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Ani dio una vuelta más en su bolsa de dormir. Jillian, su compañera, se había quedado con sus amigas en la carpa vecina. Aquello no era necesariamente malo, disfrutaba de la soledad. Cerró los ojos y suspiró, acomodando la columna sobre el colchón inflable que había llevado. Trató de relajarse mientras oía como crepitaba la gran fogata, pero las carcajadas de las muchachas al distraían. Se sentó, comenzando a irritarse, y miró el reloj que marcaba las dos de la mañana en su muñeca. Inclinándose hacia adelante, apoyó los brazos en sus rodillas y fregó sus ojos y su frente, tirando hacia atrás su cabello despeinado. La luz naranja del fuego danzaba sobre la puerta de la carpa y logró mantenerla entretenida durante unos segundos. Estaba fresco, pero sabía que aunque se quedara adentro, no iba a poder dormir. Su madre siempre le había dicho que si tenía insomnio, lo mejor a hacer era gastar energía y después volver a la cama. Con ese pensamiento como motor, tomó aire y sacó las piernas de dentro de la bolsa de dormir. Una ola de frío le recorrió las piernas, aunque estuvieran cubiertas por un grueso jogging. Se calzó las zapatillas que tenía en el bolso y hurgó en éste hasta dar con una campera abrigada que le quedaba grande.

Al salir, no se sorprendió al ver a Davo con una bolsa de nueces surtidas, observando el fuego bailar, consumiendo la madera. Por un momento, deseó estar más arreglada, peinada al menos; pero luego recordó que Davo la había visto mil veces en las peores condiciones. Las ramitas bajo sus pies crujieron con cada paso, avisando su presencia. Él levantó la cabeza y le sonrió, antes de sacarse de la boca una nuez mala y arrojarla a la fogata.

—¿Qué haces despierta? —preguntó, volviendo a mirarla, mientras ella se sentaba junto a él sobre el tronco.

—No podía dormir. ¿Y tú?

—Quería un poco de paz, pero tus amigas no me la permiten —sonrió de lado, señalando la carpa junta a la de Ani.

—Si fueran mis amigas, no estaría sola en mi carpa —rió ella—. Estaría haciendo ruido con ellas.

—¿Se fue tu compañera?

Ani asintió, utilizando toda su fuerza para no fabricar un interés en la voz de David que quizás no existía. Él asintió a su vez.

Permanecieron en silencio un rato, antes de que el castaño tomara aire.

—¿Qué tal ese Ted? —Ani se sorprendió ante la pregunta y tardó en responder, puesto que no sabía a qué se refería. ¿Qué tal con qué?

—Emm… es un buen chico. Nos ayudamos a estudiar, ya sabes, somos los mejores promedios de la clase.

David no supo cómo reaccionar. No quería mostrar demasiado alivio ante la obvia falta de pasión que utilizaba ella al hablar de Ted. Concluyó que la mejor opción era sonreír cortésmente y seguir buscando las nueces más ricas de su bolsa.

—¿Puedo comer una?

—Sí, lo siento —se atropelló, alcanzándole la bolsa—. Que maleducado —rió.

—Davo —lo miró con una sonrisa, después de analizar la superficie de la almendra que había agarrado—, ¿puedo confesarte algo y me prometes que no me tomaras como una cualquiera? —él abrió los ojos y enarcó las cejas, sorprendido.

—Sí, claro.

Ani tomó aire y se decidió a perder toda la vergüenza que sentía en ese momento por lo que iba decir. Porque lo iba a decir, ya no había vuelta atrás. Se acercó más a él y posó la mano en su hombro, sintió un cosquilleo cuando sus pechos —aunque escondidos bajo la gran campera— se adaptaron a la forma del venoso y firme brazo de Davo. No sabía si estaba intentando ser sexy más de lo que intentaba que nadie más que él la escuchara.

Aceite de girasolWhere stories live. Discover now