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Dave daba vueltas delante de la casa de Ann repleto de nerviosismo. Jamás había pasado por ese momento y la inquietud le consumía toda la actitud casual que lo caracterizaba. No era un partidario de impartirse dolor, pero estaba tentado a comerse las uñas y las cutículas. No tenía razones para estar así, aquello que lo tenía intranquilidad no tenía nada que ver con Antígona ni con su relación con ella. Bueno... eso era una mentira. Algo muy pequeño tenía que ver, pero principalmente era un problema suyo de pies a cabeza, y lo ponía nervioso dejar una etapa atrás.

—Vas a hacer un surco —la voz de su chica lo llamó a levantar la mirada—. ¿Qué sucede?

Se acercó a él, lo abrazó por la nuca con cotidianeidad, y le besó los labios como todos los días. Dulce y suavemente. Dave balbuceó un par de monosílabos, antes de poder contestar algo coherente.

—¿Podemos charlar? —la sonrisa en el rostro de Ann desapareció y sus talones volvieron a tocar el suelo.

—Cielo, estás preocupándome. ¿Debo preocuparme? —le buscó la mirada, acariciándole la mejilla. Él negó enérgicamente y carcajeó.

—Soy un estúpido, no sé por qué estoy nervioso. Emm... —le dedicó una de esas sonrisas que ella adoraba—. Ven, quiero mostrarte algo.

La castaña sonrió desconcertada y divertida, y lo siguió por la acera hasta llegar a la plaza para infantes que se encontraba a una cuadra y media. Dave se acomodó en un columpio y tiró del brazo de Ann para acomodarla sobre sus piernas.

—¿No vamos a romper esto con tanto peso? —preguntó.

—Pesas lo mismo que una pluma, tú tranquila.

La plaza estaba vacía por completo, pues a esa hora los niños solían estar aún en el jardín de infantes, ocupados armando collares con piolines y fideos crudos.

En busca de calmar su ansiedad, Dave la abrazó por la cintura y apoyó la cabeza en el pecho descubierto, dejándose acariciar por aquellas tiernas manos. Ann le besó la frente y le revolvió el cabello con cariño, mientras él permanecía estático, simplemente dejándose disfrutar y relajándose.

—¿Me vas a contar qué pasa? —susurró ella cuando comenzó a temer que él se hubiera dormido.

—Sí —suspiró él, separando la cabeza del arrullo que el cuerpo de Ann le ofrecía—. Verás, he estado pensando mucho y dije "tengo veinte años, es hora de hacer algo por mí mismo"... Y a la mueblería le está yendo tan bien que mi chanchito subió mucho de peso, así que... —metió la mano en el bolsillo del pantalón y hurgó hasta sacar su llavero. Sacó dos del juego y las expuso frente a los ojos castaños de la muchacha que tenía sobre el regazo—. Sé que no puedes venir permanentemente aún, porque... bueno... es ilegal, pero aquí tienes una copia de la llave de mi departamento.

Antígona sonrió ampliamente y deshizo el abrazo para tomar las pequeñas llaves —una más grande y de diferente forma que la otra— y miró a Dave repleta de orgullo.

—Cariño, un departamento. ¡Te felicito mucho! —Festejó besándole todo el rostro y logrando que él se sintiera el hombre más grande del mundo. La admiración que Ann le profesaba inflaba su hombría y su ego.

—No te sientas obligada a venir todos los días ni a pasar la noche ahí si no quieres. La llave es porque supuse que como mi novia oficial merecías un juego —a la castaña se le arrebolaron las mejillas de inmediato. Nunca había pasado una noche con David en esas circunstancias, ni mucho menos completamente solos. Lejos de que aquello la molestase, una revuelta en su estómago la hacía sentir bien. Extraña y nerviosa, pero bien.

—Será un placer para mí acompañarte algunas veces a la semana —inclinó la cabeza y lo besó como sabía que a él le gustaba. Despacio y con movimientos suaves, dejándolo con ganas de más. Se separó de él y lo miró con curiosidad—. ¿Por qué estabas tan nervioso?

Aceite de girasolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora