T r e s

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Tuvo suerte de que Ikki trabajara hasta tarde. Si hubiera estado en casa y visto cómo cayó de rodillas mientras regresaba de la cocina, habría tenido que dar una explicación que no tenía. La técnica de aprender a vivir con el problema en vez de recibir ayuda le funcionaba bien en cuestiones como su llanto matutino, pero no en lo que acababa de suceder. Debía hacerle frente al problema. Debía.

No lo vio venir. Estaba llevándose un vaso de Fanta de uva a la habitación cuando de repente, las piernas le vencieron. Las rodillas se anclaron al piso y sintió un martilleo incesante en la cabeza. Las lágrimas no paraban de caer. Era como si un caño se hubiera abierto en sus ojos. Uno que no pensaba cerrarse.

Fue ahí cuando la sensación lo atrapó. La información le pegó tal si fuera cachetadas. La persona tras el espejo había perdido a su hermana, su último familiar vivo, por el cáncer. La persona tras el espejo había sido incapaz de llorar durante los cinco meses de luto.

Además, vio su rostro.

Al levantarse, Shun fue con urgencia a recoger los pedazos de vidrio roto, para después limpiar el suelo con el trapeador. Sin embargo, le costaba esconder la emoción. No podía parar de pensar en las facciones de ese desconocido. En sus cejas gruesas, en esos ojos vivaces y castaños. En cómo el cabello era naturalmente rebelde, desordenado. Pero sobre todo, le costaba parar de pensar en su sonrisa. Tan pícara y tan cálida. Tan hogareña.

Shun no supo qué hacer cuando se sentó en su escritorio. El espejo de cuerpo entero lo reflejaba conmocionado. ¿Cómo explicaría la situación? Nunca compartieron información personal. Súbitamente, conocía cosas tan íntimas. Por su parte, deseaba que él supiera su nombre, pero estaba aterrado que el desconocido sintiera que iban demasiado rápido. Que lo alejara.

No obstante, tenía una rara certeza de que eso no sucedería. Se trataba tan sólo de un miedo irracional. El desconocido era, a pesar de sus frases intrigantes, gracioso. Notó su terquedad con el curso del tiempo así como su determinación. Además, las veces que pudo haber juzgado a alguien, no lo hizo. Tras esa personalidad juguetona e impulsiva, estaba alguien que se rehusaba a hacer juicios sin antes darle una oportunidad a la gente. Shun lo sabía. Y quizá era por eso que su corazón calmaba sus latidos, manteniéndolo tranquilo: todo estaría bien.

Tomando el lápiz labial de June y reuniendo coraje, escribió en el espejo:

"Hola, qué tal te ha ido en tu día?"
"De verdad que no quiero asustarte"
"Pero debemos de hablar"

"Justo estaba a punto de decirte lo mismo"

Aquel día, el extraño escribía en plumón celeste. A Shun se le hacía difícil leer lo que decía. Su letra era grande y desordenada, aunque también guardaba en ella cierto adorable encanto.

"Eh, no sé muy bien cómo empezar"
"Tú también dijiste que querías decir algo, verdad?"
"Si gustas dilo tú primero, y yo lo digo después"

Mientras Shun escondía la cara entre las manos, invadido por una repentina vergüenza, Seiya buscaba desesperado en las repisas del baño el pintalabios café de Seika. No quería que ninguna de sus frases fuera malentendida.

"Perdón por tomarme tanto tiempo"
"Como ves, estaba buscando el labial de mi hermana"
"Creo que tampoco estoy preparado para decirlo primero"

Seiya comenzó a morderse las uñas y el nudo en su estómago reclamó su lugar. Por todos los cielos, ¿cuánto le costaba decirle lo que había pasado? ¿Admitir lo desconcertado que se sentía? El extraño jamás lo juzgaría. De eso no le cabía duda. En realidad, que hubiera dejado de sacar conclusiones apresuradas de la gente era gracias a su ejemplo. A la manera tan comprensiva que hablaba de todos y de todo. A la dulzura palpable en sus palabras.

Al otro lado del espejoWhere stories live. Discover now