C u a t r o

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¿Cómo se lo diría? No había explicación lógica que dar. No había manera bonita de decirlo. Necesitaba de su ayuda. Reunir la valentía suficiente y pedírselo. Podría haber agarrado el dinero que Ikki guardaba al fondo del armario, pero el problema no era monetario. No lo había sido desde hace mucho tiempo. El problema era él mismo.

Había soñado con uno de los tantos campos de lavanda de la granja Tomita. No le cabían dudas, pues alguna vez los vio en televisión mientras almorzaba con Ikki y Albiore. En ese momento, el argentino aprovechó en comentarles que una visita allí fue suficiente para no desear irse de Japón.

Recordaba todo tan claro que pensó que no había sido un sueño. Aquel sitio lo adornaban amapolas, gypsophilas y otras vistosas flores que creaban siete franjas, resultando en un arcoíris.

No sabría decir con exactitud qué fue lo que pasó. Nadie se le acercó. Nadie le indicó a dónde ir. Sólo lo supo. Mientras esperaba varado entre las flores. No necesitaba que le explicaran lo que pasaba. Si había un lugar en el mundo donde podría encontrar a ese extraño, era exactamente allí.

Permitió que todas las sensaciones lo invadieran. El dolor, el luto, el vacío. Lloró por una pena que no era suya. Porque conocía el interior de ese extraño y no podía creer que existiese alguien que se sintiera tan solo.

Iría a Hokkaido. Lo entendió cuando se le acabaron las lágrimas y sólo quedó la determinación. La certeza de que debía ir costase lo que le costase. Que al buscar al extraño tras el espejo, no sólo lo encontraría, sino que también afrontaría sus miedos.

No podría ignorarlo así quisiera. No cuando sabía que existía. No cuando estaba seguro que si lo viera en una multitud, sería capaz de reconocerlo al instante.

Debía explicarle esa situación a Ikki y así enfrentar esa culpa que no podría acompañarlo en el viaje. De repente, escuchó como se abría la puerta de la habitación. Ikki lucía sorprendido al verlo sentado en el comedor tan temprano.

—¿Todo bien, Shun? No te sueles despertar a estas horas.

Tragó duro.

—Tengo algo importante que decirte.

El mayor asintió. Parecía relajado. Sin embargo, sus músculos estaban tensos.

—Adelante.

No podía irse por las ramas. Debía ser claro y conciso. Lucir como si ya hubiera tomado una decisión. Detuvo a sus dedos de jugar entre ellos. Tenía que parecer confiado.

Fijando su vista en la de Ikki, Shun dijo:

—He conocido a alguien. Y vamos a encontrarnos. Yo. No supe cómo reaccionarías, así que he esperado hasta el último momento para decírtelo. Es sólo que —Tuvo que morderse el labio para evitar flaquear. Tenía que demostrarse seguro para que le creyera. Para hacerle entender que no era ninguna decisión a medias—, no puedo irme de aquí sin saber que tengo tu aprobación.

—¿Dónde se verán?

—Hokkaido.

A Ikki le tomó varios segundos responder, pero cuando lo hizo, fue exactamente como Shun lo imaginó.

—¿Has perdido la cabeza? ¿Cómo rayos piensas ir? ¡En avión te tomaría ocho horas y en tren dieciséis!

Finalmente, el muchacho de cabellos verdes se incorporó de su asiento. Acercándose a su hermano, exclamó:

—Sé que suena loco, pero debo ir. No sé cómo explicarlo. Es muy difícil. Sólo siento que tengo que verlo si no quiero arrepentirme.

Ikki inhaló aire con lentitud, para soltarlo a la misma velocidad. De inmediato, sostuvo su tabique entre sus dedos.

Al otro lado del espejoWhere stories live. Discover now