Capítulo 10 - Desierto de ocho páramos

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Nota del autor: Éste (junto al capítulo "Sol Agua" de La Máscara de Quetzalcóatl, "El Laberinto" de Las Nuevas Guerras Floridas y los últimos del cuarto libro) ha sido uno de los capítulos que más he disfrutado leer, es sin duda uno de mis favoritos. Hay otro cerca del final de éste, que disfrute de la misma manera. Espero puedan disfrutarlo mucho. 


Todos disfrutaban de pelear, de ser dignos Guerreros.

De poder ser recordados por su fuerza, sus proezas.

De convertirse en Leyendas, en Héroes.

De pelar hasta Morir, y Morir por algo que valiera la pena.

Todos amaban la pelea, el combate;

Del luchar hasta que sus huesos no pudieran dar más.

Todos amaban la pelea, ser Guerreros,

Pero todos odiaban la Guerra.

Teotlale utilizaba hechizos que Xiuhcitlalli nunca había presenciado, de los que sólo había escuchado leyendas, o incluso, historias de terror. Las leyendas decían que el desierto lo creó un dios Jaguar, que llevado por su ira y deseo de destrucción, atacó y aniquiló de tal forma a sus contrincantes, que los volvió polvo.

Otro más contaba que el desierto se volvió infértil, pues Tezcatlipoca fue a llorar la perdida de su esposa, exiliándose en uno; Sus lágrimas cubrieron de sal todos los desiertos del mundo, y por eso sólo vegetación áspera como los cactus podían crecer en ellos. Teotlale parecía invocar todos esos enemigos asesinados para crear la arena. Lograba hacer que el dolor del dios de la Oscuridad se manifestara en forma de Ihiyotls gigantescos que se movían como tornados de colores agresivos, todos creados con el único fin de tratar de detener al Sol.

Naturaleza seca, petrificada, surgía del suelo creando muros de contención para detener al Sexto Sol. Xiuhcitlalli no tardó en darse cuenta que el poder de Nepextécolotl estaba siendo drenado y diezmado con velocidad. El Sol debía encontrarse con su alma dividida, su fuerza estaba repartida en múltiples partes, y lo que estaba viendo era tan sólo una sombra del verdadero poder que el Sol Tecolote era capaz de tener. Eso lo aterraba aún más.

Nepextécolotl se deshacía de todos y cada uno de los ataques de la diosa, como si de aplastar un insecto se tratase. Bastaba un simple movimiento de mano para deshacer la invocación de un Jaguar titánico. De las palmas de sus manos, serpientes negras eran invocadas a forma de macuahuitl, un corte diminuto destruía todas las murallas de naturaleza muerta que trataban de contenerlo. O sencillamente gritaba convirtiéndose en una especie de Dragón Olmeca con aspecto de aves nocturnas, comenzando a volar alrededor de Teotlale, ahogándola en un Tzunami de arena y fuego purpura. También se dividía en un ejército entero de Tecolotes que devastaban todos los ataques de Teotlale.

O en serpientes. O en coyotes. O en cocodrilos. O en todas las bestias al mismo tiempo, deshaciéndose en sombras, destruyendo sin piedad todo a su paso. Los residuos de los ataques entre los dioses, era disparado en todas direcciones del Quinto Reino, siendo el interior de la montaña de Maíz el único que pudieron presenciar. Pero esa pequeña parte bastó para helarles de miedo hasta lo más ínfimo de su alma. Azca, al despertar de su ensoñación, y darse cuenta de que aquello no era un espejismo, corrió a ocultarse en el morral de Miguel

—No te culpo.

Un bramido de poder hizo retumbar a la Montaña entera. Yareth cayó de rodillas, pero se mantuvo firme en sus facciones. —El camino al Árbol de la Noche se abre paso detrás de Teotlale. Si logramos llegar unos metros más allá de dónde la diosa combate contra el Sol, una raíz de la Biblioteca se abrirá dejándonos entrar. O bueno, al menos a ti, a la hormiga y al niño sí.

Los Guerreros del Quinto Sol III: Imperio RenacidoWhere stories live. Discover now