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—¿Revancha? —Julián sonrió mientras asentía.

—Verás, esperaba que me dieras una nueva… oportunidad. Es claro que la última vez perdí —Ani se cruzó de brazos y se apoyó contra el umbral.

—Llegas tarde —suspiró, a lo que el blondo arqueó las cejas sorprendido—, estoy saliendo con alguien… o algo así.

—No te noto convencida —Julián se animó a avanzar un par de pasos. No sabía qué hacía allí, no estaba ni remotamente enamorado de aquella desconocida. Muy por el contrario, no podía quitarse a otra chica de la cabeza, pero se divertía jugando al gato y al ratón. También estaba frente a Ani, porque Ro parecía desearlo profundamente y no había tenido corazón para negarle la petición.

Por otra parte, no quería estar ahí en ese momento, prefería pasar el día con sus amigos, sobre todo porque la castaña le prestaba menos de la mitad de su atención y le sonreía como si él una graciosa mascota hubiese sido. Con una confianza que antes no le había visto, ella caminó hacia él y le acarició el brazo de un modo fraternal. Se aproximó como para decirle un secreto con picardía.

—De verdad me siento halagada, pero sería injusto de mi parte decirte que sí, cuando pienso en otro, ¿o no? —Julián abrió la boca para contestar con una sonrisa divertida, pero no tuvo la oportunidad de defenderse con galanura.

Desde la ventana de su habitación, Davo había visto las sonrisas que Ani le había regalado a Julián y viceversa. Un sentimiento negro le creció desde el estómago, haciendo que frunciera el ceño, y nublándole la vista con odio. Cansado de ver tal despliegue de encantos, bajó las escaleras y cruzó el living a una velocidad felina. La tomó por la muñeca justo a tiempo, se dijo, pues estaban muy cerca y ella aferraba el brazo del blondo.

—Julián —saludó con una voz que se desconocía, grave e intimidante. El aludido levantó las manos en señal de rendición y dio un paso hacia atrás. David se volvió hacia Ani, quien lo miraba entre ofendida, sorprendida y desconcertada—. Te necesito un momento —ella frunció el entrecejo, pero en seguida calmó el semblante al ver una furia, en los ojos de Davo, que no le conocía.

—Discúlpame un segundo, Julián —articuló, a lo que el muchacho asintió con una sonrisa.

La fuerza con la que el castaño le apretaba la muñeca era descomunal, estaba haciendo uso de aquellos músculos que las mujeres deseaban tocar y los hombres envidiaban. La estaba lastimando, pero no se quejó y se limitó a seguirlo escaleras arriba, evadiendo a la madre, que canturreaba en la cocina. Agradeció que la distancia fuera corta, pues no podía seguirle el paso y se trababa en los escalones que él saltaba de dos en dos. La puerta de su habitación se cerró de un portazo y su espalda sintió cada moldura en la madera de ésta. Davo la había soltado, pero la acorralaba contra la puerta con una postura violenta. La castaña se masajeó la muñeca y tragó saliva.

—¿Tengo que arrancarte de los brazos de todos los condenados de éste estúpido pueblo? —Ani no estaba segura de si aquella era una pregunta retórica. La voz del castaño había vibrado grave y amenazante—. ¡Contéstame!

—No sé de qué hablas —balbuceó, comenzando a asustarse.

—¡Ani, cada vez que me doy vuelta, estás con buitres alrededor! —sus fosas nasales se dilataron cuando tomó aire para calmarse, cerrando los ojos por un segundo antes de clavarlos en los de ella—. ¿Estuviste con él? —a Ani la pregunta la tomó por sorpresa. Abrió la boca sin poder decir nada y negó varias veces—. No te creo —murmuró para arremeter contra esa boca que hacía días no quería besarlo.

La besaba con egoísmo, sin importarle si ella quería hacerlo. Para su sorpresa, la castaña le devolvía el beso con el mismo frenético deseo. Aun así, su instinto quería marcarla a fuego como suya. Tiró de la falda hasta poder colar la mano por debajo y acariciarle así la pierna. Antígona se estremeció, pero en seguida retomó el ritmo. Aunque muchas veces Davo la había acariciado en los muslos y glúteos, nunca lo había hecho sin tela de por medio, y la aspereza de su mano la hizo temblar. Davo avanzó sin delicadeza hasta apretar la carne suave y dócil que abundaba en el apetitoso trasero de Ani y en el cual siempre había querido hundir los dedos.

Aceite de girasolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora