol III: Imperio RenacidoWhere stories live. Discover now